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Hola, mundooooo!!!
¿Cómo están?
Antes de que comiencen a leer, quisiera agradecerles por continuar leyendo esta historia y por sus comentarios, no saben cómo nos apoya leer a nuestros lectores, si les gusta, no sean tímidos y hagánmelo saber :D.
De igual forma, los invito a visitarme en Tiktok :D para que nuestra comunidad crezca y la historia llegue a más personas. Les dejaré el link de mi perfil en uno de los comentarios y ojalá pudieran copiar el link en la sección de compartir de alguno de mis videos (la flechita), de esa forma, Tiktok lo hace sobresalir, no es necesario que lo compartan (aunque si quieren, está en ustedes), solo basta con que le den "copiar enlace". Y listo. Bueno, gracias por leer mi nota jaja, ahora sí, las dejo cocn el capítulo.
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Diana espera a Lyra a la mesa, mientras Mira está a su lado y conversan sobre lo pesados que han sido los últimos días, las evaluaciones y los proyectos. Entonces, ve a Lyra entrar a la cafetería y sonríe. Su amiga paga por sus alimentos y camina hacia ellas bandeja en mano. De pronto, tan rápido que apenas es capaz de distinguirlo, Lyra cae y toda la comida se embarra en su ropa.
Las risas estallan y Diana se incorpora de inmediato para ayudar a su amiga, le ofrece una servilleta, los ojos de Lyra se humedecen y viran hacia la izquierda. En donde está Christine con una expresión de completa satisfacción. Ni siquiera se precisa de una gran imaginación para saber la razón por la que está dentro de la cafetería cuando ella siempre elige pasarla fuera.
Diana aprieta la mandíbula, está furiosa, pero se contiene, respira profundo y ayuda a su amiga a incorporarse.
—¿Estás bien? —pregunta en un susurro y sostiene su mano.
Lyra asiente, pero hay cristales en sus ojos. Diana sufre de un salvaje impulso de protección, mas logra controlarlo antes de envolver a Lyra en sus brazos. Muerde su labio mientras piensa en lo que podrían significar aquellos arrebatos de Christine. Es que Diana de verdad no logra comprender qué pasa por su cabeza como para ser capaz de tales actos, es sencillamente... mala, mala sin ninguna razón válida, y no es que algo así exista, nada justifica la maldad, pero sí hay motivos que explican ciertos comportamientos aberrantes; sin embargo, en los de Ferguson no hay nada que pueda dar cuenta del por qué pareciera odiar a Lyra.
Antes de que Diana pueda sugerir algo, alguien le arrebata a su amiga de las manos... Abre la boca para protestar y defenderla; no obstante, ningún sonido sale de sus labios en cuanto sus ojos ven al responsable. Traga duro. Una vez lo abofeteo... y hoy también lo hará de ser preciso, no va a permitirle herir a su amiga, mas pronto tiene que silenciar sus pensamientos homicidas y es que Erik abraza a Lyra, la abraza con fervor. Diana parpadea confundida, ¿en qué momento se hicieron tan amigos? Su sorpresa aumenta cuando de pronto el rubio le murmura algo al oído tan bajo que solo Lyra debe ser capaz de escucharlo.
—Déjala en paz —le ordena Erik a Christine con voz profunda.
—Yo no he hecho nada —se defiende la susodicha—, no es mi culpa que tenga dos pies izquierdos.
Lyra se remueve en los brazos de Erik, pero el rubio no la deja escapar.
—Escucha, Christine, la dejarás en paz...
—¿O qué? —Daniel se eleva para proteger a Christine y Gavar lo imita.
Diana retrocede un paso, hay algo en la mirada azul de Gavar que la intimida, que la cohíbe; le enfría el cuerpo y hace que su corazón lata como si se encontrara en genuino peligro y la única manera de vivir es salir corriendo de allí. Desvía su mirada hacia Daniel, su mirada es más fácil de tolerar... Sus ojos son distintos, no solo por su color sino por lo que transmiten. Hubo un tiempo en que a Diana le pareció arrebatadoramente hermosa la cacofonía de sus nombres en una misma oración, Daniel y Diana, claro eso fue mucho antes de conocer a Baris y Elijah.
—Desearás jamás haber hecho esa pregunta, Daniel.
Erik no les da tiempo de responder, toma a Lyra y la lleva fuera del lugar. Diana solo los observa alejarse mientras a su lado Mira ve con reproche a Gavar. Frunce el ceño ante eso, está confundida, el reproche no es para ellos. Diana los ve con molestia, no con reprensión... el reproche solo aplica entre aquellos que tienen cierta cercanía. ¿Acaso algo está escapando a sus ojos?
Diana quiere asegurarse de que Lyra está bien, hace amago de ir en pos de Erik; sin embargo, Mira la detiene del brazo.
—¿Qué? —pregunta confundida.
—Deberíamos dejar que estén solos.
Una vez en la tranquilidad de los jardines, Erik revisa a Lyra en busca de alguna herida en sus rodillas o palmas. Tiene la mano izquierda roja y en algunas partes la piel se ha levantado, pero nada de gravedad, nada que al día siguiente no duela menos.
—¿Segura que estás bien? —repite el rubio con apremio.
—Solo me tropecé...
—No, te tiraron, no digas que te caíste porque eso es restarles responsabilidad a sus actos.
—Como sea. —Lyra está molesta, además de avergonzada, siente que la ha hecho ver débil.
Intenta alejarse, pero una vez más Erik lo impide al sujetarla de la muñeca. Vuelve la vista, la inocencia e incomprensión azul brillando en sus iris hace que pierda el aliento por tres segundos. Es una imagen preciosa, un retrato que invoca y remueve hasta la última de sus fibras emocionales. De manera inusitada, ella necesita abrazarlo y consolarlo como si fuera él quien se acabara de caer..., por supuesto, frena sus actos sin delatarse.
—¿Qué? —pregunta.
—¿Por qué me rechazas?
Una perfecta "o" se forma con los labios de Lyra, teme haberlo herido sin percatarse y, sobre todo, teme que a ella le importe más de lo que debería, pero es demasiado tarde porque ya lo hace, y se encuentra explicándose más rápido de lo que su cerebro puede procesar.
—Eres como ellos. No puedo confiar en ti.
—¿Por qué dices eso? —Ese azul de sus pupilas coge nuevos matices, hay una extraña mezcla de miedo y determinación.
Como respuesta automática, a la cabeza de Lyra acuden un par de recuerdos que contrastan tanto como una piedra y una rosa. Y, aunque una parte de ella no está segura de que hablar sea lo correcto, la otra, y obviamente más grande, la obliga a hacerlo.
—¿Y dónde está ese supuesto Mycroft? Porque quisiera pedirle un autógrafo, no todos los días se comparte el instituto con una celebridad —repite como en un muy desafortunado encuentro antes.
A Erik le toma solo una fracción de segundo comprender a qué se refiere, Lyra está sorprendida de que haya sido tan rápido.
—Lo siento.
Aquello la desarma, y abre la boca para defenderse... solo que en lugar de ello la hace ver como una tonta porque no dice nada, en todos los escenarios que imaginó tan solo milésimas de segundos antes no se encontraba este que vive ahora. No está preparada, no para una amabilidad tan cercana.
—¿Cómo sé que lo dices en serio? —pregunta, al no poder defenderse busca mentiras en sus palabras.
Erik suspira y en su aliento él mismo es capaz de percibir la desesperación en su interior. No está seguro de a qué se deba, si está desesperado por entenderse a sí mismo, por que Lyra le crea o quizá por algo más que todavía no logra ver.
Al inicio, Erik estaba seguro de que tras su mirada inocente y sus sonrojadas mejillas habría algo oscuro, algo como Christine o como él mismo; sin embargo, durante todo este tiempo no ha visto nada en Lyra que corroborase su hipótesis, y eso lo descoloca. Erik sabe que las personas no son solo blanco o negro, son grises, grises en todas las variedades posibles. Lyra no parece fingir, sino andar con plena autenticidad, aunque eso le complique la existencia en el IVB.
Erik todavía no descubre todos los recovecos de Lyra, y eso... lo desespera.
—No hay nada que pueda decirte y que te haga cambiar de parecer, por eso... por favor, danos la oportunidad de conocernos, déjame probarte que mis palabras son sinceras y que no esconden dobles intenciones. —Sus labios se estiran en una cálida sonrisa—. Déjame ser tu gato de verdad.
Hay algo en su voz y en la forma en la mira que hacen que Lyra no se niegue de inmediato a tal locura, Lyra duda, duda pese a que califica como insensatez creerle, sabe que es peligroso, que esas mentiras son fáciles de digerir por lo atractivas que resultan en comparación con la realidad. Se pierde durante tres latidos en la profundidad de sus ojos, en la belleza de su color y en lo coruscantes que parecen justo ahora. Sin embargo, lo que más la atrae como polilla a la bombilla, es la necesidad que parecen reflejar. Lyra espera solo no quemarse como esa tonta mariposilla.
—Yo... —No sabe cómo responder.
Y una vez más, los brazos de Erik le brindan estabilidad y un sitio cálido en dónde apoyarse sin que ella lo pida, pero necesitándolo, lo sabe tan pronto escucha el fuerte compás del corazón del rubio. Es casi un poema. Es relajante, es un lugar seguro que acaba de descubrir.
—No tienes que responder ahora, no tienes que hacerlo con palabras tampoco —susurra Erik—, solo, por favor, no te alejes. —Hay una larga pausa, tanto que Lyra cree que ya no hablará más, pero no es así. El rubio murmura—: No me rechaces más. Por favor.
Cierra los ojos y aunque su voz la ha abandonado, atina a comunicarse asintiendo, pronto es capaz de sentir el suave aliento de una sonrisa sobre su cabello. Empero, no puede evitar preguntarse si ha perdido la cordura, si tal vez la cercanía de Erik impide que piense con claridad y es a través de su piel que la infecta con predisponibilidad a creerle todo lo que de su boca salga. De ser así... ¡Ay, no! ¡De ser así, Lyra está perdida ya!
Cuando Diana llega a casa la encuentra en casi sepulcral silencio, no la toma por sorpresa ni tampoco agita su pulso; pero es extraño... un día está rebosante de risas y voces y otro bien pasa por un cementerio. Suspira, y se detiene en la sala de estar a observar todo. Puede recordar a su madre riendo, a su padre tocando sus hombros, a Aarón tomando jugo mientras ella se apresura a repartir las cartas. Es el modo que tienen de convivir.
Casi siempre gana Ann, su madre, y Diana sospecha que es debido a que su padre lo permite, en su hondo amor cree que dejarla ganar es demostrar sus sentimientos. Sonríe ante el recuerdo e inevitablemente su mente comienza a hacer comparaciones. La diferencia entre el amor y la pasión, antes clara para ella, ahora empieza a desaparecer, así que se aferra a lo que ve en sus padres... Entonces, es imposible aceptar que lo que existe entre ella, Baris y Elijah sea amor.
Sus padres no parecen estarse tocando con asiduidad, cuando están en casa dedican su tiempo libre a estar con ellos, a salir en familia; en cambio, Diana y los muchachos pocas veces hacen algo que no implique tocarse y besarse. Pese a que toda la evidencia apunta a ser simple libido lo que mantiene unido al trío, lo cierto es que encuentra descorazonador imaginar una separación... Arde tanto que decide ocupar su creatividad en otros asuntos más placenteros.
Es entonces cuando asoma Baris a la sala, Diana sonríe, contenta de verlo. Tiene un semblante serio, pero sus ojos marrones siempre son amables, en ese momento no son la excepción y la ven con ternura infinita. Frunce el ceño por un instante, preguntándose si solo a ella ve así o si la naturaleza de su mirada es tal que sin importar la persona siempre exudarán calidez.
De súbito, algo caliente invade su pecho al imaginarlo viendo a otras chicas de tal guisa, y luego, tan rápido como apareció, algo sustituye ese fuego en su pecho, algo frío... escarcha, miedo materializado, miedo a no ser la única para él. Entonces, Baris se acerca tanto como le es posible sin llegar a tocarla, la mira con curiosidad y preocupación.
—¿Pasa algo? —susurra con voz grave.
Diana sabe que tiene que decir que no, pero hay tantas cosas en su cabeza y nuevos temores cobrando forma y fuerza en su interior que la impiden responder lo que debe; así que en su lugar cuando abre la boca sale algo muy alejado de lo que debía.
—¿Qué es el amor, Baris?
El hombre parpadea como si en lugar de una simple pregunta, la adorada de su corazón lo hubiese electrocutado. Nunca ha sido bueno con las palabras, de allí que se esforzara en transmitir sus sentimientos en cada caricia. Es de pocas palabras porque siente que lo que su pecho desborda y hace latir su corazón no es de este mundo, por lo tanto, el lenguaje terrenal no podría explicarlo como debería. No habla, ni pone en manifiesto sus sentimientos también por vergüenza, cómo podría él enamorarse de una rosa como lo es Diana, de una estrella tan lejana y brillante... Razona que, de poder, puede; de deber, ese es otro asunto, de ser realista... mejor no pensar en ello, porque sería calificado como el peor tonto de la historia.
Le lleva un segundo preparar su respuesta.
—Amor es dar todo aun si sabes que no será suficiente.
Diana abre la boca no solo para responder sino también de la sorpresa y dolor. Suena a que Baris conoce el amor, suena a que es alguien más quien tiene entre sus posesiones a su corazón. Diana se reprende en silencio mientras le devuelve una sonrisa.
Tal vez ha sido de nuevo la basta imaginación que acaba de descubrir tiene la que le hizo creer que tenía todo con Baris y Elijah... Elijah, ¿será la misma situación para Elijah? ¿Él también la estará usando a causa de no poder estar con la persona que desea? ¿O solo estará con ella por el simple hecho de aliviar ciertas necesidades? Diana no sabe qué sería peor.
Otro día, Diana no habría hecho esa pregunta, otro día tan pronto hubiese visto a Baris habría saltado a sus brazos y atacado sus labios... Ahora no está segura de poder siquiera despedirse, pero sabe que si no lo hace él sabrá que ella sabe, y no quiere que sea así. Diana sobreanaliza la situación y concluye que, si Baris sospecha de que Diana ha entendido su secreto, entonces la imagen de ella podría caer al inframundo para él... después de todo, qué clase de persona acepta la pasión de alguien que no tiene corazón. Exacto, solo una enferma o una muy, muy necesitada. Ninguna es menos peor para ella.
—¿Dónde está mi hermano? —pregunta con voz neutra, tanto como es humanamente posible después de un corazón roto.
El corazón de Baris se detiene y el alma abandona su cuerpo. La voz de Diana ha perdido cierta musicalidad, sus rasgos antes curiosos ahora lucen serios, como si hubiera elevado un muro entre ellos. ¿Acaso se ha sentido disgustada, asqueada o algo parecido ante sus sentimientos? ¿Baris ha revelado demasiado? Su corazón vuelve a latir, aunque un ritmo más lento. Intenta que no le afecte, pero lo hace.
—En la alberca, tomando el sol.
—Gracias. —Sonríe.
Se despide con un suave roce en las manos, no se lo ha podido negar, y de hacerlo sería sospechoso. Llega a donde Aarón con el corazón sangrando y golpeándole las costillas para azuzarla y obligarla a preguntarle a Baris qué es lo que hay en ella que no es suficiente, o en su defecto qué es lo que no hay en ella para que no pueda ser amada. Su corazón quería saber, su mente mantener su dignidad. Por supuesto, Diana sabe disimular bien y se desconecta de sus propios sentimientos conforme se acerca a su hermano.
Ríe al verlo. La piel de Aarón siempre será un caso, nunca estará lo suficientemente bronceada por más que pase tiempo bajo el sol, es más, no adquirirá jamás algún otro color a no ser que se la pinte. Diana se quita los zapatos y calcetas y se acomoda a orilla de la alberca; ladea el cuerpo de tal guisa que una de sus piernas se encuentra dentro y la otra fuera flexionada. Ve a su hermano y le es imposible de rememorar a su madre.
Ambos tienen el cabello negro, y los ojos grises. Durante mucho tiempo Diana deseó ese color, de vez en cuando todavía lo hace, pero el tiempo y mucho tiempo con el psicólogo ha ayudado a que acepte lo que le tocó y, sobre todo, a que aprenda a amarlo.
No hablan y Diana solo lo ve durante largos minutos. No tenía ningún motivo válido para ver a su hermano salvo el alejarse de Baris. A cada segundo el sol comienza a ser demasiado, bufa y decide que ya ha sido tiempo suficiente, que Teagarden no tendría que seguir en su camino. Se incorpora y es durante un giro de su cabeza que por un breve instante por el rabillo del ojo distingue una jeringa. Frunce el ceño, Aarón no está enfermo, pero aun así decide asegurarse.
Su hermano está tan relajado que no es hasta que lo cuestiona con voz aguda que se quita las gafas de sol y la mira como si estuviera loca. Diana está estupefacta, ha probado con la boca los últimos residuos de la aguja, eso no es ninguna medicina.
Sin embargo, Aarón bufa y regresa a su posición original.
—¿Por qué? —exige Diana de nuevo.
No hay respuesta, y le da tres segundos más antes de amenazarlo.
—Le diré a papá.
No obstante, no consigue el efecto deseado.
—No, no lo harás. —Aarón se mueve con la misma rapidez que una tortuga, se quita las gafas antes usar un tono condescendiente—. O yo les diré tu doble y sucio secreto.
El corazón de Diana se detiene.
—Esto tiene que parar —dice y agita la jeringa en sus manos—, o lo hace o yo misma confesaré tu pecado y el mío.
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