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11


Lyra revisa su correo electrónico como cada tarde, es un hábito que adquirió poco después de la secundaria. La mayoría de los mensajes son de remitentes de páginas que ayudan a encontrar una beca, de esta gran parte son parciales. Cada vez que lee que debe pagar un porcentaje se desanima un poco más. Y no es que ella se niegue a la posibilidad de pagar, ese no es el problema, el problema es que no tiene con qué... Si tuviera dinero no estaría buscando dichas ayudas económicas. Bufa y pasa por los correos hasta dar con dos de la escuela. Abre el primero.

Lo lee con celeridad y al hacerlo tan rápido cree que no ha captado el mensaje bien. Lo relee. Suelta un suspiro de consternación. La están invitando a una cena de... ¿apoyo a la educación? Lyra no está segura de que sea el término correcto y la palabra "caridad" flota en su cabeza, niega. No tiene tiempo para esa clase de reflexiones. Lee el segundo correo. Bueno, era de esperarse, al parecer tiene que ofrecer asistencia a un proyecto de investigación y necesita presentarse dentro de unos días en las oficinas de asuntos escolares a firmar y escoger al investigador. Todo un privilegio, piensa con sarcasmo.

Escucha la puerta principal abrirse, su madre ha llegado. Lyra ya cenó, así que solo baja a recibirla. Phoebe carga unas ojeras enormes, dos días de no dormir se asientan en su piel y mejillas. Incluso parece que ha perdido peso, ser enfermera de doble turno es agotador. Lyra tiene un acceso de culpa y el peso sobre sus hombros se incrementa. Necesita ser mejor, no, necesita ser la mejor para poder sostenerse no solo a sí misma, sino también a su madre. Sonríe y no permite que sus pensamientos se filtren a su gesto.

—¿Cómo te fue? —pregunta Lyra incluso si sabe la respuesta—. ¿Tienes hambre?

Phoebe niega.

—Estoy bien. Iré a dormir. —Sonríe su madre y se aleja de la sala.

Lyra regresa a su habitación y comienza a rebuscar en su armario. Debe haber algo decente que ponerse para el fin de semana. No hay gran cosa y luego de veinte minutos buscando, decide que mejor debería descansar, mañana tendrá clases.

La noche de la cena llega y Lyra observa su reflejo una vez más en el espejo. Tiene el cabello planchado y la división en la parte izquierda de la cabeza, un broche de perlas sostiene su cabello detrás de la misma oreja, dejando ver su cuello y parte de la clavícula. Está sonrojada y no sabe si es debido a los nervios o si es el maquillaje que su madre le ha prestado. Lyra no suele gastar dinero en esas cosas y tampoco es que llame mucho su atención, así que una vez le contó a Phoebe a dónde tenía que ir, ella le cedió toda su cosmetiquita.

—Tu puedes —susurra a la imagen frente a ella para darse valor.

Respira profundo varias veces mientras bebe su reflejo. El vestido es sencillo y de un azul pastel, tiene encima de la gruesa falda un velo de tul, del que se desprenden florecillas en preciosos tonos rosas. Es la tercera vez en la vida que lo usa. Sus pies llevan unos pequeños tacones plateados, apenas cinco centímetros que se le suman a su corta estatura de metro y medio. Lyra desearía ser más alta, pero ya que no puede, aprendió a jugar con el argumento de que ser del tamaño de un hongo tenía sus ventajas. Por último, coge un pequeño bolso negro lateral y mete su celular, llaves y algo de dinero. Sale de su habitación. Phoebe le sonríe.

—Eres preciosa —dice.

—Gracias.

—¿Has llamado a un taxi? —inquiere, preocupada.

—No, ellos lo han llamado —aclara—. Estará aquí en... —Saca su teléfono—. Cinco minutos.

Lyra se sienta con cuidado a la mesa y su madre le hace compañía mientras esperan. Puntual como el reloj, Phoebe se levanta y se para frente a una ventana, no pasan ni tres segundos cuando anuncia que ha llegado.

—¿A qué hora llegarás? —pregunta su madre de nuevo.

—No lo sé —dice y la abraza—. Intentaré marcharme tan rápido como las formalidades pasen.

Phoebe niega.

—No, no. Disfruta de la cena, fiesta o lo que sea. Diviértete, te lo has ganado Lyra. —La besa en las mejillas.

Asiente y sale. Sube a la parte trasera del vehículo, el conductor le repite la dirección y ella inclina la cabeza para indicarle que es la correcta. El trayecto toma cerca de veinte minutos. Pese a eso, a Lyra le resulta demasiado corto, pues entre pasarla encerrada en la cabina o estar rodeada de desconocidos, prefiere lo primero. Sin embargo, una vez el auto se detiene frente a un portón de madera, se apea con toda la tranquilidad que es capaz de reunir.

—Que tengas linda noche —se despide.

—Igualmente, señorita.

Y el auto se va. Lyra camina hacia la entrada, está adornada con lucecillas doradas y blancas, hay flores al pie de esta y en la parte de arriba también, a cada lado de ella espera un hombre con esmoquin. Sus rostros son de piedra.

—¿Nombre? —pregunta el más viejo.

—McTavish Lyra —contesta.

El individuo revisa su tableta en busca de su nombre y al encontrarla asiente.

—Por favor, disfrute de la velada.

Ríe por lo bajo y entra. Tres personas le han deseado diversión o sus variantes, pero por más que lo ha intentado desde el principio su estómago no de deja de retorcerse de nervios. Al primer paso después del umbral, la reciben varios metros de tupido y verde césped, de ese que nunca ha atravesado sequías ni soportado inclemencias del sol, sobre la alfombra roja se encuentran varios bustos adornados con series de luces, que les confieren cierta aura mágica. Lyra no puede negar la belleza del lugar, cada tanto hay pedestales cargando flores que también brillan ayudadas de luz y diamantina o algo similar. Enfila por el camino hasta el salón en forma.

—¿Nombre? —le pregunta una nueva señorita, también viste uniforme.

—McTavish Lyra.

La chica hace un gesto al comprender quién es y la guía a través de las mesas hasta una en donde esperan otras cinco personas, tres niños y dos niñas. No necesita ninguna presentación para saber quiénes son, frente a ellos se encuentran sus nombres: Mirabella Faris, Nashira Khedari; Jonathan Boulanger, Samuel Centinel, Nathan Cheng, en ese orden. Se trata del grupo de becados. Lyra les sonríe y ellos le devuelven el gesto. Se acomoda junto a Mirabella.

La señorita que la acompaña se inclina ligeramente y se marcha.

—¿He llegado muy tarde? —pregunta en un susurro a su compañera de al lado.

—No, las personas siguen arribando —responde en el mismo volumen—. Jamás te había visto, no compartimos ninguna clase, ¿verdad?

Niega.

—Al parecer ninguno de nosotros lo hace —continúa Mirabella—. Supongo que lo han hecho para hacer que nos integremos con todos.

Lyra y ella se enfrascan en una sencilla conversación sobre las clases, los clubes y los profesores. La chica habla tan animadamente que llega a pensar que solo Lyra ha sido víctima de la nobleza del instituto. Mira, como ha pedido que la llame, le platica sobre sus nuevos amigos y lo amables que son las chicas en natación. Sin embargo, sigue pasando los recesos en soledad porque no se siente en confianza.

—¿En que club estás, Lyra? —pregunta su recién hecha amiga.

¡Quién diría que la encontraría en una situación como esa!

—Vóley.

—Oh... yo nunca fui buena con los deportes que usan pelota... es decir, todos. —Ríe musicalmente.

Mira hace de la cena algo disfrutable, y hace sentir a Lyra menos perdida. Le tanto agrada la chica que por un instante no se la cree. La conversación fluye como agua cuesta abajo, pronto Lyra recibe la promesa de compartir las comidas a partir de ese momento.

—Te agradará Diana —añade McTavish—, es muy animada.

—¿Diana?

—Ajá.

Christine sigue a Lyra en cuanto llega a la cena y hasta que se sienta en la mesa de becados. No le sorprende ver a la chica soltarse, es como pez en el agua a los pocos segundos. Claro, es de entenderse, con ellos está en su elemento. Niega, qué fastidio es tener que soportarlos ahora hasta en la sopa.

—¿A quién ves? —inquiere Dan a su lado.

—A nadie.

Sin embargo, su mejor amigo sigue su mirada a tiempo y da con la mesa de becados.

—¿Los odias?

Christine frunce ele ceño. Nadie merece su odio, nadie vale tanto.

—No. —Y dice la verdad—. Solo los encuentro molestos, irritantes. —Bebe del champagne de su copa—. ¿Dónde está Gavar? —pregunta para cambiar de tema.

Dan encoge los hombros.

—Le mandaré un mensaje. —Christine textea a su otro mejor amigo, no recibe respuesta—. Bueno, ya vendrá.

Gavar nunca ha sido de fiestas, al menos no las que atañen a eventos como galas de beneficencia y demás, porque en lo que refiere a salir por las noches a clubes nocturnos, nunca se niega. Tal vez después de terminar con la cena puedan ir a relajarse a uno. Observa con desinterés el desarrollo de la fiesta, se mencionan a los becados de ese año y los felicitan una vez más por su arduo trabajo. También les dan un pequeño presente, Christine espera que sea perfume porque es imposible no detectar el olor de la pobreza en ellos.

Es imposible no... detectarlos. Incluso si no los hubiera visto allí sentados con el enorme letrero de "beneficiarios" frente a sus nombres, Christine habría sido capaz de saber su procedencia con solo verlos. Comparten un aura oscura, hambrienta, necesitada. Supone que es algo normal en ellos, la carencia genera necesidad, la necesidad crea hambre, y el hambre... el hambre puede ser uno de los peores motores en el mundo. Christine no se refiere solo a esa que es saciada con comida, sino a una más profunda, una que perjudica el alma. Por eso no los quiere cerca. La carencia empobrece la calidad del ser humano.

Media hora después, su amigo hace acto de presencia y se acomoda frente a ellos.

—Pensé que me dejarías sola en este lugar —se queja Christine—. Mira qué aburrido está.

Gavar da un rápido vistazo a su alrededor.

—Al menos hay alcohol —menciona.

—Salud —dice Dan, quien desde hace rato está más que feliz—. Chris tiene razón, deberíamos ir a un sitio con más ambiente.

Le mete un codazo con discreción, Dan voltea ofendido y Gavar sonríe. No pueden irse así como así. Los padres de todos están allí, inclusive el hipócrita del padre de Christine. Pone los ojos en blanco al recordar que él había sido uno de los principales detractores de la idea de becar a estudiantes de bajos recursos, alegando que no se acoplarían que sería cruel señalar la brecha entre un sistema educativo y otro dado que no podrían alcanzar el nivel de los estudiantes del IVB. Por supuesto, solo era una mentira, Christine había heredado su desdén de alguien y desde que su progenitor fue el único que la crió era indiscutible su procedencia. Sin embargo, al ver William Ferguson que muchos se sumaron a la iniciativa y que su resistencia sería tirada tarde o temprano, decidió unirse y fingir filantropía. De eso hacía varias generaciones.

Mycroft termina de cambiarse y sale a la cancha, varios chicos ya se encuentran trotando por órdenes del entrenador, se suma a la fila en una posición que le permita observar a Lukarys sin llamar la atención. Siempre ha sido así y aunque está cómodo de esa manera, a veces siente que el corazón le explotará cuando menos lo espere, de hecho, esta es una de las veces. Tal vez se deba a que está esforzándose físicamente o quizá al hecho de que su enamoramiento cumplirá 3 años dentro de unos días. Unos minutos después, Erik se sitúa a su lado.

—¿Se te hizo tarde? —pregunta entre resuellos.

Erik se encoge de hombros y continúa con la carrera. Su mejor amigo es de los peores jugadores en el equipo, incluso se atrevería a señalar que es el peor. Mycroft no sabe si lo hace adrede o si de verdad no es capaz de rebotar el balón con destreza. En ocasiones se inclina por lo primero, conociendo cuán indolente es, no le resultaría extraño.

—Muy bien, ahora vayan y den cinco vueltas a la escuela —ordena a voz en grito el entrenador.

Los que encabezan las filas salen a la primera oportunidad. El piso cambia y el esfuerzo que hace aumenta, Mycroft regula su velocidad sabiendo que de mantenerse rápido terminará por completo agotado, pronto se empieza a quedar. No es que tenga mala condición, simplemente correr no es su mejor punto. De pronto, una figura inclinada fuera de las filas llama su atención, se detiene y le estorba a los que iban detrás, recibe algunos improperios, pero no los escucha porque está observando boquiabierto a Lukarys devolver el desayuno. Erik lo llama un par de veces, lo ignora sin querer y pronto su voz desaparece.

Decide acercarse, cualquiera lo haría, se dice que de no hacerlo podría resultar sospechoso.

—¿Estás bien? —inquiere aun a sabiendas de que no lo está.

—¿Tú qué crees? —Alcanza a responder le muchacho antes de que otra oleada de arcadas lo asalte.

Mycroft no lleva papel ni tampoco una botella de agua para ofrecerse, se siente como un cero a la izquierda.

—Tal vez comiste algo en mal estado —murmura—, o quizá fue el esfuerzo.

Lukarys ríe.

—¿Qué?

—Nada.

El muchacho se endereza, Mycroft lo evalúa y decide que puede quedarse solo sin ningún problema. Comienza a caminar hacia el gimnasio.

—Mycroft, espera. —La voz de Arys se eleva.

Gira en el acto como si tuviera un hilo atando su nariz a las órdenes del chico, maldice, pero es tarde, ya está encarándolo una vez más.

—Mande. —La palabra escapa de sus labios con un tono sumiso.

—Espérame.

Lo hace y entonces caminan en lugar de trotar hacia el gimnasio. El entrenador los recibe con mala cara; sin embargo, no los reprende. Mycroft está seguro de que se debe más que nada a que Lukarys es la estrella del equipo, regañarlo por sentirse enfermo es ilógico.

—¡Estás verde! —observa el instructor sin despegar los ojos de Arys—: Ve a la enfermería —ordena.

La estrella del equipo obedece y se despide con una sonrisa. Entonces, Mycroft se dispone a pasar las horas sudando. No es el mejor en la cancha, aunque tampoco es el peor; no obstante, casi nunca juega un partido completo, por no decir que nunca. Su habilidad radica en su puntería y su debilidad en la altura, la combinación hace que su tiempo sea escaso, porque una vez el equipo contrario lo ha ubicado como el encestador de tres puntos, se ensaña con él al grado de no poder tocar el balón sin recibir un muro de cuerpos, brazos y manos. Saltar ayuda, claro, pero incluso si mide poco más de 1.70, cuando se compite contra jugadores de más de 1.85 es un tanto inútil. Pasar el rato con Erik en las canchas hace que el tiempo corra más rápido.

El entrenamiento acaba y corre a ducharse, lo hace con prisa y sin cuidado, parte de él sabe que es porque desea ir a la enfermería y ver a Lukarys; no obstante, es imposible que el chico esté allí cuando bien pudo haberse marchado a casa. Al final, en contra de toda lógica, acude a la enfermería y como bien lo anticipaba, el sitio está vacío y cerrado.

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