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Capítulo 48

Llevo horas tratando de actualizar, pero Wattpad no me dejaba 😐😐😐. Y para colmo me había borrado el capítulo 😐🔪. Menos mal que siempre guardo copias en documentos.

Me retrasaron un par de días la entrada al trabajo, así que aprovecharé para entre hoy y mañana dejarles el pasado de Jimin y aclarar todas las dudas que vayan quedando. 💜

Jimin

Sin lugar a dudas, hoy ha sido un día en que los viajes y la soledad han constituido mi peor enemigo, han trasladado mi mente a sitios que creí olvidados y han hecho aflorar emociones que voltean mi supuesto autocontrol de cabeza. Mis recuerdos se revuelven incontrolablemente y levantan partículas que, al juntarse, forman un filme que había mantenido enterrado por años.

─━━━⊱✿⊰━━━─

Las ramas de los árboles eran sacudidas por el cálido viento vespertino de verano y las hojas secas volaban por el asfalto mientras caminaba. Iba a casa después del trabajo. Solo pasaba por esa calle cuando me presentaba en un teatro en específico, el Calicó, uno de mis favoritos, no por su estructura que de por sí no difería mucho del resto, sino por la calidez del público y el estridente júbilo con el que siempre me recibían y despedían de escena.

Todo parecía indicar que mi tarde sería como la de cada viernes; caminaría al mismo paso, entraría a la cafetería de siempre, pediría uno de esos capuchinos que tanto me encantaban y me sentaría a beberlo meciéndome en soledad en uno de los columpios localizados bajo el frondoso cerezo del pequeño parque infantil al final de la calzada. El aire era tan fresco allí y el silencio y la tranquilidad tan reconfortantes que siempre optaba por beber mi pequeña dosis diaria de cafeína diluida en leche en ese lugar.

Ese día no hubo frescor en el aire, se había mezclado con nicotina y el silencio y tranquilidad resultaban imposibles de obtener cuando de los labios de un joven muchacho, junto al humo, se desprendían tarareos ininteligibles a un ritmo que solo él parecía capaz de marcar o comprender. Ocupaba uno de los dos sitios bajo las verdes hojas proveedoras de sombra. Era la primera vez que lo veía ahí.

—No deberías estar fumando, eres menor de edad. ¿Cierto?

Algo contrariado por ver a lo que se dedicaba sin pudor en un lugar público y que por su aparente juventud era, obviamente, ilegal, no pude evitar llamarle la atención.

—Y tú no deberías meter esa minúscula nariz donde no la llaman. Métete en tu mierda, no en la mía —respondió con desdén.

—Soy mayor que tú, me debes respeto. —Me acerqué un par de pasos.

—Tiene toda la razón. Discúlpeme, señor desconocido, por requerirle debido a su intromisión. Le ruego que se llene las manos con su excremento y deje el mío inamovible. —Dio una larga calada a su cigarrillo y echó el humo en mi cara—. ¿Complacido? —sonrió triunfal y con sarcasmo.

Y ahí se fue mi buena acción del día de correcto samaritano. ¡Qué gran mierda!

Simplemente apreté mi puño libre al lado de mi cuerpo y con el otro casi desfiguré mi envase de capuchino, mientras el humo se disipaba a mi alrededor. Me tranquilicé mentalmente y le dediqué una sonrisa condescendiente, no iba a ponerme a discutir por algo que, al fin y al cabo, no era de mi incumbencia. Todo era cuestión de obviar esa inmadura falta de respeto e irme.

—Qué tengas buen día. —Hice una pequeña reverencia y me retiré sin mirar atrás, negando con sutiles movimientos de cabeza.

El resto de ese día, por más que traté de alejar ese recuerdo, se repetía una y otra vez, haciendo un amargo trago de enojo bajar por mi garganta; pero lo acabé dejando de lado, solo fue una coincidencia de un día, no podía ni debía alterar mi estado de ánimo por un desafortunado encuentro casual que no se repetiría.

El viernes siguiente, mi panorama se descolocó por segunda vez.

—Mira a quién tenemos aquí: el Señor Sermón. —Otra vez esa voz petulante y ese cigarrillo, eliminando mi sitio de relajación.

Pensé darme la vuelta e ignorarlo, pero, sin entender muy bien el motivo, me terminé sentando en el columpio a su lado, meciéndome suavemente mientras el delicioso sabor de mi café se adueñaba de mis papilas. Cerré los ojos, obviando el hecho de estar siendo escrutado por su mirada, y me mecí como siempre, disfrutando mi estancia. De un momento a otro, el olor del humo se disipó y mi mirada se dirigió sutilmente a la persona a mi lado, había apagado su cigarrillo. Nuestros ojos se encontraron.

—¿A qué juegas, Señor Sermón?

—¿A qué te refieres?

—¿Qué mierda haces aquí sentado conmigo?

—No creas que el mundo gira en torno a ti. Me he sentado a disfrutar de la sombra de este cerezo cada viernes desde hace tanto que no recuerdo. En este último par de semanas, casualmente, has estado aquí —sonreí con suficiencia. Volví a cerrar los ojos y reanudé mi vaivén.

—Vaya, vaya. ¡Qué sorpresa! Veo que esos esponjosos labios pueden ser irónicos y dejar el altruismo de lado.

—¿Has estado mirando mis labios?

—No es mi culpa que los tengas en la cara, como todo el mundo —se burló—. ¿Es eso lo que te preocupa, que me gusten tus labios? —Me miró de arriba abajo—. Porque puedo asegurarte que no es lo único bueno en ti. —Se inclinó hacia atrás y clavó sus ojos en mi trasero.

—¿Estás mirando mis nalgas? —cuestioné, incrédulo por su descaro.

—No reacciones como una adolescente avergonzada. Te garantizo que, a solas, podría hacerle lo innombrable a ese culo y que esa deliciosa boca gimiera mi nombre.

—Créeme, yo sí podría hacer tanto con tu trasero que te dejaría sin voz de tanto gemir —contesté con seguridad y suficiencia.

«Pero, ¡¿qué mierda me pasa?! ¿Por qué no lo reprendo por sus palabras, en lugar de seguirle la corriente?».

—Así que el Señor Sermón puede ser salvaje. Me gusta —sonrió ladino—. ¿Cómo te llamas?

—¿Ahora te interesa? Pensé que te habías encariñado con ese apodo que inventaste.

—Pues, si también te gusta, te quedarás como Señor Sermón

—En ningún momento he dicho que...

Me levanté bruscamente del columpio y me fui a pasos largos y veloces, tratando de alejarme de mi previo desliz y de la extraña chispa de emoción que se encendía en mi interior, instando a seguirle el juego.

El siguiente viernes tomé una ruta diferente para regresar a casa. No pasé por el parque y alejé la creciente curiosidad que arremetía contra mí, trayendo interrogantes relacionadas con la presencia de ese joven desconocido ahí, o la temática de la posible conversación que pudimos haber entablado. Simplemente no era capaz de comprender, ¿por qué tenía que rondar mi mente? No sabía nada de él, ni su nombre.

Ese domingo, recibí una llamada de Hoseok. Nos conocíamos desde hacía ya un tiempo, primero solo de vista y de nombre, durante nuestra época de estudiantes. Coincidimos en una que otra competición y el respeto que generamos el uno por el otro nos llevó a compartir en varias ocasiones en un ambiente informal. Terminamos siendo buenos amigos.

Me invitó a un Dance Public Challenge, o, más bien, me rogó para que le ayudara porque uno de sus miembros había tenido un contratiempo de última hora y no se había podido presentar; necesitaba a alguien que pudiera absorber la coreografía con rapidez suficiente. No era la primera vez que me localizaba para bailar en las calles, no siempre para algo “formal” por decirlo de alguna manera, pero lo hacía seguido. Yo siempre aceptaba, no solo por hacerle el favor, me gustaba mucho la libertad que daban esos espacios, además de que sus coreografías siempre eran divertidas y retadoras.

Esa tarde, fuera de rutina y llena de entretenimiento y adrenalina, ofrecimos una presentación de siete personas en la calle de uno de los distritos comerciales más transitados de la ciudad. Las personas a nuestro alrededor, brindándonos esa cercanía tan distinta a la que se obtenía estando en un escenario; los vítores desordenados y eufóricos ante cada pirueta y movimiento alocado; la compañía y la risa compartida por todos los miembros en sincronía… Fue maravilloso.

—Bueno… Después de esto, creo que ya no puedo seguirte llamando Señor Sermón.

Escuchar esa voz conocida entre los vestigios de aplausos, me permitió localizar a su propietario, que quedaba cada vez más visible entre el personal disipándose. Esos ojos que solo me habían mostrado primero desdén e indiferencia, luego burla, juegos y coqueteos descarados, me encaraban llenos de pura admiración y sin segundas intenciones; sus labios eran adornados por una enorme y sincera sonrisa.

Se acercó a mí y me extendió la mano.

—Min Yoongi.

Dudé un par de segundos y él enarcó una ceja.

—Park Jimin. —Apreté su mano, contestando el saludo.

—Si eres de los chicos de Hoseok, eres de los nuestros. Eres de las calles. Déjame mostrarte nuestro mundo. —Me arrastró por la muñeca con una evidente alegría.

Yo solo me dejé llevar, preguntándome a qué se debía el creciente calor que había despertado en el lugar donde nuestras pieles hacían contacto. A partir de ese instante, mi vida cambió por completo.

Bueno, hasta aquí lo que sería la introducción. Sé que hay muchos que siguen enojados con nuestro pollito, y los entiendo porque yo misma sé que he puesto a JK y a todos ustedes en una situación difícil. Solo espero que con lo que se explica en este capítulo y el siguiente, puedan comprenderlo un poco más.

Chao chan 😘

Hasta la próxima actualización.

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