36
Lyra está con el profesor Admarie en su despacho y, pese a que hay dos almas en un mismo espacio lo único que rompe el perfecto silencio es el sonido que los teclados hacen cuando alguno escribe. Eso está matándola, no solo de ansiedad sino también de necesidad. Lyra ya no voltea a verlo, después de la interrupción de Daymond en su casi beso con Erik, el profesor ha estado singularmente frio y a ella le duele incluso verlo, porque de una extraña y poco sana forma siente que le ha fallado. Lo peor de todo es que no sabe ni siquiera la razón.
El tiempo pasa y cuando la hora termina, Lyra comienza a recoger sus cosas y a ordenar el escritorio. Apila las hojas y guarda los últimos avances de su trabajo. Luego, se incorpora con parsimonia y voltea hacia el profesor para despedirse; sin embargo, él le roba la oportunidad.
—¿Tienes unos minutos, Lyra? —inquiere, elevando esos ojos de venado por encima de sus gafas.
—Claro.
Avanza al escritorio y se acomoda en una de las sillas frente a él. Entonces, Admarie entrelaza sus manos sobre el escritorio y la escrudiña con la mirada. Lyra está a punto de levantarse y huir ante su propia ansiedad. Sin embargo, el suspiro resignado del profesor la detiene una vez más.
—¿Puedo hacerte una pregunta un tanto personal, Lyra?
Sus músculos se agarrotan, y su pulso se acelera como si frente a ella hubiera un depredador y no una persona. Su boca se seca, pero se las apaña para encontrar su voz.
—Siempre y cuando pueda reservarme el derecho a responder.
—Me parece justo. —Algo divertido destella en su mirada—. Lo que haces... tienes con Erik, ¿es por protección? —Antes de que pueda responder, Admarie continúa—. No te estoy juzgando, jamás lo haría y si la respuesta es afirmativa tampoco te echaría de cabeza.
Su pregunta la toma por sorpresa, Lyra no se imaginó aquello. Es un escenario que jamás había pasado por su cabeza, no hasta que él lo menciona; ahora comienza a sopesar su relación. Piensa. Podría mentir y decir que sí, o podría ejercer su derecho a callar; no obstante, dice la verdad.
—No, no es ninguna clase de plan para evitar a los acosadores, es en realidad... más genuino de lo que podría haber esperado.
—Entiendo. Eso es todo, Lyra, gracias.
Asiente y se incorpora mientras en su cabeza repite la extraña conversación que tuvo solo segundos atrás. ¿Será que los profesores también cuidan del rey? ¿Vigilan que ninguna serpiente intente llegar a su corona? Lyra no ha olvidado ese mote, solo lo había dejado al lado del cuarto de basura en su palacio mental. ¿Es ella una amenaza para el rey? Lo analiza con seriedad. No puede evitar aceptar que tal vez lo sea, si bien no en plan de atentar contra su vida, sí que podría hacerlo con su figura. Lyra no es rica y ciertamente tampoco está emparentada con alguna clase de nobleza de ningún tipo. Los ricos no se mezclan con los pobres.
Por el tiempo que le toma llegar a la puerta, el corazón de Lyra se contrae de pena e inseguridad, mas antes de que pueda salir, su cabeza toma el control y decide averiguar la razón de las preguntas de Admarie. Sin soltar el picaporte, vira hacia su figura todavía sentada.
—¿Puedo preguntar el motivo de sus preguntas? —La voz de Lyra suena monocorde.
El profesor sonríe y hace de sus ojos de venado unos todavía más hermosos.
—Solo necesitaba conocer a mi competencia.
Eso borra cualquier idea en Lyra y la sume en un profundo blanco. Ausencia de todo. No sabe qué pensar, es más, ni siquiera está segura de haber entendido, así que se limita a asentir y sale de allí. Luego del club, se dirige a la biblioteca, los exámenes finales se acercan, así que Mira, Diana y ella han acordado quedarse un par de horas a estudiar y a ayudarse.
Cuando llega, Diana y Mira ya se encuentran en ello. Se acomoda frente a ellas y después de saludarlas comienza a repasar los temas. Ocasionalmente Diana le pregunta a algo, o a veces Mira les recuerda algún tema en específico y se sumergen por 5 minutos en un pequeño debate a susurros sobre posturas y contraposturas de él.
De pronto, mientras conversaban acerca de la eutanasia, el hermano de Diana se hace presente y es imposible para Lyra no contraerse, aunque sea un poco. Pese a que ha sido muy leve el movimiento, Diana se da cuenta, pero decide fingir que no para después poderlo hablar en privado. Aarón se sienta al lado de Lyra y frente a Diana y Mirabella.
—¿Qué hacen? —pregunta como si no fuera obvio.
—Intentamos estudiar —responde Diana con el típico fastidio de hermanos—, ahora, sería más fácil si no estuvieras aquí, Aaron.
—Vine a ver a Lyra, no a ti. —Una sonrisa burlona asoma a sus labios.
—¿A mí? —inquiere con evidente sorpresa.
—Te traje un obsequio.
El muchacho de ojos de hierro deja una pequeña cajita negra en la mesa, de esas cajitas que suelen guardar anillos, aretes o quizá dijes. Frunce el ceño sin saber qué decir.
—Nos vemos, Lyra. —Aaron deposita un rápido y ligero beso en su mejilla antes de huir de allí.
Lo sigue con la mirada hasta que desaparece entre los estantes, cuando vuelve a sus amigas, estas la ven con miles de preguntas en sus semblantes y, Diana con cierto recelo. Mira, sin embargo, no pronuncia palabra.
—¿Qué fue eso? —interpela la chica de rizos indefinidos.
—También me lo pregunto yo.
—Pensé que estabas con Erik.
—¡Lo estoy! ¡Lo estoy! No sé... Lo juro, juro que no sé a qué ha venido. —Lyra alza los brazos indefensa, necesita que le crean, que Diana lo haga.
—Bueno, ¿y qué te ha dado?
—Ah sí, claro —susurra y coge la cajita para abrirla.
El interior es de terciopelo rojo oscuro, así que el contraste con el dije dorado con forma de gota crea un fuerte contraste con él, además, tiene un diminuto brillante de imitación en el centro. Lyra les alcanza el obsequio a sus amigas. Diana lo toma y comienza a examinarlo con ojo crítico.
—Es de nuestras minas —susurra.
Lyra intenta ignorar el posesivo y el sustantivo. No obstante, su mente de proletario no puede sino asombrarse ante su sentencia. ¡Tienen minas!
—¿Cómo sabes? —inquiere Mirabella—. ¿Minas? ¿Tienes minas?
—Es la única forma de que Aaron obsequie algo de buen gusto —responde con sencillez—, por cierto, el diamante es real, yo te sugeriría que si lo vas a usar lo lleves siempre dentro de la playera, o solo sea en eventos especiales. Los ladrones tienen buen ojo.
—¿Qué? —Tiene la boca seca al escucharla—. No puedo aceptarlo.
—Claro que puedes, mi hermano te lo ha regalado.
—Pero...
—Lyra...
Sus ojos se encuentran por breves segundos, pierde la batalla.
—Está bien. —Toma la cajita oscura una vez más, y la devuelve a su mochila.
Un instante después, regresan a los estudios hasta que es tiempo de marcharse y cada una tienen que irse por caminos separados. Una vez en casa, Lyra examina el obsequio a conciencia, descubre con el tacto su suavidad y los ángulos apenas perceptibles del brillante, siente su forma y reconoce que es una lágrima preciosa. Repite las acciones con la cajita y es de esa forma que descubre que hay una notita enterrada entre los bordes. Lyra coge el papelito, es rojo oscuro igual que el terciopelo y las palabras de una preciosa caligrafía rezan:
¿Merecen todas las personas ser amadas por encima de sus defectos?
Ni bien llega a la casa, Diana corre a la alberca en donde sabe que Aaron estará bañándose de sol y medio ido. Para su sorpresa, solo lo primero es correcto. Tiene la vista hacia el sol, sus ojos están protegidos por gafas oscuras y los párpados mismos, pero en ninguna parte hay evidencia de estupefacientes. Una parte de ella se siente aliviada. Se acomoda de costado en la cama de al lado y se abre solo un poco la camisa, el calor es asfixiante.
—Aaron...
—¿Mmh?
—¿Cuáles son tus intenciones?
—¿Ahora mismo? Relajarme, hermanita. Así que coopera.
—Estoy hablando en serio. ¿A qué vino lo de esta tarde? ¿Tú y Lyra tienen algo?
No es que a Diana le moleste, claro que no, Diana le daría la bienvenida encantada a Lyra, pero su hermano nunca ha mostrado ser del tipo comprometido ni tampoco tener verdadero interés en sus relaciones. No quiere que Lyra salga lastimada, ni tampoco él en el caso de que verdad vaya en serio...
—¿Dijo algo? —Aaron se quita las gafas en el acto y se sienta, esperanzado.
—Solo que no sabía a qué había venido el obsequio.
La desilusión se apuesta en los ojos grises de su hermano.
—No fui bueno con ella al principio, Dian...
—¿A qué te refieres?
—Le hice cosas terribles, cosas que nunca debieron pasar.
—Entonces, ¿por qué las hiciste?
—No lo sé... solo quería que fuera mía y no lo entendía.
Un profundo silencio los abraza y Diana se incorpora para sentarse a su lado y abrazar a su hermano.
—¿Me ayudarás? —pregunta Aaron con la voz en un hilo.
—¿A qué?
—A que Lyra me perdone. No quiero que me tenga miedo, ni que me odie...
Miedo. Así que esa es la razón por la que Lyra se encoge cada vez que Aaron se acerca.
—Haré todo lo que esté en mis manos.
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