32
Es viernes y, aunque Lyra pocas veces distingue entre viernes y lunes, esa mañana se siente extrañamente relajada, como si le hubieran quitado un peso de encima del que no tenía conocimiento. A lo mejor es porque ya casi acaba un trabajo final. Respira profundo y casi podría jurar que el aire puro y frío de la mañana alimenta su buen humor.
Las clases pasan entre apuntes y exposiciones, por supuesto, no sin altibajos ni malos comentarios por parte de Christine y su caballero de armadura oxidada, Daniel. A veces... cuando está aburrida, analiza lo complicada que tiene que ser esa relación; el profundo amor que debe tenerle el muchacho para caer en sus juegos y perderse a sí mismo dentro de la oscuridad que representa su dama. A veces, Lyra también siente lástima por él, pero solo a veces, no es su trabajo proteger a nadie de nadie.
Luego de muchas notas, la hora del descanso llega. Lyra casi corre hacia la cafetería, y si bien no lo hace sí que incrementa la velocidad de sus pasos, es por esta razón que en una esquina no le es posible frenar a tiempo y choca de lleno contra un fuerte pecho. Lleva la mano izquierda a su nariz para sobarse, aun si de su boca no sale ningún quejido.
—Lo lamento, Lyra, ¿estás bien? —Tristán se inclina sobre ella para inspeccionarla, la toma del mentón y evalúa con ojo médico su nariz—. Parece que no se reventó alguna vena, no habrá sangrado.
Qué consuelo, piensa Lyra con cierta ironía.
—Estoy bien —responde y se aleja con discreción de su toque.
—Sí, ya veo... —Algo en su semblante cambia, su antiguo gesto afable es sustituido por uno solemne, casi agrio—. Escucha, Lyra, sé de tu nueva... mascota-compañía, deberías cuidar tus amistades y, sobre todo, tu corazón, de él mana la vida.
Frunce el ceño. Aquello es tan fuera de lugar que no sabe cómo reaccionar.
—Gracias. —Es una palabra seca, pero no tiene otra.
—Eres una chica muy lista —continúa Tristán y Lyra se angustia porque el tema lo encuentra incómodo—. Sé que me harás caso y no permitirás que te lastimen.
—¿Cómo?
—Sí, estoy seguro de que tienes mejores opciones.
—¿Perdón? —Debe parecer retrasada hablando solo con bisílabos, pero de verdad que no comprende de qué va todo.
Antes de que Tristán pueda responder, la voz de Erik los alcanza.
—Lyra —murmura y su voz es de seda mientras sus brazos se hacen abrigo y la rodean; le dedica un segundo antes de que su gesto se endurezca y gire hacia Tristán—. ¡Hey! No te había visto.
Qué vil mentira, observa Lyra. Hasta el más distraído del mundo lo habría visto. Parece un saludo casual, pero lo duda, ambos chicos están rígidos. Tristán incluso tiene los puños apretados, las venas de sus brazos sobresalen.
—Nosotros ya nos vamos, gracias —atina a decir Lyra y actúa por instinto.
Atraviesan los jardines cuando la respiración profunda del rubio atrae su atención. Vira hacia él con el ceño fruncido y no hace falta que pregunte para que Erik se explique. Él tampoco usa palabras, y un simple gesto le roba el aliento.
Erik alza sus manos entrelazadas, aferradas la una a la otra como si expresaran lo que sus labios no pueden. Lyra gime y de inmediato intenta deshacer el lazo, pero Erik se lo impide y contra todo pronóstico, el rubio lleva la mano de Lyra a sus labios. El beso es una promesa, un contraste que acelera la sangre en sus venas. Es tan liviano como la respiración de un bebé y tan desastroso como un huracán.
—Me gusta como nos vemos así —dice Erik apenas más fuerte que un murmullo.
—¿Por qué susurras? —inquiere con la intención de distraer a su torpe corazón.
—Porque son palabras que quiero que solo tú escuches.
El cerebro de Lyra sufre un colapso, pero consigue continuar caminando y llevar consigo, sin deshacer el nudo, a Erik. El lazo cosquillea por su piel y agita a su nervioso, emocionado e ingenuo corazón. Sin embargo, su dicha no es completa, una diminuta sombra se ha colado segundos antes gracias a las palabras de Tristán, Lyra es consciente de su existencia, pero es tan pequeña que está segura de poder lidiar con ella, así que no le presta demasiada atención... sabe que eventualmente desaparecerá. Eso espera.
Caminan de la mano a la cafetería y la atraviesan de la misma forma hasta llegar a Myra y Diana, la última los recibe con una amplia sonrisa que exuda felicidad y algo de autosatisfacción, como si estuviera confirmando algo con su llegada. Por supuesto, Lyra se sonroja y las agujas en su espalda, causada por las muchas miradas resentidas que recibe, se entierran todavía más.
Sabe cuán conspicua debe ser la situación, se reprende mentalmente y de nuevo intenta liberarse de Erik, obtiene el mismo resultado que antes. El rubio la conduce hasta su asiento; no obstante, no se acomoda con ella.
—¿No vas a quedarte? —pregunta haciendo todo lo posible por evitar que se escuche esa nota de súplica en su voz.
—No quiero interrumpir el tiempo que dedicas a tus amigas —contesta con una suave sonrisa que luego se ancha considerablemente—. Además, te veré esta tarde —informa.
Frunce el ceño sin entender.
—Ah, ¿sí? —¿Acaso olvida algún proyecto?
—Es una sorpresa. —Erik se inclina y deposita un beso en la cabeza de Lyra—. Nos vemos, pasaré por ti.
Christine aprieta el libro entre sus manos y la frustración y enfado se abren camino con facilidad por sus venas. Maldice en su fuero interno a Grecia y se reprende con severidad a sí misma por haber caído en las lágrimas de cocodrilo de su amiga. Christine sabía que lo que Grecia lloraba era un premio no un ser amado, y aún así para consolar a su amiga le prestó una de sus más grandes posesiones.
Sus ojos se beben el libro en sus manos y vuelve a refunfuñar sobre el estado de su primera edición de "Romeo y Julieta", tiene las hojas marrones, evidencia de que fue tocado con los dedos sucios y sin delicadeza.
—No puedo creerlo —murmura molesta—. Le dije que lo cuidara. ¡Por favor! ¿Es que acaso ella es de las chicas tontas? Y para colmo rubia... Como si no estuvieran ya bastante estigmatizadas.
—A ver. —Gavar se lo quita de las manos y lo examina, sus gestos desvelan que si bien está sucio no es el fin del mundo—. Si no quieres que tus cosas se maltraten no las prestes.
—Es que lo pidió con ahínco, yo no quería.
Gavar sonríe, y la envuelve en sus brazos. Christine quiere objetar, está enojada, no desconsolada, un abrazo no hará nada por calmar sus emociones; sin embargo, luego de tres segundos tiene que callar su protesta, sí que ha bajado el fuego en su sangre y ahora ya no está tan molesta.
—Vale, te compraré uno nuevo —murmura Gavar en su cabeza.
Christine rueda los ojos, pero lo cierto es que el gesto entibia su corazón. Sus manos se elevan con timidez y aferran suavemente la espalda de su amigo.
—No es el punto —repone.
Aunque sabe que no importa qué protesta dé, Gavar le mandará el libro dentro unos días. De pronto, su amigo la toma del mentón para hacer que sus miradas se encuentren, sonríe. Cómo adora que él haga eso. Gavar se inclina con lentitud y deposita un suave beso en los labios de Christine, está por retirarse cuando los brazos de ella capturan su cuello y el beso se profundiza.
Él sabe cuán importante es ese libro para ella, sabe también la razón y esta es porque él se lo regaló en su cumpleaños número 15, así que se lo quita de las manos con suavidad sin por ello desatender la necesidad creciente de Christine. Coloca el título en una mesita, y luego vuelca toda la atención de sus manos en su amiga.
Christine siente su pecho agitarse y su respiración acelerarse, todo su cuerpo vibra ante la expectativa de lo que está por ocurrir. Lo quiere, lo necesita. Sin palabras, Gavar sabe qué hacer y qué no ni siquiera intentarlo. Cuán fácil es con él y cuán compatibles son.
En ocasiones, se pregunta qué sería de ellos si decidieran intentarlo en forma y ser leales el uno al otro. Hasta ahora no ha podido responderse esa pregunta, pero pronto queda olvidada en la parte más recóndita de su mente. Gavar la hace suspirar, gemir y pedir por más, incluso si el contacto no ha pasado de apretujones y besos.
Mycroft espera con paciencia infinita a su amigo a la mesa, ya se ha comprado algo de comer así que realmente no hay razón por la cual no tener aguante. La entrada de su amigo es algo más que espectacular, apenas pone un pie dentro de la cafetería, las miradas y voces se concentran en ellos. No está solo, Lyra tira de él como si se tratara de un cachorro.
Ríe, la alegría en el rostro de Erik es contagiosa... o tal vez sea que la capacidad de Mycroft de hacer suyas emociones que no le pertenecen incluso a distancia; y mientras su mejor amigo camina como si la reina de Inglaterra estuviera abriendo camino para él, el rostro de Lyra es un tomate. Rojo, rojo a más no poder. Les dedica un segundo más antes de desviar la atención a su comida. Toma un trozo de la pasta y la lleva a su boca, mastica despacio y es así, con la boca llena, como Lukarys lo encuentra.
—¿Te importa si me siento aquí?
Le lleva tres segundos más poder tragar lo que lleva ya quince segundos masticando, su boca se ha secado y su garganta es incapaz de engullir la pasta ya hecha puré.
—Claro.
Su corazón comienza a latir a mil, y para ayudarse en esa situación vacía la botella de agua frente a él. Espera por unos minutos a que Lukarys diga algo más, pero lo cierto es que el chico comienza a engullir su comida como si Mycroft no estuviera presente. No puede evitar un pinchazo de desilusión y que su garganta sienta un nuevo nudo.
Maldice en su fuero interno, ya no tiene agua con la cual obligar a su cuello a expandirse. Sin embargo, intenta hacerlo con la comida, a trozos pequeños... De nuevo, es con la boca llena como Lukarys atrae su atención.
—Pensé que te acercarías —comenta con naturalidad;
No es un regaño, tampoco un lamento, el tono que usa Lukarys bien podría ser empleado para hablar del clima o de finanzas. Su inflexión y el comentario tan a bocajarro hacen que Mycroft se sienta sin contexto.
—¿Disculpa? —grazna.
—Cuando dije que si querías algo o a alguien... —El moreno eleva las cejas—. Pensé que lo harías... que vendrías a mí.
El pulso se le acelera todavía más a Mycroft, y toda la cacofonía de la cafetería queda de fondo, lo único que es capaz de escuchar es su corazón golpeándole las costillas al compás de la voz profunda de Lukarys.
—No... no... —Es incapaz de completar su idea, tiene la boca extremadamente seca, intenta humedecerse los labios.
—Aquí —ofrece el moreno—, bebe mi agua.
En otro momento, en uno con menos adrenalina y traicioneras reacciones, lo habría rechazado, ahora por salud y dignidad la acepta y bebe hasta mitad de la botella.
—No entiendo. —Es un susurro.
—¿De verdad? —pregunta Lukarys con una sonrisa—. ¿O es que estás tan avergonzado que no puedes admitirlo? —No es una burla, sino genuino interés el que sus palabras destilan.
Silencio, Mycroft no encuentra su voz para responder.
—Está bien —dice Lukarys, y adquiere un tono bajo—, tal vez te malinterpreté. En tal caso, lo lamento. —Recoge los platos de su comida sin acabar y los acomoda en la bandeja.
En silencio y con impotencia, Mycroft lo observa marcharse. Un minuto después, Erik se une a él.
—¿Qué fue eso? ¿Por qué lo dejaste ir? —pregunta con apremio—... Ve por él, qué esperas.
Mycroft espera a que el dolor en su corazón mengüe, que el vacío en su pecho desaparezca y que su pulso se tranquilice. Por supuesto, nada de eso ocurre, y por el contrario parece incrementarse.
—Yo... yo no pude —responde segundos después.
—Ah, Mycroft, pero ¿qué pasó? ¿Qué te dijo? —Erik luce preocupado.
—No lo sé.
Con esas palabras la conversación muere y el silencio embarga a Mycroft de tal guisa que su mente no hace más que repasar en los últimos minutos que compartió con Lukarys, piensa con melancolía que quizá hayan sido de verdad los últimos. Teme que sea así y, aunque no lo desea, sabe en el fondo que de verdad lo fueron, y todo es su culpa, por no poder expresarse, por no decir la verdad.
Nota de la autora:
Lamento mucho la demora y que no haya banner este capítulo, he estado algo ocupada con los deberes escolares, espero que puedan comprenderme.
Muchas gracias por su paciencia
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