5.
Ese día corrió como un loco a su casa. Apenas se despidió de Jungkook dejando el escondite que había conocido atrás, su cerebro comenzó a funcionar igual que una alarma contra incendios. Debes llegar. Borrar el mensaje. Tienes que correr. ¿Y si hoy llega antes? ¿Qué harás si se entera de que no estabas en el instituto? Le empezó a doler el estómago. Las calles parecían mucho más largas de lo normal y a pesar de que aceleraba con todas sus fuerzas, jamás alcanzaba una velocidad que calmase su angustia. Debía llegar. El mensaje debía ser borrado. ¿Qué pasaría si no lograba ocultar sus andanzas de ese día?
Lo último que vio de Jungkook antes de abandonarlo fue su silueta desde la ventana del edificio gris que le observaba con detenimiento. En realidad, no quería irse. Por el contrario, se hubiese quedado escuchando a Jungkook hablar durante meses si hubiese tenido la oportunidad. Ese día su rutina se había visto interceptada por la incertidumbre y aunque después se encontró a sí mismo pagando el precio por su curiosidad, aun así, sentía que lo volvería a hacer una y otra vez. Durante unas horas pudo concentrarse solo en el sentimiento de calma que le entregaba estar al lado de Jungkook, escuchando su voz, entregándose a sus pensamientos en aquel viejo sofá con la luz golpeando su rostro y el calor ambiental calentando sus manos. Era ridículo. Lo sabía. Pero eso no le quitaba la quietud en el alma que pudo cultivar en esos escasos momentos.
Hablaron sobre las mejores marcas de ramen. Sobre los programas malos de la televisión. Sobre si era más divertido montar una bicicleta o subirse a una patineta. Jungkook le había dicho que sus días favoritos eran los de otoño, cuando las hojas caían de los arboles y el ambiente comenzaba a ponerse frío. Jimin concordó con la idea. El calor era repudiado por ambos. A Jungkook le gustaba nadar en verano, Jimin prefería poner el ventilador y comer helado mientras escuchaba música. A los dos les gustaba ir a la tienda de discos, aunque no tuviesen dinero para comprar. Jungkook prefería el café, Jimin era más de té. Perdieron el tiempo hablando de nimiedades, pero parecía que estaban en el lugar indicado en el momento indicado. Jimin jamás había sentido algo parecido.
Siguió corriendo hasta que llegó a su destino, el corazón se le estaba saliendo por la boca y podía sentir las palpitaciones aceleradas en sus oídos. Se limitó a mirar de manera rápida a los alrededores. No había nadie que hubiese visto su llegada. Aprovechando el escenario entró por la reja y cerró tras de sí para luego abrir la puerta principal. Desde el interior de la casa solo se escuchaba el sonido de la televisión, Jimin se acercó a la sala de estar y vio a su madre en la misma posición de siempre con la mente perdida en una película infantil y sus extremidades cubiertas por una manta envejecida. Respiró aliviado, no había rastros de su padrastro por ninguna parte. Aprovechó de ir directamente hacia el teléfono donde la contestadora brillaba tintineante en señal de que habían dejado un mensaje. Como lo había imaginado estaban preguntando por su inasistencia y solicitaban al menos un tipo de comunicación escrita para dar registro de ello. Suspiró. Se encargó de eliminar el mensaje y se dirigió a su habitación para preparar una nota falsa que entregaría al siguiente día a la secretaria del Director. Había decidido decir que había acompañado a su madre en una emergencia médica. El instituto estaba al tanto de su situación, por lo que era bastante creíble. Se sintió culpable al hacer uso de aquella mentira, pero no tenía otra opción, no podía dejar que nadie se enterase de lo que había hecho. Aquellos momentos serían sellados en su interior, solo para ser revisitados por él mismo.
Por la noche su padrastro apareció en la casa. Jimin en ese momento se encontraba ayudando a su madre a comer la cena que ya se estaba terminando. El hombre entró sin siquiera decir nada, pero Jimin pudo notar de inmediato el olor a alcohol desprendiéndose del cuerpo de aquel hombre. Tragó saliva. Tenía que tener cuidado, no deseaba en lo más mínimo enfrascarse en un altercado con su padrastro. En esos minutos hubiese preferido convertirse en un mueble para desaparecer en el escenario y fingir que no existía. Pero su suerte era otra y debía quedarse ahí para afrontarlo.
Sintió débiles las piernas cuando el hombre posó la mano en su hombro.
— ¿Ya comiste tú también?
Chang Yoonhun tenía una sonrisa dibujada en su rostro y era repugnante. Su padrastro cuando bebía lo trataba de manera más atenta, incluso con suavidad. Normalmente era tosco y agresivo, sobre todo cuando se dirigía a Jimin. Sin embargo, a pesar de que aquella situación podía verse como algo positivo, Jimin podía darse cuenta de las verdaderas intenciones que se encondían tras la preocupación artificial que el hombre demostraba en ese minuto. Debía ir a su habitación lo antes posible. Aquel era el único refugio que existía para él en esa casa.
— Sí —respondió poniéndose de pie con la bandeja de comida vacía que le había preparado a su madre—. Creo que ya es hora de que la lleve a dormir.
Su padrastro dejó caer su cuerpo pesado a un lado del sofá donde se encontraba Park Yunjin. El hombre estiró el brazo hasta tocar el rostro de su madre casi delineándolo con lentitud. La mandíbula de Jimin se tenso de inmediato, pero evito decir cualquier palabra. Se sentía como si le hubiesen dejado en un campo minado. Cualquier paso en falso podría conllevar una explosión y no recoger los pequeños pedazos destrozados que quedasen detrás de la catástrofe.
— Tienes el rostro igual al de tu madre —siguió Chang Yoonhun—. Y las pestañas también. Además de la nariz. Como si hubiesen sido moldeados de la misma forma.
No quería seguir escuchando las palabras que salían de la boca de su padrastro, así que se dedico en silencio a ordenar todos los utensilios que ocupó para llevar a su madre a la habitación, esperando que al menos la televisión sirviera de distracción para su huida. Como siempre Park Yunjin se mostraba como un ente que no estaba en esta dimensión y acataba con somnolencia las peticiones de Jimin, aunque era siempre este quien daba los primeros empujones en el cuerpo de la mujer para lograr cualquier tipo de movilidad. Ante sus ojos, su madre parecía una pequeña muñeca a la cual le faltaba la batería que servía para que su alma se encendiese una vez más.
Cuando Jimin por fin pudo vestir a la mujer con ropa más cómoda y recostarla en la cama matrimonial se dio media vuelta para irse a su habitación. A pesar de haber sido precavido, no escucho cuando Chang Yoonhun se había levantado de la sala de estar para apoyarse en el marco de la puerta a observar cada una de sus acciones.
Evito mirarlo a los ojos y pidió permiso para poder irse de allí.
— ¿No quieres tomar algo conmigo en la cocina? Compre vino.
Al escuchar la petición de su padrastro Jimin contuvo el deseo de gritar con todas sus fuerzas que no. No le interesaba en lo más mínimo estar con ese hombre. Por el contrario, estaba aterrado. Vivir bajo el mismo techo ya era suficiente. Pero, como siempre lo hacía, simplemente se negó con la cabeza y cruzó rozando ligeramente su hombro con el cuerpo de su padrastro. Las nauseas se gatillaron en ese mismo instante.
Se fue directo a su habitación cerrando la puerta con un pestillo que el mismo había instalado.
La realidad era cruda. Había vuelto al mundo al que pertenecía con la oscuridad acechando de cerca. En ese momento quiso llorar. Aguanto el nudo en la garganta y la pesadez en el pecho mientras se recostaba en la cama hecho un ovillo. ¿Cómo se le podía llamar a eso vivir? En días como esos era muy difícil ignorar las cosas. Hacer como si nada pasara. El peso de la verdad se estrellaba contra su cuerpo y le aplastaba sofocándolo. Era en momentos como aquel en que su mente iba a mil por hora en una cadena interminable de pensamientos sombríos. Debía parar antes de que fuera muy tarde. ¿Pero como detener un tren al cual se le habían averiado los frenos hace mucho tiempo?
Fue ahí que sintió un golpe seco en su ventana. Levanto la cabeza mirando a todos lados. Ni siquiera los gatos que a veces rondaban por su techo a esas horas eran capaces de hacer esos ruidos así que se le aceleró el pulso. El sonido se repitió una vez más. Esta vez se levanto un poco y pudo ver que en su ventana había una figura conocida.
Era Jungkook sosteniendo un caramelo en sus manos.
Se arrastro con rapidez fuera de la cama para abrir la ventana. El chico le sonreía mientras levantaba el marco. Una vez allí Jungkook se apoyo y entrego el caramelo en las manos de Jimin. Este último reconoció la marca. Tenían sabor a manjar.
— ¿Tuviste problemas? —preguntó Jungkook apoyando su cabeza en la ventana.
— No se dieron cuenta —respondió Jimin que jugueteaba con el caramelo entre sus dedos—, ¿a ti te han dicho algo?
— Aún no vuelvo. Esperare que estén los dos durmiendo para hacerlo. Seguramente y conociéndolos, no notaron mi ausencia.
La noche adornaba el lugar. Las luces artificiales iluminaban de manera tenue el rostro de ambos. Jimin ya lo había pensado con anterioridad, pero le sorprendía la forma en que la presencia de Jungkook traía un sosiego que le infectaba el alma. En sus recuerdos aquello se veía como algo muy lejano que alguna vez experimentó, pero que había perdido en el camino.
— Puedes volver cuando quieras —siguió su vecino—. El lugar solo lo ocupó yo y sirve para alejarse de toda la mierda.
Jimin asintió, sabía a lo que su vecino se refería. Así como él sabía cosas de Jungkook, tenía claro de que el chico había presenciado alguno de sus secretos.
— Quizá después del instituto pueda ir —respondió suavemente mientras veía como el rostro de Jungkook parecía iluminarse de a poco—. No creo que sea por mucho tiempo, pero me gustaría volver.
— ¿Y el viernes? ¿Nos podemos ver el viernes? Quiero enseñarte algo.
Jimin asintió. En la voz de Jungkook podía sentir cierta desesperación. ¿Creía que ya no volverían a hablar ahora que habían acortado aquella distancia que tácitamente se habían impuesto? Por su parte se veía incapacitado para hacerlo.
— Te esperare en las puertas de tu instituto. Lleva algo para el frío. Buenas noches, Jimin.
Y con eso su vecino cerró la ventana dejándolo a solas una vez más en la habitación con sus pensamientos. En ese minuto abrió el caramelo que Jungkook que le había entregado y su paladar probó el sabor a manjar. Su casa volvía a quedar en silencio mientras se recostaba nuevamente dejando el envoltorio a un lado de su almohada. Ese día se durmió rogándole al universo que Jungkook pudiese soñar tranquilo, sin que nadie le hiciese daño. También deseo pasar más tiempo sintiendo la calma que su vecino le entregaba.
Esa noche Jimin despertó durante la madrugada. Esta vez el sonido que captó su atención era el de la perilla de su puerta girando. Dejó de respirar por un segundo. La puerta fue empujada un par de veces hasta que se detuvo. Esta vez, el pestillo que había puesto antes de dormir había logrado su trabajo.
A pesar de que la quietud inundo el lugar de nuevo, no pudo seguir durmiendo.
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