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12


Es hora de la comida y Lyra decide irse a un lugar más privado. No tiene ánimos de ver a Aarón ni de toparse con Christine... no desde la última vez que tuvo que disculparse con ella frente a toda la clase. No es que Lyra peque de orgullosa, solo que ha sido injusto y ese sabor amargo que ha caracterizado sus encuentros con Ferguson no se le pasa todavía. Probablemente le llevará otro par de días.

Por lógica y sentido común lo ideal sería ignorarla y olvidar sus comentarios, pero lo cierto es que han calado, y profundo. Su corazón se estruja al solo recordar sus palabras y el suceso al que hacían referencia. Aprieta los puños y no sabe si es de vergüenza o rabia.

Aarón por lo visto no solo era un acosador sino también un hablador. Lyra agacha la cabeza y carga con sus alimentos hasta una solitaria banca en los jardines traseros. Había quedado de comer con Mirabella, pero no tiene ánimos, en ese momento lo único que desea es estar sola. Espera que la disculpe. Una vez instalada, come con parsimonia, y a la vez que su estómago se llena es consciente del vacío que comienza a crecer en su pecho. Duele y la asfixia. Pequeñas lágrimas asoman a sus ojos, mas se las limpia con celeridad. Ya llorará en casa, en la escuela lo tiene prohibido. No debe demostrar debilidad, si lo hace será la carne perfecta para las pirañas. Más de lo que ya.

Termina sus alimentos y el resto del día transcurre con tranquilidad. Se encuentra con Diana en el gimnasio. Su compañera pregunta por su ausencia en el receso, Lyra dice que no tenía mucha hambre. Es cierto, tiró casi la mitad de lo que había en su bandeja. Todavía tiene remordimientos de consciencia. Diana, en su infinita alegría, no se ensaña con el tema y trae otros a la conversación. Lyra no puede seguir el hilo de sus palabras, habla de un baile, fiesta, miedo y no sabe qué más. Se pierde dos ideas por cada que capta.

—¿Entonces? —interroga Diana.

—Me lo pensaré —dice.

Esa frase debería ser patentada como la mejor para salir de preguntas incómodas. Diana asiente feliz como si hubiera dicho que sí a su... ¿reunión? ¿Fiesta? ¿Tardeada? No lo sabe. Sin embargo, tampoco importa mucho. No tiene intenciones de volver a casa de Aarón.

—¡Adiós! —Diana sacude su mano y se aleja.

No hace intento por acompañarla, sabe que debe reunirse con Erik una vez más y redactar el ensayo. Lyra está resignada a trabajar con él, así que esta vez no intenta argüir algún motivo inverosímil para evitar asistir. Saluda a la bibliotecaria al entrar, desde la vergüenza que atestiguó se ha vuelto bastante amable. Va hasta la mesa que han cogido como propia y se sienta. Saca sus apuntes y las notas que ha hecho después de varias lecturas y que podrían serles útiles.

Su compañero llega y, como antes, deja caer su laptop en la mesa. Da un respingo.

—Deja de hacer eso —pide Erik fingiendo cansancio, aunque la verdad es que le causa gracia verla saltar cada vez que sucede.

—¿Qué cosa? —El par de abismos que tiene Lyra por ojos lo miran con interés y desconcierto a partes iguales. Parece de verdad no entender—. ¿Traer notas?

El chico bufa y niega.

—Nada, olvídalo.

Erik espera que Lyra insista por saber sus pensamientos, qué pregunte qué es lo que le molesta y que le explique lo que quiere... Es lo que se supone debería pasar si se aplica la psicología inversa. No obstante...

—De acuerdo. —Lyra se encoge de hombros y extiende los folios.

Por un breve instante, Erik la ve perplejo, mas luego centra su atención en la infantil y redondeada letra de la chica que llena las hojas. Lee sus ideas. No son malas. Incluso pueden pasar como buenas. Erik asiente y abre el ordenador para escribir y avanzar. Entonces, Lyra comienza a parlotear sobre citas, ensayos y biografías de Emily Dickinson, rescata lo más importante. Después de una hora, los progresos se traducen en dos hojas.

La joven frente a él suspira.

—Nos vemos —se despide Lyra mientras ajusta las correas de su mochila por la cadera, ya se la ha colgado a la espalda.

¿Cuál es la prisa? Justo en el segundo en que está por incorporarse, la gran mano de Erik atrapa la delicada de ella, descubre cuán pequeña es en el acto.

—¿Eso es todo? —pregunta el rubio con cierta irritación, está molesto y ni él comprende exactamente la razón.

Lyra frunce el ceño. No es un mal progreso. ¿A qué viene tal cambio? En ocasiones, Lyra cree que todos están locos. Hacen y deshacen, y montan dramas innecesarios... y, las tocan sin su consentimiento. ¿Quiénes se creen? Retira su mano con brusquedad, el toque quema. Una cosa es saberse ricos y otra muy distinta que por sus cuentas bancarias se sientan con el derecho de hacer lo que les venga en gana con las personas.

—Avanzamos hoy una parte, estoy segura de que podremos continuar después. Según yo vamos bien en los tiempos.

—No me refiero a eso.

La chica parece realmente estar confundida, así que Erik la ayuda.

—¿Despiertas, estudias y vuelves a casa a dormir? ¿Acaso no tienes una vida?

Espera que Lyra se enoje, que le suelte un taco o cuando menos su semblante cambie. No lo hace. La chica permanece impasible.

—Estoy estudiando para tener una vida, Erik. En mi mundo no tienes una vida hasta que no trabajes, y no tendrás un buen trabajo que te permita tener una vida si no estudias. Es simple —explica.

—¿Viven para trabajar?

—Es la cara del capitalismo que no ves. Tú disfrutas de la acumulación, y yo hago todo para generarte más. —Apoya los codos en la mesa—. Dime de dónde proviene tu sobrenombre y te diré cómo nos explotas.

—¿Sobrenombre?

—¿El "Rey" no te suena?

Erik suelta una carcajada y Lyra siente sus mejillas arder de vergüenza. ¿Realmente acaba de decir eso? ¿Avery le mintió? Por alguna razón no lo cree. La pelirroja es cínica, no mentirosa. Aprieta los puños para tolerar mejor el escenario.

—¿Siguen con eso? Pensé que había muerto el título desde mi abuelo.

Lyra frunce el ceño sin comprender. Probablemente sea un noble de verdad y no solo de la escuela. En cualquier caso, la situación es la misma.

—¿Irás a la fiesta de Halloween? —inquiere de repente el rubio.

—¿Cómo? —Lyra estaba tan ocupada con sus trabajos que apenas ha reparado en los carteles, ¿y por qué el cambio tan brusco de tema?.

Así que de esa fiesta hablaba Diana en el entrenamiento.

—Es el próximo viernes.

—No lo creo. —Es honesta, no siente la necesidad de mentirle a Erik, él no le importa.

—Deberías ir.

—¿Por qué?

—Créeme no querrás perderte la fiesta de Halloween del IVB.

Lyra se incorpora y se dirige a la salida, no solo de la biblioteca, también la de la escuela. El día terminó y ella ha sobrevivido a otra jornada más. Un día a la vez y el año habrá terminado. Un año y luego otro y lo siguiente que sabrá es que tiene que mudarse por la universidad.

Camina hacia la parada, y pese a estar sumida en ensoñaciones es capaz de escuchar los ruidos atípicos tras ella. Un par de pasos la siguen. La ansiedad se filtra por sus poros. No quiere voltear; sin embargo, tampoco tiene qué. Si finge que no sabe de él, o ella, seguramente terminará por perder el interés. Los matones existen solo por el placer de crear miedo, si ella no se los da, entonces se habrá liberado... Ojalá esa ley aplicara para todos. De pronto, alguien pasa un brazo por sus hombros, Lyra gime de consternación y sorpresa. Su corazón se detiene al ver de quién se trata.

—¿Te vas tan rápido, Lyra? —Los ojos de Aarón son obscenos y descienden por su cuello y poco más.

—¿Qué quieres, Aarón? —Se sacude el brazo y detiene la marcha, sosteniendo la lasciva mirada del joven.

—Acompañarte hasta la parada de tu autobús. —Se encoge de hombros como si no fuera la primera vez que lo hace.

—Me irá mejor sola, piérdete. —Lyra retoma el camino.

Cuenta hasta diez antes de cantar victoria. El matón no la sigue y al fin respira tranquila. Talla sus brazos, el vello se le ha erizado. No tiene que esperar mucho, su transporte es puntual y ella marcha a casa.

Una vez allí, su madre la recibe con un calentito caldo de pollo. A Lyra le ruge la tripa y la boca se le hace agua. Deja su mochila en la silla, todavía la usa para llevar y traer los materiales para las tareas.

Observa a su madre desde el umbral de la puertecita del cuartito que funge de cocina. Se ve radiante... y feliz. Lyra frunce el ceño, y la ayuda cuando su madre sirve los dos platos de comida. Phoebe es una tragaños. De ella ha sacado el aniñado aspecto que tiene.

Se sienta a la mesa y espera a su madre. Esboza una sonrisa apenas la ve, lleva dos vasos y una jarra de agua.

—¿Pasa algo? —Tanta alegría y tanto secretismo no le gusta.

—Buenas noticias, Lyra.

—Ah, ¿sí? —inquiere a la par que sirve agua para ambas.

—Conseguí un trabajo.

—Pensé que ya tenías uno.

—Sí, es decir, conseguí una plaza temporal en el hospital Poezyn.

—¿En cuál de todos?

Sabe que de esos hay montones, en la ciudad hay cuatro.

—En Aladuz.

Lyra tiene emociones encontradas. El alma se le cae a los pies y el corazón le late de orgullo. Estar en la capital de Bastián es algo... increíble. No, vivir allí era relativamente fácil, lo complicado era conseguir un buen trabajo.

—¿En cuál de todos? —pregunta una vez más antes de permitir que su alegría crezca más de lo debido.

—En el Uno...

Uno. Uno. ¡Es el principal! El más grande de todos de la cadena.

—¡Eso es genial! —grita y alza los brazos, luego cae en la cuenta de lo que significa—. La capital está a tres horas...

El país solo tiene una capital y los distritos más importantes están desperdigados a su alrededor. El lugar en donde está el IVB es lo que llamaría el educacional..., escuelas abundan. Se tienen que mudar. Lyra tendría que levantarse a las cinco de la mañana. De solo imaginarlo la agota. Phoebe le lee el pensamiento.

—Cariño, iré sola —se apresura a aclarar su madre—. Pienso ir mañana a buscar un lugar en donde quedarme, tú vivirás aquí. Espero que esté bien, que no tengas problema con ello...

Sonríe para calmar las inquietudes de su madre.

—Claro que no.

Pero Lyra sabe si Phoebe se va, ese bálsamo silencioso que aplicaba a su alma con solo ver a su madre, se desvanecerá y por las tardes, después de un día duro, no habrá quien la consuele sin palabras ni quien le sonría y se alegre por verla.


Mycroft ve a Lukarys desde lejos, el muchacho está sentado en una banca en medio de los jardines. Quiere acercarse, pero el mismo tiempo no reúne el valor para hacerlo. De pronto, alguien le da una palmada en el hombro que lo hace saltar.

—¿Qué esperas? —inquiere Erik y con la cabeza hace un gesto hacia Arys.

—¿De qué o qué? —Intenta hacerse el loco.

—Puede que no sea muy observador —admite su mejor amigo—, pero te conozco tanto como a mí...

—O sea que no ha de ser mucho —se burla y Erik lo fulmina con la mirada.

—Te gusta Arys —dice con mofa.

Se queda sin palabras y Erik estalla en carcajadas. Ha ganado la contienda.

—Deberías ir.

—¿Y decirle qué? ¿Hola, soy Mycroft, el hijo de los jefes de tus padres, quieres que nos besemos y tal vez más?

—¡Hey! —Erik tiene los ojos abiertos de par en par, suelta una carcajada baja—. Tal vez debas quitar todo lo que dijiste después de "Mycroft". —Dibuja unas comillas en el aire—. Aunque para ser honesto, yo iba a sugerir que preguntaras por su salud.

Mycroft no puede creer cuán torpe es Erik en esos asuntos. Ahora comprende por qué se llevan tan bien, son igual de tontos.

—¿Quién hace eso? —pregunta entre ofendido y enojado, necesita verdadera ayuda, no burlas.

—Lo haría el chico que se quedó con Arys mientras vomitaba...

El entendimiento se abre paso entre sus pensamientos. Tiene razón. Hace acopio de todo su valor y con un empujón literal de Erik avanza hacia Lukarys. Se sienta a su lado con torpeza y no sin cierto miedo, el joven no ha virado ni para verlo.

—¿Cómo sigues? —inquiere y su voz se agudiza en la última vocal.

—Mejor, gracias.

—Qué bueno —murmura.

Entonces, cae en la cuenta de que su plan no tenía un "después" luego de la pregunta. ¿Qué se supone que debe decir ahora? Los segundos pasan y el silencio comienza a ser incómodo, Mycroft quiere ser un avestruz y enterrar la cabeza en la tierra... Maldice, es mejor que se vaya.

—Solo venía a... En fin, no importa. Te veo luego —dice.

Al terminar, Mycroft hace amago de levantarse; sin embargo, Lukarys lo detiene y lo devuelve a su sitio, su manaza sobre su muñeca hace que el corazón de Mycroft lata frenético.

—Si quieres algo... debes pedirlo —susurra Arys sin despegar la mirada de sus ojos verdes—, o tomarlo. De lo contrario, jamás lo tendrás.

—¿Qué? —Su cabeza es una neblina tan espesa que no comprende a qué se refiere.

—¿Recuerdas que te pedí que te quedaras?

Asiente.

—¿Qué habrías hecho si no hubiese hablado?

Mycroft lo sabe, habría huido; no obstante, no es capaz de hablar.

—Si no lo pides jamás será tuyo —repite y luego, es Lukarys quien se levanta—, aplica para objetos y también para personas.

Se queda paralizado mientras observa la amplia espalda de Arys en la distancia. 

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