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6



Lyra camina por los pasillos de la escuela, la siguiente clase está por comenzar y escoge el mismo asiento de siempre. En medio, pero más hacia las ventanas. Estar en el centro en clase le permite ser solo una más del montón. Comparte esa clase con Diana, quien de hecho está sentada a unas filas delante de ella. En ese instante, la chica voltea y le sonríe. Lyra devuelve el gesto y sabe lo que significa, esa tarde se tendrá que quedar a entrenar. Se da cuenta de que entre más cosas quiera añadir a su carta de presentación, menos tiempo libre tendrá. Bien, no importa. No necesita tiempo libre.

Las horas pasan hasta que llega el receso, en esa ocasión decide salir del edificio a comer. Escoge una mesa retirada, una que le pueda proveer algo de paz. En el camino se percata de que el círculo de los populares está reunido una vez más. Cuando una mirada gris la descubre a medio escrutinio, su cuerpo se estremece. Parte de ella sabe que no podrá evitar encontrarse con él una vez más, y tarde o temprano las fotografías y sus actos tendrán consecuencias, o eso espera.

Se acomoda a la mesa y se lleva el primer bocado de carne a la boca.

—¡Hola!

Se esfuerza en sonreír. Es Diana y se acerca con una atípica bandeja de comida, está más cargada que la de Lyra, claro que la de ella es la ración para becados. Sin embargo, la mayor fracción de asombro se debe a que Diana siempre tiene por comida un jugo verde. Se acomoda frente a ella. Comen en silencio solo por unos segundos.

—¿Sabes quiénes son los príncipes, Diana? —interroga Lyra con toda la inocencia que es capaz de fingir.

Los ojos castaños que antes la veían con calidez, ahora lo hacen con recelo.

—¿Quién te habló de los príncipes? —pregunta en lugar de contestar.

—Lo escuché por allí.

Por supuesto, a Diana no le gusta su respuesta. Sin embargo, lo deja estar, limpia su boca con elegancia y coloca la servilleta a un costado de su plato.

—Es... como suelen llamar a los que... están un poco por encima que el resto, ya sabes. A los populares. —Hace un mohín—. Pero no tienes que preocuparte por ellos, son tan narcisistas que apenas se percatan de los que están a su alrededor.

Lyra entiende que la lista no se crea solo por popularidad. El factor principal es el tamaño de las billeteras.

—¿Y quiénes pertenecen a él? —continúa.

—No tiene caso que hablemos de ello —contesta—, seguro que con echarle un ojo a las mesas los ubicas.

Asiente y obedece. Los ubica sin demora.

—La morena de rizos es Christine Ferguson. Su familia está emparentada con la realeza británica —informa Diana y se lleva un trozo de verdura a la boca.

Lyra vuelve la mirada de par en par.

—¿Qué?

—Sí. —Diana rueda los ojos—. No es gran cosa, serán los primos en cuarto o quinto grado, qué sé yo. —Apunta el índice hacia la mesa, Lyra regresa la mirada—. El otro es Aarón, el de pelo negro. Le sigue Erik y luego están los eternos enamorados: Tristán y Grecia.

Hace un gesto de comprensión, entonces regresa la mirada a su amiga y continúa con su comida.

—Como dije no tienes que preocuparte por ellos... —murmura y luego añade con cierto pesar—: en tanto no los molestes.

Lyra quiere preguntar exactamente a qué se refiere con no molestarlos porque... el primer día tuvo un encuentro con Christine, en los siguientes con Erik y Grecia. De pronto, cae en la cuenta de que cada día que pasó se fue atando una soga de la que ni siquiera era consciente. El encuentro con Tristan la hace sonreír, tendrá una novia de mal carácter, pero él fue tan amable que es imposible para Lyra pensar mal de él.

Quizá esa es la razón por la que están juntos. Los opuestos se atraen. Lyra piensa en esa regla por segundos. Nunca la ha entendido y sigue sin hacerlo. En su cabeza no puede conciliar la idea de una feminista teniendo como pareja a un machista. Esos son opuestos y esa unión parece a todas luces imposible. Además, si fuera el caso, Lyra se pregunta qué clase de persona estaría reservada para ella que no es honesta, pero tampoco mentirosa.

Cuando el timbre suena anunciando el fin del receso, Lyra y Diana recogen sus bandejas y las depositan en su sitio a la par que tiran los restos. Diana se despide con una gran sonrisa que Lyra no tiene más remedio que corresponder.

El resto del día pasa sin mucho ajetreo. Hasta que llega el momento de correr al club artístico. Lyra se decidió por jardinería. El hecho de tener un poco de tiempo libre la ayudaría a conservar sus notas altas y a tener un buen rendimiento en el club deportivo. Es el primer día y los han citado en el invernadero principal.

Está compuesto en esencia por rosas y también otras flores solo que en menor proporción. El perfume enmascara perfectamente el olor a fertilizante y demás aditivos, Lyra se pasea por los pequeños corredores y hunde las falanges en las macetas. Entonces, llega el profesor y su voz la obliga a reagruparse.

—Buenas tardes, mi nombre Daimond Admarie y yo...

Es el docente más joven que hasta ahora ha visto. No tendrá ni treinta, y si los tiene será que usa muchas cremas para mantener esa tersura en la piel o qué, porque Lyra no le ve ni un solo signo de envejecimiento. Tampoco es coreano para pensar que ha sido bendecido por los genes. Casi quiere acercarse solo para comprobar que es así de joven y sí, así de guapo. Tal vez es esto lo que roba su atención y la aleja de sus palabras de presentación. Tiene una mirada enigmática que hace resaltar sus ojos en ese rostro de mandíbula fuerte. Lyra da un respingo cuando él posa su mirada en ella. La mira como si esperara algo.

—Creo que no escuché lo último —murmura avergonzada.

Da gracias al cielo que poderes como la telepatía solo existan en el mundo de la ficción.

—Pregunté por qué eligieron jardinería.

—El lenguaje de las flores —responde ipso facto con voz segura.

Es alguna tontería que un día leyó por internet, pero es mejor que decir que por la fama de tiempo libre que tiene el taller. Los ojos marrones la miran por un breve instante sorprendidos, luego se recompone.

—Qué lástima —responde el profesor sin creerle—. Este taller se caracteriza por la infinita paz que brinda a los estudiantes, en otras palabras, por el tiempo libre que creen que tendrán. Déjame probártelo, son todos de primer grado, ¿no es así?

Hay un asentimiento general. Lyra está perdida, no comprende a qué se refiere el profesor con querer demostrárselo y se encoge en su sitio a la espera de que la reprimenda cobre sentido, solo que... no llega, porque la pelirroja de antes arriba entre resuellos.

—Lo lamento —dice—, pensé que el taller empezaba mañana —explica.

—Será mejor que revise una vez más su horario, señorita Jacan —la amonesta—, ¿está segura de que es este el lugar correcto?

—No volverá a ocurrir.

El profesor asiente y ella se une al grupo en donde yace Lyra. Una vez la pelirroja se une, Lyra cae en la cuenta de cuán pocos conforman la clase. Apenas siete individuos, y eso contando al profesor. Frunce el ceño. No obstante, no tiene oportunidad de cuestionar dónde está el resto. Debería haber más gente. Minutos después lo descubre.

Resulta que el taller de jardinería es todo menos tranquilo. Tienen que ensuciarse las manos, cargar tierra, macetas, mezclar fertilizante, mudar a las plantas de recipientes, comprobar la humedad de sus hojas y demás... No hay nada de tiempo libre en él. No silencio ni respiraciones profundas para relajarse en contacto con la naturaleza. Observa a la pelirroja acercarse y Lyra se apresura a vaciar a meter la planta en sus manos en la maceta.

—No puedes depositar las raíces al fondo de la vasija —la corrige y le quita la planta que segundos antes yacía en manos de Lyra.

—¿Por qué no? El profesor dijo que debíamos cambiarla porque ya estaba muy grande para esa maceta...

—Sí, pero necesita una cama de tierra primero.

La pelirroja toma las riendas de la situación, comienza a trabajar con destreza y a aflojar la tierra, le vierte también algunos de los polvos mágicos —como Lyra ha decidido llamar a los aditivos— que el profesor les dio.

—¿Cómo te llamas? —pregunta mientras la ve trabajar.

—Avery —responde la pelirroja sin despegar los ojos de las plantas.

—¿También te engañaron? —inquiere en un susurro.

—¿Qué? ¿Engañarme? —Detiene el proceso y vira para clavar sus ojos en ella, luego regresa a su labor.

Se encoge de hombros, con Lyra lo hicieron... en parte, porque no se queja de estar rodeada de plantas en lugar de personas que la miran por encima del hombro. Aunque para ser honesta, Lyra no lo habría elegido en primer lugar de haber sabido la verdad. Así que en ese momento lo único que está haciendo es verle el lado amable a la situación.

—Me gustan la jardinería —comparte la pelirroja—. Mi padre trabaja con ellas, así que tal vez por eso me siento atraída.

—¿Es agricultor? —inquiere sin pensar.

Avery suelta una carcajada y niega en rotundo. Lyra se percata de que de verdad para la pelirroja es algo impensable. L agricultura se encuentra muy lejos de su mundo. Sufre de un acceso de vergüenza, nadie es como ella, situaciones que para Lyra podrían ser el pan de cada día para ellos sería una pesadilla. Una muy fea.

—No —contesta después de que su risa mengüe—. Es científico, intenta potenciar la capacidad regenerativa que tienen y traspasarla a los mamíferos.

—Entiendo.

—Pásame el bulto azul de allá —le indica Avery.

Asiente feliz de ser útil. Luego de eso, un prolongado silencio las embarga. La pelirroja se concentra en la tarea y Lyra se bebe el conocimiento que le está dando. La próxima vez será capaz de hacerlo sola.

—Gracias —suelta Avery al final de su labor.

Lyra frunce el ceño, ha sido ella quien la ayudó, debería ser al revés. La chica lee su desconcierto.

—Por lo que hiciste aquella tarde.

Las imágenes del matón y Avery inundan su cabeza y el celular en su bolsillo de repente incrementa su peso, recordándole los secretos en forma de fotografías que resguarda.

—No fue nada. —Niega para restarle importancia al asunto y sin querer sus ojos viajan hasta el pecho de la pelirroja.

Las mejillas de Lyra se sonrojan y se apresura a volver a los ojos de Avery, pero es demasiado tarde. Sus ojos marrones están adornados por un ceño fruncido.

—¿Hablaste con los profesores? —interroga Lyra con el fin de desviar la atención de su desliz—. ¿O con alguien de confianza?

Avery bufa.

—Sí, se lo conté a mi diario —responde mordaz y se aleja.

—Deberías, eso es acoso. —La sigue—. Acoso sexual.

—¿Y tú? —Avery se da la vuelta y la encara, pone las manos en jarras.

—¿Yo?

—¿Le contaste a alguien que Grecia te estampó la cara en el casillero?

Sus palabras son golpes al pecho. Retrocede un minúsculo paso, pero sabe que la pelirroja la reconoce como vencida. Lyra no puede dar discursos de moralidad si ella no es capaz de seguir sus propias palabras.

—Es diferente —repone.

Avery asiente repetidamente y finge pensarlo.

—Tienes razón, lo mío era consensuado, lo tuyo una agresión.

La pelirroja da media vuelta y la deja con el corazón agitado, trepidándole con furor.

¿Consensuado? El estómago de Lyra se aprieta y de súbito el olor de los polvos mágicos es demasiado fuerte como para que lo tolere. Corre al baño y vuelca la mitad de su comida.

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