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Capítulo especial

El perfume de dos príncipes se envuelve en la seda de un romance limitado en la honestidad y adormecido en el foco del sentir.

Su fragilidad era la perdición del carmín, y esa masculinidad lo embriagaba hasta naufragar en sus más caóticos deseos.

Sólo se había despistado un poco, a lo mejor y se perdió más de tres minutos que le tomaron atender a un cliente que no sabía qué pedir, como si el menú de un bar fuese tan extenso como el de un club para personas con dinero. Ferid suspiró lleno de frustración, si tan sólo pudiera sacar a relucir el hombre tan impaciente que es en realidad. Se sacudió la desesperación de ese rostro en apariencia angelical y con una coqueta media sonrisa, con esos labios nacarados, anotó la orden.

Camino a la barra sentía todas las miradas sobre él, y no los culpaba ¿Qué hombre no ha soñado con tener ese cuerpo suyo delgado entre sus manos para bañarlo en sudor y pecado?

Ferid lo sabía, sabía que los clientes frecuentes del sitio le adjudicaron el papel de "La manzana de edén". Su ego aumentaba cada que lo escuchaba entre murmullos, y sus ojos se encendían en un falso amor y centro de atención cuando los menores quedaban fascinados con su agraciado andar, además de esos cabellos atrayentes, que con su balanceo aromático en un descuido desarman hasta los corazones más escurridizos.

Nadie había tenido el placer de llegar a la cama con él; sólo podían imaginar su cuerpo desnudo y sudoroso, siendo adornado por la más especial de las sedas entre las sedas, mientras compartían mesa y bebidas con él; todo se quedaba en eso, una pequeña e insignificante porción de la imaginación. Todo lo que había era rumores, los cuales no podían ser desmentidos. Sin embargo, había un solo varón que había cometido el mismo pecado que Eva al morder el fruto; y ese era aquel que ahora compartía sitio en una mesa con un azabache, bastante joven e iluso para esta clase de bares.

A Ferid le gustaba llamar a esa noche en donde unió su cuerpo con el de Crowley como un accidente, que desde entonces ha sido el puntapié para una relación un poco complicada entre ellos.

Era algo así como una mala costumbre que a Ferid no le interesaba erradicar, porque por más que dijera que le gustaban las mujeres, se encontraba siendo un cobarde mentiroso, sediento por beber de los labios maduros de un Crowley ventajista.

Ferid volvió su paso a la barra, llegó a ella y se convirtió en piedra caliza cuando el granate de sus ojos dibujó la forma de Crowley y Yuuichiro sentados en una mesa, hablando (Según la visión del peli plata) con mucha confianza, además de estar disfrutando de un par de copas. Se le hizo extraño, pues había escuchado a Mika decir que Yuu no bebía.

Gruñó casi como un instinto. Creía haberle dicho antes al peli rojo que tenía prohibido ser tan confianzudo con las personas ¿Con qué derecho se lo ordenó? ¡Eso era lo de menos! El tema de ahora es que Ferid estaba derrochando obvios celos por todos los poros de su piel y eso no paso desapercibido para nadie en ese lugar.

Poco a poco, después de intercambiar unas palabras con su jefa y ver que hasta ella se reía de su aparente heterosexualidad, Ferid se percató que no era el único que tenía el mismo sentimiento en el pecho; Mika estaba incluso peor que él, y no sólo eso, sino que además tenía que soportar a ese cliente que no se callaba y creía que el mundo giraba en sus reproches.

Entonces sintió lastima por el rubio, más eso no apaciguó las ganas que tenía por ahorcar a Crowley.

Tuvo que esperar un buen rato, observando con recelo las burlas que el mayor le dedicaba con esas miradas tan altaneras. Tomó asiento tras la barra, René y Lacus habían traído un par de botanas para pasar el rato observando cómo se iba a cerrar la última escena; el mal entendido ya estaba llegando a su fin y Ferid seguía igual o peor de furioso.

Lo admitía, era un hombre en extremo posesivo con lo que le gustaba y marcaba suyo, pero lejos de encontrar una solución a esto, se limitaba a encerrarse en su burbuja, lugar de donde no perdonaba ser abandonado por Crowley ni un segundo. En caso de verse solo, en el frío de la ausencia del peli rojo, Ferid comenzaba a temer, a entregarse a sus miedos e inseguridades de su juventud.

De alguna u otra forma, encontró un consuelo y rayo de luz en los hombros de Crowley, quien no se quedaba atrás y pecaba por el gusto de verlo sufrir para después curar el sentimiento con un par de besos tóxicos. Eran dos príncipes, que, en lugar de salvarse, creaban un agujero en donde poder coexistir ambos.

Mikaela terminó la hora con su cliente, lo mandó a casa cuando este ya estaba lo suficiente ebrio como para iniciar una lucha con un poste de luz. Se levantó, cruzó el pasillo y tras intercambiar algunas palabras frías con un Crowley "alegre" se llevó por sobre los hombros a un oji esmeralda adormilado.

—Ese chico va borracho... —acotó René.

Krul dibujó una sonrisa y Lacus se comió la ultima fritura.

—Lo más seguro es que llegue a casa y duerma hasta mañana por la tarde —agregó el peli lila en tono de burla.

—Sí, pero sólo bebió una cerveza —respondió Ferid, totalmente seco, esperando a que Mika saliera del lugar para él mismo ir a reclamarle a Crowley.

La orden de la jefa llegó a los oídos de todos, en especial a Crowley, quien se limitó a atender la mitad de esta. Se levantó de su sitio, limpió y ordenó la mesa, se dedicó a atender un par de clientes mientras era asesinado por un par de ojos carmines, y cuando sintió que su cuerpo ya no daba para más y que sus pasos ya tambaleaban, el almacén del que habló Krul se le vino a la cabeza.

Llevó la charola vacía a la barra, frente a Ferid. No le dedicó ni una sola mirada, ni un solo gesto y eso que el peli plata llegó a pensar que era mejor hablar las cosas en otro momento. Era como si no tuviera nada que explicar, como si todo fuese imaginación de Ferid. Sólo soltó la charola, le dijo que iba a descansar un momento y rascándose la nuca con obvia pereza y sueño, se encaminó al almacén a tropezones.

—Será solo un sueño corto... —murmuraba Crowley entre risitas con esa voz traviesa, tan descriptiva de él.

Crowley, como un fantasma, desapareció por la puerta de la derecha. En cierta forma era un alivio no tener que ver su maldita figura borracha ir de un lado a otro; Ferid estuvo de acuerdo con ello mientras secaba una copa. Intentó despejar toda rabieta de su mente, lo dejaría para otro momento.

Por una noche no haría un drama, se comportaría con etiqueta y educación.

Inhaló y Exhaló. Colocó la copa con cuidado detrás de él en uno de los estantes. Y René se acercó por detrás.

—Y de la nada la noche se volvió aburrida —dijo René—. ¿No te parece?

Para el peli plata la noche todavía no había llegado a su fin. Exhaló como un toro, no podía darle la espalda a su naturaleza. Le pasó a René el pedazo de tela con el que secaba los platos y se encaminó al mismo lugar por el que había desaparecido uno de sus compañeros.

—Voy a tomarme un descanso, tu cuida de la barra —le dijo, a lo que René no tuvo oportunidad de oponerse y la verdad es que tampoco lo iba a hacer, mil veces era mejor estar tras la barra que en el frente de la guerra.

Abrió la puerta con recelo, por una parte se escuchaban los cuchicheos de los clientes, y detrás de la pared, el silenció tan sobrecogedor de un almacén oscuro; el nido perfecto para alguien como Crowley, pensó Ferid al segundo mismo es que daba dos pasos dentro y cerraba la puerta.

Le aterraban los sitios oscuros, lo hacían sudar frío y perder el aliento. Encendió las luces, desvelando un cuarto pequeño donde por un lado dejaban acomodadas las cajas que guardaban las cervezas, mientras que por el lado contrario, apilaban el cartón, formando una cama bien perfecta para cierto borracho que ya estaba soñando.

—Eres un... —marcó Ferid.

Como respuesta obtuvo un gruñido de Crowley, frunció el ceño. La luz le calaba en los parpados, por lo que se cubrió parte de rostro con su antebrazo.

—Apaga la luz, Ferid —ordenó, recostado sobre tanta caja aplastada sin un ápice de vergüenza.

—¡Así que estás despierto! —acusó el oji esmeralda, con aquel tono de reproche en su voz— ¡Tú, Crowley!

—Sí, pero apaga la luz —respondió con simpleza—. Me molesta.

Con el coraje y sorpresa escritos en la frente, Ferid se acercó lo suficiente a la figura de Crowley. ¡¿Cómo se atrevía a pedirle que apagara la luz después de lo que hizo?! Se llevó las manos a sus delgadas caderas y sin tener un poco de cuidado, colocó su pie por sobre el vientre de Crowley, sin presionar con fuerza.

—Si te molesta apágala tu —dijo Ferid con desdén en la voz—. Crowley, tenemos que hablar.

El mencionado gruño, pocas veces lo hacía y esas eran provocadas por quien ahora le estaba pisando. Con los ojos todavía cerrados, llevó sus manos hasta la pierna de Ferid, haciéndole ahogar un grito de sorpresa en sus labios. Ya no podía escapar, una vez que Crowley le ponía una mano encima, un hechizo extraño la arrebataba su fuerza de voluntad. Con atrevimiento, comenzó a palpar esa figura tan deliciosa, recordándole al peli plata las caricias que recibía aquellas noches de sudor y placer.

—¿Q-Qué haces, tonto? —protestó Ferid, removiendo su pierna—. Sólo quiero hablar contigo.

A lo que Crowley respondió con una sutil sonrisita, negó con la cabeza y abrió sus ojos para iniciar una lucha con la mirada de Ferid.

—No, lo que quieres es pelear —soltó, deduciendo la verdad—. Vamos a discutir sobre lo que pasó con Yuuichiro, pensarás que me aburrí de ti y que te voy a abandonar. Seguiremos discutiendo y como siempre, vamos a terminar en mi cama haciéndolo.

Ferid reaccionó con rapidez y obviedad. Las palabras de Crowley podían tener cierto nivel de verdad, pero esta vez sólo quería discutir para después intentar dejar de lado esa extraña relación que tenía con el peli rojo.

—¡No, Crowley! —dijo Ferid, mordiéndose los labios. Comenzaba a perder el equilibrio y el otro no parecía tener la intención de liberarlo—. Esta vez sólo quiero hablar.

Crowley rodó la mirada, risueño, se preguntó cuántas veces había escuchado las mismas palabras y cuantas veces Ferid mismo se había equivocado. No tenían tiempo que perder antes de que alguien los encontrara, además, su intención desde un inicio fue causarle celos al contrario. Hizo un rápido movimiento en donde logró que Ferid cayera sobre él, le rodeó las caderas con sus brazos y parte del cabello de la coleta del joven le alcanzó a caer por sobre los hombros.

Ferid ahogó otro grito, se mordió los labios y por más que peleó por encontrar la libertad, se encontró dominado por la fuerza de Crowley. Estaba cayendo en el mismo circulo vicioso. Sentía cierno magnetismo entre sus cuerpos, con la fricción que estos provocaban y esa dureza que presentaba el peli rojo.

—¿Y si saltamos la discusión? Esa parte es muy aburrida —propuso Crowley, acercando sus labios a los de Ferid, casi rozándolos con desesperación.

Ferid intentó apartarse.

—No vamos a saltar nada —le dijo, tomándole por el cuello de su camisa—. ¿No te parece muy bajo lo que hiciste? Se supone que Mika es tu amigo.

—¿Vienes a darme clases de lo que es bueno o no hacer? —respondió Crowley, suspirando con cierta burla—. ¿Tú, en serio? ¿quieres que te recuerde algunas cosas que has hecho?

—¡No estamos hablando de eso! —atacó Ferid, incomodo por los recuerdos a los que se refería Crowley—. No vuelvas a hacer eso.

—No lo haré si así lo quieres —sentenció Crowley—. Pero responde ¿estás enojado por tu amigo, Mikaela, o porque te sientes celoso?

—¡¿Celoso?! —dijo Ferid, incrédulo—. ¿Por qué estaría celoso? Lo hago por mi amigo.

Como respuesta, Crowley se removió debajo de Ferid, sólo para provocar su cuerpo y ese tenue carmín en sus mejillas afiladas. El peli plata se encogió de hombros, revelando sus verdaderas intenciones.

—Mentiroso —sentenció Crowley. 

El peli plata enmudeció, al ser descubierto no se le ocurrió alguna palabra con la que defenderse. Abertura que Crowley encontró para juntar sus labios en una intoxicación en donde se dejaron llevar hasta los límites. Sus cuerpos siguieron a la petición del bien sentir y comenzaron a retorcerse en medio del calor que se provocaron.

Ferid deslizó una de sus manos hasta la mejilla de Crowley, quien no se quedó quieto y bajó sus manos hasta los muslos bien firmes de su compañero.

Tomaron un corto espacio. Sus respiraciones agitadas chocaron y Crowley le dedicó una diminuta sonrisa.

—Estoy celoso —admitió Ferid, con un sutil puchero—. Me sorprendió verte tan cerca de Yuuichiro. Tonto, te dije que no te alejes de mi.

—Y no lo voy a hacer —respondió divertido—. Solo quería jugar un poco contigo. ¿Saliendo de trabajo quieres ir a mi casa? Podemos hablar más cómodos.

Se hizo el silencio, en un tiempo suficiente donde Ferid llegó a la misma respuesta de todas las noches en donde suelen discutir. Desvió la mirada nervioso, y con un dejo de sumisión, asintió con delicadeza y volvió a atacar los labios de Crowley.

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