"No hay dolor más grande que recordar la felicidad en tiempos de desgracia"

El Infierno de Dante - Dante Alighieri

Su nombre era Jessica y todavía recuerdo el día que la conocí. Se siente tan lejano, pero perdura en mi mente aquella tarde de otoño que la vi llegar con su morena cabellera arremolinándose al viento, unos ojos grisáceos claros y una sonrisa tan dulce y contagiosa que me produjo vértigo. Vestía una campera azul, jean negro y zapatillas Converse rojas, mentiría si dijese que su aspecto bohemio no me atrajo inmediatamente. Mi querido lector, no podría jamás describir con precisión la explosión de sensaciones que en tan sólo un momento me produjo. Fue el mismísimo instante que cruzamos miradas que supe que la necesitaba. No quiero exagerar y hacerle creer que allí nació un amor obsesivo, por favor, aunque mi vida hasta antes de ese momento parecía haberse retraído a apenas una existencia, un domingo eterno que jamás terminaba y ella lo cambió. No fue a propósito, pero creo que fue mi propia forma de idealizarla la que me devolvió la voluntad de vivir, aunque perseguir un espejismo sólo funcionó por un tiempo.

Normalmente uno escribiría esta clase de confesiones en el deseo y la frustración, pero gracias a probablemente algún cometa de la suerte pasando, o más bien un milagro, el sentimiento rápidamente se volvió mutuo. No era únicamente sexo, ella me intrigaba con cada palabra, era una hipnosis total a la cual estaba sometido. Eventualmente, me entregué a los sentimientos como nunca antes lo había hecho y más allá de que estas palabras esten cargadas de una nostalgia y contemplación tortuosamente notoria, puedo asegurar que esa fue la mejor decisión que tomé en mi vida.