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21




Lyra camina hacia la cafetería y le sonríe a la muchacha de la caja registradora. La chica ya la ubica y le dice provecho luego de pasar su tarjeta por el lector. Lyra toma la bandeja y avanza a través de la barra. Esa mañana le dan un emparedado de pollo y un licuado. Agradece antes de dejar la bandeja en su sitio. No necesita plato ni la charola, toma el batido y lo bebe de una. Por un instante se detiene a pensar en Mirabella y Diana, pero resuelve que no pasará nada si no comen juntas. Entonces, sale de la cafetería y se asegura de que Aarón se encuentra en su círculo habitual de amistades. Lo raro es no ver a Christine, pero tampoco se detiene a pensar en ello. Aprovecha el tiempo que tiene para relajarse en los jardines.

Los exámenes finales están por llegar y, aunque ha estudiado no puede evitar sentirse nerviosa, necesita las mejores calificaciones. Un perfecto y redondeado diez. Lyra busca paz y algo que tranquilice su agitado corazón. Algunas partes de los jardines tiene diferentes niveles, por lo que es habitual encontrar bardas que sostienen fracciones de estos y que dotan de cierta realeza a algo tan terrenal. Se acomoda a orilla de uno y la recibe un panorama precioso.

Los múltiples colores que se ven crean un mosaico que reluce y de marcos verdes en variadas tonalidades. Se pregunta, como es habitual en todo proletariado, cuánto no cuesta mantener esos terrenos, la viveza de los jardines habla de fertilizantes, agua y aditivos que mantienen la tierra generosa... De pronto, el suelo comienza a acercarse a ella tan rápido que no tiene tiempo de procesar cómo es que su cuerpo es atraído por la gravedad, no hasta que se impacta. La rodilla izquierda se lleva la mayor parte del golpe, Lyra suelta un gritito. Se vuelve y levanta la mirada.

Grecia. Christine.

Ambas están paradas donde ella estuvo sentada hace segundos, la rubia tiene una amplia sonrisa en la cara.

—Eso te pasa por zorra —murmura y le escupe.

Lyra alza la mano para proteger su rostro del gargajo, por suerte cae en su pierna... si es que a eso puede llamársele suerte.

—La próxima vez caerás del tercer piso —amenaza Christine con su voz de soprano.

Sus ojos pican, mas no se desbordan, y su pecho duele de una manera muy distinta a como lo hace su rodilla. Las chicas se van y por fin puede soltar un sollozo quedito. Lyra no entiende qué les ha hecho para que desquiten sus frustraciones con ella.

Permite descansar a su cuerpo y se tiende sobre el pasto, le duele la pierna así que yacer allí es un modo de lamer sus heridas. Pequeñas lágrimas escapan por las esquinas de sus ojos mientras que la rodilla le palpita. Espera que pase rápido. Sin embargo, no lo hace y el dolor cala más profundo. No el de la pierna, el del corazón.

Piensa en Phoebe y se gira hasta acomodarse sobre el flanco derecho. Si Phoebe la viera en ese estado, correría a ella y la arroparía, le susurraría palabras de consuelo y preguntaría por las causas, y si fuera por cuestiones lejanas al IVB Lyra le contaría la verdad... En cierto modo se alegra de que su madre no la vea así, no quiere que sufra y tampoco mentirle.

—¿Lyra?

Cierra los ojos con fuerza y se pregunta por qué su suerte va de mal en peor cuando lo que más necesita es todo lo contrario. Quedarse tumbada no ha sido la mejor idea. Se sienta tan rápido que el mundo se hace un carrusel rebasando los límites de velocidad. El profesor Daimond se coloca frente a ella en cuclillas y le aleja el cabello de la cara. Ella sabe que está hecha un desastre, con las mejillas húmedas y embardunadas de tierra, con el moco escurriendo de su nariz y con el uniforme sucio.

El maestro no dice nada ni tampoco le pregunta la razón de su estado; sin embargo, lo que hace es mucho peor. Los gruesos brazos de Admarie la toman, uno bajo sus rodillas y el otro en su espalda, Lyra asciende. Está tan conmocionada que lo único que se le ocurre pensar es que no la deje caer, y se cuelga del cuello. La lleva hasta su despacho, el hecho de que los alumnos estén concentrados en la parte frontal y oeste del IVB ayuda a que nadie los vea, lo cual es una verdadera fortuna.

La sienta sobre el escritorio principal y Lyra se siente toda una profanadora de obras talladas en madera. No obstante, el maestro no hace comentario alguno y va por un botiquín que apenas se entera tenía oculto en uno de los cajones de los estantes que se encuentran en la parte inferior. Daimond arrastra una silla con una mano mientras que con la otra sostiene el dispensario.

Se acomoda frente a Lyra, quien ya tiene las orejas y mejillas en fuego. Admarie sigue sin proferir palabras y comienza a limpiar con diligencia. Muerde la carne de sus mejillas para evitar quejarse. Daimond la ve desde un ángulo bajo, sus pupilas están dilatadas. Lyra no sabe si es consciente de cuán comprometedora es la posición en que se encuentra.

—Para estas alturas ya deberían haberte dejado en paz —dice luego de colocar una bandita sobre la tremenda abertura en la piel de Lyra, es casi de cinco centímetros.

Lyra bufa y se pregunta qué puede saber él de lo que está sucediéndole.

Daimond apoya la espalda sobre el respaldo la de silla, y Lyra tiene el pensamiento estúpido de que enojado también es guapo.

—¿Crees que no sé lo que estás pasando?

Está tentada a responder. No tiene la oportunidad, el maestro se la roba al comenzar a desabotonar su camisa. Lyra frunce el ceño y por un instante considera marcharse; sin embargo, algo en la piel del profesor la detiene. Son cicatrices, marcas redondas y pequeñas.

—También fui becado —dice Daimond—, y como tú sufrí de acoso.

—¿Y te dejaron en paz en menos de seis meses?

Asiente.

—El primero fue el más duro, pero el cuarto el peor. —Reacomoda su camisa—. No importa ya, es el pasado, y pronto será el tuyo también, solo debes resistir.

Lyra suelta una carcajada ronca.

—Date cuenta... piensa y sobrevive —continúa Daimond como si hablara con una niña a la que hay que hacer entrar en razón—. Por ahora tendrás que tolerarlos, pero después todo cambiará. Mírame, los papeles están invertidos. He alcanzado mis sueños, ya no tengo que callar y soportar los cigarros apagándose en mi piel.

Lyra ve las cosas de manera distinta, tal vez ya no sufra de maltrato escolar. Sin embargo, todavía les pertenece, así como lo hace cualquier persona que requiere vender su fuerza para poder comer. Y no es que Lyra se queje de tener que trabajar, nada más alejado que eso, Lyra lo que juzga y considera incorrecto es que muy pocos acumulen mientras otros millones mueren de hambre. Sabe que la diferencia de preparación y habilidades juega un papel elemental en eso, por lo que no está en contra de los distintos niveles de vida de las personas... Aunque mucho de ello se deba a la falta de oportunidades... El punto de Lyra es que cuando se poseen 100 millones de dólares en la cuenta —por poner un número— y se vive mejor que un rey, acumular otro par de millones no representa ninguna mejora para el dueño de esa suma. Ese es su problema.

La gente puede ser rica, no critica eso, pero lo que no tolera es la simple avaricia. Acumular por acumular y no invertir, porque vamos... que, si los ricos invirtieran correctamente su dinero en lugar de guardarlo, crearían empleos, infraestructura, conocimiento y mucho más. Y si se analiza un poquito más se llega a la conclusión de que un pobre gasta lo que gana y un rico gana lo que gasta.

La cosa es bien fácil, el proletario gastará el sueldo obtenido de su trabajo, sin embargo, el rico ganará lo que haya invertido en producción, pues al hacerlo genera empleo, al generar empleo los trabajadores tienen dinero que gastar... ¿Y cómo lo gastaban? ¡Exacto! Comprando al rico.

Lyra sabe de dónde provienen todos esos pensamientos de las lecturas que Admarie le da. Sabe también que muy en el fondo él piensa igual.

—¿Seguro? —pregunta Lyra con bondad.

El profesor parpadea desconcertado, no era la emoción que esperaba.

—Todavía eres ese niño —explica—, ese que soporta las quemaduras por una recompensa, ese que hace la vista gorda por el sueldo que le dan al finalizar la quincena, ese que crea conocimiento para que otros lo exploten.

—No es así —refuta Admarie.

Sin embargo, Lyra sabe por su mirada que reconoce el argumento tras sus palabras. Y es verdad. Daimond sonríe y luego algo similar al orgullo se aposta en sus ojos de venado. Lyra es especial como lo había creído desde la primera vez que la vio.

—Claro que sí, Daimond —afirma y por primera vez usa su nombre—, pero lo entiendo... Lo entiendo porque es seguro que yo termine en donde estás ahora mismo.

Lyra sonríe con tristeza antes de bajarse de la mesa y dirigirse a la salida.

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