Algo de bondad todavía quedaba en ella y no podía ser indiferente a eso. Estuvo al lado mío durante toda la recuperación y hasta tuvo paciencia mientras la contemplaba aterrado sin reconocerla, aunque algo no cerraba. Tardé en darme cuenta de que de verdad era ella, pero al mismo tiempo no. Ambos carecíamos de la capacidad de hablarnos, apenas compartíamos un espacio y nos conformábamos con eso, creyendo que era necesario para no morir. Un par de días después nos detuvimos a contemplar el lejano cielo desde el patio y no decíamos una palabra, pero yo estaba seguro de que ambos pensábamos lo mismo. ¿Dónde estaba la luz? ¿Qué había sido del Sol y la vida? ¿Podríamos alguna vez volver a salir de allí? Las paredes eran más altas cada día y la esperanza se volvía en apenas un chiste que alguna vez oí.

¿Qué te había ocurrido, Jessica? ¿Quién te arrebató de nuestro amor? ¿Cuánto más podremos aguantar así?

El hambre nos carcomía sin piedad a cada minuto y yo sabía como terminaría esto. Su piel parecía pudrirse, descascararse y desprenderse más y más con cada día que pasaba y yo ya apenas podía tolerar mantenerme parado. La oscuridad de esa caverna fue tomando cada rincón, ya no se veía casi nada ni dentro ni afuera y era cuestión de tiempo que nos lleve a nosotros también.

El último día que desperté, la pude ver parada al pie de la cama, observándome mientras sus pies rancios se unían con la oscuridad de la casa. Al principio grité su nombre, pero no me atreví a tocarla, ya ni siquiera era humana. Entré en términos con mi destino y con las últimas energías que me quedaban, tomé un vaso de vidrio y me serví un poco del último whisky que bebería antes de ser devorado.