40
Cuando Diana entra a su habitación un profundo olor a rosas la invade. No le es difícil encontrar el origen, hay un pequeño florero a rebosar de las flores. Rojas como la sangre y frescas como la mañana. Por alguna extraña razón, no puede evitar pensar en que están muertas en vida... Se han separado del tallo, pero todavía conservan la apariencia de las que no. Sale de su habitación para agradecerle a su nana por el detalle.
—Oh, mi niña, no he sido yo. A lo mejor fue Roxana.
Roxana es la otra señora que ayuda con la limpieza de la casa.
—Ah, claro, iré a darle las gracias —miente.
Finge ir a la cocina a agradecerle, pero en realidad toma una manzana para comer. Diana sabe que, si no ha sido su nada, entonces fueron Baris y Elijah. No quiere lidiar con ellos. Le da un mordisco al fruto antes de volver a su habitación y disfrutar un rato más del detalle. Verlo la engaña y esa mentira le sabe dulce...
Es interesante, piensa, cómo las personas pese a ser conscientes de las mentiras, las eligen por lo bien que las hace sentir, o por el dolor que le evitan. Es interesante y lamentable casi a partes iguales, ¿cómo puede alguien permitirse eso? No lo sabe. Ella misma lo hace ahora mismo, elige pensar que han sido amables con ella porque la aprecian, de algún modo, y no porque ha dejado de calentarles la cama.
Su hermano llega a la casa varias horas después, Diana es consciente de que por las tardes Aaron no tiene buenas compañías y no sabe qué hacer. No sabe cómo proceder ni cómo ayudarlo. Quiere proteger a su hermano, pero él ya no es un niño y abordar el tema podría tener efectos contrarios a los que busca. Se siente sola.
Se acomoda bocarriba antes de permitirles a los recuerdos robarla. Una escena en específico viene a su mente, esa en donde en un parque un niño había tenido la osadía de tirarla al suelo todo porque Diana se había negado a cederle el columpio que ella usaba en ese instante. Diana había empezado a llorar inmediatamente después, lo recuerda bien; sin embargo, el llanto no había sido porque la caída doliera sino por la humillación de estar en el suelo. Luego, apenas unos segundos después, Aaron llegó a tirar al niño que lo había hecho con ella.
Ríe sin separar los labios. Puede haber sido una nimiedad, pero para ella fue un acto heroico. Aaron la defendió de los malos. Diana suspira y se pregunta cómo actuar, ella también quisiera salvar a su hermano de los malos. Por ensalmo, un par de toques tienen lugar en su puerta y admite con pesar y culpa que por unas horas será capaz de olvidarse de todo que no sea el palpitar de tres corazones juntos.
La manía de Aaron de ver a Lyra a la distancia no se ha ido y duda mucho de que ocurra. La observa a consciencia, desde el brillo de su cabello hasta las arrugas en su falda. De pronto, ella ríe y él sufre de un tirón en el pecho, uno que se conecta con su corazón y no comprende. Sin embargo, no despega sus ojos de la chica, no lo hace incluso cuando es Erik quien está a su lado.
Bufa y un nuevo sentimiento tiene lugar en su interior. Es caliente y corrosivo, ¿qué hace él con ella? ¿Por qué quiere tener el mismo juguete que él? Aaron no lo comprende, pero sin duda no está dispuesto a perder contra el rubio. De forma inopinada, Erik le roba un beso a Lyra, uno que apenas tiene la duración de una milésima de segundo, pero cuyo contacto es innegable, Aaron se levanta dispuesto a golpearlo y defenderla en cuanto ella se manifieste molesta y ofendida. A ella no le gusta ser besada, ni mucho menos tocada.
No obstante, no lo hace.
No lo hace y Aaron no comprende.
¿Qué hay de diferente entre Erik y él? ¿Por qué con el rubio sí y con él no?
Aarón la toma de las muñecas, Lyra forcejea y lo empuja con todo lo que tiene, el muchacho retrocede solo unos centímetros y a sus labios asoma una mueca burlona. Lyra sabía de antemano que Aaron era más fuerte que ella, aun así, no pudo evitarlo. Necesitaba defenderse. Necesita pelear.
—¿Por qué haces esto? —inquiere casi con la voz rota.
No puede creerlo, no quiere creerlo. Pensaba que habían avanzado, ahora cae en la cuenta de que era mentira.
—Te necesito.
—No, no lo haces, no de esta manera.
Aaron ríe y sus pupilas parecen ampliarse. El gesto no muestra alevosía o burla, sino más bien dolor.
—Los monstruos también merecen amor —susurra McTavish—, pero solo si están dispuestos a ganárselo.
El semblante del muchacho parece relajarse solo un poco. Esas palabras han sido adrede. Lyra sabe lo que ha hecho, traer a colación palabras de un momento vulnerable para intentar debilitarlo en una situación donde él está siendo el matón. Sin embargo, el chico de ojos grises parece percatarse.
—Así que la gatita finalmente ha recordado que tiene garras.
—No soy ninguna gata —responde Lyra con dificultad a la par que intenta de nuevo liberar sus manos.
—¿Perra, entonces?
Jadea. No hace por responder, es una pérdida de energía y tiempo; por lo que se concentra en liberarse. El cuerpo de Aarón la tiene contra la pared así que no le es posible patearlo. En un solo movimiento, el muchacho logra hacerse con sus dos muñecas y las sujeta por encima de su cabeza. Lyra se siente más vulnerable que nunca y pelea con mayor ahínco. El miedo ya anida en su corazón.
Aarón se aleja unos milímetros, apenas los suficientes para que pueda hundir la rodilla entre sus piernas, el roce obsceno hace que su corazón se estruje. De pronto, la sensación de ser una persona sucia la invade, como si ella se hubiera buscado la situación en donde se encuentra. Lyra ahoga un gemido de consternación que su abusador malinterpreta y con la mano libre comienza a desabotonarle la camisa, parte de sus pechos son revelados.
—Suéltame o te acuso con la administración —amenaza.
Son palabras al aire, lo sabe bien, pues incluso de hacerlo los directivos crearían que miente y... qué es la palabra de una don nadie comparada con la de un príncipe.
—¿Otra vez con eso?
Aarón acerca su boca a su cuello, pero antes de que pueda entrar en contacto con su piel una ráfaga pasa frente a los ojos de Lyra y lo empuja. Aarón termina en el suelo sobre su lado derecho.
—¿Qué mierda te pasa? —grita colérica Diana.
Las fosas nasales de su amiga se contraen y expanden a la par que su respiración forzada. Nunca había visto a su amiga enojada. El hermano de Diana se levanta con parsimonia y se sacude la ropa con una lentitud que haría rabiar al ser más paciente del mundo, la situación en la que se encuentran no es la mejor. Sus pupilas están dilatadas y ve a Lyra con una sonrisa que promete represalias. Ella comienza a acomodarse la ropa. Entonces, la actitud calmada del muchacho se esfuma y coge a su hermana por los hombros, la empotra en la pared.
—¿Qué mierda te pasa a ti? —inquiere Aarón a la par que el golpe tiene lugar.
Diana parpadea tres veces seguidas, desconcertada. Ese no es el hermano con el que creció. Lo empuja, pero Aarón es más fuerte y no sufre daño alguno.
—Estás enfermo —dice una vez más Diana.
Su hermano bufa y la deja ir, Lyra lee sus intenciones y antes de que pueda correr por ayuda el muchacho la toma de la muñeca y la somete como hace unos minutos. Diana forcejea desde un costado, intentando liberar a Lyra. El ajetreo comienza a ser demasiado para Aarón, su cabeza palpita y los chillidos de su hermana no hacen más que intensificar la molestia. Da un manotazo para deshacerse de ella... solo que su dorso ha encontrado más piel al final del movimiento en lugar de solo aire. Voltea a ver a su hermana y se olvida de Lyra.
Diana está en el suelo con una mano sobre la mejilla en donde Aarón ha golpeado, se incorpora de inmediato, furibunda y herida a partes iguales. Sus ojos brillan. Son lágrimas. Quizá de reflejo, quizá de decepción o miedo, no lo sabe.
—Vete de aquí. —Lo empuja—. Maldita sea, Aarón, lárgate.
Por un instante Lyra teme que el muchacho se quede, pero al final termina por obedecer a su hermana. Una vez lo pierde de vista, el peso de lo ocurrido cae sobre sus hombros. Se reacomoda una vez más la falda y la camisa.
—Lo siento —dice sin comprender muy bien la necesidad que la urge a disculparse con Diana.
—¿De qué hablas, Lyra? —Su amiga la envuelve en sus brazos y la aprieta como si temiera que se rompiera—. No ha sido tu culpa.
Lyra lo sabe, sabe bien que ella no tuvo nada que ver, pero de alguna manera siente que es su culpa, que por ella Diana tendrá un moretón en su precioso rostro. Suelta a llorar por lo cerca que estuvo todo.
—¿Es la primera vez?
Niega. Un silencio incómodo las envuelve. Tal vez Lyra no debió ser honesta. Este era el mejor momento para mentir y no lo ha hecho. Tonta. Tonta. Tonta.
—Solo... ¿puedo pedirte un favor, Lyra?
Asiente, aun si su corazón late temeroso. Le pedirá que guarde el secreto, lo ha guardado hasta ese momento, qué más da. Por Diana callaría todo.
—¿Podrías no contar esto a la dirección? —pide.
Las lágrimas de Lyra incrementan.
—Oh, no, no, Lyra. No me malentiendas. Prometo que lo solucionaré —se apresura a aclarar su amiga—, y si mañana Aarón todavía está en esta escuela entonces yo te acompañaré a denunciarlo con el director.
Ve el video por enésima vez y entonces las palabras de Luka vienen a su cabeza. Suspira y mira hacia el alto techo de su habitación, más de siete metros de distancia entre él y el diseño. Intenta perderse en el color blanco, en los relieves en forma de arabescos y en los tonos dorados que tienen cada tanto, pero no lo logra. Pasados unos minutos necesita salir y gritar lo que su corazón calla.
Aprieta el celular en sus manos y toma una decisión. Mejor saber que vivir engañado, mejor la verdad dolorosa que una mentira no piadosa. Mycroft ha llegado a la conclusión de que hay cierta liberación en la verdad, que incluso si las palabras son hirientes no hay mejor dolor que ese que te limpia de cargas que consciente o inconscientemente se llevan a cuestas. Se repite eso tres veces antes de salir de casa. Va a la de Erik.
Encontrar a Erik en su casa con no mayor compañía que las personas de servicio no es una novedad, de hecho, es algo que aplica en ambas direcciones. Mycroft pasa el umbral sin mayor dificultad y va hasta el ala de Erik. Encuentra a su mejor amigo en una pequeña cámara destinada a sus dibujos. Practica varias técnicas, aunque sin duda la que mejor se le da es la acuarela. Su corazón da un revés al ver los dibujos que decoran las paredes. Esto es grave, peor de lo que pensó.
—¿Tus padres han venido alguna vez?
—Estuvieron aquí hace quince días —murmura sin despegar la vista del cuadernillo—. ¿O te refieres a esta habitación?
—A lo segundo.
—No, en realidad no. —Alza la vista y sus ojos recorren las paredes.
—¿Estos estarán exhibidos?
Erik ríe.
—No —responde y Mycroft puede sentir el alivio recorrer sus venas—. Las de la exhibición ya se encuentran en la escuela.
Oh, no.
—¿Y son también de Lyra?
—Dos son tuyas —confirma.
Ahora, Mycroft se encuentra en una situación peor. Ahora es amigo y enemigo a un mismo tiempo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro