29
Lyra siente el rostro rojo mientras está sentada frente a Daimond, lo mira por escasos segundos antes de que sus ojos bajen a Amistad y finja acomodarle el collar. Tiene que recordarse a cada momento que no está haciendo nada malo y que el latir acelerado de su corazón no se debe al miedo de ser descubierta, sino a su profesor lo causa con su simple presencia... De pronto, cae en la cuenta de que eso es peor que el miedo. Mucho.
—Tú, usted dijo que también tuvo uno... —comenta con tanta naturalidad como puede e intenta sostener su mirada—. Un perro.
Por enésima ocasión, Lyra se pierde en ese par de orbes que parecen más conocedores de lo que la edad de Admarie podría desvelar. Ha de haber vivido mucho, en más de un sentido y supone que, si bien es joven, no es ningún santo ni tampoco una persona aburrida... cómo alguien como él podría serlo. Ahoga un suspiro.
—Puedes tutearme, Lyra —dice Daimond con suavidad al ver su titubeo, luego retoma el tópico—. Murió hace dos años por la edad.
Lyra nunca había tenido una mascota, así que desconoce en su mayoría la fuerza con la que un ser humano podía estar atado a un animal. Susurra una torpe disculpa y desvía la conversación por otros derroteros, pregunta por la estadía de Daimond en el IVB como estudiante y poco a poco terminan hablando de su pasatiempo: la jardinería.
—Las plantas son sencillas... —responde casi de inmediato Admarie.
—¿Sencillas? —Lyra no puede encajar el calificativo con las plantas.
En realidad, Lyra podría ser que son todo menos sencillas. Son delicadas, demasiado sol y se morirán; son caprichosas, mucha sombra y se deprimirán; son difíciles, si no tienen la correcta proporción de abono morirán; son contradictorias, demasiada agua y se pudrirán... y así podría seguir y seguir como un cuento de nunca acabar. De sencillas no tienen nada.
—Son fáciles de entender —explica Daimond—, no tengo que fingir con ellas ni presionarme para cumplir expectativas y, las plantas siempre son honestas, te dicen lo que necesitan con el color de sus hojas o el estado de sus flores. No hay mentiras, ni tampoco hay manera de que oculten la verdad.
Piensa un segundo en esas palabras, y si bien quizá no haya probabilidad de que una planta mienta, sí que es complicado entender su lenguaje, lo cual podría llevar a infinitos malentendidos que conducirían a un final desastroso. Para el caso es lo mismo. De repente, cae en la cuenta de la mirada profunda de Admarie que le dedica, y la hace creer brevemente que se trata de una indirecta, pero reflexiona que eso sería imposible. Él no la conoce y apenas ha tenido tiempo para mentirle.
—Creo que no lo había visto así.
—Porque tú has de encontrar esa paz en otro lugar, y eso es normal —contesta con una sonrisa Daimond—. Quizá lo hagas cuidando de leones y yo no podría entender cómo animales tan fuertes e intimidantes te brindan dicha...
Entonces, Lyra se entretiene con el helado para evitar seguir hablando, funciona hasta que un llamativo conjunto de voces y risas atrae su atención. Antes de que pueda ver de quiénes se trata, el rostro de Daimond se contrae, entiende la razón tan pronto su mirada cae en el grupo de amiguitos que llega al lugar. Erik, Mycroft, Christine, Grecia, Tristán y otros chicos a los que no reconoce.
—Tenías razón, Lyra, el mundo nunca es tan perezoso.
Haber visto a Grecia y Tristán solo fue el preludio de lo que acontece en ese preciso segundo. Lyra asiente y desvía la mirada mientras Admarie deja el efectivo en la mesa; no obstante, en el momento puntual en que ella ladea el rostro, un par de ojos grises la atrapan. Por fortuna, lo siguiente que tiene que hacer es incorporarse a la salida. Sus miradas se sostienen por menos de una fracción de segundo.
Ella prácticamente corre, mientras Daimond se queda atrás y cubre su figura con su propia silueta. Lo espera a la salida con una sonrisa. Afuera el color del cielo se ha oscurecido un poco, lo suficiente para que los faroles al lado de las calles ya estén encendidos y confieran cierto misticismo a la mundanidad de la vida humana.
—Lo siento —se disculpa.
—No tienes por qué disculparte, entiendo por qué te sientes como lo haces.
Lyra abre la boca para decir algo, pero la verdad es que no hay nada que pueda decir... Sabe que no está haciendo nada malo, al menos no todavía, piensa, pero aun así es imposible para ella no temer lo que las lenguas de esos niños ricos de sangre azul podrían destrozar en su vida.
—De verdad, lo siento. —Sus ojos se humedecen porque la culpa por ser grosera y dejarlo atrás sumado al miedo es demasiado, no puede con tanto.
—Tranquila.
De forma inopinada, algo la presiona y un calor suave la invade desde su pecho. Le toma casi un minuto darse cuenta de que Daimond la ha rodeado con sus brazos, que está siendo abrazada por el joven con ojos de venado, con esos brazos fuertes y manos hábiles y gentiles. Se permite el capricho solo unos latidos, que pronto entiende fueron demasiados.
—Pero...
—¿Lyra?
El corazón de Lyra se contrae tan pronto escucha la voz. Sabe quién es; sin embargo, no tiene tiempo para reaccionar e inventar una mentira que justifique su posición entre los brazos de Daimond, pues es él quien le impide alejarse y la arrastra un par de pasos antes de tomar su mano y echar a correr con Amistad por a su lado.
Luego de cinco cuadras, siente que no puede más, ha corrido con todo lo que su alma le permitió. Daimond se da cuenta y detiene el paso solo para inmediatamente después romper en carcajadas. Su risa es contagiosa y poco a poco el miedo que la impulsó a correr, se convierte en... no está segura cómo definirlo, pero la hace reír a la par que Daimond.
—Es un día de locos —murmura Admarie antes de volver a reír.
—Quién diría que el Distrito Escolar era tan pequeño. —Sus palabras salen entrecortadas—. Huimos como si fuéramos... —No termina su idea, porque su siguiente palabra era una prohibida.
—Lo sé. —Su risa se ha calmado y su habitual aura serena baja de nuevo para envolverlo, sus ojos coruscan y luce más hermoso de lo que antes había creído.
—Es tarde —señala—. Será mejor que vaya a casa.
—Puedo llevarte.
Lyra niega, han estado a punto de ser descubiertos dos veces, no se arriesgará a una tercera, y más porque la tercera, dicen, es la vencida.
—Tomaré el autobús.
—¿Con Amistad?
—Tienes razón. Caminaré un poco, no vivo muy lejos.
—¿Segura?
Asiente, y comienza a andar mientras Daimond se encamina hacia otra dirección. El corazón de Lyra se agita feliz.
Aarón no está seguro de lo que sus ojos han visto. Podría jurar que conoce la mirada de Lyra a la perfección, pese a que la chica insiste en ocultar esos preciosos y enormes ojos color chocolate, es imposible no observarlos y sucumbir ante ellos como lo han hecho imperios ante mujeres... Tienen una profundidad que roban el aliento y un brillo que nunca ha visto. La oscuridad dentro de él emerge, Aarón quiere tenerla, sabe eso, pero no comprende la complejidad de sus deseos. A veces eso lo frustra.
Voltea a ver a su comitiva, sus planes eran sencillos. Salir a divertirse un rato, pero las chicas que los acompañan decidieron repentinamente que querían un helado antes de buscar algo más fuerte. Suspira y decide abandonarlos por unos minutos. Están Erik, Mycroft y otros chicos que seguramente las entretendrán sin problema.
—Ahora vuelvo —avisa.
No escucha sus palabras ni preguntas, avanza a la salida y entonces de nuevo duda de lo que sus ojos le reportan. ¿Ese es el profesor de Economía? ¿Está abrazando a Lyra? Un fuego nace en su corazón y se extiende por todo su cuerpo a través de las venas, quema, arde y no sabe qué hacer con él. Nunca lo había sentido. Es similar a como cuando le quitan sus cosas, como aquella vez cuando Erik había ido a su casa a jugar y le quitó uno de sus juguetes favoritos cuando eran niños, por supuesto, Aaron había respondido y recuperado el juguete por la fuerza de las torpes manos de Erik.
—¿Lyra? —pregunta con voz ronca.
Incluso hablar le supone un problema. No obstante, no tiene oportunidad de ver esos ojos de nuevo, el sujeto aprieta a Lyra en sus brazos y vira para entonces echar a correr. Aarón los sigue por las primeras tres cuadras, mas luego acompasa su paso y espera que ellos también lo hagan. Lo hacen cuadras después, Aarón echa a correr de nuevo, necesita saber si de verdad era Lyra, es todo lo que necesita.
Sin embargo, cuando la pareja se separa descubre que también le importa quién es el tipejo que se ha atrevido a poner sus manos sobre Lyra, y le toma 30 segundos decidir que necesita primero comprobar que es realmente Lyra la que camina con un perro. Cruza la calle y corre, es el peor plan del mundo, mas quiere encontrársela frente a frente, de ese modo no habrá lugar para dudas.
Lo hace y esa mirada oscura y profunda se encuentra con sus ojos.
—¡Lyra! —saluda, modulando su voz para disimular ese fuego que lo consume.
Sí era ella, ahora necesita corroborar la identidad del sujeto.
—Aarón. —No luce feliz.
—¿Qué haces aquí? —inquiere.
Lyra frunce el ceño y él cae en la cuenta de su error, se apresura a enmendarlo.
—¿Quieres venir conmigo a divertirte con mis amigos? —invita.
La incredulidad de Lyra se profundiza.
—No, gracias —responde tajante.
—Te divertirás, te lo prometo. —Él tampoco comprende por qué insiste.
—No. Tengo otras cosas que hacer.
Aarón se molesta ante sus negativas. Sin embargo, se hace a un lado y permite que se vaya, su pecho pierde el aliento solo un latido antes de correr hacia donde el tipejo había ido; no obstante, es demasiado tarde. Lo ha perdido. Vuelve un tanto desanimado al grupo. Por supuesto, su desánimo no dura demasiado, y después de varios tragos en el bar ríe a carcajada suelta, todos parecen animados y se divierten en la pista de baile. Salvo Erik y Mycroft quienes solo conversan entre ellos y Christine y su dúo. Aarón pone los ojos en blanco, él no los habría invitado, pero Grecia insistió porque de lo contrario Ferguson se molestaría.
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