7
Lyra corre al invernadero mientras sus manos intentan atar su desordenado cabello oscuro en una coleta alta y, conforme avanza y se topa con varias chicas no puede evitar escuchar un "gatita" de sus bocas. Frunce el ceño sin comprender, aunque tampoco las dota de mucha importancia. Igual y hablan de las crías de gatos. Quién sabe. Entonces, alguien más le susurra gatita y por girar a ver a Christine no se percata del camino bajo sus pies, cae de bruces y derrapa por la velocidad, apoyándose en las palmas para evitar hacerlo demasiado. Se incorpora hasta quedar sentada sobre sus piernas, tanto las rodillas como las manos le arden, gira las manos hacia el cielo y ve en ellas enormes surcos rojizos. La sangre acude a las heridas un instante después. Arde. Sus ojos pican.
Alza la mirada para encontrarse con las esmeraldas de Grecia.
—Fíjate por dónde vas, gata —le aconseja la rubia y se pone de cuclillas frente a ella, la toma del mentón—. No quisiera tener que pisarte de nuevo. —Entierra su larga uña rojiza en la barbilla de Lyra.
Está tan conmocionada que no es capaz de reaccionar. Sin ser consciente ni poder evitarlo lágrimas traicionaras caen por sus mejillas, Grecia sonríe y entierra las uñas de la mano libre en sus pómulos, como si intentara agarrar una esfera. Lyra se remueve y se percata de que el pequeño público que tuvieron se ha disipado, y los que pasan por accidente o dan media vuelta o fingen no verla.
—Suéltame. —Se supone que es una orden, pero el miedo hace que su voz parezca un graznido.
Grecia ríe y tras ella Christine se acerca con un vaso... que derrama sobre Lyra. Huele mal. Aceite, leche, salsa y no sabe qué mas. Su estómago se contrae. La rubia la suelta ante la posibilidad de mancharse. Las dos chicas ríen una vez más y luego dan media vuelta, dejando a Lyra sucia, maltratada y dolorida. Le lleva varios segundos reaccionar, no puede pensar con claridad.
Se incorpora con lentitud y sacude su ropa. Todavía tiene el Taller de Jardinería. Así que tiene que levantarse. No hay modo en que ella se salte las clases, pero tampoco forma de limpiarse. Se siente frustrada y humillada, tal vez más lo primero por no haberse defendido, por haberse quedado como pavo. Nuevas lágrimas afloran en sus ojos, ahora de impotencia... si tuviera una muda, la situación no sería tan mala. Y eso es lo que más la incordia. El hecho de no encontrar una salida. Se dirige a los servicios, tal vez pueda quitarse algo de la suciedad.
El reflejo que le devuelve el espejo de los lavabos es deplorable. Tiene los párpados hinchados, la nariz roja y el cabello hecho una pasta asquerosa. Se quita el saco y lo moja. Limpiarlo de ese modo maltrata la tela. No obstante, es consciente de que de no hacerlo la mancha no se quitará la siguiente vez que lo lave. Se despoja del moño también, casi no ha sufrido daño, pero igual humedece esas partes en donde cayó la mezcla asquerosa.
No hay mucho que hacer con la camisa, gracias a que la melena de Lyra se llevó la peor parte, el blanco de la prenda sigue casi tan impoluto como al principio. Su falda ha recibido uno que otro chorro. Gime y se resigna a enjuagarse el cabello. Antes de Grecia y Christine iba dos minutos tarde, así que ahora seguro ya va diez. Si se apura tal vez llegue antes de los quince de tolerancia.
Mientras se quita el viscoso líquido no puede contener más lágrimas. No lo entiende. ¿Qué hizo que la condenó tan rápido? ¡Y sin siquiera un aviso! Al menos pudieron darle el reglamento de las sombras, ese al que todo alumno debe cumplir, pero seguro que no es oficial. Así no se sentiría tan mal, tan ingenua y tan tonta.
Cuando termina de quitar los restos, se observa al espejo. Su cabello se inclina hacia la izquierda, pues lo ha volcado hacia ese lado para que el agua le cayera. Escurre y está desordenado. Está peor que al principio. Gruñe molesta y con nuevas ganas de romper a llorar. Muerde la cara interna de su mejilla para evitarlo. Amarra su cabello en un moño alto, como esos que las súper modelos suelen hacerse en su intento de pasar por fodongas... Y las condenadas no hacen más que verse perfectas. Por supuesto, a ella no le queda igual, pero al menos disimula un poco la debacle que es.
Sale de los servicios. Los pasillos ahora están solos. Suspira aliviada y camina hacia el invernadero. No corre, tiene miedo. Aunque no lo quiera admitir. A unos varios metros de entrar al edificio ve a Tristan salir y caminar en su dirección, lleva una cámara en sus manos. Su primer instinto es ocultarse; sin embargo, se contiene. Lyra lo ignora, alza el mentón y continúa recto. Su plan es pasar como si él no valiera más que una mosca. Tristan no respeta sus intenciones y se coloca frente a ella, cortándole el paso.
—¿Cómo estás, Lyra? —Tiene una sonrisa enorme y enfoca la lente hacia ella.
Frunce el ceño y alza la mirada hasta sus ojos castaños, el chico borra su expresión y baja la cámara, después de haber tomado varias fotos. Lyra siente náuseas y desea exigirle que borre las capturas, pero sabe que de hacerlo solo insuflará las ganas del chico por publicarlas.
Verlo solo le recuerda la maldad que le hizo, mentirle sobre el tiempo libre en el invernadero. Él es novio de Grecia, no hay forma de que no estén juntos también en eso.
—¿Estás bien?
—Lo estoy —responde mordaz—. ¿Y tú?
Tristan parpadea perplejo ante la fuerza en sus palabras, sabiendo que son todo menos una de pregunta de cortesía. Sus ojos la recorren con celeridad, carga el saco en una mano, está húmedo al igual que su cabello y... Tristan inspira profundo, Lyra despide un olor extraño.
—¿Segura?
—Sí.
—¿Necesitas ayuda? ¿Algo? —inquiere con gentileza.
Desconoce qué la tiene como está, pero si algo puede hacer, no dudará en apoyarla.
—Sí. —Los ojos de Lyra se iluminan y Tristan siente lo que todo caballero debe sentir al ayudar a una damisela en apuros, quien ahora entiende por qué lo hacen, no hay virtud en ello sino mera egolatría. Lyra corta su ilusión demasiado rápido al añadir—: que te quites de mi camino. —El brillo en sus enormes ojos de la chica se apaga a la par que la voz se llena de fastidio.
Tristan está desconcertado, por un instante... ¿Es posible fingir semejante inocencia y luego convertirla en algo tan sórdido? No. Sí. La malinterpretó. No. No sabe qué pensar. Se hace a un lado y la observa retomar su camino; sin embargo, Lyra se detiene a solo dos pasos. La chica voltea y Tristan aguarda sin saber exactamente qué.
—El Taller de Jardinería es perfecto —comenta con una genuina sonrisa.
Él la imita ajeno a las verdaderas intenciones de Lyra, le alegra que le haya gustado. Tristan se había planteado unirse solo por el tiempo libre y el no tener que pensar y buscar, pero al final decantó por fotografía. Cliquear era fácil también y se ensuciaba menos.
—Me alegra.
La sonrisa de Lyra se apaga de inmediato, él no la entiende. La sesación de perderse los segundos más valiosos de una película, esos en donde la trama se resuelve, lo invade de nuevo. La ve alejarse por unos segundos más... Luego da media vuelta y retoma su camino.
Lyra entra al edificio E. Refunfuña a la par que imagina todos los escenarios posibles en los que Tristan puede usar las fotografías. ¿Las subirá a internet? ¿La exhibirá como en la galería bajo el título "Payaso del año"? De solo pensarlo su sangre hierve... Y aún así, algo dentro de ella le dice que no lo hará, al menos no bajo ese nombre.
Entra al invernadero y la imagen que la recibe le brinda cierta calidez que no sabía fuera posible. Se debe a la normalidad en él y a la manera en que cada uno parece estar solo preocupado por sus asuntos y no molesta a nadie más. Avery voltea hacia ella, pero Lyra agacha la mirada y se apresura a continuar con las plantas que son su proyecto. Unos minutos después, la figura del profesor se materializa a su lado. Lyra se resigna a ser regañada o condicionada o lo que sea que hicieran en esa escuela a los alumnos impuntuales.
—Fingiremos esta ocasión que no has llegado tarde —dijo su profesor—, ¿de acuerdo?
Lyra alza la mirada hacia él. No la está reprendiendo, por el contrario...
—Gra-gracias —tartamudea.
Y su superior esboza una tímida sonrisa, entonces se coloca los guantes de trabajo y la ayuda con las tareas. Lo hacen en silencio hasta que ella, sobrecogida por su actitud y bondad, suelta un gimoteo. Daimond clava sus enormes ojos de venado en ella, se incorpora y Lyra piensa que se marchará y le permitirá recomponerse en privado.
—Señorita McTavish, acompáñeme por más materiales a la bodega, por favor.
Asiente, se endereza y sigue al profesor a través del invernadero hasta un pequeño solario. Frunce el ceño, esa no es ninguna bodega.
—Pensé que necesitarías unos segundos a solas —explica Daimond—, puedes quedarte aquí por el resto de la clase. Limpia las macetas y asegúrate de regarlas.
Un nudo se ha instalado en su garganta que le impide agradecerle. ¿Cómo?
—Si te sirve de consuelo, no eres el único blanco.
Lyra alza la mirada hacia él, sus ojos de venado refulgen.
—Como cada generación hay varios becados. Los padres se opusieron como era de esperarse, no hay vez en que no lo hagan. —El profesor acaricia una palma de maceta como si lo hiciera con un minino—. Es natural que los chicos imiten sus acciones.
—Habla de ellos como si fueran niños, y no lo son —refuta, resentida.
Daimond posee la gentileza de brindarle un momento a solas, pero no el coraje de detener los abusos que como se va enterando no es la única que los sufre.
—Lo sé, pero tampoco es que pueda hacer algo.
Lyra se pregunta si el profesor está usando el verbo poder como sinónimo del de querer.
—¿Qué no puede hacer algo? —inquiere enojada—. ¡Es el profesor!
—Soy un profesor —la corrige sin amonestarla por haber subido la voz—. Y los docentes trabajamos para ellos.
Bufa, su rostro está seco ahora. Descubre que estar enojada con alguien hace que sus lágrimas se evaporen.
—Gracias —repite, después de todo le ha otorgado algo de paz.
—Pronto pasará. —Daimond se devuelve al invernadero mayor.
La soledad le permite digerir mejor sus emociones. Sigue molesta, sin duda y también se siente humillada, pero la compañía del silencio resulta ser la idónea para asimilar lo que acaba de pasarle. Ahora comprende que los celos de Grecia y las miradas fulminantes que Christine le dirige a la primera oportunidad no son especialmente contra ella, sino contra los de su clase. No sabe si eso es peor. ¿La gente rica puede odiar a los pobres? No le ve sentido. ¿No acaso por los segundos los primeros son acaudalados?
El tiempo pasa, por suerte, sobre las paredes cuelga otro reloj y no tiene necesidad de usar el teléfono para saber la hora en la que tiene que retirarse. Se quita los guantes y los guarda en su sitio antes de abandonar el taller. Aún queda la práctica de vóley. La verdad no se siente con ánimos, pero se obliga a ir.
Al llegar, Diana agita su mano, saludándola. Lyra se apresura a los vestidores para después unirse a ella.
—Lo lamento —dice por llegar unos minutos después.
—No te preocupes. ¿Qué le pasó a tu cabello?
—Hacía algo de calor y le cayó tierra —miente—. El pretexto perfecto para mojarlo.
Si Diana no le cree, no hace gesto que la delate. Aunque no lo necesita, sabe de sobra que es la peor mentira que ha argüido hasta ahora.
El entrenador hace sonar el silbato, es tiempo de correr. Una hora después, resuella. Tal vez debería revisar las políticas de cambio de los clubes. Acepta lo sucedido con Tristan y el Taller de Jardinería, pero no está segura de poder resistir con el de vóley. Es demasiado.
—Cuando seas parte del representativo, tendrás un número. ¿Has pensado en cuál te gustaría? —inquiere su compañera a la par que se sienta a su lado.
Tal vez debería comenzar a considerarla amiga... Gime, Diana acaba de recordarle la razón por la que se ha enlistado. Bebe agua con celeridad y se levanta, dispuesta a continuar sudando como si lloviera en su cara.
—No. ¿Cuál es el tuyo?
—Tres.
—¿Tres?
—Es el mejor número —dice como si no fuera obvio y le sonríe.
Cuando al fin concluye su tortura en forma de práctica, no puede sino agradecer al agua que la refresca en las duchas. Se lava los restos de la salsa Grecia y siente que, de algún modo al caer el agua, un parte de sus emociones se resbalan a la par. Suspira y disfruta del momento, ahora con un doble significado.
—¿Quieres venir a comer a mi casa? —Diana la invita de repente desde la ducha contigua.
Lyra se lo piensa un instante.
—Podemos estudiar un poco de biología también, alguien me dijo que habría un examen sorpresa.
—¡¿Qué?! —¿Por qué ella no sabía nada?
—Comemos y estudiamos, ¿qué dices?
Phoebe no está en casa y sabe que tampoco le molestaría que Lyra coma con una amiga.
—Me parece bien.
Una vez estuvieron aseadas, se encaminaron al estacionamiento en donde, por supuesto, esperaba el auto negro de la primera vez. La puerta del piloto se abre de inmediato y sale uno de los guardias de Diana, tiene ojos verdes, les abre la cajuela y coge la maleta de su amiga.
—De vez en cuando me gusta conducir —dice Diana y azuza a Lyra a meter su maleta con la suya—. Elijah, hoy irás atrás.
El hombre asiente y entonces abordan.
Diana le habla de mil cosas que apenas puede digerir, le cuenta de la vez en que su hermano perdió las llaves de su primer auto en una borrachera, le cuenta sobre el viaje que hizo a Italia y también le habla de sus mascotas. Es quizá el último tema al único que presta verdadera atención. Tiene dos chihuahuas. Ella los cuida y baña.
Como era de esperarse, Diana conduce hasta la zona elitista de la ciudad. Se detiene en una casa de aspecto elegante y anguloso. La puerta se abre sin necesidad de que llame. Entran y lo primero que observa es un jardín cuyo césped está cortado casi con regla y una pequeña fuente que discurre por las orillas.
Diana la invita a entrar a la casa como tal. Lyra ahoga el sonido de su admiración y carraspea. Una señora mayor se apresura a darle la bienvenida y abraza a Diana, por un segundo cree que es su madre.
—Te presento a Flor, mi nana —dice su amiga.
—Mucho gusto.
—El gusto es mío. ¿Tienen hambre? Les serviré de inmediato la comida. —Voltea hacia Diana—. Tu hermano está comiendo, podrían hacerle compañía.
—Gracias, nana. Vamos para allá.
Se encaminan al comedor. Ni bien entra, el alma de Lyra cae a sus pies. Aarón, el matón de ojos grises, se encuentra en él.
—Creo que no te he presentado a mi hermano oficialmente —dice Diana ajena al pulso acelerado de Lyra.
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