Parte única
A veces era necesario estampar la nariz contra el muro con tal de comprender la situación. Quizás un balde de agua, quizás una puñalada. Mikey había sido traicionado y había sido herido quién sabe cuántas veces, mas aún le costaba aprender algo tan crudo.
Las lágrimas que había soltado cuando Draken sobrevivió al enfrentamiento contra Möbius fueron abundantes y húmedas al punto de agobiar su rostro. Siendo que Mikey podía contar con los dedos de una sola mano las veces que lloró, el amargo escozor en los pómulos y los sollozos eran ajenos a él. Era del tipo de persona que se tragaba la brutalidad de cada acontecimiento hasta que le pesase en cada paso que daba; pero perder a Draken estaba fuera de plano. Más que un acontecimiento, esa sería la corona de la tragedia, y cualquier suceso que se acercase mínimamente a ello era motivo de llanto.
Empero, seguía siendo la cabeza de una de las pandillas de mayor renombre, y Draken seguía siendo alguien tan querido como él para los demás. Si llorar ya era un hecho extraño para sí mismo, para los demás era un hecho de igual magnitud y peores repercusiones. Mikey no podía permitirse el lujo de la vulnerabilidad frente a sus muchachos, y menos frente a Mitsuya, quien quería a Draken casi tanto como lo hacía él.
Días después, sentado al borde de su cama, recordaba aún el pesar de la desesperanzadora situación y la opresión en su pecho y la posterior liberación que resultó en la catarsis en llanto más grande de su vida. El gran Manjiro Sano, el invencible y desinteresado Mikey, se encontraba constatando cada par de minutos que ese joven a cuyos pies descansaba estuviese ahí, respirando. Existiendo. Porque él deseaba cualquier cosa menos un mundo donde Draken no existiese. La mera idea apagaba aún más la luz de su mirada, que se caía a pedazos por sí misma.
En aquellos días en los que su amigo descansaba más de lo que respiraba, había encontrado placer en la acción de mirar. Ver su rostro calmo dormir, tan lejano a la ansiedad que azotaba a Mikey desde lo más profundo de sí; ver sus manos en plena quietud, su tatuaje. Halló más belleza en sus rasgos y comprendió por centésima vez por qué a Emma le gustaba, sintiendo a su vez la mayor de las penas al recordar ese detalle, que era tan catastrófico como insignificante.
Sentado, movía sus pies colgantes de lado a lado para apaciguar la intensidad de su sentir, pretendiendo que era un día más en el que podía comportarse como un niño junto a él; pretendiendo que no había gente cazando a las personas que amaba; pretendiendo que no se encontraba al borde del abismo, amedrentado y acorralado. Había alguien que tiraba las cuerdas en aquella tragedia que era su vida, y aquello le comía la cabeza. Si habían herido a Draken lo volverían a hacer; y si ese mismo asunto envolvía a más se convertiría en una bola de nieve que se lo llevaría por delante.
Absorbido en su persistente preocupación, se encontraba mirando sus pies cuando sintió su alma correr hacia dentro de su cuerpo y brindarle un golpe de calor, de esos que significaban buenas noticias. La mano que previamente había visto descansar con tanta soltura tomaba la suya. Se enfocó en esa mano y correspondió al gesto, apretando el agarre al punto de rozar la brusquedad. Acto seguido, como si hubiese esperado un tiempo prolongado en demasía, levantó su mirada con ansias para ver a quien tanto había esperado.
—Veo que no te has peinado este par de días —fue lo primero que notó Draken al abrir los ojos, y lo primero que le diría con una voz ronca y quejumbrosa—. Sigues siendo un niño.
—¿Y tú, Kenchin? —le respondió con una pequeña sonrisa, sintiendo las facciones de su rostro relajarse y sus ojos dotarse de vida nuevamente—. Con el cabello suelto de esa manera no das aires de vicepresidente de la Tokyo Manji. A su vez, yo no tengo por qué hacer tus tareas.
—Eres el único que me ve así a menudo —comentó, enderezándose con un delicado esfuerzo—. Qué más da.
—No soy el único —respondió instantáneamente—. Los líderes de los escuadrones te han visto así, sin tu trenza. Y aunque utilices gorros de baño como una cuarentona, la gente de los baños públicos te ve.
—Tú solo querías traer a colación el asuntito del gorro de baño —rio con dulzura y cuidado—. De cualquier manera, ¿qué importa quién me ve con el cabello suelto o trenzado? ¿Te has vuelto celoso en estos días, Mikey?
—Así es —afirmó sin dudar, con aquellos ojos ecuánimes que avalaban su testimonio.
Había perdido parte de sí a lo largo de su vida. Había perdido amigos, había perdido a su hermano y se había perdido a sí mismo en el proceso. Perder a Draken, de una manera o de otra, estaba fuera de discusión. Aquel suceso había conseguido que buscase protegerlo con mayor recelo.
Draken, por su parte, dejó que la sorpresa calara dentro de él hasta cierto punto. Mikey era sumamente honesto, y juguetear con mentirillas no era lo suyo, por lo que su franqueza no formaba parte de lo que le había sorprendido. Incluso, todo lo opuesto; si tuviese que enumerar aquello que le gustaba de él, quizás ese sería el primer rasgo que mencionaría, el primero de tantos. Le encantaba su brutal honestidad y su brutalidad honesta. Contrastando la nueva faceta de Mikey, Draken no era celoso en lo absoluto. No podía permitirse semejante bajeza, y menos aún si tenía en cuenta su propio sufrimiento, ya que Mikey era adorado por miles de personas, y miles más morían por su favor.
Se había enamorado del hombre del pueblo. Mikey no era suyo ni de nadie, y nunca lo sería; celarle era como llorarle al viento por sacudir las hojas de la arboleda.
Antes de que alguno profiriese más palabras en aquella conversación sin salida, golpearon la puerta de la habitación. De manera refleja, Draken soltó la mano ajena en cuestión de segundos en cuanto el otro se volteó. En cuanto se percató, Mikey se volteó nuevamente hacia él solo para expresarle su mirada nuevamente apagada. Acto seguido se levantó y abrió la puerta luego de unos pasos cargados de un ligero sentimiento de aflicción y una duda flotante. Él poseía la certeza de que se encontraban solos, y se trataba de su propio hogar.
—Mikey, ¿cómo está Draken? —fue lo primero que oyó, incluso antes de terminar de abrir la puerta lo suficiente como para ver a Emma.
—Ha despertado —fue su escueta y calma respuesta. Poseía la misma certidumbre de antes de haber convencido a Emma para que no estuviese colgada de ellos durante esos días—. ¿Qué haces aquí?
—Me encontré con Mitsuya y sus hermanas de camino, ya sabes, así que decidió pasar a verle —respondió, sintiendo la soltura de la liberación de una magnífica noticia—. Él está esperando en la entrada.
—Entren, entonces —contestó. No le enloquecía de regocijo el no poder acaparar a aquel que por cuyo despertar había velado, mas no correspondía que se opusiese.
En cuestión de segundos, el tiempo volvió a su cauce y la habitación se vio inundada por presencias que le recordaron que el mundo no era solo de ellos.
Inmerso en las manos de Emma y la manera en que acariciaban el cabello de Draken, el silencio de Mikey era notorio. Sentado en un banco situado a un par de metros de la cama donde descansó la mayor parte del tiempo que veló, se limitaba a observar, como si los sonidos de la conversación se amortiguaran en sus oídos. Incluso aunque Emma estuviese ausente, no podía acercarse a Draken para tomarle la mano.
—Menos mal que has sobrevivido —comentó Mitsuya, con aquella sonrisa de buen tipo que siempre llevaba encima—. En caso contrario, Peyan no hubiese podido soportarlo.
—Peyan no debe cargar con culpa alguna —soltó Draken, sintiéndose el único consciente de la lejanía de Mikey—. Todos estamos abatidos por lo de Pachin.
El corazón de Mikey dio un vuelco en su lugar. Peyan, Pachin. Dos personas más que, a su manera, había perdido. Dos personas más por las que nada pudo hacer.
Cuando Mitsuya dijo que deseaba pasar a visitarle se refería a precisamente eso; verle respirar e irse. Por lo tanto, no permitió mayor tardanza y partió un par de minutos luego. Cuando quedaron los tres solos, Draken se sintió sofocado.
—Emma, ¿por qué no vas a comprarme algo para que me sienta mejor? —le preguntó distraídamente. Sentía que la mirada de Mikey estallaría en cualquier momento—. Podrías salir con la chica de Takemicchi.
Emma, incapaz de negarse ante cualquier petición o sonrisa suya, asintió con la mayor de las dulzuras y salió pitando.
Se conocían tan bien que en el momento en que volvieron a quedar solos, el silencio se convirtió en una vicisitud enorme. Sabían perfectamente lo que pensaba el otro, y aquello acomplejaba el inicio de la conversación.
—No estoy celoso de mi hermana —soltó Mikey, de repente. Aún enrollado en su lugar, mas en aquel momento con la mirada perdida en la cama frente a él—, si eso es lo que piensas.
—Nunca dije lo contrario.
—Pero lo piensas.
—Yo te creo, Mikey —aseguró, bajando su mirada con pesar—. No me importa que seas celoso; me importa el hecho de que estés sufriendo a causa de eso.
—No suscita mi interés —cortó, levantando luego la mirada hacia él—. ¿Tienes hambre?
—Maldita sea, claro que sí —sonrió amargamente, moviéndose para sacar su pie de la cama. Si Mikey no deseaba hablar de algo él no le presionaría. Si desconectaba mal sus cables, explotaría.
—¿Qué haces?
—Voy a cocinar —anunció, como quien revela una obviedad—. No pienso comer algo que tú cocines, Mikey. Mi cuerpo no lo soportaría.
—Buen punto —reconoció, sonriéndole.
Y Draken rio, por primera vez en días. El corazón de Mikey estalló contra sus huesos, haciendo todas sus preocupaciones a un lado y prohibiéndoles que oprimiesen su pecho, al menos por un rato.
Draken, que conocía aquella casa tan bien como su propio hogar, no tuvo mayor problema en dirigirse hacia la cocina y encontrar lo que necesitase, siendo sostenido por su acompañante.
—Kenchin, tengo hambre —bostezó, echado ya en el sofá de la sala mientras le veía en la cocina.
—No eres el único —respondió, conociendo de antemano que recibiría aquella queja más temprano que tarde.
Mikey, observando desde su lugar, ya acostumbrado a la belleza del placer de mirar, se dedicó a mirar con ganas al cocinero. Desde su tatuaje y su arete hasta su enorme cuerpo que no había podido ver durante aquellos días de suplicio.
—Oye, Kenchin...
Draken ya conocía aquel tono de curiosidad y sentía aquella mirada recorrerle y cosquillearle.
—La herida ya no me duele —aclaró—. Sí puedo permitirme el sexo mientras que no haga mucho esfuerzo. Tendrás que montarme si quieres hacer algo.
—Ya veo —sopesó, aún analizando su figura—. De cualquier manera, no tenemos tiempo para nosotros ahora que todos están pendientes de ti.
Draken se volteó para mirarle con unos ojos ligeramente endurecidos y una lengua mordaz.
—En este momento tenemos tiempo para nosotros —comenzó, quieto y enfocado en su compañía—. Y ni siquiera me has besado desde que me desperté.
Mikey no respondió a aquella confrontación. Él tenía razón y no tenía argumentos para llevarle la contra ni motivos para justificarse. Era culpable y estaba condenado.
Se mantuvo en silencio y se volteó hacia el televisor que estaba frente al sofá donde estaba tirado. A pesar de que no se había dado cuenta, ya se encontraba prendido.
Detestaba los noticieros. Tomó el control y comenzó a cambiar de canal hasta encontrar una película de esas ridículas que solían mirar juntos.
Una vez que encontró algo y dejó el control remoto sobre la mesa se dio cuenta de que no podía desconectar su mente. Las palabras y miradas de Draken resonaban en su cabeza. Las cosas no debían seguir el cauce que estaban teniendo. Deseaba dejar atrás sus preocupaciones y no amilanarse por las posibilidades, mas era algo que no conseguiría próximamente, y lo sabía. No habían empezado a aturdirlo un par de días antes, por lo que menos aún cesarían en ese mismo lapso de tiempo.
Cuando el aroma de la comida le golpeó de sopetón al ser puesta frente a él se percató de que sus ojos estaban fijos en la pantalla sin razón alguna. Se reincorporó y se hizo a un lado para que Draken se sentara a su lado. Con los tazones sobre la mesa ratona se dispusieron a comer en silencio.
El silencio entre ellos nunca era incómodo. Al menos, no del tipo de incómodo que se acostumbraba a creer. Era incómodo porque, lejos de no saber qué decir, les sobraban cosas para decir y cada uno sabía precisamente lo que el otro quería expresar. Sin embargo, un minuto luego, la voz de Drake se hizo presente en medio del sonido de los fideos.
—Esta película es la que hemos visto la semana pasada, ¿o no?
—No recuerdo que la hayamos visto —respondió con sinceridad.
—Pues no, te quedaste dormido encima mío a la mitad —sonrió con ligereza—. Cambiémosla, entonces.
Mikey se limitó a asentir al observar que él ya había tomado el control entre sus manos.
El silencio volvió a establecerse entre ambos, menos contundente que antes mas aún persistente. Mientras cambiaba de canal, Mikey comía como si fuese un manjar. Siempre le gustaba lo que Draken le hacía, desde comidas y caricias hasta regalos.
Cuando el canal había sido establecido, Mikey ya se había atragantado con su comida y ya se encontraba tirado barriga arriba junto a él.
—¿Qué es esto? —cuestionó como un niño.
—Es algo que no solemos ver —mencionó mientras hacía a un lado su tazón a medio comer.
—Eso puedo notar —respondió, viendo que se trataba de una película romántica a todas luces—. ¿Desde cuándo te gustan este tipo de cosas, Kenchin?
—Nunca he dicho que me gusten —tajó, concentrado en el televisor, pegándose más a Mikey—. He dicho que es algo que no solemos ver, y vi en una revista de Emma que este tipo de cosas es normal en una pareja.
Aquel era el cable que Draken no debía desconectar. Y se percató tarde.
—Es ridículo que pienses en una pareja normal cuando tú eres quien más se empecina en llevar algo completamente opuesto —soltó finalmente en respuesta. Mikey, el invencible, era también el impulsivo, y por fin había salido a la luz, empujado por los miedos y negatividades que llevaban consumiéndolo.
—¿Qué dices? —la indignación en su voz era patente. En un movimiento veloz, enmudeció el televisor para posicionarse de frente a Mikey en el sofá, torciéndose.
—Eso mismo —liberó, sintiéndose vomitar—. Cuando estamos aquí frente al sofá somos una pareja normal, y cuando existe una persona más en muestro pequeño mundo, ya no lo somos. Me tratas como el jefe y amigo.
—Eso fue algo de mutuo acuerdo —aportó, cerrando su puño con rabia—. Siendo tú la cabeza de Touman deberías saberlo mejor que nadie y mantener la discreción al respecto.
—Nadie habla de follar frente a los capitanes de los escuadrones, ni hablo de ir de la mano —aclaró, subiendo el tono de voz, como si la obviedad del asunto le cortara la garganta—. Pero tú eres tan distante, que ya te vas al otro extremo.
—Todo lo que hago es por ti —siseó, inclinándose hacia él—. Mi mundo se inclina según qué tan fuerte pises tú.
—¿Y qué? —le cuestionó—. ¿Solo importo yo?
—¿A qué viene todo esto, Mikey? —le preguntó de una vez, frunciendo el ceño—. ¿Qué te está sucediendo, enfadándote sobre cosas que están establecidas hace tiempo?
—¿Qué te sucede a ti, de repente reclamándome por besos y queriendo ver estas ñoñerías?
—¿Cuál es el significado de estar enamorado para ti, Mikey? —le preguntó a modo de respuesta, defendiéndose de la indignante acusación. Era una respuesta que esclarecía en otras palabras su sentir, y que a su vez cuestionaba un asunto que le daba vueltas en la cabeza.
El cariño que Draken sentía por Mikey había nacido en las nimiedades del día a día, en las sonrisas, en la admiración y en la compañía. Había nacido, había germinado y había crecido inmensamente, convirtiéndose en algo tan grande como un árbol capaz de resguardarle bajo la tormenta y el sol. Era un afecto enorme que se había tornado en un amor puro y sin precedentes. Sin embargo, Mikey era un niño hasta para aquello, y su demostración de afecto y sus propios sentimientos era cercana a nula.
—Estar enamorado, para mí, es quererte lo suficiente como para poder dormir a tu lado despojado de cualquier ropa y saber que no me apuñalarás —le respondió, tomando una postura solemne de repente, consciente de que Draken le estaba abriendo su corazón en aquel momento. Le miraba con la intensidad de una lámpara tenue pero persistente—, y que, en cambio, me abrazarás. Porque siempre querré que lo hagas, Kenchin.
Draken era el corazón de Mikey, era su calma y su consciencia. Era, según otros, su cordura, su luz al final del túnel. Era su complemento, y cada rasgo de su personalidad le convertían en el tipo de hombre de Mikey; su moralidad, su lealtad sin par, su inmenso respeto y su gran corazón. Era el peso al otro lado de la balanza que estabilizaba sus emociones; sin ese equilibrio Mikey era capaz de asesinar a medio pueblo ante el primer daño.
Draken era su cariño, su compañía, su mano derecha y su norte.
—¿Estás diciendo abiertamente que estás enamorado de mí? —le preguntó, ampliando su sonrisa. Su corazón saltaba de lado a lado hasta retumbarle en los oídos.
—¿Acaso dudas a esta altura del partido?
—Nunca dudaría de ti —murmuró, acercándose aún más—. Sin embargo, es la primera vez que lo dices. A pesar de estar saliendo hace ya bastante tiempo, jamás lo dijiste.
—Las cosas se solucionan haciéndolas, no diciéndolas —suspiró, profundizando su mirada en su acompañante—. Siempre creí que decirlo sobraba. Si quisiera decirle a Baji que le aprecio, alcanzaría con patearle la cara para que lo comprenda.
Draken rio. Le gustaba que Mikey mencionara a Baji, porque significaba que seguía siendo el mismo al cual le juró su apoyo absoluto, aquel niño que le había robado el habla.
A su vez, jamás había dudado de los sentimientos ajenos; no era mentira que Mikey manifestaba su sentir con acciones y no con palabras. Ni siquiera eran una pareja como tal. Ese título se decidió sobre la marcha. Había comenzado con unos besos, abrazos eternos y risas cómplices; sin embargo, Draken expresaba su cariño de manera más directa y concisa. Si bien ambos poseían habilidades desastrosas para la labia y el romanticismo, Draken era quien más agallas tenía para decirle a Mikey que le adoraba; y aunque nunca necesitó escucharle decirle que le quería, lo anhelaba profundamente.
Conmovido, se inclinó aún más. Tomándole de la nuca, le besó la frente y acto seguido unió sus frentes, mirándole con su alma saliendo por sus pupilas. Enredando sus dedos entre aquellos mechones que le volvían loco, insistió.
—Yo también estoy endiabladamente enamorado de ti —susurró, sintiendo la actitud estática de Mikey, quien se dejaba tomar y disfrutaba pecaminosamente de ser lo único que Draken mirase, y el único que pudiese recibir ese tipo de miradas y caricias de él—. Ahora dime qué demonios te sucede.
Mikey había sido engatusado. Suspiró sin dejar de clavar sus ojos en los ajenos y movió su mano para acariciar el costado de la cabeza de su pareja.
—Estoy preocupado —exteriorizó de una vez, sintiendo la respiración ajena recordarle que no estaba solo. La oscuridad de sus ojos penetraba los de Draken, que le decían que hiciera lo que quisiera con él. Tomaría sus ojos, su oscuridad, sus miedos y su odio. Anhelaba todo de él y se lo gritaba sin que saliera de su boca.
—Soy el único que conoce el peso que llevas a la espalda y que siempre te sostendrá —aseveró Draken—. Te he dado mi vida, Mikey. Deja de intentar cargar el peso de tantas vidas tú solo.
—No pude salvar a Pachin —soltó, sintiéndose agobiado nuevamente; si el aire que Draken exhalaba contra su nariz se alejaba, comenzaría a fallarle la respiración sin duda alguna. Comenzó a boquear como pez fuera del agua sin poder escupir todo aquello que le cruzaba la garganta apesadumbrado—. Le fallé a Peyan —dijo con dificultad. La garganta se le obstruía solo con pensar lo que le restaba decir. Deslizó sus dedos sobre el dragón—. Y casi te pierdo a ti.
Draken le observó con el dolor pintado en sus ojos y pasó su brazo libre por detrás de Mikey para sostenerle mientras que con la otra mano se aferraba a sus cabellos.
—No te rompas, Mikey —le susurró, incapaz de apartar la mirada, aun sabiendo que ya estaba roto, y que solo le quedaba cargar con esos trozos con cuidado y con el amor que le tenía, a cada pequeña parte de él—. Aférrate a tu sueño y sostente de mí.
—Lo he hecho desde el momento en que te conocí —confesó con la voz verdaderamente afligida, como si el pesar le hiciera arrastrar las palabras por la boca—. Te quise y supe que tu apoyo era legítimo desde que cruzamos palabras cuando éramos unos niños de primaria. Un ridículo que se hace un tatuaje en la cabeza en quinto grado no podía ser un hipócrita ni un traidor.
—Es por eso que Mitsuya es alguien en quien también puedes confiar ciegamente —rio, sabiendo que Mikey no le entendería—. Y respecto a lo otro, ya encontraremos al traidor que haya utilizado a Peyan.
—La última vez que peleamos acepté lo que me dijiste, de que había que respetar la decisión de Pachin —dijo, dejando atrás el comentario anterior e ignorándolo sanamente—, pero no hay día que no piense en ello. Y sobre perderte a ti, yo...
Se interrumpió de golpe, sintiendo ese malestar que se presentaba ante la mera idea.
—No puedo concebir esa idea —continuó, luego de aferrarse con sus dos brazos a la espalda de Draken, temiendo que el mayor de sus temores se encarnara frente a él—. Y me preocupa que puedan volver a hacerte daño. Me preocupa tener que estar en una clínica rezando a todos los dioses que nunca respeté, por ti.
—No sucederá —le consoló, acariciándole la espalda—. Te prometí que no moriría y cumplí.
—Eso fue lo que dije, pero no puedo, Kenchin —susurró ahogado, cerrando los ojos por primera vez en aquel rato. Iba a bajar la cabeza, mas Draken le sostuvo la barbilla y le obligó a mantenerse—. No puedo, no puedo perderte, diablos, no puedo perderte de ninguna manera. Temo besarte y que sea la última vez, por eso prefiero no hacerlo. Si no te beso no hay una última vez.
Draken sonrió con el alma repleta de lágrimas que no podía soltar frente a él, y le besó, dándole todo de sí, haciéndole abrir los ojos.
—Si será la última vez, prefiero que sea de esta manera —murmuró entre beso y beso—. Que la muerte me encuentre contigo.
—Que la muerte no te encuentre nunca —susurró contra sus labios, jurándole que era lo único que necesitaba, abrazándole con mayor fuerza mientras le besaba una y otra vez, disfrutando aquello que el absurdo miedo le quitaba, entregándose a la única persona que le conocía en su gloria y en su estado más penoso, sintiéndose en compañía. Le besaba sin darle tregua, para que así nunca hubiese un último beso.
Porque mientras Draken estuviese con él, nunca sentiría la soledad acorralarle.
Porque Draken era la mejor compañía que nunca pidió.
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Edit: ya está publicado "La gran apuesta", otro fanfic Draken/Mikey y Baji/Chifuyu en el que estoy trabajando, para quien tenga interés y quiera darle amor❣️
Me gusta escribir sobre romances en un mundo trágico, y Tokyo Revengers no deja en ningún momento de tener el sabor de eso mismo. Le mando un abracito especial al mangaka por haber sido mi terapeuta en las mayores noches de tristeza con esta bonita historia, y por crear personajitos 2d con los que puedo fanear y llorar a mares.
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