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Parte 2

No puede decirse que Ethan Barlett esté acudiendo a la Casa Roja bajo su propia voluntad.

Como parte del equipo de ingeniería de la Tripulación del Calor, Red Heat le prometió una aventura trepidante en la Compass Rose, su nave más querida, navegando hasta una Puerta de Tao de la cual llevan quince enios poseyendo la llave.

Aquello llamó su atención lo suficiente como para sacarlo de Zulu, lugar donde acostumbra a vivir centrado en su trabajo. Su flexibilidad laboral le ha permitido alegar motivos personales y poder ausentarse durante quince días.

Sin embargo, ahora el mecánico tiene claro que ha sufrido uno de los habituales engaños de Orión. No hay más que ver el mensaje que acaba de recibir en su Movitab:

«Perdona por no avisarte antes, pero necesitamos que te hagas cargo de los críos».

Y Ethan siente, como de costumbre, ganas de matar a su capitán.

En la Casa Roja, Meissa lo recibe con un achuchón azucarado y Xión le suelta una mentira absurda para largarse a vete a saber dónde. El hijo de Ángela y Heine todavía no ha vuelto de sus clases, pero Ethan ya se imagina que se pasará esos días haciéndole de profesor y corrigiéndole sus maquetas y prototipos.

Bueno. Estrechar lazos con sus supuestos sobrinos no está mal de vez en cuando.

Ethan y la pequeña de pelo rosa se quedan a solas durante un buen rato. Hablan de sus últimos inventos, de lo que se mueve por Zulu y de cómo va el cole. Meissa se entretiene decorándole su media melena verde con miles de trenzas, y Ethan aprovecha el rato muerto realizando configuraciones tediosas en su izquierdo brazo mecánico.

Cuando Irida regresa, él y Ethan dedican un rato a arreglar la maqueta de barco híbrido que el chaval traía consigo. Meissa se aburre y acaba tirada en una esquina del salón, con su Movitab rosa desplegada. Su cubierta metálica se tiñe con una llamativa portada de un vibrante azul eléctrico, llena de pequeños titulares y fotografías.

Meissa lee el último número de Bombón Estelar, la revista de moda entre las adolescentes que a ella le importa un pimiento. La portada muestra a la emergente capitana Olga Radona, quien al parecer cuenta con un tesoro formado por los mejores vehículos terrestres que encuentra en el famoso Goteo de Zulu. La portada dice: «¿próxima Aliada de la Autoridad?».

Ethan no sigue demasiado esa revista, pero puede comprender por qué los últimos números solo muestran a piratas, cazarrecompensas y demás aventureros en sus portadas. El Mar Jónico vuelve a estar revolucionado, y eso solo significa que las tripulaciones y organizaciones vuelven a luchar por ser la más fuerte y reconocida.

Los civiles de Corinto son incapaces de entender esas ansias de poder. No comprenden cómo un planeta con todas las comodidades gratuitas y con un Consejo tan comprometido con su gente puede anegar las más mínimas ansias de rebelión, poder o riqueza.

Pero es que no es la fortuna de sus tesoros lo que esos aventureros buscan.

Bajo los ojos de Ethan, ellos buscan reconocimiento, libertad y, sobre todo, conocer las verdades sobre la anhelada Tierra y el pequeño planeta Corinto, tan lejanos entre sí. Con todo ese revuelo, tiene sentido que Heine haya aceptado esa llave que lleva enios en la tripulación del Calor, con su nombre puesto en ella.

Está claro que quienes más van a vivir esa vorágine son chavales como Meissa o Irida. Ajenos a todo, ahora se dedican a volverse más fuertes, estudiar sus materias preferidas o informarse sobre las novedades que rondan a la Autoridad.

Quién sabe qué nuevos descubrimientos aguardarán a esos jóvenes que están a punto de decidir en qué bando prefieren estar.

Xión camina hasta el puerto de la ciudad. El monstruoso embarcadero, mitad marino y mitad aéreo, es sin duda lo que le ha otorgado a Puerto Corinto su elegante nombre.

Convencer a su tío Ethan para poder marcharse no ha sido nada complicado. Entre todos los niñeros que Orión podía haber escogido (su tía Julieta, los tíos Nizar y Aisha o incluso el ruidoso tío Jowen), Ethan era el mejor de todos. Nunca hace preguntas, siempre acepta pasarse los días entrenando con las tres o mejorando los últimos cachivaches que Irida inventa.

Orión y sus tíos de la Casa Azul suelen pasar mucho tiempo fuera de casa debido a su vida como piratas del Mar Jónico. La idea de que su madre venga a cuidarlas mientras ellos no están es impensable: primero, porque ellos se divorciaron hace ya nueve enios, y segundo, porque cuando a alguien lo Captan para ser uno de los mejores científicos de su generación no hay marcha atrás.

Su madre fue Captada a una edad muy tardía, pero aceptó sin tener ni que pensárselo. Xión y Meissa llevan media vida sin verla, y no creen que vayan a verla nunca más.

En cualquier caso, a las pequeñas no les ha faltado el amor de miles de tíos y tías que no son más que los compañeros de tripulación de su padre. Y Xión tiene bien claros a sus favoritos. Puede que tanto Heine como Ethan se dediquen a lo mismo, pero hay una diferencia abismal entre la seriedad del Heine distante y la seriedad del Ethan bruto, que finge la misma frialdad y en realidad es un buenazo.

A Xión le da un poco de pena perderse esos días con su tío molón, pero tiene que acudir a una cita ineludible. Más vale que esté lo suficientemente lejos de Puerto Corinto cuando Ethan se dé cuenta de que la estancia con su amiga Penélope se está alargando demasiado.

Si es que Penélope ni siquiera existe. Ha sido una excusa genial.

Xión se felicita a sí misma porque no tiene ni idea de lo mal que miente.

Antes de que Ethan llegase a la Casa Roja, Xión apenas ha tenido tiempo de rebuscar entre los cajones los cuatro objetos que necesitaba para su plan. Entre los paquetes de tabaco terrestre y los bocetos de algún pintor europeo famoso, la pelirroja ha encontrado el objeto esférico que más necesita: una brújula de gas. 

La llave de la nave parapente no estaba mucho más lejos, ni el casco espacial que complementa al mono rojo que lleva por debajo de la ropa. Sabe cómo introducir en la brújula las coordenadas hasta El Fuerte y se sabe de memoria los videotutoriales del canal «Explora como un astronauta terrestre».

Ya tiene todos los ingredientes necesarios para esa trastada, pero tendrá que darse prisa.

Recorre las últimas calles del puerto con un ligero trote. Siente que lleva horas dando vueltas. Hasta la séptima hilera de naves no encuentra la zona con el emblema de la tripulación del Calor.

Avanza con rapidez hasta la nave escogida. No es muy grande, de hecho es unipersonal, y tiene un avanzado mecanismo que permite replegar sus velas y cabina en una forma compacta, como si fuese una tabla de surf.

Durante unos momentos, Xión mira la nave parapente y la nave parapente la mira ella, o eso haría si tuviese ojos. La pelirroja tiene que admitir que, pese a los infinitos vídeos explicativos que ha consumido, no tiene ni idea de cómo funciona ese cacharro. Convencer a Irida para que la acompañase habría sido buena idea, como aprendiz de ingeniero que es, pero la pelirroja sabe que a su vecino de la Casa Azul no le gusta saltarse las normas.

Y, hoy, Xión se va a saltar mucho las normas.

Tras iniciar la secuencia de activación y arranque, en el monitor comienza a parpadear el indicador rojo que le pide la brújula de gas. Xión la está sosteniendo en su mano y sabe que debería encajar en algún hueco de esa nave, pero, ¿dónde? Si no encaja en ningún sitio, ¿cómo va a poner el piloto automático? ¿Cómo va a saber navegar hasta El Fuerte...?

—Espera —suelta en voz alta, mientras se cuela debajo del asiento boca arriba, como toda una mecánica.

Nadie puede ver cómo a Xión se le dibuja una sonrisa traviesa. Junto a un montón de pedales y botones, hay un hueco semiesférico que tiene el tamaño exacto de su brújula, y Xión no se lo piensa dos veces antes de encajarla ahí.

—Bingo.

En la nave parapente ocurre una sacudida. Xión se levanta con tanta prisa que los mechones pelirrojos se le meten por todos los huecos de la cara: en la nariz, en la boca y hasta en los ojos.

—¡Piloto...! —chilla mientras escupe pelos—. ¡Piloto automá-!

No le da tiempo a decir nada más. El monitor no necesitaba ninguna de sus instrucciones verbales para activar el vehículo espacial: él solo le indica amablemente que ocupe su posición y se ponga el cinturón de seguridad.

Algo que Xión no hace.

La nave despliega el enorme panel solar y sale disparada del embarcadero. Arranca el amarre y saca un grito de Xión y del círculo de transeúntes que ocupa el lugar.

Todos se quedan mirando el brusco despegar de la nave con los ojos fuera de las órbitas. ¡Esas velocidades están prohibidas en la Autopista Jónica!

Xión no sabe ni lo que ha hecho. Se ha golpeado de espaldas contra la cabina y a duras penas ha conseguido rebotar hacia el frente, sentarse y colocarse el cinturón. Con el corazón en la boca y la adrenalina en el cerebro, sostiene los mandos como si supiera hacer algo con ellos, mientras la nave parapente toma las velocidades absurdas que le prometía su pobre conocimiento en mecánica.

Era el mejor transporte de la tripulación del Calor que podía tomar prestado. Una minuciosa nave cuyo modelo híbrido le permitiría sobrevolar Corinto y, a la vez, navegar el espacio. Es un modelo muy vendido por su ergonomía así que, aunque se cruzase con el Waterheat, sabe que su padre no la reconocería ni por asomo. Ahora, su objetivo es adelantar ese barco con el que navegan su padre y tíos, antes de que nadie se le cuele y se quede con esa habilidad tan chula.

Seguro que hay muchas más Puertas de Tao repartidas por la órbita griega. Seguro que habría tenido un millar de oportunidades más de conseguir esa habilidad, aunque su tío Heine se llevase ese intento.

Sin embargo, Xión Smaragdi es demasiado cabezota como para seguir esperando. Aunque se haya hecho la tonta con su padre, ella lleva semanas soñando con ese poder y esa llave. Se ha pasado días estudiando, hojeando textos sobre las Puertas Griegas y aprendiendo todo lo que necesita saber.

Cuanto antes obtenga la habilidad, antes la podrá entrenar. Toda su familia se habría negado a esa idea loca, pero Xión sabe que es lo mejor.

Tiene que conseguir, aquí y ahora, la habilidad de controlar el Sólido.

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