3.
Fue un martes por la mañana que las cosas empezaron a cambiar. Su rutina había empezado con normalidad, abriendo los ojos con los primeros rayos de luz que entraban por su ventana y con su cuerpo sintiéndose pesado. Salir de la cama era difícil la mayoría del tiempo y ese día no fue la excepción. Se restregó los ojos en variadas ocasiones tratando de animarse lo suficiente para ir al instituto, pero era difícil cuando no le interesaba en lo más mínimo llegar a su clase de matemáticas a primera hora.
Cuando logró ponerse de pie fue al baño y se quedó mirando su reflejo en el espejo. Siempre había sentido una profunda desconexión consigo mismo, como si la pieza que unía la identidad de una persona con un cuerpo en concreto jamás hubiese existido en su caso. Jimin entró a la ducha con rápides. No le gustaba entregarse a ese tipo de pensamientos, un sentimiento muy parecido a la tristeza se apoderaba de él cada vez que dejaba a su mente divagar en esa dirección. Era mejor comenzar con sus tareas diarias. Hacer cualquier cosa normal que le ayudase a no pensar.
Había vivido toda su vida en un barrio común, con expectativas comunes. Desde que era pequeño nunca se había permitido tener en cuenta algún camino distinto que lo llevase lejos del lugar que debería ser considerado como su hogar. Tenía obligaciones. Su madre era parte de ello. La señora Park había tenido un accidente hacía 3 años y eso la había dejado en un estado de total dependencia de los demás. Chang Yoonhun, su padrastro, se encargaba de ella cuando Jimin se iba al instituto, pero apenas llegaba a casa quien debía limpiar la cara llena de comida de la mujer y prepararla para dormir era él mismo. Tres veces al mes una enfermera designada del hospital les visitaba para realizar evaluaciones y cuidados terapéuticos a la señora Park. El dinero del seguro médico solo les permitía eso. Jimin debía estar disponible, no era opción dejar completamente a solas a su madre con su padrastro, por eso sus pensamientos se convertían en algo peligroso. Era mejor cuando los escenarios ficticios que tanto le gustaban se alejaban lo más posible de su propia realidad. Así no llegaba a dudar.
Chang Yoonhun brillaba por su ausencia, aunque pasase el día entero en casa. Trabaja para una compañía de teléfonos en el área contable y gracias a la situación de la madre de Jimin había conseguido un puesto que le dejaba enviar informes vía correo de manera semanal sin tener que asistir presencialmente a la oficina. A pesar de su disponibilidad el hombre siempre descuidaba a la señora Park. Durante los años Jimin había visto la forma en que su padrastro demostraba su indiferencia por la situación. Muchas veces dejaba a su madre en la bañera más tiempo del necesario, con temperaturas bajas que provocaban espasmos en el cuerpo frágil y enfermo de ésta. La mantenía en el sofá durante la mayor parte del día mirando la televisión mientras el se iba a ver las carreras de caballos a un bar de mala muerte que quedaba en la calle principal que separaba al barrio del resto de la ciudad. Además, más de una vez vio moretones en los brazos y piernas de su madre que aparecían de la nada. El rostro de Chang Yoonhun se venía de inmediato a su mente, sin embargo, Jimin seguía siendo un cobarde que prefería el silencio. Solo una vez levanto la voz exigiendo una explicación y hasta el día de hoy se arrepentía de ello.
Esa mañana se despidió de su madre con un beso en la frente como siempre lo hacía. Su padrastro estaba en la parte de atrás de la casa, fumando un cigarrillo. Aprovecho el momento para escabullirse y no tener que topárselo. Cerró la puerta con cuidado mientras un viento helado golpeó su rostro. Se alegró de haber cogido su bufanda verde favorita con anterioridad. Se cubrió el cuello con lentitud y metió sus manos en los bolsillos del abrigo azul que llevaba puesto. A pesar de que dejaba a su madre atrás, una parte de sí se alegraba de esas horas en que se alejaba de esa casa. La pesadez que le acompañaba comenzaba a desvanecerse y podía fingir que era otra persona cuando comenzaba a caminar hacia su destino.
Para llegar al instituto podía irse por la avenida principal en bicicleta, pero a Jimin le gustaba caminar. Hacia un par de años que había encontrado un atajo a través de un parque abandonado que tenía juegos oxidados y arboles que crecieron lo suficiente para cubrir los alrededores. Si lo veías de lejos era bastante tétrico, pero a Jimin le gustaba el olor de las hojas y la tierra. Además, nadie pasaba por allí. Podía estar solo y tranquilo al menos por el tiempo que durase el trayecto. Había ocasiones en las que salía mucho antes para sentarse sobre uno de los banquillos viejos que parecía que cualquiera de estos días iba a ceder y hacerse pedazos. Era casi como si se encontrase en una isla en medio de la nada, con la diferencia que no tenía la más mínima intención de ser rescatado.
Pero ese día el lugar que tanto le gustaba no contaba con el aura solitaria que le caracterizaba. Jimin lo noto de inmediato y detuvo su marcha. A un costado, justo en el banquillo viejo que muchas veces le había hecho compañía, había una persona con la cabeza gacha y la cara cubierta por una capucha. Cualquier otro día aquello no le habría sorprendido tanto, tan solo lo hubiese dejado ir para seguir su camino al instituto. Tal vez hubiese maldecido el hecho de que un desconocido había encontrado su lugar secreto, eso si no hubiera identificado de inmediato la silueta que se proyectaba frente a sus ojos.
— ¿Jungkook?
El chico subió la vista. Sus miradas se encontraron. Esta vez su vecino no llevaba el ojo hinchado, pero sí el labio partido. Jimin tragó saliva. No sabía si había estado bien hablarle. Normalmente sus conversaciones eran cortas y se daban a través de la pared que dividía sus casas. Quizá le incomodaría. El mismo se sentía incomodo. No eran amigos. Solo sabían demasiado de la vida del otro por simples coincidencias. Se maldijo en su mente, sentía que había hecho algo mal.
— Hola, vecino —la voz de Jungkook sonaba grave, pero serena, su corazón se escapó un latido—. ¿Vas camino al instituto?
Se sintió aliviado cuando vio a Jungkook sonreír brevemente, pero no pudo evitar notar como la comisura del labio del chico aún tenía sangre brillante. La herida era de hace poco, estaba seguro.
— Sí, ¿tú no deberías estar en camino también?
Jimin no tenía idea de cuál era el instituto al que asistía Jungkook. Con suerte tenía la leve certeza de que tenían la misma edad, pero no quería ser grosero. Era él quien había iniciado esa conversación, por lo tanto, no iba a ser el mismo quien la terminase.
Su vecino estaba vestido con unos vaqueros negros rotos y a pesar del frío que hacía con suerte llevaba una sudadera con capucha que parecía demasiado delgada para el clima. Las manos de Jungkook descansaban en su regazo. Jimin notó de inmediato que los dedos del chico se encontraban rojos. Debía de tener frío. Mucho frío.
— Hoy me tomaré el día —responde Jungkook mientras se lleva ambas manos a la boca y soplaba aire caliente—, mi hermano llegó.
Jimin conocía al hermano de Jungkook. Era mayor y nunca estaba en casa, o al menos él no lo veía a menudo. Por lo que había escuchado de algunas señoras del barrio que siempre parecían saber todo, se decía que estaba en una pandilla o, al menos, frecuentaba gente muy peligrosa y por ello se recomendaba evitar a Jeon Minho. Más de una vez presencio las peleas de ambos hermanos que siempre llegaban a los golpes después de varios gritos. Ahora el estado del labio de su vecino tenía una explicación. Sin embargo, Jimin no dijo nada sobre eso. Por el contrario, su cerebro parecía estar funcionando sin su consentimiento y antes de que pudiera sopesar sus propias palabras se escuchó decir:
— Si tienes frío puedo prestarte mi bufanda.
Su boca se cerró al instante mientras Jungkook ladeaba la cabeza sin quitarle la vista de encima, como lo hizo en el momento en que se conocieron cuando eran niños. Jimin se sintió expuesto. No era de los que se ofrecía a hacer obras de caridad por las personas. La mayor parte del tiempo evitaba a toda costa contactos innecesarios para no tener que cargar con los problemas de los demás. Ya tenía muchos obstáculos en su vida como para agregar más. Por lo mismo había mantenido cierta distancia con su vecino a pesar de la conexión magnética que parecía surgir entre ambos cada vez que se encontraban. Hasta cierto punto le parecía que ese tipo de relación era la ideal. Comprender al otro desde el silencio, limitando el contacto. Se protegían manteniendo la distancia y a la vez se consolaban con la presencia lejana. Pero ese día rompió el pacto. Habló de más. Quizá porque se trataba de Jungkook.
Su vecino después de unos segundos estiró la mano.
— Con este frío no puedo rechazar la oferta.
Las orejas de Jimin estaban rojas, no sabía si era el frío de la mañana o la vergüenza que sentía. Se sacó el pedazo de lana tejida que le cubría el cuello y se lo entregó a su vecino. Por un segundo sintió los dedos de Jungkook. Parecían un hielo. No pudo evitar preguntarse a sí mismo hace cuánto tiempo el chico se encontraba sentado en aquel banquillo mugriento.
Jungkook se envolvió rápidamente con la bufanda y soltó un suspiro de alivio. Se le notaba tranquilo y Jimin no pudo evitar alegrarse un poco de haber podido ayudarle.
— Gracias —dice su vecino—, de verdad gracias.
La complicidad era algo instintivo entre ambos. Era la primera vez que tenían una conversación algo más fluida de lo normal y sin embargo existía una sensación de tranquilidad entre aquellos chicos que ese día martes se encontraron de casualidad.
Entre el silencio y el sonido de las hojas de los arboles chocando contra el viento Jimin recordó que debía llegar al instituto. Ni siquiera tenía claro cuanto tiempo había pasado, pero seguro si apuraba el paso no se ganaría una amonestación por el atraso injustificado. Se sintió un poco decepcionado, pero era hora de volver a la realidad y dejar al chico del labio roto en ese parque abandonado.
— Debo irme —susurró—, tengo clases de matemáticas ahora.
Muchas veces se cuestionó a si mismo qué hubiera pasado si en aquel momento en que se dio vuelta la mano de su vecino no le hubiese alcanzado el abrigo. Quizá su vida no hubiese dado un vuelco, quizá hubiese podido protegerlo. Pero a pesar de que buscaba un sentimiento de arrepentimiento que acompañase esa memoria, la verdad es que Jimin no podía verse a sí mismo tomando otra decisión, no cuando ese día Jungkook pasó a ser parte de su vida y empezó a conocer lo que algunos llamaban esperanza. Como un torbellino destruyendo todo a su paso, ese día el pacto silencioso dio un vuelco estrepitoso.
Los dedos fríos de Jungkook sostenían el final de su abrigo deteniéndolo. Jimin le miró.
— ¿Puedes quedarte, por favor?
Solo unas palabras bastaron. Ni siquiera lo cuestionó. Una parte de su alma sentía que debía quedarse allí. Sin embargo, todo en la vida tiene un costó y eso Jimin lo aprendería.
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