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39



La culpa carcome a Mycroft y su celular es pesado como el plomo. Tiene en sus manos un arma que no está seguro de usar y que desconoce, además, si es correcto emplearla. Dicen por allí que, si las palabras no aportarán nada bueno, lo mejor es callar. Sin embargo, la situación de Mycroft no es tan sencilla. Las cosas nunca son blanco y negro como para poder diferenciar sin dudarlo... Lo suyo es gris, gris en el punto medio entre un extremo y otro. Sus palabras otorgarían verdad, y la verdad por sí sola no puede ser dañina, pero la suya lo es, es una verdad dolorosa y es tan fuerte el pesar que incluso él lo siente.

—Sigues sin decidirte... —Luka acaricia su cabello con suavidad y su voz imita el compás.

Están su casa, en su habitación y semiacostados en un sofá, aunque quizá lo correcto sería decir que es solo Arys quien está en el sofá ya que Mycroft tiene la mitad del cuerpo sobre el basquetbolista, apoyando la mejilla derecha en su pecho y rodeándolo con los brazos. Le gusta la intimidad del momento, aun si no han hecho el amor, eso no le preocupa, aunque sin duda lo desea. De momento, es feliz con lo que experimenta. Paz y cariño.

—No.

—¿Quieres saber qué opino yo?

Mycroft se incorpora un poco, apenas lo suficiente para verlo a los ojos. Asiente temeroso.

—Preferiría saber que me eres infiel que vivir engañado.

Sus palabras le perforan el pecho. Él nunca haría eso. Nunca. ¿Por qué echaría a perder lo que ha deseado con fervor por años? No tiene ningún sentido. Se lo debe explicar.

—Jamás...

—Extrapolamos su relación a la nuestra —explica, robándole la oportunidad a Myke; y luego para probar su punto pregunta—: ¿no te gustaría saber si eres un cornudo?

Eso logra enfriar por completo su sangre, se levanta hasta quedar sentado sobre sus pantorrillas.

—No lo sé. Solo me haría sentir mal.

—¿Elegirías una mentira?

—Santa Claus es una mentira, el hada de los dientes es una mentira, pero nos hacen felices.

—Ser engañado no te deja regalos, ni dinero. Deja corazones rotos y entre más tiempo pase, más difícil de sanar será.

—Erik es mi mejor amigo, no quiero romper su ilusión.

—No has roto tú su ilusión, ha sido Lyra.

Suspira profundo, se recuesta y una vez más, se encuentra al inicio del problema. 



La semana ha terminado y Lyra puede darle encantada la bienvenida a la tarde noche del viernes, aunque quizá más noche que tarde. A los segundos, descubre con horror la razón. No es porque no tenga deberes ni tampoco que estudiar para las clases que vienen; la verdad pura es que se debe a la persona que camina a su lado mientras atraviesan el parque entre charlas y sonrisas. Es algo muy tonto, algo que cuando Lyra lo veía desde fuera le resultaba nauseabundo; sin embargo, ahora comprende que sí que es nauseabundo, pero al estar dentro se aprende a vivir con él. Como que uno aprende a tolerar las mariposas en el estómago, a sobrevivir entre sonrojos y deseos. Suspira. Además, a Lyra le gusta esa paz que siente con Erik, esa seguridad y esa energía para enfrentar a quien sea.

Han pasado una tarde genial. Han ido a comer, a un zoológico y por último caminan por el centro que, dada la hora, está convirtiéndose en una ciudad nocturna. Los faroles ya se encienden, parte de la gente comienza a dispersarse, otras más llegan buscando diversión. Lyra está drogada por el momento, por las endorfinas que su cuerpo libera. De pronto, frena su avance en silencio. Algo ha hecho clic en su cabeza. Algo que la atolondra, asusta y alegra casi a partes iguales.

Erik avanza unos pasos, mas Lyra se queda en su sitio. El muchacho se detiene al ver que no lo sigue y ladea el cuerpo apenas lo suficiente para verla. Es en ese momento, ese latido en donde él clava su mirada en Lyra que ella cae en la cuenta de lo que en su pecho comienza a crecer. Se asusta al principio, mas lo acepta con prontitud. Es como un pasaje oscuro que poco a poco se ilumina. Lyra jamás lo ha caminado, de hecho, no sabía que estaba en su interior hasta que Erik lo ha iluminado. El rubio espera al final de ese pasaje mental con la mano extendida. Lyra sonríe. Sin embargo, continúa en su sitio. No tiene miedo, solo se siente... apabullada. El sentimiento es tan grande que se le dificulta hilar ideas y sus defensas han desaparecido. Entonces, reacciona. Avanza y toma la mano de Erik.

—¿Pasa algo? —inquiere ligeramente extrañado.

—Nada, solo pensaba... ya casi es fin de curso. Ha pasado casi un año.

—Y le sucederán muchos más. —Ríe—... Hablando de fin de curso, ¿estarás en alguna presentación?

—¿Presentación?

—Cada fin de año los clubs artísticos realizan presentaciones.

—¿Para los padres?

—Para quien sea, o para nadie. El público es variado o veces no existe.

—Tú estás en dibujo, ¿estarán tus trabajos exhibidos?

Erik asiente y leve sonrojo tiene por primera vez lugar en sus mejillas. Lyra extiende la mano sin poder evitarlo, solo por el placer de sentir sus emociones manifestadas en forma de calor y rubor.

—Iré a verlos —promete.

El rubio sonríe y la toma de la mano para conducirla a casa.



Erik se va después de robarle un beso, Lyra estuvo tentada a pedirle que se quedara un rato más, pero no fue capaz de hacerlo, sobre todo porque de súbito la culpa que ha estado eludiendo la asaltó. Una vez más, se queda sola pensando en cómo le dirá lo que ocurrió... Lo hace por solo unos minutos hasta que la furia antigua que Christine despertó en ella la embarga. Lyra no la odia, pero sin duda moriría por hacerla caer en su presentación y que todo el mundo se ría de ella. Ella misma lo hace en ese momento de tan solo imaginarlo.

No entiende el veneno que corre por las venas de Christine. Es que, por más que lo intenta, no le encuentra sentido. Su único error fue haber chocado con ella en el salón, pero cualquier lo habría reducido a una torpeza, no a un intento de homicidio como parece pensar la morena.

Va a su cama y se deja caer en ella.

Dicen que la venganza es mala, que envenena el alma y mata... ¿qué mata? ¿El cuerpo? Lyra no se sabe el dicho, pero tampoco es que importe. Ella no está de acuerdo, muchas veces la venganza no es otra cosa sino la cosecha de lo que se siembra... y ¿de cuando acá está mal que un granjero recoja lo que ha sembrado? La venganza sigue la lógica por la que se recompensa a un policía que ha atrapado a un criminal. El criminal ha sembrado malos actos y en consecuencia alguien va a por él. Sí, en definitiva, la venganza es lo mismo. Además, incluso si no lo fuera, si alguien se atreviese a devolver los golpes de Christine no podrían tampoco decir que ha sido venganza porque solo sería una reacción... ¡El mismo Newton lo aceptada! A toda acción corresponde una reacción. Después de pensarlo un poco, Lyra llega a la conclusión de que aquel que sea lo bastante valiente para responder a los juegos de Christine, como ella acostumbra a llamarlos, no estaría haciendo nada salvo justicia.

Tal vez va siendo hora de que Ferguson pruebe un poco de su propio chocolate. ¿Si se dice así o está equivocándose una vez más?



—¿Lo has hecho ya? ¿Lo han hecho ya? —inquiere con una amplia sonrisa.

Christine bebe de su vino tinto a la par que cruza las piernas. No ha sido un movimiento descuidado, se ha acomodado de tal guisa que la falda que lleva en ese instante se acorte aún más y haga relucir todavía más sus piernas. Es una recompensa por el arduo trabajo de Gavar. Un silencioso estímulo.

—No.

Eso consigue que se incorpore y apriete la copa en sus manos. Su humor cambia de forma radical. Está molesta, muy molesta sobre todo porque es la tercera vez que lo pregunta en dos semanas y las cosas siguen igual. ¿Lyra habrá metido la cuchara de nuevo? Ah, Christine no quisiera tener que acercarse a esa pulgosa, pero podría hacerlo una vez más si fuera necesario. Siempre ha tenido curiosidad por cómo se refleja el dolor en el rostro de una mujer al ser golpeada entre las piernas. ¿Será como el de los hombres? Ríe en su fuero interno.

—¿Por qué? —demanda.

Gavar no responde y solo se encoge de hombros.

—Tal vez es que has perdido tu toque —interviene por primera vez Dan.

Daniel ha sido testigo de todo el juego, y ha sido testigo también de los sentimientos confusos que hay entre sus amigos. Sin embargo, pese a que la pantomima se ha vuelto cada vez más brumosa y con límites poco definidos, diría que lo que Gavar y Christine sienten poco a poco se ha ido aclarando.

—¿Quieres que lo haga? —susurra el de ojos azules.

Christine lee en su mirada la pregunta oculta y Christine por un instante lo duda, solo por uno, porque entonces recuerda la humillación que la hizo pasar el hermano de Mirabella y no lo hace más.

—Por supuesto que quiero —contesta entre indignada y molesta.

—Bien, veré que puedo hacer. —Gavar se incorpora del sofá y avanza hacia la salida.

—¿Cómo que verás? —Lanza un cojín hacia su amigo, pero es demasiado tarde, se encuentra con el vacío y termina en el suelo.

Es el silencio quien se apropia de la habitación, pesado y casi asfixiante.

—¿Por qué no vamos de compras? —sugiere Dan como si nada.

Suspira.

—Sí, hay que ir.

Sus mejores amigos siempre han sabido como tranquilizar sus arrebatos. 

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