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Capítulo 61 - Final

Ya que es el último, ¿qué os parece ir a por unas mantas, algo de comer y lo leemos con calma? Despidámonos dándole mucho amor a este capítulo

Canción en multimedia: Control [Zoe Wees]

Capítulo sesenta y uno: Final.

Miércoles, 15 de mayo (4 meses después)

Danielle Ilsen:

La pequeña sala donde me reúno con mi psiquiatra está muy iluminada esta vez. Él ha abierto por completo los cortinas y, por la hora, el sol golpea con fuerza a través del cristal. En su mesa, están algunos de los narcisos que el jardinero me dio. Después de despertarme temprano cada mañana para mirar por mi ventana porque ver a Norman cuidar del jardín trasero del centro me relajaba, él se dio cuenta. Empezó a saludarme y, después, me dejó hacerle compañía alguna mañana. Hace poco, me dio narcisos diciendo que eran su flor favorita porque, por su color amarillo, le recordaban al sol, al calor y a la esperanza. Quiso que yo los tuviera. Conmovida por su significado, le regalé algunas de esas flores a mi psiquiatra para poder verlas cada vez que teníamos que reunirnos que, aquí, es a menudo.

    Mi psiquiatra está revisando sus papeles mientras yo espero en el sillón de siempre a que diga que puedo irme. Se quita las gafas que usa para leer, las deja sobre la mesa y me mira.

    —¿No vas a decirme nada? —pregunta.

    ¿Qué tengo que decirle? Paso rápido por los últimos días. He empezado a ir a las clases de yoga que hay por la mañana, llevo semanas yendo a la clase de zumba por las tardes y, con el tiempo libre, he coloreado tantos dibujos que ahora las paredes de mi habitación están llenas.

    —Llevas una semana sin medicación, Danielle, háblame de eso —pide.

    Una semana.

    Lo primero que hicieron cuando llegué, fue recetarme pastillas, tardaron menos de dos días en tener mi dosis diaria preparada y, eso, me ayudó a pasar las primeras semanas. Fueron malas, muy malas, primero porque la medicación no me afectaba como debía, me dejaba mal cuerpo y, sin poder comer bien todavía, me hacía vomitar cualquier cosa que probase. Las pesadillas empeoraron y me mantuvieron tres semanas separada del resto del mundo, separada para no molestarles, supongo, porque todo lo que yo era capaz de hacer por las noches era gritar y, durante el día, me perdía en la oscuridad.

    Creí que las salas blancas y acolchadas que salían en las películas eran falsas hasta que yo tuve que pasar tres semanas en una de ellas.

    Son reales, son muy reales y, con atención constante, una dieta que me obligaban a seguir por muy mal que me sentara y tiempo para que mi cuerpo aceptara la medicación, empecé a centrarme, empecé a escuchar cuando mi psiquiatra intentaba conseguir algo conmigo.

    Luego me pasaron de vuelta a mi primera habitación, mantuvieron mis reuniones con el psiquiatra diarias, pero, el resto del tiempo, tenía a una psicóloga acompañándome de un lado a otro casi como una amiga. Ella me obligaba a hacer algunas cosas, a relacionarme con una persona al día, a hacer alguna actividad que ofrecían, ella era quien se aseguraba de que yo comía todo lo que debía y quien me acompañaba a usar esa llamada de veinte minutos diaria que me permitían e incitaban a hacer.

    Mentiría si dijera que creí que podría llegar a mejorar algo, pero, en cuanto pasé unos días más estable, quise empezar a dejar las pastillas a un lado. No me dejaron por obvias razones, no hasta que pasó más tiempo. La semana pasada, empezamos con esa prueba y, desde entonces, la psicóloga y muchos de los empleados aquí suelen mantener un ojo en mí de forma más obvia.

    Da igual cuánto haga, ellos siempre me mirarán como si, en cualquier momento, todos mis avances fueran a desaparecer y yo fuera a volver adonde todo empezó. No me he esforzado tanto como para permitir que pase de nuevo, no he aceptado ir a cada actividad y me he abierto con sinceridad desde el primer minuto para caer de nuevo.

    He hecho todo lo que me han recomendado, incluso las cosas más pequeñas. Mi psicóloga, con quien hablo más que con el psiquiatra, me dijo que hiciera ejercicios diarios, ejercicios que empezaban con mirarme al espejo cuando despierto y decirme: "Fui una víctima, pero soy fuerte. Puedo con esto." Lo empecé a hacer incluso sí, al principio, todavía odiaba tanto ver mi reflejo que lloraba todas las veces, pero, cuando los pensamientos que lo contradecían estallaban, yo trataba de mantenerlos a raya. Me he esforzado. He puesto todo de mí en este proceso.

    —Las pesadillas han vuelto —admito.

    Él lo apunta aunque no tiene que preguntar como para saber que no son tan fuertes como al principio, de esas, después del primer mes y medio, no he vuelto a tener ninguna. Aun así, suelo despertarme sudando o llorando más de una vez. Son recuerdos. Todo lo que veo en esos sueños, son recuerdos que luego el Doctor Hill trata conmigo.

    —¿Algo nuevo? —me pregunta.

    —No, es lo de siempre.

Distraída, tiro un poco de mi fina sudadera, es blanca y me la dieron aquí, todavía no suelo ser capaz de ir sin algo holgado, sé que mi problema con la alimentación no es como el que era, que estoy en un peso equilibrado y que en una de las revisiones médicas me dijeron que todo estaba bien, pero es difícil mirar mi cuerpo todavía, muchas veces siento que me quitaré la sudadera y lo veré; los moratones, las marcas, la forma en la que esa pesadilla me consumió físicamente. Tengo miedo de ver a esa chica de nuevo.

    —¿Las noches sola en tu casa? —me pregunta.

    —La noche en la que saqué a mi hermano —corrijo.

    Apunta de nuevo.

    —¿Desde la parte del pasillo? —me pregunta.

    —Sí, fue todo igual, sólo que luego volvió... —Hago una seña para querer decir que siguió, esperando que lo entienda, pero termino por explicarlo yo—. Todo era igual, pero cuando llegaba a la puerta de la sala donde le tenían, no era esa sala. Cerraba y, al girar, estaba en el hospital de nuevo.

    Deja el bolígrafo, entendiendo a qué me refiero, he tenido ese sueño muchas veces ya. Las primeras tres veces me dejó tan descolocada que casi tuvieron que sedarme, pero, por suerte, mi psiquiatra me vio la primera vez, le conté el problema, y él me dejó llamar para asegurarme de que ese sueño no tuviera una base real.

    Soñar con Jayden me deja en mal estado porque, cuando lo hago, las cosas están bien, bien hasta que en mi mente se cuela la idea de que es un sueño y, cuando se lo digo, él me dice que no pasa nada. Su forma de mirar, de intentar calmarme, de sonreír, ha hecho que, cada vez que me despierto tas soñar con él, piense que ha sido una despedida. Las primeras veces estaba tan segura de que él había muerto durante la noche y había intentado despedirse de mí en mis suelos que armé bastantes líos por el centro. Me dejaron llamar porque mi psiquiatra entendió que yo no estaría calmada hasta comprobarlo y que podría hacerme daño en el intento, así que me dejaron llamar a Corinne, a las tres de la mañana, y, ella, que estaba en el hospital con él, me dijo que todo estaba bien.

    Eso fue a las cinco semanas de que le operaran.

    Esa pesadilla se repitió dos veces más durante las siguientes semanas y, ambas, me permitieron llamar. La cuarta dejé de hacerlo, empecé a aceptar que no era Jayden despidiéndose, que no era su espíritu, que él seguía vivo. Aun así, me provoca malestar cada vez que sueño con él.

    —Me dijiste que estaba ya en casa, ¿no? Es decir, que no tienes por qué preocuparte de que le pueda pasar algo así —me recuerda.

    —Lo sé, es sólo que... Fueron unos meses horribles y todavía... —Dejo el aire ir. Duele, todavía duele.

    —Es normal. ¿Has notado algún otro cambio desde que dejaste la medicación? ¿Falta de apetito? ¿Dificultad para controlar ciertos pensamientos? ¿Problemas para dormir? ¿Más ansiedad? ¿Apatía? ¿Tristeza contínua? —con cada pregunta, yo niego. Sigue un rato más hastas que termina de hacer la última marca en sus papeles y pasa la página—. ¿Te estás adaptando bien a la nueva dieta?

    —No tengo problemas para comer.

    —¿Has tenido algún amago de ataque de pánico o has sentido que alguna situación te generaba más ansiedad de lo normal esta última semana? —pregunta.

    Niego de nuevo.

    Él deja de mirar a sus papeles, junta las manos y me mira.

    —Las pruebas de la semana pasada son muy buenas, Danielle, los análisis y los avances que he ido viendo hacen que puedas irte a casa. Como te dije, entiendo que quieras cortar la medicación, pero, si lo haces, no puedo firmar tu alta hasta dentro de otro mes, sin medicación necesito asegurarme de que no recaigas.

    —Lo sé y lo entiendo.

    —Sabes que podemos ir quitándola poco a poco mientras estás en casa. No tienes por qué seguir más tiempo aquí si no quieres.

    —No quiero más medicación.

    Me lo dijo la semana pasada, me dio esa vía libre, pero yo pedí esta opción porque no quiero volver a casa sin poder asegurarme de que puedo controlar mi mente. He construido mucho, he tenido tiempo de asimilar y aceptar, pero, hasta que no sepa que puedo hacer eso por mi cuenta, sin pastillas que regulen mi persona, no quiero volver. Prefiero estar aquí si pasa algo, aunque eso me haga tener que pasar otro mes ingresada. Quizás, si tuviéramos que pagarlo nosotros, volvería, pero, cuando son los de Nowak&Aldrich quienes lo pagan, lo aprovecho. Vine a sanar, y no me iré sin haberlo hecho por completo.

    —Está bien —me dice. Aunque se nos ha acabado el tiempo hace un rato, sigue hablando conmigo—. Van a venir tus padres este fin de semana, ¿no?

    —Sí, llegan el viernes.

    Y se quedan para celebrar conmigo mi cumpleaños que, aunque no es hasta el veintiuno, son los días más cercanos que pueden venir. Toda persona con la que he hablado aquí sabe que vienen, me emociona demasiado verles, sobre todo cuando en mis salidas del centro empiezan a dejarme algo más de vía libre cada vez.

    Al principio, sólo podía llamar y, aunque me daban veinte minutos al día y un añadido para cualquier urgencia que tuviera, ahora no me llena tanto como antes. Al ingresar, tenían que obligarme a llamar a mis padres, si era por mí, no lo hacía, sólo llamaba a Corinne y era porque necesitaba asegurarme de que Jayden siguiera respirando.

    Ese es uno de los temas con el que más me han presionado aquí: mis padres.

    Al Doctor Hill incluso le gusta que, de vez en cuando, organicemos en una sesión una videollamada con mis padres para intentar medir mis reacciones hacia ellos y hacerme afrontar cosas que no era capaz. Se lo conté a mis padres, una vez, lo culpable que me había llegado a sentir, esos pensamientos en los que lo único que tenía claro era que yo no pertenecía a esa familia. Les dije que me sentía tan fuera de lugar que estaba segura de que todos estarían mejor sin mí, les confesé lo segura que llegué a estar de que todo lo que les hacía estando en sus vidas, era daño.

    Necesitamos una sesión de cuatro horas para cubrir la llamada, fue mucho.

    Que ellos dijeran que no era así, no ayudó, ahí es cuando empezamos a tratar el tema desde una base más profunda, cuando mi psicóloga me empezó a poner como deberes decirme algo todos los días, decir cosas buenas mías en vez de malas, cambiar esos pensamientos negativos y volverlos positivos.

    Me hicieron aceptar que fui una víctima, no la causante.

    Me hicieron repasar cada día para obligarme a entender cuáles fueron mis elecciones, acciones y posición en cada una de ellas. Fuimos, una a una, y recibí como deberes recordarme las conclusiones que sacábamos de cada una de ellas.

    Con cada pega que yo ponía, ellos me corregían. Cada vez que yo me cerraba sin querer escuchar, ellos me aclaraban los pensamientos. Cada una de las razones por las que me consideraba culpable por no haber hecho nada, fueron analizadas y tratadas. Por cada razón, me dieron palabras que repetirme cada día para cambiar esa idea que tenía. Poco a poco, fue surgiendo efecto y, en cuanto pude aceptar ser la víctima, en cuanto fui capaz de aceptar no haber tenido opción y que yo no era tan mala como creía, que era buena, que soy buena, empecé a sentir menos asco al mirarme al espejo.

    Ya no veía a un monstruo, veía a una chica que había pasado por un infierno.

    Veía a la víctima en la que me convirtieron.

    Ocho semanas después de ingresar con un trabajo duro de por medio, un día lo vi claro, una mañana me levanté, me lavé los dientes y, cuando levanté la cabeza, vi a alguien completamente diferente porque, ese odio, había empezado a desaparecer lo suficiente como para dejarme ver la realidad.

    Empecé a poder ser capaz de hablar con mis conocidos poco a poco después de eso. Llamé a Charlie, a Rob, incluso a mis abuelos les llamo algunas veces. Empecé a verme como ellos me veían y eso me hizo poder enfrentarles.

    Una vez pusieron una venda en la herida más profunda, empecé a sanar.

    Aunque todavía lo noto, ese odio que a veces florece, es inevitable, por eso cada vez tengo más clara cuál será la primera cosa que haré cuando salga de aquí. Iré al registro y me cambiaré el nombre. No quiero que puedan encontrar eso en mi historia, no quiero tener que ver las acusaciones que me cayeron ni el daño que me hicieron, no quiero que cualquier amigo que haga pueda saberlo con sólo intentar buscarme en las redes. Lo hablé con mi madre, ella me ha dicho que adelante, que lo entiende, que está bien.

    No quiero que puedan ver una herida tan profunda con sólo buscar mi nombre, con sólo presentarme, no quiero tener que dar explicaciones, así que tengo pensado usar mi segundo nombre y deshacerme del primero. Pasar de ser Danielle Evangeline Ilsen a sólo Evangeline Ilsen.

    Al menos, a ese nombre también estoy acostumbrada por todas las veces en las que mi madre ha usado mi nombre completo por algún castigo, o cada vez que me expulsaban de clases por haber hecho algo contra Jayden.

    Jayden.

    —¿Van a pasar por aquí? —La pregunta del doctor me devuelve a la realidad y recuerdo de lo que estábamos hablando. Mis padres—. Me gustaría poder reunirnos todos durante una hora, si eso está bien con ellos y contigo.

    —Claro, estoy segura de que les parecerá bien.

    Sabiendo que hace rato que ha terminado el tiempo, me levanto, algo decaída. No me esfuerzo en ocultarlo, sobre todo ahora que él y mi psicóloga parecen atentos a cualquier señal para volver a hacerme tomar la medicación. Mentirles sería sólo dar otro paso atrás.

    —¿Todo bien? —me pregunta.

    —No del todo, estoy nerviosa por la visita de Jayden.

    Jayden tardó en despertar, se hizo de rogar. Ocho semanas. Cuando los médicos estaban cada vez más preocupados de que se hubieran perdido algo porque no era normal que, estando bien, no hubiese despertado, él al fin lo hizo.

    El catorce de marzo, jueves.

    Corinne dejó un mensaje para mí el viernes a la mañana y, en cuanto pude usar mi tiempo de teléfono, llamé yo, lo hice esa misma noche. Ella me contó todo y parecía bastante frustrada con su hijo cuando lo hizo. Primero, me dijo lo importante:

    "Está despierto, no parece tener secuelas importantes, todavía tiene que estar en observación hasta que se aseguren, pero, si todo va bien, en cuanto termine de sanar su pierna empezará la rehabilitación." Corinne me lo contó casi llorando. "Los médicos nos habían preparado para los problemas que podría tener al despertar, oh, Danielle, estábamos tan preocupados."

    Lo sé, lo sé porque era yo la que llamaba a Corinne cada dos días para preguntar, ella me solía dejar mensajes en el centro para que pudiera saber más esos días que no podía llamar porque llamaba a mis padres en su lugar. Se mantuvo en contacto conmigo todo el tiempo, manteniéndome informada y, entre todo el alivio de esta tarde, me contó algo que no supe cómo tomármelo.

    "Él no quiere que sepas que ha despertado, sabe que hablo contigo y me pidió que no te lo dijera. Creo que está preocupado de lo que dicen los médicos y, ahora que lleva tanto en cama y le cuesta más moverse, tiene la idea de que quizás no se recupere del todo. No quiere que te cuente nada hasta que lo sepamos, pero no puedo no contártelo. No sería justo"

    No, no lo sería.

    Por ese entonces, yo seguía con ese agradecimiento hacia Jayden por todo lo que había hecho por mí, así lo acepté sin rechistar. Cuanto más mejoraba yo mentalmente, más empezaba a darme rabia ese tema. Corinne me contó que le quitaron la última escayola dos semanas después y que empezó rehabilitación. Me fue hablando de sus avances.

    Jayden, en quien los médicos no habían puesto mucha fe, mejoró. Fue ganando fuerza y, hace dos semanas, cuando llamé a Corinne y le conté que mi última revisión había ido tan bien que estaban pensando en darme el alta, ella me dijo que Jayden había salido a correr ese día. ¡A correr!

    Aun así, él no me llamó, nunca y, cuando le pedí a su madre que le presionar un poco con el tema, ella me contó que lo había hecho. Al parecer, su madre le había dicho que sus excusas no tenían sentido, pero Jayden le dijo que le guardara el secreto un poco más y, Corinne, frustrada, me pidió disculpas por él y me dijo que no me lo tomara a pecho, que él estaba obsesionado con la idea de estar bien. Que quería hablar conmigo, pero que esa idea de tener que asegurarse de poder mejorar por completo antes le había estado obsesionando.

    Me contó, también, que Jayden se cabreó bastante cuando no pudo correr tanto como de costumbre porque, aunque todavía estuviera en etapa de recuperación, el no estar al cien por cien y saber que puede que nunca vuelva estando, le estaba agobiando.

    Ojalá me llamase, porque quiero darle espacio, pero, a la vez, quiero decirle que está bien, que estoy aquí para él. Corinne me recomendó esperar, él ni siquiera sabe que ella me habló del tema y es su madre, ella le conoce mejor, pero duele. Esa espera duele.

    "Pregunta mucho por ti", me contó también. "La primera noche que despertó tuvieron que sedarle para que no se hiciera daño porque estaba desorientado y no paraba de decirle a mi marido que le escuchara y que te ayudara." Eso me rompió un poco el corazón oírlo, saber que fue lo primero en cuanto pensó al despertar. "Sabe dónde estás y pregunta todos los días si he hablado contigo para poder conocer tus avances."

    Pregunta, pero no llama.

    Vuelvo a mi habitación para cambiar los pantalones de chándal que uso para estar por el centro por unos vaqueros que me trajeron mis padres la última vez que estuvieron aquí. Desde que me dejaron empezar a tener cosas propias, mi madre se esfuerza en que tenga más bonita la habitación, ella quiere que me sienta bien ahí. Incluso mi abuela me ha estado mandando mantas y coloridas fundas de almohada hechas por ella. Sonrío cada vez que las veo.

    Me pongo los vaqueros, las deportivas blancas de siempre y deshago la coleta baja que llevaba. Sé que Jayden vendrá hoy, que, el idiota de él, sigue empeñado en no decirme nada y que, pese a que su madre ha intentado hacerle entrar en razón, él no ha querido hacerlo. Corinne me avisó de que Jayden vendría porque no le pareció que una sorpresa así después de todo lo que ha pasado pudiera ser agradable, quiso que yo tuviera tiempo para mentalizarme y lo agradezco, porque no sé qué habría hecho de verle aparecer sin previo aviso.

    Jayden lleva once semanas desde que empezó la rehabilitación y, en todo ese tiempo, nunca cambió de idea respecto a el no dejarme saber que había despertado. Una vez dejé de sentir tanto odio hacia mí y a entender que lo que él veía en mí era lo que yo empezaba a ver en mí misma, una vez empecé a trabajar en quererme de nuevo, pude dejar de sentir esa necesidad de estar bien con él todo el tiempo. Así que no, esto no me ha parecido bien y, sabiendo que viene, tengo claro que voy a fastidiarle la sorpresa.

    Me muero por verle, pero me da rabia su silencio independientemente de lo que haya intentado. Sabía dónde estaba yo, lo delicada que ha sido mi salud mental, ¿es que no entendía que no pedía más que un "está despierto"? De no ser por su madre me hubiera desesperado demasiado con ese tema.

    Miro la hora, Corinne dijo que Jayden llegaría sobre las cuatro, justo para la hora de visitas. De cuatro a seis y media, si concretan una cita, puede haber visitas a los pacientes a quienes se les permita, yo soy uno de ellos y, con la confianza que me he ido ganando en estos meses, me dejan sacar la manguera que usa Norman para regar sin ponerme pegas.

    Me quedo regando las plantas en el jardín trasero a la espera de que den las cuatro, espero ahí a que Jayden llegue, entre al centro, pregunte y le digan que estoy en el jardín, porque si saben que hay visita y el paciente está en un área abierta, dejan a la persona entrar, le acompañan, pero le dejan ir, como suelen hacer con mis padres cuando vienen.

    Yo espero detrás de los setos que hay a la derecha de la puerta trasera, fingiendo mirarlos y dando un par de miradas a la puerta mientras tanto. Espero pacientemente, incluso sonrío a los trabajadores que estaban por aquí y antes de que vuelvan a entrar al edificio. Después de haber estado ayudando a Norman con el jardín durante las últimas semanas, tampoco dudan demasiado. De todas formas, esta es otra cosa que intentan que hagamos aquí, si hacemos cualquier actividad, si nos implicamos con algo, nos felicitan. Así que me dejan hacer.

    No sé la hora que es cuando le veo, pero se me hace eterno.

    Al ver a Jayden, aun sabiendo que vendría, aun sabiendo que estaba bien, despierto y rehaciendo su vida, me quedo sin habla. Han pasado meses desde la última vez que le vi y la situación no podía haber sido peor en aquel momento. Ahora le veo con unos vaqueros raídos, camisa azul oscura y, aunque algo más delgado que de costumbre, bien. Le veo bien.

    Él baja los escalones rápido, con uno de los trabajadores siguiéndole de cerca mientras Jayden se queda un momento esperando al final de las escaleras buscando en la distancia.

    Es tal la impresión, que casi me olvido de todo por un momento, pero, antes de permitirme abrazarle, le hago pagar. Giro del todo la llave del agua para aumentar la presión y le apunto directamente a él. Le doy en la espalda y luego le empapo por completo mientras la sorpresa la hace alejarse.

Se aleja, pero no a tiempo.

    Cierro la llave del agua al momento con mi mejor fingida inocencia. Al verlo, el trabajador que acompañaba a Jayden le dice que va a por una toalla. Mientras, Jayden está haciendo una bola en la parte baja de su camisa intentando quitar el exceso de agua. Está empapado, de la cabeza a los pies. Está tan molesto que ni siquiera se da cuenta de que la culpa ha sido mía.

    —No me digas que acabo de mojar tu camisa de las ocasiones especiales. Qué pena —enfatizo el final con puro sarcasmo.

    Jayden levanta la mirada y su expresión me pierde. La sorpresa al encontrarnos es suya y, por un momento, no parece ser capaz de encontrar una razón para lo que ha pasado aunque me una con lo que acaba de pasar. Así que se acerca y, cuando lo hace, levanto la manguera una vez más como advertencia, mi mano todavía en la llave del agua. Vacila, pero sigue acercándose, esta vez con una mano algo levantada como si buscara control.

    —¿Acabas de tirarme agua encima a propósito? —pregunta ligeramente ofendido.

    —No sé, ¿acabas de tener la cara de aparecer después de no decirme que te habías despertado hace trece semanas?

    Me cuesta hacerlo sin lanzarme a abrazarle, pero necesito darme un momento antes, un momento para estar cabreada porque se lo merece, porque lo estoy.

    —¿Mi madre te lo dijo?

    —No, fueron mis padres. —Corinne me lo ha contado todo, pero eso no quiere decir que la vaya a delatar con Jayden. Dejo los brazos caer—. ¿Cómo se te ocurre, Jayden? ¿Sabes lo preocupada que estaba por ti? ¿Tú te haces una idea del miedo que tenía por ti? ¿Cómo pudiste intentar ocultármelo?

    En vez de pedir disculpas o decir algo, su mirada se suaviza, me mira como siempre lo ha hecho y eso me hace abrir el agua una vez más para darle otro manguerazo. Lo hago porque es muy fácil para mí perderme si me mira así y sigo enfadada, o debería estarlo.

    Corto el agua una vez más.

    Jayden escupe al césped.

    —¿Y eso por qué? —pregunta.

    —Por no decirme nada, estuve esperándolo desde que me enteré de que despertarse. Entiendo que quisieras un poco de tiempo, pero fueron tres meses, Jayden.

Abro el grifo una vez más y, Jayden, que ya está completamente empapado, esta vez ni siquiera se mueve o intenta esquivarlo. Al cortar el agua, de nuevo, deja caer el agua que ha entrado en su boca, pasa una mano por su pelo para echárselo hacia atrás y me mira con cansancio. Sin poder evitarlo, abro el agua una vez más, al cortarla, Jayden espera unos segundos.

    —¿Ya? —pregunta.

    —No.

    Le doy una vez más y, esa, Jayden llega a extender los brazos y dar una vuelta como si quisiera asegurarse de está completamente empapado. Como si quisiera que yo me relajara, como si me dejara desahogarme porque acepta que tengo la razón. Eso me da más rabia y, tras hacer un amago de bajar la manguera, le doy en toda la cara antes de cortar el agua una vez más.

    Jayden apoya las manos en las rodillas y tose después de eso, escupiendo el agua hacia el césped.

    Dejo la manguera en su rincón, viendo el suelo a los pies de Jayden empantanado. El paseo de piedra en el que se mantiene se ha oscurecido y el césped a su alrededor parece más barro que otra cosa.

    El hombre de antes le trae la toalla y, al ver el desastre, me mira a mí.

    —Ha habido un problema con el agua, deberíais revisarlo, va algo mal —explica Jayden.

    Sí, algo ha ido mal, pero a ese algo se le llama Danielle.

    Por suerte, el trabajador no dice mucho, se lo crea o no, lo deja estar. Le recuerda a Jayden dónde están los baños y que tendrá que irse para las seis y media y vuelve al edificio. Tomo aire, le hago una seña a Jayden para que venga conmigo y sigo el camino de piedra hacia una zona más alejada del jardín.

    —Estoy enfadada contigo —le digo.

    —Mi ropa y yo lo hemos notado. —Jayden intenta quitar el exceso de agua todavía, haciendo una bola con toda la tela que puede alcanzar. Mis pasos son lentos, esperando que diga lo que quiero oír, Jayden sólo me sigue cauteloso—. Yo estaba deseando verte, aunque debo admitir que me esperaba un recibimiento menos... frío.

    —Te lo merecías.

    Tira de mi muñeca, volviéndome hacia él. De nuevo, su mirada lo dice todo, mirarle a los ojos es perderme y, pensar que ha pasado tanto tiempo desde que nos vimos, desde que vi esa atención, esa forma de mirar, hace que las ganas de llorar me golpeen. Sin poder evitarlo por más tiempo, lanzo los brazos a su alrededor y me aferro a él.

    Me devuelve el abrazo al momento.

    Siento la primera lágrima.

    Hay tanto que quiero decir y, al mismo tiempo, tan poco que soy capaz de expresar, que me quedo sin palabras. Jayden sólo me abraza, me abraza como si no quisiera volver a soltarme, lo sé porque yo estoy igual. No quiero dejarle ir nunca más. Ya no es por lo que me daba, ya no es mi faro, no le necesito, es por otra cosa. Él es la clase de chico que me hace perder la cabeza porque es demasiado impulsivo y no piensa las cosas, pero, a la vez, es la persona que sé que estaría en las malas sin importar nada. No quiero estar con él para ayudarme, le quiero en mi vida porque es con quien me apetece bromear todo el tiempo, es a quien me encanta oír hablar, es esa persona cuya opinión siempre querría escuchar porque respeto y me interesa conocer.

    Por una vez, lo que siento hacia él es algo limpio, algo que ha dejado de estar creado por las circunstancias. Perderle fue como desintoxicarme. Empezar a amarme a mí misma, a dejar de odiarme, fue aprender a amar a otros. Mi amor por él no ha cambiado, sólo ha salido a la luz de la forma más pura, más sana.

    No le necesito para poder estar bien.

    Le quiero para compartir una vida con él.

    —¿Estás llorando? —pregunta, casi con cierto tono burlón.

    —Ni se te ocurra burlarte cuando has sido tú el culpable de muchas de mis lloreras.

    Eso, aunque no lo diga con mala intención, le hace tensarse un poco. Mientras, el frío ya ha empezado a calar a través de partes de mi ropa, aun así no me muevo. ¿Cómo hacerlo? Lo sabía, sabía que en cuanto me acercara, no podría dejarle ir. No soy capaz de poner en palabras el miedo que he sentido por él, por perderle, por la idea de un mundo sin él y, finalmente, el alivio de poder estar junto a él de nuevo. Esa segunda oportunidad para ambos.

    Su madre me dijo por qué no quería hablarme todavía: él quería sanar primero, él tenía miedo de nunca poder hacerlo del todo, era lo que los médicos le advirtieron a él y a Corinne. Pero lo hizo. Y puede que Corinne sepa más que yo y, sí, puede que no haya recuperado la forma física de antes y eso le asuste porque teme no poder volver a hacerlo, pero está bien, mejor de lo que cualquiera hubiera llegado a imaginar y, lo que él no parece haber entendido, es que a mí eso me daba igual. Pasase lo que pasase quería estar ahí para él, yo quería estar con él. Que no me dejase hacerlo me ha hecho daño.

    —Eres un idiota por no haber querido decirme nada —le repito.

    Lo es, pero lo dejo ir. No hay fuerza en mis palabras, he aprendido a no atarme a cualquier cosa que quede en el pasado y, ahora, este es mi presente, y Jayden está en él.

    Jayden se aparta un poco, apoya las manos sobre mis mejillas y me mira, aparta el pelo de mi rostro y sólo me observa con atención. Se forma una sonrisa sobre sus labios.

    —Es increíble poder verte así de nuevo —dice pasando el pulgar por mi mejilla.

    —¿Así cómo?

    —Relajada. Sin preocupaciones. Feliz.

    Lloro entre lágrimas que él me ha causado de puro alivio.

    —¿Feliz? —pregunto—. ¿Es que no ves que estoy llorando?

    —Vamos, Nielle, si algo sé es leerte. Sé cuándo estás mal aunque sonrías y sé cuándo eres feliz aunque llores. —Él me envuelve una vez más entre sus brazos tras decirlo y, con la cercanía, llego a poder sentir el latir de su corazón, el calor a través de la ropa húmeda.

    Cierro los ojos.

    Corinne me dijo que Jayden ya sabía todo, sobre todo porque ha sido en lo que más ha insistido estas semanas, así que sé que no tengo que explicarle, que no tengo que ponerle al día porque otros ya lo han hecho por mí. Eso nos deja, más o menos, en el mismo punto y, aunque sé que un día preguntará por mi versión, no lo hace ahora. No, ahora esa no es una prioridad.

    Abrazándole, no me siento en casa, no me siento más tranquila. Jayden ya no crea ese bálsamo de antes y eso me alegra porque significa que no necesito que lo haga. Él ha dejado de ser luz en la más profunda oscuridad.

Sin embargo, me genera gran felicidad.

    —¿Cómo estás? —Su tono de voz cambia en cuanto lo pregunta, toda broma queda a un lado, se ve como muchas veces lo ha hecho conmigo: Sincero, cansado y preocupado.

Eso me devuelve demasiados recuerdos y me aparto. No me esfuerzo en forzar una sonrisa, me han enseñado a no fingir aquí, así que tomo su mano y le pido que venga conmigo a una zona más alejada al notar que algunas personas están merodeando por el jardín. Busco esa zona que no puedo alcanzar a ver nunca desde mi ventana, el banco rodeado de jazmines detrás de los árboles de la izquierda. Mientras, voy contándoselo.

    —Bien y mal —admito—. He aprendido a no culparme, lo que hace todo más llevadero. Ahora siento que puedo vivir con esto, pero, todavía, no sé, cierro los ojos y todo está ahí, ¿sabes? Sólo quiero que pasen los años y dejar de recordarlo todos los días.

    Llego detrás de los árboles, paro frente al banco y me giro hacia Jayden.

    Lleva una mano a mi mejilla con una suave caricia.

    Esa mirada, esa maldita mirada que me consume por completo.

    Mi memoria trae otra de vuelta y, por un momento, tengo que cerrar los ojos para echarlo atrás. Jayden provoca el regreso de recuerdos que siempre van a atormentarme, ahora, sin esas pastillas que mantenían a raya mi ansiedad y llegaban a adormecer en cierta forma mis emociones, tengo que esforzarme más en controlarlo todo. Al menos, no se siente ni de lejos como al principio, ahora son sólo secuelas, secuelas que me van a acompañar el resto de mi vida. No se trata de hacerlas desaparecer, sino de aprender a vivir con ellas. Y yo estoy aprendiendo a hacerlo.

    —¿Por qué lo hiciste? —pregunto.

    —¿Por qué hice qué?

    —¿Por qué me seguiste ese día?

    Jayden frunce ligeramente el ceño, como si la respuesta fuera tan obvia que le costara entender que pudiera existir alguna duda sobre ello. Acaricia mi mejilla y yo sólo puedo recordar que la última mirada que me dio no estaba cargada de miedo, sino de preocupación, y estaba dirigida a mí. Incluso entonces, fue ciegamente. Supongo que eso es lo que yo siempre he hecho por Arthur y lo que entendí que también sería capaz de hacer también por él.

    —Lo sabes —me dice.

    —Porque tienes la mala idea de que necesito un caballero de brillante armadura —bromeo, aunque sabe que no es sólo eso. Sabe que, en gran parte, esas palabras son ciertas—. Fuiste un hipócrita, lo sabes, ¿no? —Frunce más el ceño. No, no lo sabe—. Te enfadaste durante días conmigo por no haberte dicho nada, porque estaba poniendo mi vida en riesgo y, mientras, tú lo hacías todo el tiempo por mí.

    —Nielle...

    —No, deja que acabe. Jayden, me dijiste que pensaste que me había pasado algo y eso te dejó marca porque no querías ni hablar del tema. ¿Te haces una idea de lo que sentí yo cuando te vi allí? ¿Entiendes que...? —La impotencia, el miedo, las ganas de volver atrás, la frustración de no poder hacer nada pese a que era capaz de sacrificarlo todo por él... Luego, la culpa, la culpa que me consumió y la certeza de su muerte que cambio todo concepto que tenía de mí—. He visto muchos horrores y tú lo sabes, pero, esa noche, cuando me arrestaron, no la recuerdo.

    Intenta acercarme a él, dolido al imaginarlo. Evito que lo haga porque no lo entiende, no quiero hacerle daño, sólo que sepa. Eso es demasiado para guardármelo dentro. Ese día es demasiado pesado como para no compartirlo con él. Ese día desencadenó mi mayor infierno.

    —Sé todo, Nielle, sé que ibas a suicidarte, sé lo de la nota. Mi padre estuvo en el juicio, conoce tu versión, yo la conozco. No te atrevas a echarme en cara que te dolió cuando tú ibas a hacerme lo mismo.

    —Intentaba ayudaros a todos —lanzo de vuelta.

    —Nos hubieras destrozado —dice con rabia.

    Por una vez, entiendo eso. Por una vez no quiero decirle que mi vida importaba menos, que no valía nada después de cómo había sido envenenada, sé que valía, pero sigo viendo un fin mayor en lo que iba a hacer. Aun así, nos alejo de eso porque que me lance otra cosa en cara no quiere decir que mi punto sea menos válido, que se ponga a la defensiva no vuelve lo que le he dicho menos correcto.

    —Y tú hiciste eso conmigo. ¿No lo entiendes? Te di por muerto. Por más de una semana, pensé que no volvería a verte y ni siquiera pude despedirme. —Las lágrimas arden de nuevo. No es capaz de defenderse porque lo ve, mi dolor—. He visto horrores, lo sabes mejor que nadie, y, aun así, la única cosa que no recuerdo es esa noche, desde que te vi en el suelo hasta que desperté en un piso, no recuerdo apenas más de dos fragmento. Me destrozaste, Jayden. Emocionalmente, mentalmente, arrasaste con todo. Me echas la bronca por ponerme en peligro, pero, ¿está bien que tú lo hagas? Eres un hipócrita, eres un...

    Rompo a llorar y Jayden tira de mí hacia él.

    —Tranquila —me dice con suavidad.

    Necesitaba decirlo, no sabía cuánto necesitaba hacerlo hasta que ahora siento que esas palabras habían estado atadas a mi interior todavía, presionándome sin permitir que ese dolor sanara porque no era capaz de salir. Ahora lo hace. Ahora, eso, podrá sanar también, porque eso me han enseñado, que debo ir soltándolo. Enfrentar a mis miedos uno a uno y construir un nuevo futuro para mí.

    —No podía soportar la idea de que murieras —digo—. No dejaba de pensar en todo lo que todavía tenías por hacer y todo lo que te quería decir.

    —Ya somos dos entonces.

    Recuerdo cómo me sentí cuando le vi allí, cómo ese miedo me hizo prometer todo a Simmons, cómo me hizo entender que habría hecho literalmente lo que fuera por proteger a Jayden. Él tiene razón en eso, y quizás seamos egoístas al respecto. Es curioso cómo siempre hemos competido entre nosotros, una vez fue para molestarnos y, ahora, es por ser quien ayude al otro, quien se sacrifique.    

    A la directora del instituto le daría un cortocircuito si nos viera ahora, si viera en lo que esos alumnos imposibles se han convertido.

    Jayden me aparta un poco y levanta mi cabeza.

    —Es bueno verte mejor —me dice—. He oído que te iban a dar el alta pronto.

    —Sólo cambias de tema porque sabes que tengo razón y no quieres admitirlo —intento bromear.

    Entrecierra los ojos, divertido.

    —Claro, será eso.

    Lo dejo ir, me aparto por completo y voy al banco a sentarme. Jayden no tarda en hacer lo mismo y, en cuanto lo hace, lanza un brazo detrás de mis hombros y me apoya contra él. Ni siquiera duda, pregunta o disimula.

    —¿Es verdad? —pregunta—. Lo de darte el alta.

    —Podré salir en un mes si sigo bien. Hace una semana dejé las pastillas así que están esperando por si tengo, no sé, una recaída o algo.

    Jayden deja un beso contra mi frente, uno que dura largos segundos.

    Había olvidado que solía hacer eso, y había olvidado todo lo que ese gesto podía relajarme y lo bien que era capaz de hacerme sentir con eso.

    —No tendrás ninguna recaída, eres fuerte, Nielle.

    Fuerte. No, no soy fuerte. Mi mente se hizo pedazos, mi cordura desapareció en parte y nunca tuve nada claro. No he sido fuerte, no lo soy en muchos sentidos, pero no le veo nada de malo en eso. Necesité ayuda de muchas personas y llegué a crear lazos de dependencia con otros en mis peores momentos. No soy fuerte, pero soy una superviviente.

    —¿Qué tal estás tú? —pregunto, lo que sé es lo que su madre me contó, que es bastante si soy sincera, pero, de nuevo, no quiero traicionar su confianza. Ella le dijo a Jayden que, aunque no respetaba lo que él hacía, no me contaría nada. Mintió. Tardó menos de doce horas en contármelo.

    —Los huesos que me rompí han sanado, aunque a veces sigue doliendo, he terminado la rehabilitación y estoy recuperando la forma. No se lo digas a Chuck, pero sus placajes son peores que este desliz.

    Eso me hace reír.

    —Cómo no, chico de hierro —bromeo.

    Se queda en silencio, luego dice:

    —¿Te he dicho ya que me gusta tu risa?

    —No, pero puedes hacerlo, los cumplidos nunca sobran —respondo.

    Eso le saca una sonrisa y, lo único en lo que puedo pensar, es que esto es como una de esas fantasías surrealistas que llegué a tener. La diferencia es que ni siquiera en ellas podía estar tan tranquila como estoy ahora.

    Sin poder contenerme ni por un sólo minuto más, cuando le miro, cuando veo todo lo que transmite, lo que siempre me ha mostrado, voy directa a sus labios.

    Debería haber preguntado, han pasado meses y tantas cosas que todo podría ser diferente, pero, en su mirada, entiendo que no puede haber cambiado tanto, no cuando deja ver los sentimientos tan claros. No me sorprende que me devuelva el beso, lo que me sorprende es sentir una ganas tan intensas de sonreír cuando lo hace. Es esa felicidad tan pura que apenas puedo contenerla.

    Él no me hace necesitarle.

    Él me hace feliz.

    Me hace sentir que he encontrado el lugar al que quiero pertenecer.

Esta vez, soy yo quien lo dice primero.

—Te quiero muchísimo —digo contra sus labios.

Eso le hace apartarse y, sin poder evitarlo, esa sonrisa que muestra me causa más felicidad todavía. Le ha encantado lo que ha oído y ahora no puede borrar la sonrisa. Me besa una vez más.

Pierdo la cuenta del tiempo que paso con él, pero dan las seis y media antes de lo que nos gustaría. Suena la alarma que había puesto en su móvil y yo no tengo ganas de dejarle ir todavía. Se levanta del banco y me da una mano para llevarme con él. Sin ganas, lo acepto. Pasa un brazo por mi cintura al andar.

Eso sí, no nos damos ninguna prisa en volver a entrar al edificio.

—Vuelves hoy a tu casa, ¿no? —pregunto.

—El viernes —corrige—, así que mañana vendré de nuevo. Aunque agradecería que no me dieras más manguerazos, puede que sea mayo pero sigue notándose el frío.

Veo el edificio demasiado cerca e intento andar todavía más lento. No quiero que se vaya, no quiero alejarme de él de nuevo. La última vez que me separaron de él ya me ha causado demasiadas pesadillas, volver a confiar en que le veré es complicado ahora, acelera mi corazón con el miedo que hay en ese recuerdo.

—Prometo que no lo haré si realmente vienes.

—Vendré, Nielle.

Él aparta el brazo de mi cintura y vuelve a darme la mano para subir las escaleras hacia el edificio. Empiezo a sentir esa tristeza de la que el doctor me advirtió. Tiro de la mano de Jayden para que deje de andar.

—Gracias —le digo cuando todavía tenemos cierta privacidad por muy poca que sea.

—No tienes que darme las gracias por venir.

—No lo hago por eso. Gracias por salvarme la vida. —Da igual todo lo que le hayan contado, hay una cosa que sólo le puedo contar yo, y lo hago—. Me salvaste la vida de todas las formas posibles: me salvaste de mí misma cuando mis pensamientos eran demasiado oscuros, me salvaste cuando apareciste esa noche y me diste la libertad gracias a tu manía de curiosear sobre lo que Simmons hacía. Me salvaste la vida tres veces y te lo agradezco, Jayden. Nunca quise un "caballero de brillante armadura", pero tú, definitivamente, eres mi ángel de la guarda.

Jayden necesita unos segundos para asimilarlo y, cuando lo hace, me acerca a él y presiona sus labios contra mi frente. Eso, en él, es la forma más profunda de mostrar el cariño, más que eso. Entiendo el significado que le pone, pero no sabría explicarlo.

En lugar de responderme, lanza una pregunta.

—¿Recuerdas cuando hablamos de las relaciones y te dije que, cuando encontrases a alguien a tu altura, sería un idiota en dejarte ir? —Su elección de palabras en esa pregunta me hace dudar, él sigue—. En el fondo no paraba de pensar que yo quería ser ese alguien.

—No podrías —admiro—. Estás demasiado por encima como para estar a "mi altura".

—Sólo porque no te valoras lo suficiente, cuando lo veas te darás cuenta de que...

—¿De que sigues siendo el único chico que se ha llevado mi corazón? Ya me he dado cuenta de eso. Nada me gustaría más que tú fueras el chico del que hablaste en esa hipótesis, Jayden. Incluso si ahora tengo que salvarte la vida un par de veces para que estemos en paz —termino por bromear.

—Se ha terminado el tiempo de visitas —dicen cerca.

Jayden se termina de apartar, mirando a la mujer de voz fuerte que espera con cansancio. No está de humor.

—Te veo mañana —le digo a Jayden.

Él hace una mueca.

—No uses esa frase, me trae malos recuerdos.

—¿Y qué quieres que diga entonces?

—Puedes probar con un: "Adiós, te quiero". Ha sonado bien antes.

Casi rompo a reír, pero vuelven a presionar diciendo que Jayden tiene que irse o le prohibirán la entrada los próximos días y le suelto por completo. Le acompaño un poco hacia la entrada, sólo hasta que da el nombre para que sepan que se ha ido. Ahí, no puedo evitar darle un último abrazo.

—Adiós, te quiero —repito.

—También te quiero, Nielle, demasiado.

Lo hace.

Se va no sin antes mirar hacia atrás una última vez.

Yo entiendo la profundidad de sus palabras y eso le da una explicación a lo que quedaba por decir. No ha mentido, me quiere demasiado, demasiado como para ser prudente muchas veces. Demasiado como para sopesar todas las opciones antes de actuar.

    El problema es que es también así como le quiero yo a él porque, quiera o no, no hay nada que no sería capaz de hacer para cuidar de él. Estoy completa y perdidamente enamorada de Jayden Bremen.

    Lo estoy incluso si es impulsivo, incluso si me hace querer gritarle la mayoría del tiempo. Lo estoy aunque odie su manía de disculparse falsamente sólo para dejar de discutir y pese a que se ría de mí cada vez que tiene oportunidad, como cuando me vio sin poder patinar. Ese día él dio vueltas a mi alrededor, se lució y me dejó a mi suerte con una sonrisa burlona sobre sus labios. Aun así, fue quien se acercó cuando vio que me había hecho daño en la muñeca, fue quien, en el instituto, me enseñó su "lugar secreto" en cuanto notó que tenía un mal día y que necesitaba espacio. Compartió sus escondites conmigo, me presentó a su familia y, con su envidiable carisma, engatusó a mis padres y hermanos. Incluso Charlie está feliz con la idea de una relación entre Jayden y yo después de contarle mi versión de todo. Incluso a ella se la ha ganado porque, pese a ser tan impredecible, tan complicado para obtener información de él o tan obcecado, es la persona con el corazón más puro a la que he llegado a conocer.

    No le necesito para estar bien, pero es la persona a la que quiero a mi lado.

    Jayden es la persona con la que quiero compartir el resto de mi vida.

    Sonrío mientras vuelvo a mi habitación.

    Una vez, una de tantas que nos mandaron al despacho de la directora, cuando nos encontraron en el aula de artes llenos de pintura, la profesora que nos reconoció estaba tan molesta que no pensó demasiado al hablar. A mí, me llamó por mi nombre, como tantos profesores de los que tan fácilmente he obtenido esa cercanía, a Jayden, en cambio, todos le conocen más por el apellido, es lo que siempre suena cada vez que se mete en un lío y, ese día, ella mezcló ambos.

    Recuerdo que, al oírlo, no le presté atención, estaba llena de pintura y molesta. Jayden me miró y, tras abrir la puerta para mí, me dio una media sonrisa. "Debo admitir que suena bien", dijo. No lo entendí al momento, poco después lo olvidé. Hoy oigo esas palabras y lo admito:

    Danielle Bremen. Sí, eso sonaría bien.   

    No, Danielle no, mi nombre tiene demasiado peso. Cuando salga de aquí, haré borrón y cuenta nueva, eso lo tengo claro. Es más, mis padres ya habían hablado de mudarnos, han estado hablando de una casa que vieron a la que podríamos ir en cuanto los gemelos terminaran el curso. La presión, no sólo para mí sino también para mis padres y hermanos, era desgarradora en esa ciudad. Supongo que todos queremos poder pasar página algún día. Queda un mes para que yo salga de aquí, un mes para que tome mi segundo nombre y borre el primero, porque ese ya tiene demasiado peso, se ha mencionado tantas veces que temo lo que encontraré en Internet de escribirlo. Tengo claro lo cambiaré.

    Eso hago.

    En cuanto me dejan irme del centro un mes después, todavía manteniendo un seguimiento semanal para asegurarnos, llego a una nueva casa, a una nueva ciudad y mi nombre cambia también. Ese verano, con Jayden viviendo más días en mi casa que en la suya, dejo ir las pesadillas y termino de sanar con un futuro por delante.

     Mi futuro como Evangeline Ilsen.

FIN

Antes que nada, quiero que toméis aire y lo soltéis lentamente.

Ahora, ¿Por dónde empezar?

Después de once meses, esta novela ha llegado a su fin. Después de enamorarnos de algunos personajes, llorar, sufrir y crecer con ellos, es hora de despedirnos. No voy a decir que quiera, porque me duele tanto como a vosotras, ellos me han marcado demasiado, pero es la hora. Ya sabéis lo que dicen: "Toda buena historia termina."

Y espero que eso haya sido esta para vosotras, una buena historia.

Ha sido un auténtico placer poder compatir estos meses con vosotras, poder conoceros, interactuar, y vivir esto juntas. Me ha encantado poder conoceros y os agradezco mucho el apoyo.

Antes de irme, quiero deciros que sí tengo pensado subir un extra, pero, como dice su nombre, el extra no alterará la trama, es una pequeña oportunidad para ver algunos detalles más, porque, ¿sabéis lo que nos falta no?

Jayden prometió que enseñaría a patinar a Danielle

(Así van a estar lol)

Nada, mis amores, empezamos la historia con Jayden y Danielle, y ahora nos despedimos de ellos viendo su futuro como Jayden & Evangeline (Bremen)

Porque eso va a pasar.

Nos leemos en el extra (será pronto, entre el lunes y miércoles) así que os diré, por última vez: Un abrazo y nos leemos pronto ♥

Espero que hayas disfrutado leyendo Compañeros de Delitos tanto como yo escribiéndola, un abrazo enorme y, si me perdonáis, me vuelvo al infierno que tenía palomitas en el microondas.

—Lana 🐾

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