28
Diana no llegará a comer con ellas porque tiene que terminar una tarea, Lyra lee el mensaje de texto en el teléfono antes de avanzar hacia la mesa que comparten. Se acomoda y decide esperar unos minutos por Mirabella, mientras tanto abre la botella de agua y bebe de ella solo un par de tragos antes de ver entrar a Aaron. Sus ojos lo siguen por largos minutos, no puede evitarlo, la manera en que se mueve, en que sus ojos brillan y esa sonrisa de autosuficiencia de quien se sabe que puede hacer lo que sea y no habrá consecuencias... Le recuerda a un depredador, un felino, peligroso que al ser atractivo lo hace letal... Si ella es una gatita, Aaron es una pantera. En el instante en que esa comparación tiene lugar, cae en la cuenta de lo real que es.
Lo ha visto con muchas chicas, sus conquistas son siempre hermosas y despampanantes; no es que lo haya vigilado, pero estar cerca de Diana le brinda información que no necesita. En ese momento está pagando en la caja y mientras lo hace coquetea con la cajera, Lyra se pregunta si la chica que corresponde al flirteo sabrá sobre la clase de individuo que es él. Probablemente no. De pronto, otra persona lo rodea de la cintura desde atrás, una chica de cabello castaño corto y lacio.
Aaron sonríe y le toca la nariz en lo que supone debe ser un gesto de ternura, la sonrisa de la recién llegada se amplía y se restriega contra el chico de mirada gris. Hubo un tiempo en que a Lyra le gustaba ese color de ojos, un tiempo en donde le pareció precioso; sin embargo, eso fue antes de ver cuán fríos podían llegar a ser. El hierro es un metal quizá demasiado pesado.
Entonces, Pendragón eleva su punto focal y su mirada de acero cae en el chocolate de Lyra, quien ante el súbito encuentro pierde el aliento, agacha la cabeza y se concentra en la comida frente a ella, en el verde de la lechuga, en el rojo del tomate y... un suave sonido le avisa que alguien se ha sentado frente a ella. No puede verlo debido a su posición y, por la fracción de segundo que le toma alzar el rostro reza a los dioses que no sea Aaron, le reza a Odín Padre de Todo, le reza a Thor hijo de Odín y a Iron Man, porque... Iron Man es el dios del Hierro, ¿verdad? Seguro que la ayuda. Siempre dicen que tiene un corazón de oro. Por favor que la salve.
Entonces, cuando sus ojos caen en Aaron descubre que Iron Man no es un dios y las personas con hierro en la mirada no lo obedecen, por eso es por lo que el muchacho sentado frente a él es Aaron y no algún chico desconocido. Maldice en su fuero interno, mas se obliga a sonreír. No va a darle la satisfacción de ver que acaba de arruinar su desayuno. Hay un largo silencio en el que no hacen más que verse.
—¿Y mi hermana? —inquiere Aaron casual de la vida.
Lyra suelta el aliento que retiene y se descoloca por la llana pregunta, no sabe qué esperaba, pero en definitiva eso no. Está genuinamente sorprendida.
—No vendrá —murmura.
—¿Quieres que te haga compañía en su lugar? —La voz de Pendragón se hace más grave.
La pregunta hace que se recupere y niega con prisa, recordando que él es asfixiante en más de un sentido. Letal.
—No, gracias. —Las palabras son frías, cortantes, con él es mejor estar sola que acompañada.
Aaron se encoge de hombros sin lucir afectado, estira el brazo y coge la botella de agua. Algo en el interior de Lyra se encoge y su cuerpo reacciona protegiéndose, sabe que el muchacho le arrojará el contenido y aprieta en su mano la cuchara para arrojársela tan pronto él lance el primer golpe... Sin embargo, y para desconcierto de Lyra, Aaron no lo hace, en su lugar solo bebe el líquido casi hasta la mitad. Lo observa estupefacta y, aunque quiere recuperar su agua, prefiere que se la acabe a que se la vacíe encima.
—Gracias —dice como si nada, al dejar la botella sobre la mesa aún tiene algo de líquido.
Niega y entonces llegan Erik y Mirabella, la una después del otro. Erik se planta frente a Aaron mientras Mira se acomoda a su costado. La suave y petulante carcajada de Pendragón se escucha y su mirada reta al recién llegado a reclamarle. Por suerte para Lyra, solo hay un intercambio de miradas asesinas, desea que acabe ya y está a punto de intervenir para romper esa tensión en el ambiente que le causa escalofríos cuando Aaron cede y se va otorgándole un golpe accidental con el hombro al rubio.
Lyra espera a que Erik o se vaya o se siente, aunque preferiría lo primero y... su deseo se hace realidad. De pronto, no sabe qué pensar y es incapaz de nombrar las emociones que la recorren. El hecho de que se cumpla su deseo hace que su corazón se contraiga, y no sabe por qué.
Sin embargo, antes de marchase, Erik coge la botella de la que ha bebido Aarón, Lyra abre la boca para advertirle, pero el hielo en los ojos del rubio la enmudecen. Erik da media vuelta y se va. Frunce el ceño y vira hacia su amiga para preguntar qué acaba de suceder, Mira solo se encoge de hombros.
Lyra quisiera no darle importancia a los eventos; no obstante, sus ojos siguen al muchacho y lo ven tirar la botella de agua en el bote de basura, por unos segundos se molesta, pues para qué le ha quitado su agua si la iba a tirar, pero eso es solo hasta comprender lo que hace el rubio frente a la cajera. Comprarle una nueva botella. Regresa con ella y se la extiende.
—No deberías beber de los restos de otros. Nunca. —La voz de Erik es suave, en contraste con el hielo de sus ojos que apenas está derritiéndose.
—Gracias.
—Es mi deber como tu gato proveerte. —Su antiguo enfado se ha esfumado, sus manos se hacen garritas.
El corazón de Lyra se acelera, una pequeña sonrisa quiere nacer en sus labios, pero ella la asesina.
—¿Qué? —No está segura de que así funcionen las relaciones felino-humanas.
—¿Preferirías un ratón? —pregunta juguetón y como si de verdad estuviera considerándolo—. ¡Pero Amor ya te ha de llevar muchos!
Parpadea ofuscada y un leve sonrojo cubre sus mejillas, decenas de pensamientos pasan por su cabeza y sus emociones son un caos. ¿Acaso la ha llamado Amor? Hace un rápido repaso a las sílabas, su corazón se paraliza al descubrir que se ha equivocado. Hay dos razones para que el centro de su vida actúe de tal guisa: la primera, es que ha sido su cerebro quien la ha traicionado, dándole exactamente lo que desea y; la segunda, es ante la comprensión de que no ha sido llamada Amor. En medio de su confusión, piensa que sus turbulencias han acabado, pero luego nuevos focos rojos se encienden en su cabeza.
Esas palabras pueden malinterpretarse, y al igual que ella, muchos más podrían pensar que es a ella a quien llama «amor»... aun si el resto de palabras no concuerdan. Y lo que es peor, no está segura qué postura tiene, si lo desea o le preocupa que alguien lo malentienda y no sea verdad.
Siente desconfianza, pero también alegría y algo de miedo, miedo a caer en una trampa que todavía no ve y que se esconde bajo el cielo de Erik y sus palabras gentiles, tal como un felino entre la yerba a la espera de que su presa se olvide de ser vigilante.
—Me gusta el agua, gracias —responde.
Erik la observa a consciencia, desde ese brillo inocente en su mirada hasta la manera en que sus labios se fruncen entre lo que podría ser un gesto de alegría o uno de incomodidad, y se descubre anhelando que sea lo primero.
De pronto, un brazo se cruza entre ese pequeño momento que comparten. La mesera le ha llevado la comida a Erik hasta su lugar.
Las clases son relativamente sencillas luego de un semestre de angustia, y no porque se hayan facilitado con el tiempo, sino porque ya se ha acostumbrado al ritmo de trabajo, a las ingentes cantidades de lectura y las largas horas de práctica. Lyra no se queja, aunque de vez en cuando desearía tener un poco de tiempo para ella. Suspira y ve las notas en los folios, su letra redondeada y los colores fosforescentes de los marcatextos hacen que tengan cierto aire pueril. Le gusta. Abre y cierra los puños con la intensión de relajar sus músculos de sus dedos y luego estira los brazos, ve la hora en el pequeño reloj de mesa que tiene. Son las cinco de la tarde y es el momento perfecto para salir con Amistad.
Sabe que los nombres de sus mascotas son un tanto peculiares, pero ambas aparecieron en tiempos de carestía de ambos sustantivos. Lyra llama a Amistad y le acaricia las orejas, le gusta despeinarla. Amistad salta con alegría, también quiere ir a pasear. Le avisa a su madre antes de partir.
Lyra es una persona visual, le encanta visitar el parque y deleitarse con el esfuerzo que hacen los jardineros por mantener el césped podado, las flores vivas y los árboles fuertes; le gusta ver, pero la verdad tiene algo de perezosa, así que por eso su casa carece del color verde como adorno. Phoebe tampoco es una persona dada a las plantas, Lyra lo sacó a ella.
Amistad va tirando de su correa por todo el camino y no es hasta que llegan al parque y la libera que la perra está contenta. Ríe ante las tonteras que hace y es que Amistad una vez suelta corre cual verdadera chiflada, da mil vueltas sin perseguir nada ni nadie en particular.
De pronto, en una de sus vueltas, Amistad decide detenerse y hacerle fiesta a un desconocido, Lyra está muy lejos así que se acerca y llama a voz en grito a la perra. El extraño mientras tanto juega con ella, hasta que el extraño suelta un grito que más de dolor podría ser de sorpresa, Lyra no está segura y tampoco se quiere arriesgar. Puede que Amistad sea pequeña tanto de edad como de tamaño, pero la fuerza de su mandíbula es algo a considerar.
—Perdón, perdón —se disculpa y toma a Amistad entre brazos—, ella cree que juega y no se da cuenta... —Su voz muere al darse cuenta de la identidad del extraño.
Es el profesor Admarie.
—Lo sé, también tuve un perro igual de juguetón.
A Lyra le toma casi un minuto encontrar su voz.
—Ah, ¿sí? —Es todo lo que logra articular.
Admarie ríe, una suave carcajada que los envuelve de manera cálida, pronto Lyra se descubre sonriendo también y, además, apreciando cada detalle de su hermoso rostro; se da cuenta de que cuando tiene a bien de sonreír sus ojos de venado se hacen pequeños, pero no desaparecen, coruscan de manera extraña y sus orejas se elevan debido al movimiento de sus labios. Lyra resiste el impulso de alzar la mano y tocarlos, parecen tan suaves y... Agacha el rostro al caer en la cuenta de lo que por su cabeza pasa, sus mejillas se encienden.
—¿Estás bien, Lyra? —pregunta preocupado el profesor.
—¿Qué? —Eleva el mentón—. Sí, sí, ¿por qué? —Los nervios hacen que sus palabras salgan a trompicones.
—Estás roja.
Se lleva la mano a la cara, está ardiendo.
—Es el clima —miente.
—¿Lyra, estás enferma?
—No, no, estoy bien. He corrido un poco, tal vez es un efecto retardado. —Es la peor excusa del mundo, pero no se le ocurre otra.
Entonces, un gemido escapa de su boca a la par que su corazón se detiene. Ve a Grecia y Tristán caminando por uno de los corredores del parque. Lyra no está haciendo nada malo, y su conversación con el profesor no se ha alejado de los caninos; sin embargo, es consciente de cuán mal podría verse y malinterpretarse por parte de Grecia. Su corazón comienza a trabajar a mil a la par que su cabeza en busca de un escondite. No hay, no existe y en menos de un segundo Grecia la verá con el profesor Admarie.
Lyra se resigna y maldice en su fuero interno, intenta recomponer su rostro para no lucir culpable frente a la chica; no obstante, no tiene oportunidad de hacerlo, una cortina sesga su visión en menos de la mitad de un segundo y la hace girar para emprender la marcha. Le lleva más de un minuto entender que el brazo de Daimond rodea sus hombros y la conduce lejos de Grecia. Amistad los sigue.
—Qué coincidencia —comenta él con la intensión de aligerar el ambiente y el miedo de Lyra.
—El mundo nunca es tan perezoso —contesta en modo automático.
—¿Y a qué podrías atribuirle esta casualidad?
—Yo... no lo sé —admite.
—Entonces, mientras lo averiguas por qué no hacemos de este momento uno menos tenso.
—No creo que sea posible —murmura.
Lyra sabe que verse con su profesor afuera de la escuela está mal; no obstante, lo que no sabe y que su brújula moral no puede mostrarle es si está mal caminar con su profesor en un encuentro accidental. Nadie podría culparla, se dice, pero el miedo de Lyra revive, ese que durante todas las vacaciones la carcomió en vida y no la dejó respirar hasta que hubo tenido la carpeta con su re-aceptación en las manos.
Y, aun así, quiere ir. Quiere conocer a Daimond Admarie, quiere saber cómo pasó de ser un estudiante acosado y becado a uno de los mejores investigadores a nivel nacional. Lyra ha hecho su tarea, ha investigado a su maestro del taller de jardinería, lo ha hecho y lejos de aminorar su curiosidad la empeoró, la hizo más profunda, ahora quiere saber sobre su vida privada y eso sí le advierte su brújula moral que está mal. Lyra avanza como un robot con corazón.
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