Capítulo 6: La sensualidad de la culpa
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Descubrimiento:
El día que me di cuenta de la verdad me sentó como un vaso de agua fría, no podía entender porque me había hecho eso".
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A todas las personas en el mundo, hombres y mujeres, les interesa demasiado causar una buena imagen para en un futuro no tener problemas con quien sea que comenzaran una relación. Lo que menos quería Mikaela era terminar en una situación similar a la de esa noche, de hecho, ni lo había pensado. Ese pudo haber sido un aspecto importante que Mikaela olvidó con el tiempo en donde se creía imposible una relación con el azabache.
El silencio se apoderó del automóvil mientras se dirigían a casa. El conductor presintió que algo iba mal entre ellos y con el rostro apagado y cansado por sus horas laborales, les ignoró hasta llegar a casa. Hizo bien en no comenzar una plática entre la pareja, o esta comenzaría a lastimarse con comentarios pasivo agresivos, formados por una creciente combinación de distintas emociones.
No podían ocultarlo por más tiempo, sus rostros y ese silencio que se dedicaban delataba sin tapujos sus posiciones en la riña, además de sus miradas pálidas.
Las luces rojas les detenían, haciendo más tiempo y enloqueciendo al rubio que había acomodado su codo en la ventana para intentar distraerse un poco. De cierta forma no quería llegar a casa, porque sabía que tenía la responsabilidad de hablar con el azabache; le dolía verlo así, no sólo lastimado, sino temeroso y dudoso. Le dolía saber que él había provocado todo esto.
Lo que hizo hace poco, de defenderlo de Jomei, le había causado la misma impresión que a una princesa cuando sabe que el caballero mató a un dragón para salvarla, pero esta vez era distinto. No había ni un sólo merito cuando mantuvo todo oculto y mucho menos por las palabras de Jomei, las cuales fueron falsas, pero no estaba seguro si Yuuichiro se había tomado en serio todo.
No logró despejarse. Si bien su mirada dibujaba las figuras que se encontraba camino a casa, en su cabeza no dejaban de aparecer un tumulto de ideas; algunas le decían que todo era su culpa, su voz le gritaba que debió haber hablado con Yuuichiro en su cita previa a la reunión y contarle quién era Jomei y qué sucedió con él y porqué. Pero otra voz, similar, aunque temerosa, no dejaba de repetirle que, por esa metida de pata, la cual demostraba su debilidad, el oji esmeralda podía dejarlo o cuando menos, terminar esa relación que a duras penas había comenzado y volver la vida un tanto incomoda, además de oscurecer su corazón, el que no dejaría de amarlo.
Era cierto, no tenía mucho que habían comenzado algo y ahora todo se iba a la basura por su culpa. Era un poco irónico.
Si Mikaela pudiese retroceder el tiempo, volvería al día en donde pensó que podía superar su atracción por Yuuichiro. No lo haría nunca, no lo superaría, ni en ese día ni en los siguientes; se sentía un tonto, un tonto enamorado sin remedio alguno.
Un velo opaco descendió en sus ojos marinos, se sintió extraño; ah, quería llorar y darle esas lagrimas a Yuu como forma del valor que tenía en su corazón. Nunca antes había llorado por un hombre. La vista se le nubló, pero mentalmente se lo prohibió mientras se forzaba a dar presencia a una corta sonrisita. Se repasó las manos por los rizos de su frente, inhaló con fuerza y exhaló.
Las cosas no debieron salir así.
No quería perder al azabache, y para eso tenía que ser honesto. Contrariado, las entrañas se le retorcieron, no estaba seguro si esa noche era la correcta para hablar, pues levantó su mirada en dirección al espejo retrovisor y se encontró con la figura de su novio inerte, tirada en los asientos y con el antebrazo cubriéndole el rostro. Esa era la culpabilidad llamando a las puertas de su remordimiento.
Si estaba dormido o despierto no lo sabía, ya llegado el momento de salir del auto y pagar tendría la oportunidad de hablar con él.
Mientras tanto, el azabache no dejaba de experimentar una descarga enorme de adrenalina, combinada con un arranque extraño de llanto. Igualmente quería llorar por tanta desesperación que ha acumulado en sus hombros, incertidumbre que carcome sus pensamientos y no le deja disfrutar de Mikaela como quisiera. Sus emociones estaban tan turbadas como un mar embravecido.
Ya no podía más. Su corazón dolía, y no sabía si Mikaela estaba consciente de ello; sólo quería una respuesta, sólo una y con esto sabría qué posición tomar.
Llegó a pensar, con el rosto cubierto por su brazo, que ese hombre realmente había tocado el cuerpo de su novio; aquella concepción le hizo arder por dentro en rabia, ira y decepción. Y no sólo era eso, sino que además de tocarlo, le pisoteaba el orgullo con esas palabras que le dedicó.
¡¿Cómo se atrevió a hablar con tanta irresponsabilidad de algo que se supone, debe tenerse bien guardado dentro de una pareja?!
Un nudo se le formaba en la garganta. Eran demasiadas micro ideas las que le atacaban, no sabía por qué el rubio no habló de esto antes, además, tenía que admitirlo, le llenaba de orgullo saber que le dejó bien en claro al moreno que no debía acercarse a su novio. Los nudillos le ardían, la cabeza le palpitaba por el golpe que recibió además de que la sentía caliente.
Pero ese orgullo pronto era apagado por la tristeza que le ganaba al recordar que tal vez Mikaela no le tenía la confianza suficiente para hablar de algo así. ¡Dios! Eran pareja, habían compartido juntos la cama, del modo más inocente, e incluso, han tenido ciertos roces calientes, como para que Mikalea siga ocultando cosas. Era esa mala costumbre que tenía desde niño y que no dejaba de molestar al mancebo.
Yuu se sentía rabioso, no quería que sólo el rubio cargara con ello y sufriera. Le gustaba pensar que la vida de una relación y sus cimientos están hechos de penas y dichas compartidas en donde las dos partes gozan del mismo valor y participación.
Y, sin embargo, parecía que Mikaela sólo compartía lo bueno y se guardaba lo malo. No podía sino enloquecer de desesperación al azabache, quien quería tomarlo por los hombros, sacudirlo con toda su fuerza y gritarle que, así como lo ama demasiado, también quería conocer su más oscuro y vergonzoso pasado para poder enfrentarlo juntos.
"No estás solo, Mika" pensaba Yuuichiro, en ese remolino de sentimientos que se le formaba en el pecho, hasta que sintió que el taxi se detuvo en seco. Ya habían llegado, lo supo cuando el hombre le pidió la comisión al rubio y este le pagó agradeciendo con una voz apagada, adolorida.
No era el único, los dos sufrían en silencio compartiendo a la vez la tristeza y un amor tan fuerte que no les dejaba pensar en un abandono.
La puerta de adelante se cerró en un segundo, sintió que la de su lado se abrió con delicadeza. Se quitó el brazo de encima y ni bien abrió los ojos la luz de la farola de la calle le encandiló la vista. Cuando esta se hubo acoplado, observó que Mikalea le extendía la mano, siguió el camino de su brazo y se encontró con un rostro apagado, pero en un vehemente intento de aparentar que nada había ocurrido.
Algo le pasaba, también había pensado y sin duda, esa expresión era de culpa, lo dedujo muy bien el azabache y tras hacer una mueca, se levantó en el asiento.
—Ya llegamos, Yuu-chan —le dijo, con cuidado, como si con sus palabras pudiera lastimarlo.
Pensó en no tomarle la palabra, en dejarlo con el brazo extendido y avergonzado, denotando su furia, pero no podía engañar a nadie, ni a él mismo. Sí, estaba molesto, claramente que lo estaba, pero era más ese dolor el que lo ayudó a quitarse lo orgulloso de encima y hacer caso en el agarre.
Se tomaron de las manos, y Yuuichiro salió del taxi con la educación de un rubio pensativo. Mikaela le agradeció al hombre por el servicio prestado nuevamente y por último, como una despedida, le deseó las buenas noches.
El hombre le sonrió, asintió y después el taxi se integró a las calles para continuar con su labor. En aquel momento a Mika le llegó una frase a la cabeza; "El amor era un mundo enorme, él mismo estaba repleto de fosas para los mentirosos y calabozos para los incautos; era tan similar como sobrevivir en un mundo real, sólo que la honestidad y sensualidad juegan unos papeles importantes".
O algo así pensó, dio forma mientras subían las escaleras de su complejo hasta el piso donde vivían. Como era de esperarse, el elevador había comenzado a fallar y necesitaba atención, algo bastante típico en ese complejo como en muchos otros.
Volvieron a casa. Mikaela se encargó de abrir la puerta con sus llaves sin perder de vista la figura de Yuu, quien mantenía el rostro agachado, como ensombrecido. Ninguno de los dos tuvo un ápice de intención por hablar camino arriba, sólo se dedicaron unas cuantas miradas curiosas.
Ni bien la puerta les dio acceso a ese calor de casa, Yuu pudo suspirar aliviado. Viendo un lado muy poco consolador, el día había acabado, ya había conocido a los amigos del rubio y no se llevó tan mala imagen, de hecho, pensó que si lo intentaba un poco más podía llegar al menos, a intercambiar algunas palabras más allá de la cordialidad que se le debe a un simple conocido.
Había cambiado su forma de verlos, pero pensó que tal vez ese punto a su favor se perdía de vista en cuanto recordaba la falta de confianza del rubio y la desgraciada aparición de Jomei en la velada. No sabía cómo hablarle, estaba avergonzado por entrometerse en ese momento en donde Mikaela obviamente necesitaba ayuda, pero también molesto por las palabras de Jomei y el silencio que todavía mantenía su novio en cuanto al tema.
Se había esperado una explicación, pero tampoco tenía el valor de iniciar el tema. Era como si el valor que tuvo para asestar el primer golpe no sirviera para ver con seguridad al rubio y exigirle unas palabras referentes al tema.
La cena fue buena, hasta cierto punto, además de divertida e interesante, porque pudo tener el privilegio de ver más humanizado el lado de un host. Eso ya era otro punto a su favor, tamaño hormiga, pero no dejaba de serlo.
Yuu se iba a dejar caer en el sofá, no tenía demasiadas intenciones de dormir en una cama porque le dolería rechazar al rubio una vez más y mandarlo a su habitación. Sentía su cuerpo cansado, adolorida su cabeza y justo, a segundos de desfallecer en su cómodo diván, escuchó que Mikaela dejó caer la bolsa de papel por sobre otro sofá.
Ahora que lo pensaba, también tenía curiosidad por el contenido de aquella, pero ya no tenía energías esa noche para andar de entrometido. Ya lo dejaría para el día de mañana, en donde esperaba que la tensión disminuyera al menos para poder hablar con el otro.
Se encontró presa del rubio, quien lo había tomado por los brazos, negándole el privilegio de descansar todo lo sufrido en el sofá. Yuu cuestionó llamando al nombre de Mika, pero este se mantuvo mudo, con la mirada baja y se lo llevó consigo hasta el cuarto de baño. Encendió la luz, bajó la tapa del escusado y sentó en él al azabache mientras cerraba la puerta en un rápido movimiento.
—¿Qué haces? —preguntó con un leve tinte de curiosidad en su voz.
Se preguntó si el rubio había tomado la decisión de hacer, otra vez, como si nada pasara, pero no era eso, pronto se vendría a percatar bastante tarde.
—¿No es obvio? —respondió Mika, a secas, molesto consigo mismo—. Seguramente te duele la cabeza, quiero tratarla. No pensabas irte a dormir, así como así ¿verdad?
—Ah... bueno... —dijo el trigueño dubitativo. En su adolescencia más de una vez se había peleado y también más de una vez había ido a dormir con más de un hematoma o herida. Prosiguió con un dejo de delicadeza en su voz, que incrementó la culpa del rubio y su mismo coraje:
—No es para tanto —dijo Yuu, observando cómo Mikaela sacaba de detrás del espejo un pequeño botiquín. Tenían uno sólo por si acaso y la verdad es que no lo habían necesitado mucho hasta ese momento—. Tú ya lo has dicho, soy de cabeza dura; puedo con esto y más.
Mika odiaba admitirlo, pero era cierto. Conocía esa costumbre del azabache por meterse en riñas y cuando eso sucedía no pasaba de burlarse y llamarlo tonto por tener una cabeza fuerte, pero en esta ocasión las cosas eran distintas; todo fue por su culpa.
Tomó un vendaje, no sabía bien qué hacer, pero lo llenó de alcohol etílico y sin pedir permiso o avisarle al herido, tocó el pequeño moretón que se le había formado en la frente, además de una pequeña hinchazón. Yuu lanzó un gruñido, chilló por el contacto, ahogó un grito cerrando sus labios y sus ojos expresaron el ardor del momento.
Por eso no se trataba nada nunca. Ese dolor era más fuerte que el de un golpe en caliente, el cual se enfriaba, pero era de menor importancia.
—Sí, ya sé; yo dije eso —respondió Mikaela, después del sufrimiento del azabache. La mirada se le nubló, el corazón encontró su limite y su garganta pereció como si estuviera en un mar menguante de saliva—. Sé que dije eso, pero esto es distinto. Todo esto fue mi culpa, pero ¿Por qué lo hiciste? No debías, sabes, te pudo haber lastimado más.
El azabache chasqueó los dientes, ya se le hacía extraño no haber recibido un regaño en lugar de un gracias. Se rascó la nuca, acostumbrándose a tener en la frente aquella tela con alcohol. Levantó su mirada y se encontró con el color azul marino del rubio, con su ceño fruncido entre el dolor y perplejidad. Le sonrió, aunque dolió, pero lo hizo a favor de calmarlo.
—Porque no podía quedarme sin hacer nada cuando te están molestando —respondió Yuuichiro—. Quiero cuidarte.
Esas palabras calaron al rubio.
—No me importa salir lastimado —prosiguió el azabache, siendo testigo sobre cómo el rubio decrecía su fuerza en la tela de su frente y su semblante se iba relajando y cambiando a uno de total culpabilidad—. Ya sé que es muy grande, pero no podía dejar que hablara así de ti.
Seguidamente el silencio se cernió sobre ambos. Yuu había hecho de las suyas para no dejarse vencer ante su coraje y emociones encontradas que le desbordaban el alma, decidió hablar de buena forma y controlar su rabia, pero el rubio parecía que todavía se iba a mantener callado. Mikaela desvió la mirada, chasqueando los dientes. Dejó de lado el tratamiento, sólo había sido un pretexto para disculparse con Yuuichiro.
—Tonto... —asestó a decirle en un intento desesperado de no llorar. Se dejó caer de rodillas frente al trigueño, todavía tuvo las fuerzas de mantener oculto su llanto y colocó sus manos por sobre las piernas de Yuu con la cabeza baja—. Lo siento tanto. Perdóname.
Yuu se encandiló, ciertamente sus formas de amar eran distintas, pero no malas. Supo que tal vez esa era su forma de amar al rubio, protegiéndolo a costa de su dolor, una forma diferente pero no menos valiosa o importante. El azabache se inclinó un poco, era algo vergonzoso tener en medio de las piernas a Mikaela arrodillado; le levantó el rostro y le dedicó un corto y húmedo beso en los labios.
Seguía triste, las líneas de su rostro lo delataban, pero Yuuichiro quería hacer algo por él. Sea lo que fuese que Mika tenía que contarle, estaba seguro que no sería el fin de nada, porque esa acción del rubio le demostró lo mucho que lo ama.
Sólo quería saber todo de él, no era un capricho, sino un deseo genuino en amor y fidelidad.
—Estás exagerando todo, ¿no te parece? —preguntó Yuu y Mika negó; no estaba exagerando nada, por culpa de su inseguridad el amor de su vida había sido lastimado—. Ya, vamos, ¿Por qué no me cuentas el resto de la historia? Sé quién es Jomei, pero necesito escucharlo de tu voz.
Los ojos del rubio resplandecieron, sintió su espalda se atravesada por una flecha que le infectó la herida de pura y putrefacta vergüenza. Por un momento pensó en sincerarse de una vez, contarle de cabo a rabo la historia, pero ni bien sus labios se abrieron, se arrepintió y volvió a negar con su cabeza.
Era un terco y miedoso sin remedio.
—No, no puedo —dijo en un susurro que se perdió en el cuarto, dando a Yuu una expresión de decepción.
Yuuichiro clavó su mirada en la figura del rubio. Una voz le gritaba que tomara las riendas y le exigiera de mala gana la verdad, pero su bondad, la cual era más, le dictó lo contrario y no pudo sino evocarle un llanto de impotencia. De pronto un sentimiento sensible se apoderó de Yuuichiro, sus lágrimas caían sin parar y el rubio no supo cómo reaccionar.
Yuu estaba cansado, había llegado a su límite.
—Eres muy cruel —sentenció con la voz rota, mientras Mika permanecía estático, de rodillas y con el rostro arrepentido—. Yo soy el tonto, si quieres, pero tú no te quedas atrás intentando hacerte el maldito fuerte. Siempre detesté ese lado tuyo. No desvíes la mirada, mírame bien, Mika. Esto es lo que pasa cuando crees que puedes con todo ¿no era yo a quien amabas? Pareciera más una sátira.
El azabache atrapó al rubio de sus mejillas no dejándole de otra que mantener sus miradas unidas, compartiendo el dolor que ambos se causaban. Sus lagrimas se unieron, ya no era sólo Yuu el único con el llanto recorriéndole un río apacible en el rostro.
—Quiero saber todo de ti —le dijo, con un vivo gesto de honestidad y amor—. Qué es lo que te aterra, lo que te enorgullece y te persigue. Así voy a poder protegerte del pasado, solo si estamos juntos y ver un buen futuro. No estás solo, Mika, deja de ocultarme cosas.
Las palabras del menor resonaron en la cabeza de Mikaela, como si pudieran producir un eco aterrador que le hacía temblar todo su ser. Nunca había escuchado tal confesión de nadie; sólo era su verdadero amor hablando y lo había tomado tan de sorpresa que sólo le quedó cubrir los labios del azabache con los suyos en un acto desesperado de no seguir escuchando las palabras que más le han lastimado en toda su vida.
Yuu era tierno en algunas ocasiones, travieso y terco en otras, pero en las más especiales, parecía que desconocía lo sensual y atractivo que podía llegar a ser, incluso cuando se confiesa.
Se retorcieron, se movieron en el acto. Yuu había sido callado de sorpresa y pese que al principio quiso quitarse de encima al rubio y continuar con su charla, pronto se dio por vencido ante las artimañas del contrario. Sus labios se encontraron en una lucha feroz, frotándose y chocándose el uno con el otro, coloreando un beso francés en donde Mika consiguió acceso a la cavidad bucal de Yuu; sus lenguas se encontraron tímidas, compartieron su humedad y juguetearon con travesía evocando ciertos sonidos lascivos.
—Es...Espera —balbuceó el azabache en una de esas ocasiones que se separaron un poco para tomar aire, tomó por los hombros a su pareja. Los labios de Mika sabían a alcohol, era embriagante y caluroso, pero no dejaba de ser una trampa para callarlo.
Apartó un poco al rubio, a quien de lejos se le dibujó un obvio colorete en esas mejillas de color marfil. Su rostro reflejaba con exactitud lo caliente que se comenzaba a sentir, y Yuu no sabía si podrían llegar a darle fin a este momento sin llegar a arrepentirse.
Mika negó, bien podría ser un capricho, se había rebajado al nivel de un niño, pero no quería terminar, no ahora.
—No —dijo, con la respiración agitada. Se acercó lo suficiente como para hacer retroceder al azabache en su asiento—. Si acabo esto, vamos a hablar y yo no lo quiero... No puedo.
Vaya, tenía además el valor de admitirlo. Yuu lo abrazó por el cuello, Mika se le abría trepado por en medio de sus piernas, con una de sus manos se aferraba al asiento, haciendo imposible la huida del azabache, y con la otra, lo tomó desprevenido para volver a juntar sus labios.
La escena era realmente fascinante; las sensaciones que se les subieron no les dejaban pensar con claridad y esos jadeos que el azabache reprimió entre los besos enloquecían aún más las acciones de Mikaela.
En algún momento, el rubio se había aburrido de solo probar los labios de Yuu. No dejaban de ser dulces y deliciosos, pero conocía otras zonas de su cuerpo que podían incluso avivar el placer de su novio. Aunque la lujuria parecía crecer cada vez más y Mika encontrarse con una desvergonzada montaña entre sus piernas, no perdió los estribos y recordó muy bien su objetivo; el placer de Yuu.
Se separó de sus labios, sintiendo una repentina soledad y un hilo de saliva unirlos. Observó por unos segundo esa expresión de honesto disfrute en Yuu; era muy tierno y lascivo. Volvió al ataque besando y lamiendo de cuando en cuando las orejas de Yuu, cual si fueran un dulce derritiéndose en sus labios.
—Uno de tus puntos débiles —sentenció Mika con dureza en su voz, cuando repasó la oreja de Yuu con su lengua, evocando ciertos sonidos que además de la sensación, hicieron retorcer al azabache.
Yuu cerró los ojos, se mordió el labio inferior y ahogó un jadeo. Mika sonrió, le susurró al oído:
—Yuu-chan, no me molestaría escucharte —dijo, con un velo carente de vida en los ojos; él no disfrutaba tener que recurrir a estas cosas sólo por salvarse, pero era ya satisfactorio complacer a Yuuichiro.
El menor negó, aún le avergonzaba dar libertad al resultado de las caricias de Mika en él. Además, lo veía como un premio y él no se merecía nada parecido por seguirle ocultando la verdad.
Mikaela volvió a lo suyo, a chupar con frecuencia y fuerza las orejas del azabache, quien se retorcía bajo su posición y no lograba juntar la voluntad necesaria para escapar del placer. Yuu bajó sus manos hasta el abdomen de Mikaela, su fuerza de arrojarlo lejos se quedó en un simple intento; el rubio ya estaba dibujando un camino de besos frescos por todo su cuello, deleitándose de paso con esa loción tan dulce, hasta sus clavículas, asegurándose de aferrarse a la piel, dejando marcas rojas y concisas.
El cosquilleo aumentó en ambos. Estaban calientes, el dolor de cabeza había desparecido en Yuu, dando paso a un aturdimiento y sordera extraños a la razón, ajenos a la realidad y entregados al sentir carnal.
Mika lo había dominado por completo, no podía más. Cuando intentaba abrir sus ojos, se encontraba con el techo del baño, sintiendo su cuerpo siendo recorrido por los dedos fríos de su novio, trayéndole un asfixiante deseo y placer. Yuu todavía no se hacía una idea de la situación, aunque creía que todo quedaría en unos cuantos besos y caricias.
Pero el pobre rubio de mirada adolorida tenía otros planes. Flexionó sus rodillas, volviendo a estar hincado y tras haber dejado cuando menos unas cinco marcas repartidas en el cuello y pecho del oji esmeralda, se determinó a mantenerle las piernas bien abiertas.
Por un momento Mika llegó a sentirse una puta, pues no dejaba de recordar la razón detrás de la situación que él había creado. Más por dentro, se maldecía por encontrarse cachondo, disfrutando esas expresiones atrevidas de Yuu y su voz, tan frágil y mancillada por la lujuria.
En el mismo tiempo, se ahogaron en el pecado, juntos. Yuu tardó en reaccionar cuando Mika, en un rápido movimiento bajó la cremallera de sus pantalones.
—¡¿Qué haces?! —chilló el menor, intentando detener las acciones de su novio. Tenía una erección, esos inocentes ojos de perversión de Mika le encantaron, pero no quería exponerla.
Mika le detuvo las manos con tan solo poca fuerza. Se las apartó de forma que Yuu no pudiera intervenir más.
—Quiero hacerte sentir bien —se confesó el rubio—. Mis labios te amarán. Lo necesitas, Yuu-chan.
"¡Necesitas y un cuerno!" Pensó Yuu, pero su cuerpo decía todo lo contrario. Sus caderas se movían como locas, y su entrepierna ardía.
—No tienes que... —dijo, en un último intento de detener a Mikaela.
—Yo quiero, Yuu-chan —dijo, usando esa voz tierna para manipular al azabache—. ¿No puedo?
Entonces Yuu desvió la mirada, no pudo hacer nada en contra de ese rostro adolorido y esa voz caprichosa. Dejó descansar sus brazos, haciéndole saber al rubio que ya no se iba a oponer más. Mika dibujó una corta sonrisa, todavía tenía cierta influencia sobre Yuuichiro.
El joven de hebras rubias volvió a lo suyo. Introdujo su diestra en los pantalones y calzones de Yuu para traer a colación ese miembro mediano y bien erecto. Mika ahogó un sonido de sorpresa, evocando en Yuu un bochorno tremendo.
—Ya deja de verlo —exigió el azabache, sabiendo que Mika seguía estudiando el cuerpo de su pene rosado, liberado y bien levantado, además de empapado.
Mika se encogió de hombros, sonriente con la inocencia de un niño que está a nada de chupar una piruleta (paleta, dulce, ya saben ¿no?).
—Es que es como lo imagine —dijo, dispuesto a despejar la perplejidad en Yuu—. La otra vez que te dije que tenías una erección, parecía grande. Ahora me doy cuenta de su tamaño, me gusta. Tienes un pene bonito, Yuu-chan.
—Tch... —Yuu sintió todo su rostro rojo. De hecho ¿en qué momento su llanto había terminado? No se había dado cuenta de nada—. No digas esas cosas raras.
Por supuesto, Mika se aseguró de guardar muy bien ese recuerdo. No era para menos, pues por primera vez Yuu de verdad parecía frente a él un simple e indefenso corderito.
Habiéndose deleitado por completo, con lentitud Mika tomó su turno para con su dedo índice tocar solo la punta del pene de Yuu. El mancebo reaccionó con un estremecimiento; estaba en extremo sensible, tanto que Mika se sorprendió por haber provocado aquello con tan solo unos besos.
Volvió a colocar su índice en el tronco de la extremidad, atrapándola ahora con su pulgar con suavidad. Yuu no dejó de sentir y retorcerse de vez en cuando, estaba a completa merced del rubio. Mika se lamió los labios y arrodillado con las piernas dormidas, comenzó a mover su mano de arriba para abajo, provocándole espasmos al contrario.
Continuó su trabajo cerca de unos segundos más, momentos en donde podía observar las múltiples expresiones de Yuuichiro y ahogarse en su voz llena de placer. Su mano se aferró por completo al miembro de su novio, el cual comenzó a frotar vigorosamente. Él mismo se estaba dejando llevar por el momento; supo que no soportaría más tiempo.
El líquido pre seminal de Yuu comenzó a manar de la punta, volviendo el agarre un poco resbaloso pero delicioso. Mika estudió la situación, juzgó los movimientos alocados del azabache y sus ansias gritaban que sería cuestión de segundos para correrse por completo.
Al presenciar esa inmensa escena, Mika usó su última carta. Se estiró un poco, lo suficiente como para que sus labios rozaran la punta del pene de Yuuichiro, quien al tacto enloqueció. Yuu no pudo negarse a la idea, estaba siendo controlado por el calor y éxtasis de su cuerpo.
—El pene de Yuu-chan —murmuró Mika en intervalos donde lamía desde el troncó hasta la punta, logrando saborear aquel liquido dulce para él, como si fuese un premio—. Lo tengo en mis labios.
Yuu respondió con un desvergonzado suspiro, combinado con un jadeo que ya no pudo ocultar más tiempo. Colocó una de sus manos en la nuca de Mikaela, no quería que dejara el trabajo a medias.
Y el rubio no lo iba a hacer. Dejó de lado las chupadas que si bien, le satisfacían al incrementar la locura en Yuu, comenzó por introducir el pene a su boca, lento, tanto que Yuu estuvo a nada de él mismo hacerlo de una vez por todas. La forma en como Mika jugaba con su pene lo desesperaba, pero a la vez lograba disfrutarlo.
Al fin, pudo colocar la longitud dentro sin temor a atragantarse. La garganta de Mikaela tomó prisionero al azabache, y con la boca bien llena, levantó la mirada para encontrarse reflejado en ese par de ojos esmeraldas que tanto amaba. Yuu tuvo el valor de no perderse la felación que Mika le estaba regalando y ser la hermosa imagen que resplandecía en el brillo de esos ojos celestes y ardientes.
El rubio se intimidó por un momento, pero después volvió en sí para continuar con su trabajo. Comenzó a jugar con el miembro, se llenaba la boca de él, lo chupaba juguetón, sollozaba y lo frotaba con tal dedicación que Yuu se deshizo en ese instante. Su garganta también hacía un trabajo tan increíble como sus labios.
Desconocía si Mika tenía experiencia en tales cosas, y la verdad es que no, es que Mikaela estaba poniendo en práctica todo aquello que en sus buenos años de pubertad había visto en películas porno en esa mamada y ya parecía un profesional, aunque es cierto que a veces los nervios le ganan terreno y le hacían temblar.
Sus labios se dedicaban con fuerza a besar en todo lo posible, chupar la punta, saborear el elixir que producía el cuerpo de Yuu hasta el punto en que se aventuraban a también prestarle atención a sus testículos. Lamía, desvergonzado, desde abajo hasta la punta, a veces usaba sus dedos para acariciar el tronco de su pene mientras también lo saboreaba.
El mancebo no pudo soportarlo más, se retorció con fuerza y sintiendo su cuerpo entumecerse en un arranque de excitación, enrolló sus dedos en los rizos del rubio, lo obligó a colocar su pene dentro de su boca para por fin, con excelencia correrse dentro. Yuu dejó salir todo, casi tratándose como una fuente, que dejaba caer su leche dentro de Mika, quien hizo un esfuerzo vehemente de tragar todo.
No recordó en qué momento y mucho menos haberse puesto así al final, pero Yuu se corrió por completo y cuando hubo terminado, se dejó recostar en su asiento. Estaba cansado por tantas emociones y esto último. Observó a Mikaela y avergonzado se encontró cuando vio un par de ríos blancos recorrer la comisura de sus labios.
—¡Lo siento mucho! —gritó el azabache, avergonzado—. Yo... no quería, creo que me dejé llevar.
Mika negó, no le molestó en nada haber sido tratado con exigencia al final. Yuu cortó un par de tiras de papel higiénico y limpió su semilla de los labios del rubio.
—No te preocupes —respondió con una media sonrisa—. Estuvo rico.
Yuu reaccionó arrugando la nariz, estaba sonrojado y bastante tímido tras lo ocurrido, así que no tardó en hacer reír al rubio.
—Ya es tiempo de ir a dormir —aconsejó el rubio. Sabía que esa mamada no había solucionado nada, sólo había postergado el momento para ser honesto y que Yuu iba a mantener su posición de que cada uno iría a dormir en su habitación—. Ve a tu cuarto a descansar. En un rato iré al mío, quiero ducharme.
Yuu dudó ¿Quién se duchaba casi de madrugada? estuvo por proponerle dormir juntos y quien sabe, hacer algo nuevo bajo las sabanas, pero pronto se encontró con el muro de la realidad. Mika no se había deshecho de su sentir, y él tampoco, tal vez sólo la felación le había dado un poco más de paciencia, pero no más.
Se subió la cremallera, abrochó sus pantalones y antes de irse, le dio un último beso en los labios.
—Buenas noches, Mika —fue lo único que se atrevió a decir en medio de tal incomodidad. Se levantó, igual que Mikaela y salió del baño cerrando la puerta con lentitud.
Yuu sentía el pecho lleno de emoción. Desvió la mirada, ¿en serio habían hecho aquello? Todavía no se lo creía. Desde el pasillo donde estaba el baño logró divisar aquella bolsa que Lacus le dio a su novio. Estuvo a nada de acercarse y abrirla para ver qué era lo que tenía, pero se rindió, lo que sea que estaba dentro, ya no quería llevarse más sorpresas esa noche.
Se echó un fuerte suspiró, se arrastró hasta su cuarto y cerró las puertas para no aparecer hasta el mediodía del siguiente domingo con una plática corta y nada cómoda. Nuevamente, las cosas ya no serían como antes hasta que alguno tomara la iniciativa. Mientras, el rubio se había quedado reflexionando en su sitio por unos minutos. No recordó para nada la bolsa y como lo había dicho, se deshizo de sus ropas para bañarse en agua fría y poder encargarse de la erección que tenía.
Poco después, con el cuerpo envuelto en toallas blancas, Mikaela salió del baño, seguro de que Yuu ya estaba dormido. Corrió descalzo hasta tomar la bolsa en manos, dejando un rastro de huellas húmedas en el suelo y volvió carrera a su habitación, donde también se encerró, se colocó su pijama y guardó el contenido de la bolsa en uno de los cajones de su mesa de noche. Se recostó y observó unos mensajes de sus amigos antes de dormir.
Respondió solo lo necesario, no quería alardear de una medida cobarde que había tomado en una circunstancia bastante penosa. Llegó a estar de acuerdo con la mayoría de los comentarios de sus amigos; tal vez se pasó un poco con lo dicho a Crowley, pero digamos que tan predispuesto estaba a amar a Yuu que no podía llegar a controlarse en ocasiones.
Una vez hecho, cerró los ojos, entregándose al sueño en donde deseaba poderse librar del peso de sus hombros y el remordimiento.
Al siguiente viernes, las cosas no habían cambiado demasiado. Mika continuaba yendo a su trabajo de forma normal, pero nuevamente se le notaba pensativo, perdido seguramente en un mundo donde su culpa era su mayor enemigo. Ya no se le veía con el mismo brillo y atractivo que antes.
Desde el sábado hubo un acuerdo silencioso, en donde los dos llegaron al mismo resultado; no compartirían cama hasta que Mikaela tuviera las ganas de hablar. Seguían encontrándose en casa, a veces hablaban y se recordaban lo mucho que se querían, pero no fue lo mismo. El rubio sentía ya no tener el derecho a provocar a Yuuichiro; ya no podía tocarlo, se sentía mal.
Sus besos comenzaron a menguar. Ahora sólo era el azabache quien de vez en cuando le daba un beso al rubio, pero era uno corto, sin sentimiento más allá de un gusto y tan plano que Mika pronto olvidaba la sensación.
Las cosas estaban empeorando. Mikaela todavía no tenía el valor de hablar y es que cada que se topaba frente a ese color esmeralda de Yuu se sentía intimidado, temeroso a una mala reacción y egoísta a un intento inútil de seguir manteniendo las cosas justo como estaban.
Ellos dos eran sus propios verdugos, y sus armas mortales su silencio y espera.
Se llegó la noche del viernes, Mika jamás se dio cuenta que Yuuichiro no fue a trabajar ese día porque se quedó encerrado en su habitación sin hacer un solo ruido. El azabache lo había preparado todo desde el martes; si Mika no le iba a dar las respuestas que quería, él mismo las buscaría cual si fuera Sherlock Holmes.
Previamente Yuu se había encerrado en su cuarto con comida necesaria para pasar un día entero sin aparecer. Mika no pudo sospechar nada, porque nunca se veían cuando uno llegaba del trabajo y el otro se iba; sus horarios no coincidían, por lo que el resto, guardar silencio fue bastante fácil.
El joven rubio se colocó su uniforme, realizó su día como cualquier otro y en ningún momento dejó de torturarse con la presión de obligarse a hablar pronto. Salió de casa sin ninguna sospecha y al llegar al trabajo las cosas se desarrollaron como siempre.
La música en esta ocasión era un poco más casual, ligera y fácil de soportar. Detrás de la barra observó por debajo si tenía algún mensaje nuevo de Yuu, pero al ver la barra de notificaciones vacía, se echó un fuerte suspiro; no podía creer que en verdad hubo un tiempo en que vivía sin los mimos y atenciones del oji esmeralda.
—Mika —escuchó el rubio y al levantar la mirada se encontró con el rostro impasible de la peli rosa—. ¿Estás bien?
¿Ya cuantas veces había escuchado esa pregunta? Hasta los oídos le dolían. Se limitó a responder con un asentimiento y una corta sonrisa; incluso tan bien vestido y con una parte de su cabello arreglado para atrás, permitiendo lucir ese hermoso perfil, el joven parecía agobiado.
La jefa se llevó las manos a sus delgadas caderas. Formó una meca y con su cabeza apuntó a un hombre de edad avanzada que esperaba en una de las mesas con un respaldo grande que les daba cierto tinte de intimidad.
—No quiero sonar cruel, pero aquel hombre pagó por pasar una hora contigo —dijo ella—. ¿Puedes, o si quieres mando a alguien más en tu lugar?
Mika se lo pensó, pero hacía tiempo que nadie le rentaba. Tenía que sacar fuerzas de quien sabe donde para soportar a ese hombre, pero lo haría sólo por ganar un poco más de dinero. Negó, totalmente decidido.
—No, no es necesario —le dijo guardándose el celular en los bolsillos—. Yo me encargo de esto.
Y dicho esto, se abrió paso hasta la mesa. Llegó a los pies del hombre y ese rostro apagado cambió a uno bien animado y hasta travieso. Tomó asiento cuando el hombre se lo indicó y al parecer había tomado mucha distancia, pues pronto se encontró abrazado por los hombros y más cerca del otro.
Sintió repulsión, su sonrisa se deformó un poco, pero su esfuerzo fue notorio cuando ignoró toda aversión y se dedicó a hacer su trabajo; escuchar al cliente y beber con él.
Mientras tanto, Krul detrás de la barra recibió a Crowley, quien curiosamente estuvo unos cinco minutos con unos clientes jóvenes, bebiendo porque le invitaron. Ningún joven quería perderse ni un minuto de la compañía del mayor.
—Espero que hayan pagado por esos minutos —dijo Krul, evocando en Lacus una risita mientras pasaba frente a la barra con un par de cervezas en mano.
—¿No cuenta con lo que bebí? Yo siento que pagaron muy bien —repuso Crowley, con su voz divertida.
La jefa se echó un suspiro, observó el local y esta vez parecía estar tan lleno que hasta mismo Ferid estaba atendiendo unas cuantas mesas y discutiendo con más de un borracho que intentaba hacer de las suyas para rozarle sus piernas. Lacus también parecía trabajar y no sólo estar de chismoso, además de René, quien no hablaba mucho y se limitaba a observar con desdén y cumplir con las órdenes.
Todo parecía estar en orden, levantó la mirada en dirección de Crowley, y pudo leer en sus ojos la sorpresa y en sus labios una pronta diversión. Eso no era una buena noticia para Krul, siempre que él ponía esa expresión algo malo terminaba pasando.
Siguió el camino de la mirada de Crowley y casi parpadeó más de cinco veces cuando, en el pasillo que daba acceso a la puerta principal del local, se encontró a Yuuichiro caminando en su dirección. Casi se quedaba con la boca abierta, pero mantuvo su misma expresión de siempre; observó en dirección de Mikaela y al parecer el rubio ya se había percatado de la presencia de Yuu, quien también lo notó, pero al verlo trabajar no quiso ponerle la más mínima atención.
Esto se estaba convirtiendo en un campo de guerra a decisión del azabache.
Llegó a la barra, colocó sus manos encima y Krul recibió un pequeño golpecito en la espalda de Crowley, porque su silencio la estaba delatando.
—Yuu... —murmuró ella—. ¿Qué haces aquí? Mikaela está trabajando, lo que quieras decirle puedes esperar o irte y llamarle más tarde.
—No vengo por Mika —dijo Yuu tan decidido que su comentario llegó a los oídos del rubio, a quien ya no le importaba su cliente—. Quiero hablar con Crowley.
Sí, el azabache lo había pensado muy bien, tanto que cuando le contó su plan a Shinoa esta le felicitó por usar por primera vez su cerebro.
La peli rosa no estaba segura de las intenciones del azabache, además, priorizó la reputación de su bar al querer evitar una pelea de la pareja en él. Tragó saliva en seco, lo que estaba por hacer se convenció de que era lo correcto.
—No puedes hablar con él, así como así, muchacho —le dijo, orgullosa de sus palabras—. Si quieres hablar con él te va a costar.
—Lo sé muy bien —dijo, había ahorrado toda la semana para esto; claro, tuvo que olvidar algunos gustos o libros que tenía planeado comprar, pero era por una buena razón—. Voy a pagar por él.
Krul no tuvo de otra cuando yuu hizo aparecer su tarjeta de crédito de sus pantalones, incluso había tenido el descaro de ordenar un par de cervezas, no para él, sino para el peli rojo, quien escuchó todo y quedó totalmente encantado por ver cómo se desarrollaba este nuevo drama.
La nueva pareja tomó asiento justo una mesa frente a la del rubio, esto por mera petición de Crowley, solo para ponerle más emoción al asunto. Dejó esperando a Yuu por un par de minutos y volvió a tomar asiento a su lado colocando un par de cervezas.
—Ah, yo no bebo —dijo Yuu, ahora un poco más relajado.
Crowley dio un sorbo a su cerveza tras haberse reído.
—Si quieres hablar conmigo tendrás que hacerlo —sentenció él, ya sabiendo que los jóvenes presentes en ese momento estaban más que celosos de verlo al lado del oji esmeralda, y no sólo eran ellos.
Crowley sabía muy bien las cartas que tenía a su favor, conocía a Mika además de que se hacía una idea sobre Ferid. El juego comenzó a estar en sus manos, él sería quien acomodara las piezas de la historia por el bien de todos; levantó su mirada, atrevido, y se topó con el albino formando una mueca de inconformidad tras la barra, al lado de Krul.
Volvió su atención, sabiendo ser la sorpresa de todos, se recorrió un poco para estar más cerca del azabache, quien asintió y se bebió un trago de esa cerveza. Crowley volvió a reír por las arcadas de Yuu, Mika quiso levantarse de su sitió porque sabía el estado en que podía acabar su novio y eso no era nada bueno, pero volvió a su lugar cuando el hombre al que atendía le tomó de los hombros para seguir con su charla. Maldijo por dentro, tendría que limitarse a observar de momento.
Las risas de Crowley le calaron muy bien a Ferid, quien gruñó como gato enjaulado.
—¿Qué hace aquí? —preguntó Ferid.
—¿Robándote a tu hombre? —sugirió la chica, un poco divertida por lo causado en Ferid.
—¡No es eso! A mi no me gustan los hombres —sentenció Ferid con un sutil sonrojo en las mejillas.
—Ajá, lo dice el "heterosexual" —respondió Krul formando las comillas con sus dedos—. Sólo se plantó aquí pidiendo hablar con Crowley. Creí que quería hablar con Mikaela, pero míralo, está que echa espuma por la boca.
Ambos mayores observaron al rubio. Mikaela estaba conteniéndose de no golpear a su cliente y correr en dirección de Yuuichiro, se le notaba en los puños que formaba, además de su rostro.
—Qué graciosa eres... —respondió a secas, tomando un asiento en la barra, ahora que lo pensaba, no estaba mal quedarse a ver cómo se desarrollaba toda esta nueva escena.
El telón se había abierto a la orden de Yuu, quienes le conocían se quedaron bien callados y expectantes a ver qué sucedería primero; una pelea entre Crowley y Mika o una discusión de pareja.
El azabache se acomodó en su sitio, Crowley volvió a beber de su tarro y observó con pesadez al menor.
Si lo pensaba, el peli rojo era guapo, al menos cuando evocaba ciertos gestos, pero sin duda no era su tipo; estaba seguro que no sentiría lo mismo que siente con Mikaela.
—¿y bien? —preguntó Crowley—. ¿Por qué quieres hablar conmigo y no con tu novio?
—Porque él no lo va a hacer, aunque le pague —respondió Yuu—. En cambio, tú sí, además de pagarte también te puedo dar unos tragos más, ten en consideración eso.
El mayor se echó a reír. Yuu podía parecer un tonto, pero cuando de verdad se esforzaba, podía sorprender.
—O sea, esto es un chantaje —burló, sin perder de vista al rubio—. ¿Crees que voy a vender a mi amigo por un par de cervezas?
Yuu enmudeció, sinceramente sí lo esperaba, de hecho, Ferid pronto estuvo fuera de su vista al recordar cómo intentó ser de delicado en la fiesta al tiempo en que Crowley fue directo.
—Bueno...
—Lo hare —interrumpió al oji esmeralda con un tinte decidido—. Pero con otra condición, bebe conmigo.
Yuu conocía muy bien los riesgos de hablar con el mayor, no había ido al campo de batalla desarmado. Asintió, y volvió a tomar su copa para asestarle otro trago. Esta vez pudo tragar sin sentir asco.
—Bien —setención Crowley—. ¿Y de qué quieres hablar?
—Jomei —no tardó en responder y evocar en Crowley una sombra en su mirar.
¿Tan malo era ese nombre?
—¿Todavía no te dice nada? —preguntó y Yuu negó con dolor—. ¿No se suponía que eran mejores amigos además de novios?
Yuu suspiró, ya se había preguntado lo mismo muchas veces.
—Se supone —dijo parco—. Pero él siempre ha sido así; me oculta las cosas importantes y cree que todo va a ir bien si no me dice nada.
—Ah, ya entiendo —respondió Crowley, desde su punto de vista era más una relación entre amigos y no más, pero a ojos de Mikaela, dolía ver a su novio y amigos muy juntos, prestos a una imaginación deliberada—. Intenta protegerte de una forma muy tonta. Hasta Mika es un imbécil, eh. Eso es algo que le toca ir cambiando para evitar estas situaciones ¿no crees?
Yuu respondió asintiendo.
—Y mientras eso sucede, los dos van a seguir sufriendo.
Yuu volvió a asentir, ¿A dónde quería llegar este tipo?
—Y si los dos sufren, por cosas que no sabes y que Mika no te quiere contar —dijo como si estuviera pensando a futuro—. Y si da la casualidad de que yo sí conozco tales cosas, vendrás a mi y entonces me darás alcohol.
Ah, a eso quería llegar. Yuu gruñó, lo admitió, pero le pareció molesto que Crowley viese las cosas de esa forma.
—¡Me gusta! —dijo, realmente feliz abrazando su taza con sus manos para llevarla otra vez a sus labios. Yuu imitó su acción y no tardó en sentirse acalorado y mareado.
Necesitaba escuchar la verdad ahora.
—Como sea, ¿Puedes apresurarte? —dijo Yuu—. ¿Qué es lo que sabes de Jomei?
—Yo lo sé todo —sentenció, dando otro trago. Pronto se acabaría la hora laboral de Mika, así que tenía que darse prisa—. Sé todo lo que sucedió, pero no puedo abogar por lo que se provocó en Mikaela, de igual forma, tendrás que preguntarle.
—Sí —interrumpió el azabache—. Pero con esto podré darle frente.
—No se te escapa nada, ¿verdad? —dijo Crowley con un leve tinte de diversión en la voz—. Anda, bebe más para poner más interesante la historia. Bien, hace aproximadamente un año, Jomei comenzó a concurrir este lugar. Y como es bien sabido, los mayores tienen cierta predilección por los menores, en este caso Mikaela, Lacus o René, aunque también hay excepciones como lo que sucede con Ferid.
Yuu dio un trago a su cerveza, sentía hormiguear sus manos y la figura de Crowley inerte, moverse de un lado a otro.
—Comenzó por venir todas las noches y pagar por Mikaela. Al inicio todo fue una relación normal entre cliente y trabajador, pero supongo que llegó un punto en donde ambos sintieron que podían intentar algo. Uno había pasado por un divorcio reciente, y el otro, que lo conoces bien, se pasó su vida entera ocultándose en una mentira en cuanto a ti —hizo una pausa para refrescarse la garganta con un poco de cerveza—. En ese lapso de tiempo en donde eran pareja, y seguramente te lo ocultó, nada había cambiado en Mikaela, a diferencia de cuando comenzó una relación contigo. Entonces iban a cumplir unos cinco meses como pareja. Habían quedado de verse en un hotel, supongo que conoces muy bien por qué. Al final, Jomei faltó a su cita, dejó plantado a Mikaela y en cambio vino a parar a este bar con otro joven entre manos.
Yuu observó a Mikaela, no estaba seguro de qué expresaban sus facciones porque sentía todo su rostro adormecido, pero sin duda sí sintió pena por él. Había intentado salir adelante y a cambió recibió una traición; era duro, se sintió como un balde de agua fría al escuchar todo aquello.
—Me tocó atenderlos esa noche, así que escuché cosas que más tarde tuve la obligación de contarle a Mikaela, corriendo el riesgo de que no me creyera —dijo Crowley, terminando con su cerveza al igual que el azabache—. Sí lo hizo. Terminó con él, pero supongo que eso le lastimó, porque más allá de ir en serio, Mika pudo haber creído que podía superarte. Quien sabe, esto ya es mera especulación mía, pero la verdad es que por eso hablamos contigo la otra noche, queríamos asegurarnos de que de verdad sentías algo genuino por él.
—¿Y tú que piensas? —balbuceó Yuu, con la mirada cansada. Estaba completamente borracho y arrancó de Crowley una risa; por eso Yuu no tomaba, porque era débil.
—¿Importa lo que pienso? —preguntó entre risas—. Al final quienes se hacen daño por su inmadurez son ustedes dos. Son muy jóvenes y ya encontraron el amor, sólo deben aprender a conocerse a base de dolores y alegrías. Si pudiera dar un consejo, es que los dos tiren sus orgullos y sean tan honestos como cuando lo eran de niños. La perdición de un adulto radica en el abandono de su niñez. El deseo se pierde donde inicia la realidad... o algo así, lo leí en uno de esos libros que venden en el metro.
Crowley se echó a reír, también estaba siendo tomado por el alcohol, pero tenía más resistencia que su acompañante. De cualquier forma, disfrutó la charla con Yuuichiro y las múltiples expresiones del tan adorado público. Sintió como si hubiese presentado la mejor de las obras, de esas que son merecedoras de una fuerte y bien calurosa ovación.
Se iba a recostar en el respaldo de la mesa cuando un golpe seco lo trajo de vuelta. Era Yuuichiro, quien se había quedado dormido y su cabeza se estrelló contra la mesa. El mayor volvió a reír.
—Pero si sólo se tomó una... —se dijo, creyendo que no obtendría respuesta.
—Por eso te dije que Yuu-chan no bebe —levantó la mirada y se encontró con un Mikaela enfurecido que recién terminaba su hora—. ¿Por qué aceptaste? ¿Qué te dijo?
Desde detrás de la barra, ahora estaban atentos todo mundo, observando el más mínimo movimiento de Mikaela y Crowley. Incluso Krul aceptó la petición de Lacus de tomar unas frituras del almacén para disfrutar de la función.
—¿Ya tan rápido pasó una hora? —preguntó Crowley antes de eructar—. Porque pagó, ¿no viste? Y no te puedo decir, es un secreto entre un cliente y trabajador.
—Un secreto... —gruñó el rubio, teniendo la posibilidad de iniciar una pelea, decidió tomar a Yuu e ir a casa temprano—. No eres un psicólogo, sólo eres un tipo borracho.
Crowley le dio la razón apuntándole mientras que el rubio se apropiaba del cuerpo de Yuuichiro.
—¡Exacto! —dijo, a lo que Yuu sólo balbuceaba entre sueños—. ¿Y qué dicen de los borrachos? "Un borracho siempre dice la verdad".
Mikaela elevó la mirada, no tenía caso discutir con Crowley cuando comenzaba a sacar su tonta arma de los dichos para justificar su vicio. Se colocó el brazo de Yuu por sobre sus hombros, lo abrazó por las caderas y le pidió permiso a Krul de salir temprano. La chica no lo dudó, aunque le hizo prometer que haría trabajos extras por el favor.
Mika salió del bar con un chico borracho en brazos que a duras penas podía dar un paso adelante. Vamos a ser directos, estaba celoso, estuvo así por todo el rato, pero al ver que no sucedía nada entre ellos no tenía razones para comenzar un reclamo.
Dieron unos pasos en la calle, Yuu casi estaba siendo arrastrado, pues sus pasos se arrastraban o llegaba a trastabillar. De cuando en cuando murmuraba que amaba a Mikaela y este sólo le ignoraba, pensando que simplemente eran las típicas palabras de un borracho. Llamó al primer taxi que se toparon y se dirigieron a casa.
Mientras tanto, en el bar, Krul aplaudió para dar fin a la escena.
—Bien, ya tuvieron su momento, chismosos —les dijo a todos—. Vuelvan al trabajo y tú, Crowley, levántate de esa mesa, límpiala y más te vale no irte a tumbar en el almacén.
El peli rojo reaccionó, siguió las ordenes y bastante satisfecho por haber puesto ebrio a Yuuichiro, volvió a su trabajo, siendo asesinado más de una vez por Ferid en su imaginación. Ahora él también tenía que dar una explicación, pero esta sería más tarde y con unas pocas copas de más.
Aquella noche, Yuu y Mika llegaron a casa por mera suerte. Fue un reto enorme subir las escaleras con un borracho a cuestas, pero ni bien lo hizo, pudo suspirar aliviado. Nadie cayó rodando las escaleras abajo y eso fue una buena noticia.
—Mika... —murmuró Yuu al tiempo que el rubio abría la puerta—. Mika... quiero besarte...
Sus palabras despertaron al rubio, le enrojecieron, pero pronto se trajo la calma al pensar que sólo eran palabras dichas al alzar, que no las sentía en verdad.
¿Cómo iba a querer Yuu besar a un mentiroso?
—sí, sí —dijo Mikaela, cerrando la puerta sin soltar al azabache—. Ya lo harás en otro momento.
Yuu negó, formando un mohín como un niño pequeño.
—¡Yo quiero besarte ya! —dijo, con la voz tambaleante. Mika rodó los ojos y lo llevó hasta su habitación, en donde encontró el resto de muchas frituras; entendió entonces el plan del azabache, o al menos parte de él—. Sólo un beso ¿sí?
El rubio dejó caer al azabache en la cama, pero este no perdió la oportunidad de llevarlo consigo aferrado al cuello. Mikaela cayó encima del Yuu, chocaron sus cuerpos y quedaron tan cerca que fue bastante difícil no hacer caso a la petición del menor.
Mikaela tragó saliva.
—Ahora no, Yuu-chan. Estás borracho —le dijo, intentando liberarse y olvidar el calor que estaba experimentando.
—¿Por qué no? —preguntó el azabache con tono caprichoso. No era él mismo, pero no dejaba de ser tierno y sensual para Mikaela—. Mika, me dicen que debo esperarte como lo hiciste conmigo.
El rubio mordió sus labios, tenía en bandeja de plata al azabache. Bien podía ir a su habitación por lo que había recibido de Lacus y usarlo, pero se detuvo, así no quería que sucedieran las cosas. Simplemente se vio dibujado en los verdes ojos de Yuu, además de deleitarse con esa expresión tan lasciva.
—Me lo dicen mucho y lo intento, pero el miedo me come por dentro. Llegué a pensar que íbamos a terminar y yo no lo quiero... ¡no quiero eso! —habló el azabache, todo aquello que sobrio no podría. Recostado debajo de Mika, observó sus rulos rubios caer y lo tomó por la mejilla—. Ya lo dije y lo mantengo, Mika, no estas solo. Déjame cuidarte, pero sé honesto conmigo, no entiendo porqué me ocultas las cosas.
El rubio sintió que la mecánica de su corazón se estropeaba. Si había una forma de enamorarse aún más de una persona, la estaba conociendo muy bien y no estaba seguro si podía lidiar con ella.
El peso de sus hombros desapareció con esto. Estuvo por hablar, ser honesto, pero ¿Yuu recordaría todo al día siguiente con la cruda que tendría? Decidió esperar un poco más y cambio de ello cumplió la petición del azabache dándole un largo y atrevido beso, en donde tomó el control y no tardó en robarle el aliento.
Yuu aprovechó el momento para aferrarse a la espalda del rubio, abrir sus piernas y abrazarlo con ellas. Estaba caliente, y recordó que la otra vez Mika se había hecho cargo de su calentura.
Tomaron su espacio, Yuu en serio no estaba consciente de lo que hacía porque el placer le dominó, pero Mika todavía estaba consciente.
—Mika —le dijo, con un hilo de voz y con el aliento escapándosele—. ¿Podemos hacerlo?
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