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15



Lyra echa a correr y el movimiento rompe el hechizo en el que Diana está atrapada, viendo sin dar crédito a lo que sus ojos presenciaban. Ve a su amiga desaparecer entre la multitud, luego clava la mirada en Christine, quien ríe y... sus ojos oscuros caen en los de Diana, Christine al verse descubierta afecta consternación y se cubre la boca con la palma de una mano, mira a sus amigos como si no pudiera creerlo, como si no hubiera sido ella la responsable. Qué hipócrita. Diana no necesita ser detective para saber que ha sido ella la que arguyó cuando menos el plan. En cuanto a los ejecutores... Aún no lo deducía, pero ya se encargaría de ellos, o ellas, tanto daba.

—¡Maldita seas, Christine! —Avanza hacia el centro que se hizo para darle espacio a Lyra—. Eres una arpía.

—¿Qué hice yo? —La susodicha abre su boca en una perfecta "o" de sorpresa y pretende ofenderse.

—Zorra —sisea—, al menos ten los ovarios para aceptarlo.

Sus palabras tienen el efecto deseado, la morena deja caer la máscara y su verdadera cara sale a relucir, sus ojos están entornados y una felina sonrisa se dibuja en sus labios rojizos.

—Es por su bien —dice—, no merece estar aquí.

—¿Qué no merece estar aquí? —repite incrédula—. Es quien más merece estar aquí, Christine. Sus calificaciones son perfectas, su desempeño en el club de vóley mejoró en semanas lo que a otros les toma meses. Ella sí se esforzó por llegar a esta escuela, no como otras... —añade con la intención de ofender el historial de la chica tan bajo en años en niveles anteriores.

Christine capta la indirecta, se molesta y su gesto se vuelve rabioso. Ha golpeado su ego, Diana lo sabe, pero poco le importa.

—¿Qué estás insinuando? —No es una pregunta, es una amenaza, los ojos de Christine lo dejan claro.

—Instituto non presta lo que intelecto non da —sermonea con una amplia sonrisa y modifica el refrán.

Christine no tiene contraargumento y Diana duda de que siquiera haya entendido. Sin embargo, no es suficiente. Ve a Erik sostener dos vasos con algo líquido en su interior, tanto si es solo jugo o si es vómito que pretendía ofrecer a Lyra le sirve, le arrebata ambos y los arroja a la morena. Espera que sea lo segundo, pero no lo es. Arruga el plástico en sus manos y las puntas cortan sus palmas, siente un leve ardor que no identifica. Deja caer la basura.

Entonces, vira el cuerpo hasta Erik, el muchacho tiene una mirada de indiferencia, camina hasta quedar a pocos centímetros de él. Sabe que cualquier cosa contra él que haga es pésima idea; no obstante, su enojo bulle tanto que apenas puede pensar. ¡¿Cómo?! ¿Cómo puede actuar tan despreocupadamente si acaban de casi inmolar a la chica con la que bailaba?

—¡Cabrón! —insulta a la par que su mano derecha vuela y se impacta en la mejilla del rey del instituto.

Erik jadea por la sorpresa. Eso es algo que no se esperaba. Por el rabillo del ojo ve a Aarón acercase a su hermana para defenderla en caso de ser necesario. Bufa. Por lo menos eso sí hace bien, aunque es inútil, no planea devolver el golpe.

—Yo no he tenido nada que ver —susurra a Diana.

La chica no le cree y da media vuelta para salir en pos de Lyra.

Diana corre para ahorrar tiempo, pero es inútil y al darse cuenta comienza a llamarla a voz en grito, ve a sus guardaespaldas y estos la ven de vuelta, pronto están a su lado. Elijah y Baris le roban el aliento por un instante. Siempre lo hacen.

—¿Vieron por dónde se fue Lyra? —interpela.

No tuvo nada que ver con el fuego, jamás haría tal cosa, pero se siente responsable, pues fue quien convenció a Lyra de asistir a la fiesta. Desde el punto de vista de su amiga bien podría tener algo de culpa. Así que necesita explicarse, convencerla de que es inocente y que no tenía ni la más remota idea de los planes de Christine, y disculparse por arrastrarla a ese infierno. No era su intención, de verdad que no. Solo quería pasar un buen rato con ella.

Sus ojos se humedecen, y la visión se le empaña. Entonces, Baris la toma y la envuelve en sus brazos de forma inopinada, su olor la tranquiliza solo por un segundo y la ayuda a recordar que no es ella la que casi fue quemada. Se aleja y limpia sus mejillas.

—Vimos a una chica correr hacia la salida, pero no vimos su rostro —reconoce Elijah.

—¿Estaba semidesnuda?

—Tal vez —acepta Baris.

—¡Ay! —Diana echa a correr hacia la salida, pero la parada de Lyra está vacía.

Unos segundos después llega Baris con el auto. Sube ipso facto y les ordena ir a casa de Lyra. Cada minuto es más culpable y cada segundo que pasa Lyra la creerá una mala amiga y cómplice de Christine. Al llegar, no espera a que Elijah le abra la portezuela. La luz en casa de Lyra está prendida, significa que ha llegado o... tal vez no. Antes de marchar su amiga las había dejado así. Toca por si acaso.

—No está —dice Baris a su lado.

Diana lo sabe, pero no quiere irse.

—O quizá no quiere responder —completa Elijah—, no sé lo que ha pasado en la fiesta, pero si fue tan malo para que Lyra haya salido semidesnuda, entonces, es probable que desee estar sola.

Diana siente al muchacho tomarla de la mano, se vuelve. Los ojos verdes de Elijah resaltan en su angelical, pero fuerte rostro, sus labios se curvan en una tierna sonrisa, él no es muy dado a darlas.

—Tiene razón —apoya Baris—, mañana podemos traerte si gustas.

Asiente. No es que tenga argumentos contra eso y tampoco puede quedarse la noche entera allí. Antes de marcharse les pide pluma y papel, Baris se los alcanza. Siempre tan previsor... Le agradece antes de escribir un breve recado a Lyra, pidiéndole que la llame. Escribe su número y lo pasa por el espacio entre la puerta y el piso. Diana no tiene su número. Una tontería, se lo debió dar desde el primer momento en que la tomó como amiga.

Elijah la guía de la mano de regreso a la parte trasera del auto, está por acomodarse al frente, pero Diana se lo impide y lo jala hacia sí. Baris sonríe al acomodarse tras el volante, es un gesto que Diana no comprende todavía porque es la misma sonrisa que pondría un mejor amigo al ver a su amigo casado. No tiene tiempo para pensar, se aprieta alrededor de Elijah. Él sabe lo que quiere y siempre la complace, Diana toma sus labios y se sienta a horcajadas sobre él. Al llegar, la pasarán bien los tres.

La ventaja de tener padres ausentes es que su falta de presencia les permite a los hijos hacer lo que les plazca, de allí que Aarón hiciera lo que le viniera en gana y Diana se divirtiera con quienes supuestamente la deberían de cuidar de todos lo que querían hacerle exactamente lo que ellos le hacían. Bueno, técnicamente no solo de esas personas, también de asesinos, ladrones y toda clase de delincuente.



Lyra se había prometido que no lloraría, pero después de lo que ha ocurrido le es imposible mantener la promesa. Duele, duele mucho, es como si su corazón estuviera siendo triturado. Su pecho sube y baja con celeridad, comienza a hipar... Se obliga a serenar por lo menos su respiración. Hiperventilar la haría desmayarse y entonces sí, que Dios la ayude si termina inconsciente en la nada. Hace frío, olvidó tomar su chaqueta al salir. Sin embargo, prefiere tiritar que regresar al salón. Al menos no está descalza, se dice, pues siempre podía ser peor. Sus lágrimas caen con mayor intensidad al recordar su vergüenza.

No puede con eso, no puede con tanto odio y, sobre todo, no puede con el sentimiento de vejación que ya se ha apoderado de su cuerpo. Se siente sucia. Sabe que no fue su culpa, en ningún sentido, pero es difícil no pensar en que, si no hubiera cedido a los deseos de Diana, nada de eso habría ocurrido. Ve de reojo a los guardaespaldas de su amiga, ladea el rostro para evitar que la reconozcan. Abandona la escuela y va hacia su parada.

Solo espera un segundo antes de caer en la cuenta de que, incluso si carga un poco de dinero en el bolso, no está dispuesta a abordar un autobús y que desconocidos la vean casi desnuda y algo peor pudiera ocurrir. Claro, eso por no mencionar que por la hora ya no hay corridas. Le es imposible no sentir que el mundo está contra ella, no solo la élite sino también las fuerzas misteriosas que rigen el universo.

Da un paso en dirección a su casa, el camino es largo... Se detiene. Alguien ha llamado a su nombre, por un breve instante su corazón se agita nervioso, mas al reconocer la figura de quien corre hacia ella se calma. Es el profesor Admarie. Lyra se reprende por no haber tomado su chamarra cuando menos para cubrir algo de sus piernas.

Daimond llega en cuestión de dos segundos. Está disfrazado con solo cuernos en la cabeza, un accesorio es todo lo que se ha puesto, viste un pesado abrigo negro. Lyra sigue con anhelo su figura. Tiene frío, ya quisiera ese abrigo o cuando menos un chal, es más, hasta una hoja de periódico le vendría bien. De pronto, el profesor se lo ha quitado. Cuelga en su mano como una oferta silenciosa.

—Por favor, tómalo —dice con una expresión triste— vamos, te llevaré a casa.

Coge la ropa, el frío se acrecienta a cada segundo. El simple toque de la tela hace que estalle en llanto de nuevo, su suavidad la asusta. Es ridículo, lo sabe, pero también es verdad. La caridad de una persona la rompe todavía más, esa calidez que le ofrece en un momento tan frío crea un contraste doloroso en ella. Se limpia las lágrimas con prisa, pero apenas lo hace tres más ya han humedecido su cara de nuevo. Agacha la cabeza a la par que no rechaza la promesa de calor de su oferta.

De pronto, Lyra se encuentra entre dos fuertes brazos. Olvida respirar, en parte por la sorpresa y en parte porque la aprietan tan fuerte que es difícil hacerlo.

—Lamento lo que has tenido que soportar.

Sus palabras consiguen que ella se encoja al recordar.

—Pero está bien, ya pasará —continúa Admarie.

De pronto, el dolor se vuelve furia. Ese optimismo la hace enojar... No lo hará. Lo acaba de suceder solo les ha dado material para unos meses, tiempo de sobra para que se las ingenien y la hagan pasar por quizá algo peor. El pensamiento la estremece. Empuja al profesor. ¿Es así de ingenuo o es obtuso nada más?

—No es así —sisea Lyra.

—Lo hará, solo debes aprender a ignorarlos —insiste.

Entonces, estar en su presencia se hace insoportable. ¿Cómo puede decir eso? ¿Acaso Lyra solo debe sentarse y poner la otra mejilla si es que ellos decidieran que la primera ya está muy maltratada para sus hermosas manos? ¿O tal vez ofrecerles los brazos para que los quemen? ¿Cómo se supone que debe aprender a ignorarlos si lo que amenaza con consumirla es fuego real? Lyra no puede creer lo que está escuchando.

Está a nada de quitarse el abrigo y lanzárselo a la cara, mas lo piensa mejor esta vez. Su chamarra está en el salón precisamente por no haber pensado antes de actuar.

—Me quedaré el abrigo —dice con vergüenza—, pero declinaré su oferta de llevarme a casa. Prefiero caminar, gracias, por favor no insista o me veré en la necesidad de regresarle el abrigo.

Da media vuelta sin esperar respuesta por parte de Daimond. Agradece al cielo que el profesor no haga amago por seguirla. No le gustaría tener que escuchar los típicos e inútiles consejos que dan los profesores cuando un alumno es víctima de acoso escolar. Solo debes aprender a ignorarlos, un sollozo escapa de sus labios, no es tan fácil de hacer porque los insultos y las agresiones no se pueden ignorar, ni olvidar. Son heridas, laceraciones que sanan, sí, pero cuyas cicatrices se llevan de por vida.

Lyra no entiende qué hay de divertido en el dolor ajeno, y no habla de no reírse cuando alguien se cae o tropieza, claro que causa gracia si es un accidente, pero no por ello no se corre a socorrer a la persona y, por supuesto, no se ríe hasta que se esté en privado; no, Lyra habla de la maldad tan pura que hace desear lastimar a los demás para poder sonreír. ¿Qué tan mala debe ser la vida de una persona para llegar a esos extremos? No lo comprende, no alcanza siquiera a imaginarlo...

El camino comienza a oscurecerse y a hacerse un poco más difícil, Lyra sabe que caminar de noche es peligroso y aun así no aceptó la oferta de Admarie, a lo mejor debió tragarse su enojo y decir que sí. Ay, que si Phoebe supiera lo que acaba de hacer sin duda la reprendería. Después de todo, qué es soportar a un profesor por unos minutos extras si le ofrece la certeza de llegar a casa... No. No tenía certeza. ¿Y si es psicópata? La conclusión de Lyra cambia de forma radical. Phobe no la regañaría, Phoebe la felicitaría por no irse con un extraño y le diría que caminase a metros de la carretera, ya que caminar por donde los carros no es lo más seguro que hacer.

Avanza con rapidez cuando de pronto, gracias al silencio que ofrece la maleza a su alrededor y la escasez de autos, logra percibir un pequeño llanto. El gimoteo del bebé remueve sus entrañas y se ve reflejada en el sentimiento, en la sensación de estar desorientada, perdida y abandonada. Lyra está lejos de su hogar, al igual que ese bebé. No lo piensa y actúa, lo busca.

Usa la lámpara de su celular para seguir los sonidos. Le lleva cerca de cinco minutos descubrir al felino encogido a la raíz de un árbol. Tiembla y le muestra los dientes, gruñe al verla. Lyra sabe que le teme, así que le habla bonito al principio, le habla de leche caliente, de una cama suave y de una casa a la cual siempre llegar. Le dice que ella nunca lo abandonará y que puede confiar en ella.

Acerca la mano y sin sorpresa se granjea varios rasguños, pero no lo suelta. Lo aferra con mayor firmeza, aunque sin dejar de ser suave. Sabe que el gatito la lastima por temor, ha probado bastante maldad humana al ser abandonado que ahora no sabe en quién confiar. Lyra se siente así. Ella es el gato y el profesor Lyra. No. Ella y Daimond no tienen la misma dinámica.

Envuelve al gatito con la tela sobrante del abrigo y lo coloca sobre su pecho, el felino le entierra las garras de nuevo y su maullido se intensifica. Pese al dolor, Lyra sonríe. Qué es el dolor físico comparado con el del corazón, y qué son unas cicatrices en el centro de su vida si significaban que tendrá un compañero de por vida, leal y salvaje, silencioso y esponjoso. Lyra vuelve a hablarle bonito al gatito, intentando tranquilizarlo.

Pronto, la carretera deja de serlo y se convierte en calles y avenidas, unos minutos más y habrá llegado a casa. Unos pasos más y tendrá una cama suave en la que aterrizar.

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