35
Diana regresa a casa en su auto y encuentra a Baris en el interior y a Elijah en el exterior, el primero arreglando algo del lavado y al segundo cargando abono para las plantas. Su nana la saluda con entusiasmo, y ella lo devuelve, aunque baja la intensidad al dirigirse a Baris. Nunca ha sido grosera con ellos, pero lo suyo es un secreto y debe mantener las apariencias.
—Mi niña, hoy dejaré la comida hecha y la casa limpia, pero tendré que irme temprano. Tengo cita médica.
—No te preocupes, te veré mañana —se despide y va a su habitación.
Una hora después, su nana se ha ido y ella se siente sola en la inmensidad de aquella casa. Baris y Elijah antes ofrecían consuelo y compañía; sin embargo, desde que se aceptó como el desahogo de ambos, un vacío se ha instalado en su pecho y no puede con él. Diana encuentra asfixiante quedarse en casa, incluso si es una tan grande como la suya. Está recostada bocarriba en la cama, viendo las decoraciones de su techo sin observarlas de verdad. Son arabescos, algunas flores y nubes también, sus padres habían elegido el diseño años atrás cuando ella era una niña, lo ha conservado por inercia, pero tampoco es que le moleste.
De pronto, alguien llama a su habitación. No tiene que pensar mucho sobre quienes son y, aunque parte de ella no quiere enfrentarse a sus... compañeros de cama, la otra mucho más grande termina por invitarlos a pasar. Baris tiene la camiseta sucia, pero ya se ha lavado las manos, su cabello es un amasijo de rizos, en sus ojos titila la duda e inseguridad, su hermoso rostro hace que el corazón le palpite con vehemencia, necesita ver algo más... Diana pasa a Elijah, ya no tiene los guantes de jardinería, ni tampoco lleva las botas cargadas de tierra. Él, a diferencia de Baris, tiene la mirada cargada de intrepidez, su postura es la de alguien que no se irá hasta que obtenga lo que quiere. Diana se pregunta exactamente qué es lo que querría en ese momento. Ella... no está dispuesta a acostarse con ellos, no hasta que haya aniquilado esos sentimientos infantiles en su interior.
—¿Sucede algo, Diana? —pregunta Baris con voz sosegada.
Se incorpora y se sienta en mariposa.
—No —miente y finge una sonrisa.
Elijah se acerca a ella, y se pone en cuclillas para estar a casi su altura, él queda por unos centímetros abajo. Sostiene su mejilla y sus ojos la escrudiñan.
—Nos estás mintiendo —resuelve—, dinos la verdad.
—No hay otra verdad.
—Por favor, Diana —interviene Baris y se acomoda frente a ella sin tocar la cama y casi arrodillándose para que sus miradas queden a la misma altura—. Nos preocupas.
Esa mentira la hace enfurecer y, pese a que sabe que no debería, tampoco es capaz de controlar sus emociones. Su corazón duele, su inseguridad crece. No sabe qué está ocurriendo con ella.
—¿De verdad? —pregunta mordaz—. ¿Les preocupa que la zorra a la que se cogen de repente ya no quiera coger más?
La expresión de Baris es de sorpresa que muta con rapidez a la tristeza, mientras que en Elijah pasa a la furia. Casi tanta como la ella. Diana ha dado en el blanco. Uno pone cara de cachorro al saber que ya no podrá coger y el otro se enfurece por la misma razón.
—No vuelvas a llamarte así. —Hay algo de autoridad en la voz de Elijah, pero no la intimida—. No eres ninguna zorra.
—¿Por qué crees eso? —inquiere Baris.
Su molestia disminuye un poco, la voz de Baris podría apagar la tormenta más violenta en el mar más indomable de su mundo.
—Tú mismo lo dijiste.
—¿Cuándo?
—Cuando te pregunté qué era amor.
—Malinterpretaste mi respuesta, Diana.
—No.
—Sí. Dar todo sabiendo que nunca será suficiente... ¿de verdad, no te suena de nada?
Intenta pensar, pero en ese momento el centro de su vida es el único que piensa... y en realidad no lo hace, solo siente. Niega.
—Incluso dándote todo de mí, jamás será suficiente para ti, Diana —explica—. Míranos. No pertenezco a tu mundo, nunca podría... en el remoto caso que me eligieras, que nos eligieras, darte la vida a la que estás acostumbrada.
Frunce el ceño, no ante la explicación, sino ante el hecho de que acepta que son tres, no dos como las parejas habituales. Duda de que haya entendido bien. No quiere quedarse con esa espinita. Y, aunque no quiera aceptarlo, también ha muerto de ternura ante sus palabras.
—¿Podrían aceptar esta extraña pareja de tres?
—Quiero a Baris, y te quiero a ti. No veo por qué no funcionaría —interviene Elijah.
La duda sigue en ella, ahora en otro sentido.
—¿Esto es amor?
—Es amor —afirma Elijah—. Es amor, porque no hay otra palabra para definirlo.
—¿Qué tal libido?
Elijah y Baris ríen al unísono.
—Podríamos pasar una eternidad contigo sin sexo y no habría otro lugar en el que querríamos estar —asevera una vez más.
La escena de Aaron en la biblioteca no ha dejado la cabeza de Lyra en toda la semana y su corazón trabaja más rápido de lo usual. Siempre que piensa en él, su cuerpo entra en estado de alerta. Sin embargo, por más que intenta no hacerlo, sus ideas terminan todas las veces de alguna extraña manera relacionándose con él. No importa el tema en su cabeza.
Hoy no ha tenido una clase, el profe se ha enfermado y no hubo reemplazo a tiempo para su materia. Lyra ha decidido pasar el tiempo en los jardines, dado que son pocos chicos es muy poco probable que se encuentre con alguno por esos lares.
Lyra descubre o acepta, mejor dicho, que su reticencia a volver a los jardines del lado oeste se ha debido principalmente a que los has visto a rebosar en los descansos. Son los más bonitos, así que tiene sentido que las parejas los elijan para pasar el tiempo juntos. Así que esa hora es el mejor momento. Suspira y entonces se pone a leer.
—¡Hey!
Una voz conocida se hace presente. Lyra comienza a preguntarse si quizá no está maldita. Intenta actuar con normalidad e indiferencia, pese a que su corazón es un remolino de emociones. ¡Cielos! ¿Podría alguien controlar su corazón?
—¿Cómo estás, Aaron? —Su voz es indiferente.
—Bien, muy bien —responde con cierta burla y se acomoda a su lado, Lyra finge que no se pone más en alerta aun—. ¿Y tú?
Suspira, sabe que la conversación es de lo más robótica, pero prefiere esa incomodidad a otra más íntima.
—Bien...
Entonces, el silencio cae sobre ellos y por cuestión de cinco latidos, eso es todo lo que los arrulla. Silencio, silencio, silencio. Lyra descubre con horror que esa ausencia de ruido es casi paz al lado de Aaron. Luego, casi como si lo hubiera invocado, Aaron hace una maniobra que consigue acostarla y con él encima. Las rodillas del muchacho están abiertas, aprisionando las piernas de Lyra. Por alguna rara razón o quizá porque ya lo esperaba y es usual que ocurra en presencia de esos ojos grises, su pulso comienza a regularizarse y toda su energía se concentra en sus brazos, prestos a repeler su ataque.
Sin embargo, dicho ataque no ocurre al pasar los segundos y, en su lugar, Aaron sonríe. No de una forma bellaca, sino más bien... curiosa. De pronto, se apoya en solo una mano mientras la otra recorre con delicadeza la mandíbula de la morena y se desliza hasta su delgado cuello.
—¿Qué me has hecho, Lyra?
Sin poder evitar, suelta una carcajada.
—¿Yo? ¿Yo, Aaron? Si acaso aquí alguien le ha hecho algo al otro, ese has sido tú —recrimina con acritud, mas luego se arrepiente de su fiereza al ver esos ojos grises apagarse. Intenta corregirlo—. Y no entiendo por qué... ¿Por qué, Aaron? ¿Por qué yo? ¿Qué te hice?
—No lo sé... —acepta—, solo te quería cerca como a nunca nadie. Te quiero cerca.
Aaron sabe que es la peor escusa del mundo, pero también es la verdad. Clava su mirada en la de Lyra y se pierde por largos segundos en sus ojos, en esos enormes orbes que le recuerdan al color de las cortezas cuando están húmedas. Recuerda su primer encuentro y la fiereza en su mirada, la seguridad que brillaba en sus pupilas y la determinación en su porte. Aaron sonríe y Lyra frunce el ceño, ella no sabe que él está perdido en el pasado, admirando cada segundo, aceptando el complicado entramado que son sus sentimientos y doliendo por cada uno de ellos porque sabe que es imposible.
Aaron ríe y se trata de casi un graznido, de un gesto que va por completo en una dirección opuesta a la de la alegría. Ahora entiende por qué su sangre hierve cada vez que ve a Erik pululando a su alrededor. Su pecho duele y su visión se empaña apenas nada al comprender que se ha enamorado de su presa. La bestia cayó a pies de un precioso eléboro, sin siquiera haber podido presentar batalla. Y, aun así, en medio de su agonía, se pregunta si ella podría perdonarlo. Si hay alguna luz de esperanza para ellos, para él.
Ahora que la tiene frente a él, debajo de él, la necesidad de acurrucarse junto a ella nace profunda y violenta en su pecho, vuelve a acariciar la mejilla de la chica y su pulgar pasa por la suavidad de sus labios. Quiere besarla, quiere tomarla y hacerla suya, marcarla para que nadie pueda tocarla. La necesita. La desea. La quiere.
—¿Qué sucede? —inquiere Lyra con preocupación.
Una gota salada ha caído en su mejilla, solo ha sido una, pero es cantidad suficiente para comprender que él no se encuentra bien. La cosa más inverosímil del mundo. Para sorpresa de la chica, él acepta que no.
—¿Quieres hablar de ello? —pregunta por segunda ocasión.
Incluso si Aaron ha sido un patán con ella, no puede ignorarlo y abandonarlo a su suerte, no en un momento de vulnerabilidad.
—¿Crees que es posible que alguien como yo pueda enamorarse?
Lyra frunce el ceño, confundida. ¿Es eso lo que agobia a Aaron?
—Creo que todo ser humano es capaz de sentir amor —responde—, pero no todos son capaces de expresarlo correctamente.
Aaron hace un mohín y con parsimonia se quita de encima de Lyra, solo para sentarse una vez más a su lado.
—¿Puede ser el amor dañino?
Lyra se incorpora, dobla las rodillas.
—No lo creo... no en su más pura esencia.
—¿Y si lo es?
—Entonces, no es amor.
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