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22



Cuando Lyra entra a la cafetería, Diana y Mirabella ya la esperan, la primera agita su brazo para indicarle que le han apartado un lugar. Asiente y le da su tarjeta a la cajera. Pronto se encuentra caminando hacia ellas. Su primera amiga la escanea con el ceño fruncido.

—¿Qué te pasó en las rodillas? —interpela nada más se sienta Lyra.

Diana conoce muy bien ese tipo heridas, más o menos. La bandita no logra cubrir todos los raspones y es extraño colocarse un montón de ellos.

—Me caí.

—¿En serio? —Alza una ceja.

Lyra afirma con la cabeza.

—Y es rodilla —aclara—, solo tengo una rodilla lastimada.

Diana eleva ambas cejas una vez más y al segundo se encuentra agachándose bajo la mesa para cerciorarse de que sea verdad. Lyra aprieta las piernas ante el escrutinio de su amiga. Entonces, Mirabella suelta una carcajada sin perder esa elegancia sencilla que la caracteriza.

—Sí, tienes razón, es una rodilla —afirma Diana—. Tienes que enseñarme a hacerlo.

—¿Qué? —Su rostro enrojece.

—¡Es broma! —Diana carcajea.

Al finalizar, toman distintos caminos. El tiempo de Lyra comienza a llenarse de horas de estudio para presentar los exámenes, pasa la tarde en la biblioteca después de los clubes deportivos. Y los regalos de Erik comienzan a hacerse constantes, a veces son dulces, otras notitas de ánimo y unas poquísimas es su compañía. Lyra no lo entiende, pero lo deja estar al ver que el muchacho no habla y se limita a leer con ella. De vez en cuanto también la ha acompañado a la parada de su autobús.

No puede acostumbrarse a ello, no debe hacerlo, lo sabe bien, pero también reconoce que en ocasiones es reconfortante encontrar entre las notas de desprecio una que la anime a continuar. Y cuando tiene hambre los dulces son de utilidad. Tiene un frasco en casa con las envolturas de cada uno de ellos, no importa si se trata de basura una vez el contenido ha sido comido, ella no puede tirarla, teme que un día todo eso haya sido producto de su imaginación. La basura en el frasco de cristal es la prueba tangible de que no ha perdido la cabeza.

—Hoy podría llevarte, ¿sabes? —dice Erik.

Lyra guarda los últimos folios en su mochila.

—¿Llevarme? —Está tan concentrada repasando en su cabeza lo estudiado que no lo entiende.

—A tu casa.

Niega con una sonrisa.

—Gracias, pero me gusta el autobús.

El rubio frunce el ceño.

—¿Qué hay de divertido en ello?

—Nada, pero es cómodo.

—¿Cómodo?

Erik no lo entiende. Siempre ha creído que usar autobús es una cuestión necesaria más que una elección, así que cuando Lyra dice eso es agitarle los pensamientos cual fueran huevos revueltos. Intenta cavilar en la idea y ver las ventajas, pero el hecho de no poder elegir la música a escuchar le parece una desventaja de sobra. ¿Quién querría escuchar cumbias? Ha escuchado la música cuando pasa en su coche al lado de los autobuses.

—¿Te gustan las cumbias? —curiosea.

Lyra ríe, y es una sonrisa genuina y audible, por los huecos a las orillas de su dentadura ha escapado un sonidito que Erik descubre le agrada por dos razones distintas. La primera es el simple hecho de verla sonreír y la segunda es saberse causante.

—Se bailan muy bien —contesta.

—¿Sabes bailar?

Lyra niega y emprende el camino, a los pocos segundos el muchacho se pone a su costado.

—No —responde—, no muy bien.

—¿Y por qué dices que se bailan muy bien?

—No siempre necesitas hacer algo para disfrutar de ello, Erik, a veces basta solo observar a aquellos que lo hacen bien.

Erik desvía el tópico a los exámenes, aunque su cabeza no deja de repetir y analizar las palabras de Lyra. Aún después de que ella se sube al camión, su voz se le queda varías horas después; sin embargo, es el sonido de su sonrisa el que lo acompaña hasta la cama.



Al día siguiente, Erik pasa por Mycroft para ir al IVB. Su amigo se le queda viendo como si acabase de brotarle un barrito en la cara.

—¿Qué tengo? —Toma el espejo retrovisor y lo inclina hacia su cara.

—Algo que muy pocas veces.

Erik se ve la barbilla, las orejas y hasta el principio del cabello, pero no encuentra nada.

—¿Qué es? —repite y se concentra en el camino.

—Esperanza.

—Oh, vamos, Mycroft. —Golpea el hombro de su amigo—. Eso no tiene ningún sentido.

—¿Es Lyra?

Erik calla.

—La chica lo pasa realmente mal en el colegio —dice Mycroft—, es una becada, una gatita.

Entonces, comprende lo que su amigo acaba de decirle. Debe ser el idiota más grande del mundo por no pensar en ello.



Al salir de su clase, el celular de Lyra vibra. Agradece porque haya sido después de que cruza el dintel de la puerta, revisa las palabras.

Hoy no podré comer con ustedes. Lo siento

Es de Diana y Lyra siente un pequeño pinchazo de culpa, la vez que Lyra decidió no comer con sus amigas no tuvo la misma gentileza que Diana acababa de mostrarle. Suspira y se promete ser mejor amiga la próxima vez. Es todavía temprano en la cafetería, apenas hay unos cuantos alumnos, se apresura a formarse en la línea de cajas para ir hasta el habitual lugar que es el suyo.

Come despacio, dándole tiempo a Mirabella para llegar. La cafetería comienza a llenarse. Los ojos de Lyra viajan de su comida a la entrada, así que ve cuando él entra. Lyra agacha la mirada como si la sopa de letras estuviera intentando comunicarle las respuestas de los finales. Sin embargo, cuando un panqueque se coloca frente a ella y el rubio se sienta en el lugar de Diana es imposible no levantar la mirada. El cielo en sus ojos resplandece, en su interior hay un día luminoso.

Su mirada se dirige al postre, está decorado con ojos y una sonrisa deforme. Podría encontrarlo enternecedor o gracioso de no ser por el remitente. Alza la mirada y se encuentra una vez más con el cielo de Erik, esta vez le transmite confianza y de algún modo sabe que es real. Borra la sonrisa que comienza a nacer de sus labios. Se vuelve de piedra. Erik ha sido lindo en privado, pero nunca en público así que desconoce sus intenciones. Un panqueque no la engañará.

—¿Qué quieres? —pregunta Lyra cuchara en mano y con un semblante estoico.

—Ser tu gato. —Erik agarrota los dedos de su mano derecha simulando ser garras—. Miau, miau.

Eso la hace parpadear de la sorpresa y por un segundo no sabe qué pensar. Esas palabras son... peligrosas por los muchos significados que tienen. Gatos son los alumnos becados que no tienen para pagar la colegiatura, gatos como Amor que se restriegan en las pantorrillas buscando amor, gatos son esos seres a los que debes cuidar... Y aunque intenta ser de piedra, es un ser humano, la imitación de Erik a un gato la hace sonreír.

—No tengo cómo mantenerte —responde como una disculpa y sus orejas hierven.

—Soy un gato bastante astuto —continúa Erik y ambas manos simulan ser garras ahora, las mueve al frente y atrás—, podré mantenerme cerca sin ser un incordio. —Una amplia sonrisa se dibuja en su semblante y guiña un ojo.

Lyra desvía la mirada.

—Supongo que eso es un sí —dice Erik.

Las palabras la obligan a mirarlo.

—Yo no he dicho eso.

—Tampoco dijiste que no. Y, si no dices que no, significa sí. —El muchacho se incorpora y señala el panqueque—. Ese es mi primer tributo, humana mía.

Erik se marcha sin darle oportunidad de negarse, Lyra siente a diversas miradas clavársele en el cuerpo, está tentada a abandonar la cafetería, mas al ver que su comida va por la mitad, se obliga a continuar. Al minuto, Mirabella se encuentra a su lado.

—¿Qué fue eso? —inquiere con una sonrisa traviesa.

Lyra también desea saberlo.

—Dijo que quería ser mi gato...

—Sí, eso nos quedó claro a todos —dice con alegría—, pero a qué ha venido...

—No lo sé.

El resto de la comida transcurre entre bromas y risas, y la jornada académica pasa en un borrón que Lyra apenas registra más allá de los apuntes en las hojas de su carpeta. Aunque la cosa cambia al llegar al despacho del profesor Daimond. Sus ojos de venado la cohíben y el solo hecho de verlo la hace revivir lo que ocurrió unos días atrás entre ellos.

No es que haya habido besos o toqueteos más allá de lo necesario; sin embargo, lo que compartieron fue incluso más intimo de lo que podría resultar los primeros y Lyra descubre que la intimidad toma distintos matices y que no se limita a actividades sexuales, la intimidad puede ser un secreto compartido, una verdad desvelada o una herida siendo atendida. Cuán banal es creer que es sinónimo de besos y sexo. Lo que ella compartió con el profesor es superior a ello y, aun así, Lyra no puede verlo con deseo... vale, sí que puede, pero lo respeta tanto que cuando sus pensamientos se desvían se obliga a concentrarse en quién es él, quién es ella y la relación que mantienen.

—¿Cómo sigue tu rodilla? —pregunta Daimond.

—Mejor, muchas gracias.

—¿Te han vuelto a molestar?

Niega.

—Siempre puedes venir aquí —invita y su mirada refleja ternura—, a desahogarte o para huir.

—Gracias.

Lyra quiere preguntarle cómo pretende que ella se oculte allí si las puertas se mantienen cerradas cuando él no está. No obstante, sella sus labios y se acomoda en el escritorio destinado para el asistente de investigación.

—Hay una llave para ti en el cajón de en medio —informa el maestro.

Su mano viaja de inmediato al sitio en cuestión. En efecto, hay un duplicado. Está atado a un llavero con una figura de una casita. Lyra frunce el ceño y se pregunta si el profesor sabe que Phoebe renta el techo bajo el cual duermen y su sueño más grande es poder darle una casa a su madre. Se deshace de esos pensamientos, no hay modo en que...

—¿Eras parte del comité seleccionar? —pregunta en un susurro.

—Es para que nunca olvides la razón por la que estás aquí.

No es una negativa. La voz huye de su garganta y su mirada se empaña. Sabe que el profesor lo ha hecho con la mejor intención del mundo, pero no puede evitar sentirse engañada, ultrajada... expuesta, su corazón late con rapidez y se concentra en serenarse, en silenciar el dolor que experimenta en esos precisos segundos. Asiente y se obliga a atender los trabajos pendientes que debe entregar a Daimond.

Una vez en casa, Amistad corre a recibirla. Ha crecido varios centímetros desde que llegó a casa. Lyra acaricia su pelo y le habla de mil cosas y nada a la vez. Se acuclilla y la perra acomoda el hocico en su hombro, aprovecha la cercanía para abrazarla. Su mirada pronto cae en Amor, el gato la observa desde un costado del sillón.

Lyra se incorpora y va a su habitación, se deja caer en la cama y comienza a desabotonar su camisa. El día ha sido extraño. 

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