Parte 6
En su viaje hasta la base espacial de El Fuerte, las travesuras de cama de Heine, Ángela y Orión se concatenan con mucha más frecuencia de la habitual: una frecuencia que habría sido aún mayor si Heine no siguiera sufriendo sus agudas migrañas, acentuadas por los continuos cambios de las condiciones ambientales del ascensor.
Sin embargo, ninguna barrera física es capaz de frenar los impulsos carnales que la soledad despierta en los tres fundadores de la tripulación del Calor.
Ángela y Heine llevan tiempo sucumbiendo a la tensión sexual que Orión desprende a su alrededor. A veces bromean e insinúan que el pelirrojo cuenta con una especie de campo gravitatorio que atrae cualquier actividad erótica hacia él. Es curioso que no cumpla ni uno solo de los estereotipos de sensualidad de cualquier anuncio terrestre, pero a la vez despierte pasiones en tanta gente que lo conoce. Debe contar con algo que va más allá de la belleza física, donde objetivamente tanto Heine como Ángela le ganan por goleada.
En sus Casas Roja y Azul, rara vez tienen esos momentos para ellos solos. Por supuesto, sus dos niñas y niño no saben nada de esas travesuras, o al menos eso creen. Suelen aprovechar cualquier estancia en el Waterheat, el navío habitual con el que realizan expediciones en el planeta Corinto, que los aleje lo suficiente como para no correr el riesgo de ser pillados ni de tener que dar explicaciones innecesarias.
Esos días, lo olvidan todo y gozan. En la cocina, en la cama y hasta en el puente de mando; no tienen que temer a ningún capitán que los interrumpa. El capitán está tan sumergido en la travesura como el ingeniero y la navegante.
Pretenden disfrutar al máximo ese largo trayecto en el ascensor espacial, pues no saben qué puede depararles ese viaje.
Y lo disfrutan.
Como si volvieran a ser esos adolescentes que se acostaron juntos por primera vez hace enios, en el famoso Hotel Cabaret de la conocida como isla discoteca.
Cuando las puertas del ascensor se despliegan, las naves empiezan a desfilar en el estricto orden dictaminado por los Agentes Autoritarios.
La Compass Rose está al final de la cola. Orión y Heine se están desternillando de risa, burlándose de la poca ventaja que les da su relación con la Autoridad a la hora de descender.
—¡El gran Red Heat, condenado a ser el último de la fila! —exclama Heine.
—¡Malditos plebeyos! —lo acompaña Orión—. ¡No saben con quién están tratando! ¡Les haré sufrir mi ira!
Puede, y solo puede, que hablen como villanos de película terrestre y se partan de risa porque llevan encima unas cuantas jarras de souv.
Ángela los ignora como los críos que son, aunque ya casi tengan sus 20 enios en cada pata, y sigue leyendo en su Movitab gris hasta que les llega el turno de desembarcar.
Literalmente, son los últimos de la fila. Ya no queda ni una sola nave a su alrededor. Cuando se les concede el permiso para atracar en la base espacial, la navegante inicia el protocolo de despegue y la Compass Rose ejecuta el corto trayecto desde la puerta del ascensor hasta su hangar.
Ángela ni se molesta en advertirle a Orión que no puede salir a la base espacial dando esas voces ni estando tan bebido. Sin embargo, no lo regaña por dos razones. Primero: porque no es su madre, y segundo: porque sabe que Orión se va a convertir en otra persona en cuanto ponga un pie fuera de su nave privada.
Abandonan el hangar, sin notar apenas la diferencia entre la gravedad de Corinto, la de la Compass Rose y la simulada en la base espacial de El Fuerte, completamente acristalada y con vistas al planeta morado que cae bajo sus pies. Suben los cuatro niveles de la base y se plantan en los pasillos principales, repletos de astronautas, trabajadores y turistas espaciales de todo tipo.
Los tres tripulantes caminan con el porte y la elegancia que corresponde a su estatus como la famosa Tripulación Aliada del Calor. Despiertan miradas allá por donde pasan. Algún que otro turista los fotografía con su Movitab, los transportistas se quedan con las cargas pendidas en las manos y Ángela declina amablemente las últimas peticiones de autógrafos, porque sino nunca llegarán hasta el mostrador.
Pero, claro. Orión tiene que tratar personalmente con el Agente Autoritario que le pide la documentación de su nave, y de su admiración y adulación sí que no puede escaparse.
Ni quiere escaparse, en realidad.
El chico del mostrador lo está llenando de cumplidos y Orión está sonriendo como un tonto. A Red Heat hace mucho que se le subió a la cabeza su posición privilegiada como Capitán Aliado de la Autoridad.
—Id a buscar a Vi y Jow mientras yo me aclaro con este chico tan simpático —dice Orión a sus tripulantes, sosteniendo su Movitab con la imagen de su ID personal en él.
El joven se derrite en una sonrisa tonta, Heine pone los ojos en blanco y se da la vuelta («será celoso», se dice Ángela), y la navegante asiente a la orden con una sonrisa, pidiéndole a Orión que por favor no tarde mucho.
Ángela y su esposo no tienen más que darse la vuelta y caminar de la mano unos metros para encontrar a las dos personas que deben embarcar durante el resto de su viaje a la Puerta de Tao.
Viada Martín es una mancha naranja y verde flúor que se les acerca. Levanta una mano con entusiasmo en cuanto ve a la pareja llegar. Jowen ocupa cuatro veces más que ella e intenta mostrar discreción bajo su mono marrón, sin conseguirlo. El inmenso gigantón corre los últimos metros, haciendo reverberar el suelo acristalado, y en cuanto tiene a Ángela y Heine delante los rodea en un abrazo al que Heine se niega con un grito.
—¡Cuánto me alegro de veros! ¡Ah, estáis mejor que nunca...!
—¡No, no estamos mejor que nunca, Jow...! ¡Suelta!
Ángela se ríe. Tras el divorcio de Orión y la Captación de su exmujer, antigua doctora y madre de Meissa y Xión, el gigante tomó el relevo en el papel de doctor de la Tripulación del Calor.
Jowen, nativo de Zulu, es tan tosco como indica su aspecto: siempre habla a gritos, como muchos habitantes de ese lugar de Corinto, pues el estruendo allí perfora sus oídos hasta provocarles sordera. Las generaciones más jóvenes de Zulu ya no tienen esos problemas, pues los sistemas de aislamiento y protección priman su salud, pero antiguamente no se contaba con esas tecnologías. Toda la economía se fue en construir el ascensor espacial.
—Jowen, ¡no empieces!
Solo las palabras de Viada hacen que el doctor atienda al agobio de Heine y deje de estrujarlos a él y a Ángela entre sus brazos.
La piloto no tiene tiempo ni de saludar antes de que Jowen comience a hablar con los gritos y la parsimonia que lo caracterizan:
—¡Llevo tiempo intrigado por lo que vas a hacer, Heine...! ¡¿Te has sometido a exámenes médicos...?! ¡¿Crees que tu cuerpo aguantará la energía de la Puerta de Tao...?! ¡Afecta a nivel neuronal...! ¡Tus conexiones sinápticas podrían...!
—Se supone que el examen médico definitivo me lo vas a hacer tú, Jow —replica el ingeniero, cruzando los brazos y relajando el entusiasmo del gigantón.
Ángela opina que Heine está muy sexy cuando se pone así de serio, si bien su opinión es absolutamente imparcial.
—¡Ah, sí! ¡Yo, claro...! ¡Es natural, para eso viajo con vosotros! ¡Pero os advierto que hace tiempo que no ejerzo para algo tan complejo...! ¡En la base no suelen ocurrir muchos desastres, solo hago chequeos para asegurarme de que los astronautas no sufren secuelas por pasar muchos meses en el espacio...! ¡En fin, haré lo que pued-!
—¡¿Por qué no os vais a la nave y seguís gritándoos allí?! —grita Viada, en el mismo tono del gigante por pura inercia. Respira hondo para poder bajar la voz—. Las chicas esperamos al capitán, no hay problema.
Viada muestra una sonrisita irónica, que borra en cuanto Heine y ella cruzan miradas. La antipatía entre el ingeniero y la piloto es tan absurda como eterna: nadie recuerda que esos dos se hayan llevado bien alguna vez.
Jowen accede a la sugerencia, aceptándola a gritos. Los dos hombres se marchan hacia el hangar donde se encuentra la Compass Rose, y sus chillidos no se dejan de oír hasta que médico e ingeniero atraviesan las puertas del aparcamiento, al menos cuatro niveles más abajo.
—Qué pesado es, por la puta Tierra.
Ángela continúa con su inmutable sonrisa tranquila.
—¿Qué tal van las cosas por aquí? —pregunta la navegante para romper el hielo.
—Pf, aburridísimo. Siempre la misma rutina. Y todavía tenemos que estar aquí hasta el noxenio de Villa Irizar... No sabéis cuánto nos alegra que nos saquéis a pasear.
Los dienios y noxenios son los términos que utilizan los corínticos para señalar los periodos de tiempo de su planeta, que cuenta con una rotación más ralentizada de lo normal. Ángela sólo tiene que hacer un cálculo rápido para entender que realmente les queda bastante tiempo en las alturas del ascensor espacial. El noxenio, es decir, el primer lugar afectado por los diez meses nocturnos del planeta Corinto, todavía se encuentra en el archipiélago de Litheos, a bastante distancia de la ciudad de Villa Irizar.
—Una aventura siempre va bien para recordar que seguimos siendo una banda pirata.
—Pues sí —sonríe Viada.
Los ojos ámbar de la piloto brillan en el entusiasmo de una persona a la que le gusta demasiado jugarse la vida en las misiones espaciales. Ella y Jowen fueron de las más tardías incorporaciones a la banda, pero eso atiende al hecho de que también son los más jóvenes de la misma.
Viada es una treinteniera coqueta, que combina su vestimenta espacial con pequeños accesorios de carácter terrestre, como los guantes color fresa con puntitos blancos a juego con su diadema. Su pelo es color zanahoria, corto y pomposo, lleno de pequeños rizos que solo su casco espacial es capaz de chafar.
Pero ahora mismo, Viada no lleva ese casco puesto. Debe estar en la maleta con forma de caja que la está acompañando mientras hablan. Un robot autónomo la transporta, siguiendo a las mujeres de cerca.
—¿Y qué tal están los niños? —pregunta la piloto por hablar de algo. No es como si esos críos, supuestos sobrinos suyos, le importen en lo más mínimo—. ¿Cómo está... Irida?
«¿Se habrá notado que no me acuerdo de su nombre?», se pregunta Viada.
—Ah, ¡está muy bien! —responde Ángela, con ese cariño de madre que Viada no entenderá nunca—. Tendrías que verlo, ya es todo un hombrecito. Hace unas semanas que ha empezado las prácticas de ingeniería. Tiene el mismo entusiasmo por la mecánica que su padre...
—¿El mismo, mismo?
Ángela sabe a qué se está refiriendo, aunque Viada no lo quiera decir directamente.
—No tanto como para atraer a un Captador, espero.
—He oído que ha venido una Captadora en una de las naves de vuestro viaje. Iba a bordo de una nave de recreo y según dicen ha Captado a una adolescente más o menos de su edad... Pobrecita.
Ángela se hace la despistada y cambia de tema.
—¿Ese que viene por ahí es Orión?
Viada entrecierra los ojos y asiente.
—Eso parece. ¿Habrá ligado con Fernando?
Ángela mira hacia Orión, pero no ve a nadie que lo acompañe.
—¿Quién es Fernando?
—El Agente que le cambió el turno a Bob para estar en recepción el día que viniese Red Heat.
Mientras Viada y Orión se saludan, Ángela permanece en silencio, procesando esa información. Después, suelta una carcajada.
Compartiendo anécdotas y conversaciones insustanciales, las tres ponen rumbo hacia la Compass Rose para despegar de la base espacial.
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