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Capítulo 56 - Año nuevo

Canción en multimedia: The one that got away [Cover, sad version]

Capítulo cincuenta y cinco: Año nuevo

Domingo, 31 de diciembre

Danielle Ilsen:

A las cuatro de la tarde sigo con mi ropa de estar en casa y terminando de ordenar los últimos detalles de mi habitación. Me aseguro de que mi armario esté impoluto, de que no haya suciedad en el suelo y que el escritorio esté tan ordenado que casi parezcan haber colocado las cosas tomando medidas. Luego meto las fotos que imprimí en verano en una pequeña caja bonita y la dejo con la tapa quitada en el escritorio también, quiero que sea fácil de encontrar. Fácil de ver. Son mis recuerdos, esas que quería tener impresas porque me di cuenta de lo volátiles que parecían los recuerdos en la cámara del móvil. Siempre las he tenido guardadas en cajones, ahora quiero que estén a la vista que, si mis padres entran, sea una de las primeras cosas en las que se fijen.

Ese pensamiento me hace sentir las lágrimas, el hacer esto para que a ellos les sea más fácil. El dejar todo ordenado para que no tengan que preocuparse por eso y que mis fotos, mi vida, esté bien colocada para que ellos puedan recordarla, recordarme. Ellos me han preguntado, al verme tan ocupada toda la mañana, qué hacía limpiando con tantas ganas, mi padre se preocupó al verme limpiar los cristales de la ventana subida a una silla, quizás piensan que lo necesitaba para distraerme y lo han aceptado, pero aun así, han preguntado. Yo sólo he respondido que no había una razón, sólo me apetecía hacerlo.   

Como he dicho esta mañana cuando todos se han despertado con el olor a tortitas, huevos y bacon recién hecho. He preparado la mesa para ellos, sus desayunos favoritos: huevos con bacon con un café sin azúcar para papá, fruta cortada y un té para mamá, y las tortitas con sirope de caramelo con las que los gemelos arrasan siempre. Les he dado los buenos días y, de nuevo, les he dicho que sólo me había apetecido hacerlo.

Al igual que me ha apetecido darme a mi madre una pulsera porque "nunca me la ponía y a ella le quedaría mejor", con ponerle la excusa de que la he visto mientras hacía limpieza, ella la ha aceptado. Es de plata, la que compré con mis primeros ahorros tras trabajar un verano como camarera. Es una de mis posesiones más preciadas porque es eso que compré con mi dinero, con ese esfuerzo, es lo que me recuerda a ese verano y que me gustó por tanto tiempo. A mi madre también le gusta, siempre me lo recuerda cuando la ve, hoy se la he dado a ella.

Al terminar con mi habitación, dejo el cuaderno que preparé anoche de vuelta en uno de los cajones de mi escritorio y doy esto por terminado. Ya he hablado con Charlie y Rob gran parte de la mañana, ya he recogido mi habitación, ya he dejado en orden muchas cosas. Miro, con pena, a mi alrededor sabiendo que, cuantas más cosas tache de la lista, más cerca estoy de esta noche.

No quiero ni pensarlo.

A las cuatro y media en punto llaman al timbre y yo me apresuro escaleras abajo sabiendo que es Jayden porque habíamos quedado en esta hora, al abrir, él me recibe con una sonrisa algo nerviosa.

    Verle me hace relajarme un poco, ya pasa de forma automática, después de tantas veces en las que Jayden ha sido mi salvavidas, ahora mi cuerpo y mente reaccionan a él con sólo verle. Tiene un efecto tranquilizador en mí, incluso hogareño. Ahora le envuelvo entre mis brazos nada más verle.

    —Si no me abrazas bien voy a echarte a patadas —amenazo cuando sólo me recibe con un brazo.

    Jayden ríe y eso me hace cerrar los ojos para disfrutarlo. No sé si era porque tener tanto en mi plato no me lo permitía o porque él ya no reía mucho, pero me doy cuenta ahora de cuánto he echado en falta su risa. Me encanta su risa, siempre lo ha hecho. Es dulce, te envuelve con suavidad y atrae. Es como si mantuviera la inocencia de un niño pero hubiera madurez en su tono, no sabría explicarlo, pero a mí me pierde.

    —Haberme dejado soltar la bolsa primero, me lo has puesto difícil.

    En lugar de soltarle, me aferro a él unos segundos más al notar cómo mi corazón da un vuelco. Quiero contarle todo, quiero contárselo porque quiero que él me ayude, pero no sería justo. Él diría que se puede hacer algo, pero no sería cierto, Jayden querría que lo hablara con su padre sin darse cuenta de que eso arriesgaría a su familia también porque alguien le dio peso a las acusaciones contra Byron con rapidez y eso, o se hace desde dentro de la investigación, o no hubiera sido así. Confío en su padre y sé que ayudaría, por eso no puedo decir nada, porque me ayudarían a su costa y esa no es la forma.

    Yo he encontrado una manera, una en la que su familia seguirá intacta, una en la que la mía seguirá a salvo y en la que ni llevarán a Jayden al círculo interno de Simmons como hicieron con nosotros, ni podrán dañar a más personas. Una forma con la que Simmons caerá. Una forma de liberarme del peso de toda culpa, aliviar el alma de tantas familias y ser la voz de aquellos que no pudieron explicarse. Pero, para que eso pase, yo no puedo estar aquí para verlo.

    Y Jayden nunca permitiría algo así.

    Así que no se lo digo.

    Me aparto de él para dar con esa mirada llena de atención y una sonrisa amable. Apoyo las manos contra su mejilla, recordando todo lo que dijimos ayer y, aunque una parte de mí sepa que no debo, que sólo le haré más daño, me meto de lleno en la burbuja de felicidad que he creado para hoy y le beso.

    Jayden sigue presionando una mano contra mi espalda y, al de un segundo, se da por vencido con la bolsa y la deja caer. Me atrae hacia él, besándome con esa intensidad tan propia suya. Las primeras veces eso me sorprendía, recuerdo que una de las veces llegué a pensar que, besando así, haciéndote sentir que quitaban el suelo de tus pies y que sólo quedaba él, no entendía cómo sus relaciones terminaban. Ahora que me da a entender que esa forma de besar era cuando tiraba por un impulso y que también puede ser más gentil, me hace perder un poco más la cabeza. Besa realmente bien, y es capaz de transmitir tanto que me hace querer volver a sus brazos y pedirle disculpas por todo lo que he hecho y lo que todavía me queda por hacer. Es la primera vez que me enseña esa dulzura, esa forma de hacerme sentir que sus palabras son ciertas, que realmente me quiere, y antes de terminar ya sé que me va a costar dejarlo ir por mucho tiempo.

    Me aparto con el corazón agitado, sorprendida.

    —Hola —es lo que dice.

    Se burla y yo acaricio su mejilla, casi hipnotizada.

    —Hola —murmuro de vuelta.

    No puedo dejar de mirarle, en parte por todo lo que él refleja, y en parte por lo que yo siento. No me había sentido nunca así, tan perdida en alguien, tan loca por esa persona. Me pregunto si eso es el amor, porque entonces quizás si le mentí, puede que esas "palabras mayores" de las que hablé cuando él lo mencionó, también tengan cabida en mí. También las entienda.

    Jayden presiona los labios contra mi frente y, con cierta decepción por mi parte, se aparte. Recoge la bolsa que traía.

    —He traído unos juegos que mi hermano y yo ya nunca usamos, nos han obligado a hacer limpieza y todo esto podría gustarles a tus hermanos.

    Aunque habla, no le presto demasiada atención, sólo sigo planteándome la idea de que puede que lo que sienta por él no sea simplemente "cariño", que no le "quiera" como le dije y ya. Me mira, esperando una respuesta y yo me obligo a reaccionar. Juegos, ha dicho algo de juegos y mis hermanos. La bolsa. Sí, eso era.

    —Estoy seguro de que les encantará, nunca tienen un arsenal de juegos suficientemente grande —digo.

Tomo su mano para guiarle por mi casa. No, lo hago porque quiero seguir sintiéndole cerca. Cierro la puerta y le llevo conmigo hacia el salón donde sé que mi padre estaba trabajando en su libro y donde mis hermanos están tumbados en el sofá, cerca de mamá, viendo dibujos animados.

    Al llegar al salón, nos oyen. Papá levanta por unos segundos la vista del ordenador y mamá mira hacia la puerta, incluso uno de los gemelos, Tim, mira también.

    —Buenas tardes señor y señora Ilsen —saluda Jayden educadamente.

    —Ha traído unos juegos para los gemelos —explico.

    Con eso Arthur salta fuera del sofá.

    —¿Juegos? —pregunta emocionado.

    —Todos vuestros —ofrece Jayden pasándole la bolsa.

    Arthur la agarra, abre y suelta un grito. Sin pensarlo, me pego un poco más a Jayden, apretando su mano. Mamá ya se está poniendo en pie y Arthur se queda de rodillas en el suelo para mirar mejor en la bolsa. Vuelvo la mirada a Jayden en busca de una explicación, él no me la da, sólo tira de mi mano para dejarme más cerca, suelta mi mano y pasa su brazo por mi cintura.

    —Es... Es... —Arthur saca de la bolsa un algo. ¿Qué es eso? Parece un cinturón dorado que Arthur levanta. Se pone en pie y va corriendo al sofá, directo a su gemelo—. ¡Mira! ¡Es un cinturón de la WWE!

    ¿Es un qué?

    Tim mira más atento con eso y agarra el cinturón que le ha pasado Arthur. Confusa, miro a Jayden en busca de una explicación más clara, pero él sólo mira a los gemelos con una media sonrisa.

    —Es una copia del cinturón de Dean Ambrose del campeonato intercontinental de dos mil quince, dos mil dieciséis. Mi hermano y yo solíamos pelear todos los domingos para ver quién se lo quedaba la siguiente semana, pero ahora sólo lo tenemos tirado por ahí y, como vuestra hermana me ha dicho que os gustaba ese SmackDown, os lo he traído por si queríais darle un mejor uso.

    Ese es el programa que memorizaba para Tim, pero sólo se lo mencioné una vez a Jayden y no fue para decirle que lo memorizada, sino porque estuvimos hablando por teléfono una noche mientras Tim todavía no estaba y le dije esas pequeñas tonterías que más rabia me daban, como el ver sus cereales y saber que él no podría comerlos, y que dieran el programa que le gustaba y no estuviera ahí para verlo con su gemelo como siempre. No puedo creer que se haya acordado. Ni que acabe de hacer tan felices a mis hermanos que incluso haya conseguido ganarse una sonrisa de Tim.

    Una sonrisa de Tim.

    Él no sabe que es la primera casi real que vemos desde que volvió.

    —¿Podemos quedárnoslo? —pregunta Tim.

    —Claro —responde Jayden.

    Arthur se emociona de nuevo y vuelve a tirar del cinturón para él antes de correr hasta nuestro padre y enseñárselo entre gritos. Termino riendo por tanta energía y emoción. Luego viene hasta Jayden y le da las gracias tantas veces seguidas que sus palabras empiezan a pisarse, incluso Tim se acerca a darle las gracias.

    Mamá sonríe al verlo, y veo cómo sonríe también a Jayden, agradecida. Le tiene aprecio. Mis padres aprecian a Jayden. Siento, al verlo, que tengo todo lo que podría querer en cuanto a lo que una relación se refiere y eso sólo me hace sentir más rabia e impotencia por no poder aprovecharlo. Jayden es todo lo que mi familia querría que tuviera como pareja, él es carismático y atento con mi familia. Los gemelos le adoran y mis padres le aprecian. Lo único que no saben, es que él es también el otro alumno con el que tantas veces me expulsaron, pero eso tampoco tienen por qué saberlo. Para ellos, Jayden es una buena influencia, cosa que no es, pero vale la pena mucho más que una.

    Con una simple excusa señalando la entrada, me llevo a Jayden fuera del salón y, con total sinceridad, soy yo quien le da las gracias esta vez.

    —Lo digo en serio, Jayden, has conseguido hacer feliz a los gemelos y eso es muy difícil —insisto.

    Él parece incómodo y sólo hace una seña hacia la puerta.

    —¿Qué? ¿Vamos a patinar ya? —pregunta.

    —En realidad, estaba pensando que podríamos quedarnos aquí, ver una película, pasar el rato, juegos de mesa... —dejo caer con lentitud. Si sólo tengo un día más, no quiero que sea entre caídas, quiero poder hablar, poder tenerle cerca todo el tiempo, quiero esa cercanía y conversaciones. Ese último desahogo. Hay mucho de lo que todavía quiero hablar con él. Al ver que no parece feliz con la idea, insisto—. Podemos dejar lo de aprender a patinar para otro día, será algo así como una tarea pendiente.

    Jayden sigue sin parecer convencido.

    —Será divertido —insiste.

    —Lo sé, pero hoy prefiero otro plan.

    —¿Por algo en especial?

    Sí, porque puede que sea mi última tarde contigo, Jayden, porque puede que después de esto no volvamos a vernos y quiero tener la oportunidad de hablar contigo antes y de no perder ni un sólo minuto conduciendo o con más gente cerca. Quiero esa privacidad.

    En lugar de decir eso, me encojo de hombros.

    —Por nada, sólo me apetece.

    Jayden se rinde con eso.

    —Tú mandas —dice.

    —Genial.

    Les aviso a mis padres de que Jayden va a quedarse un rato y él les da las gracias de forma educada una vez más por dejarle quedarse. Les llama "señor y señora Ilsen" de nuevo pese a que mi madre insiste en que le llame sólo por su nombre. Jayden es tan testarudo con eso como lo es con todo, así que ignora eso y viene a mi habitación. Lo primero que dice al entrar es:

    —Todo está muy... limpio.

    —Se llama ordenar —digo—. Deberías probarlo, incluso desde la videollamada de ayer podía ver el desorden del tuyo. Y ya ni te cuento cuando vi una película con Arthur, Lily y contigo.

    —Ese día estaba ordenado —se defiende.

    —Pedimos hamburguesas y aun así había una caja de pizza bajo tu cama.

    —Ya, pero no te vi quejándote de eso en el momento.

    —¿Y eso qué tiene que ver?

    —Nada —admite—, pero esperaba que te hiciera admitir algo.

    —¿Admitir qué?

    —No voy a decírtelo, si lo hago pierde la gracia. —Él se acerca a mi escritorio y lo primero que ve es la caja con fotos que he dejado, eso me tensa por completo—. ¿Y eso?

    No, eso no.

    Le quito la foto que ha sacado de la mano y la dejo en su lugar. No quiero que lo toque, es para mis padres, es suyo. Tiene que estar bien, en su sitio y ordenado. Tiene que estar listo para ellos. Jayden me mira sorprendido por la reacción y yo le quito importancia ignorando lo que acabo de hacer. Lentamente, Jayden le pone atención a otra cosa y, tan emocionado que no puedo explicármelo, agarra la caja de cristal en la que tengo piezas de dominó blancas y rosas.

    —Hay que jugar a esto —dice—. No juego desde hace años.

    —¿Al dominó? —pregunto, esas fichas yo sólo las usaba de adorno porque, siendo mi habitación blanca con tonos rosas o plateados, esas fichas iban perfectas.

    —Sí.

    Jayden empieza a sacarlas, pero pronto se rinde de ir una a una y vuelva todo sobre mi cama. Deja la caja sobre la alfombra, dando la vuelta a las fichas.

    —Vamos, siéntate, será divertido —dice.

    No comparto su emoción, pero acepto jugar con él y, la verdad, que todo es algo confuso. No por el juego como tal, sino por su emoción al jugar, parece un niño de nuevo, muestra sonrisas infantiles, miradas sedientas de una victoria y va obligándome a jugar rápido porque no tiene paciencia. Al final, terminamos cuatro partidas antes de que él empiece a relajarse. Mis padres pasan por mi habitación más de una vez, he dejado la puerta casi cerrada del todo, con una pequeña apertura para que ellos no me echen la bronca y, de vez en cuando, abrían para asomarse con tontas excusas. La primera vez, mi padre se quedó tan en blanco al ver que estábamos sentados en la cama jugando al dominó que se fue sin decir nada.

    Dos minutos después pasó mamá, seguramente papá se lo habría contado y ella había tenido que verlo por sí misma. Justo cuando creo que Jayden no puede sorprenderme más, que le entiendo por completo, hace algo y me cambia el juego. Creo que esa es una de las cosas que más me gustan de él.

    —¿Puedo preguntarte algo? —pregunto durante la cuarta partida.

    Jayden juega su turno y ladea un poco la cabeza analizando la partida, tarda largos segundos en decirme que sí. Realmente le gusta este juego, está muy concentrado.

    —Cuando pasó lo de Tim, cuando pensaste que todo había ido mal, si lo hubiera ido, ¿hay algo que te hubiera gustado poder decirme? —directa al grano.

    Ayer le dije que, de tener que tomar la misma decisión, de poder volver atrás, hubiera hecho todo exactamente igual. Hoy tengo la oportunidad de tomar la decisión de nuevo y es eso lo que voy a hacer, sólo que, esta vez, las consecuencias van a ser peores porque, o a manos de Simmons o a las mías, esta será mi última salida. Así que me gustaría saber, me gustaría decir lo que quiero sin que él sospeche, por eso lo intento con eso.

    Jayden para antes de colocar su ficha y me mira.

    —¿Por qué preguntas? —lanza de vuelta.

    —Porque quiero saber.

    —¿Por qué?

    —No hay un porqué, sólo me gustaría saberlo. Si hubiera pasado algo malo, si no hubiera acabado bien, si no nos fuéramos a volver a ver, ¿qué querrías haberme dicho? —pregunto.

    Jayden esconde la ficha que iba a poner en su mano, dudoso.

    Cuando pienso que va a delatarme, a gritar: "Sé lo que haces." Él hace una mueca, deja su pieza y me da una respuesta.

    —Pasé por ese momento y lo que más quería decirte era que te odiaba —admite—. Tu turno, juega.

    Hago lo que me pide, queriendo que cambie esas palabras.

    —Eso no es muy alentador —digo.

    —¿Y tendría que serlo? —Frunce el ceño—. Además, ¿alentador para qué? No es una conducta que premiar así que no, no va a ser alentador.

    —Así que me hubieras odiado de forma indefinida —afronto.

    Va a odiarme, después de esta noche va a odiarme. Si no me perdonó eso, esto jamás lo hará. Por mucho que yo quiera, no será capaz de perdonármelo y lo único que puedo hacer mientras tanto es perderme en esta burbuja, en este momento de falsa realidad donde todo está bien para nosotros.

    —Te hubiera dicho que te odio —corrige como si realmente hubiera una diferencia—. Que te odiaba por haber sido tan egoísta, por no haber pensado en que hay personas a las que le importas y que no quieren vivir sin ti. —Agarra una nueva ficha y la añade al juego—. Pero no podría odiarte, nunca he podido hacerlo. —Dándose cuenta de mi confusión, levanta la mirada y me lo explica—. No es lo mismo, Nielle. Sentiría odio hacia lo que hiciste, pero no hacia ti. Te lo diría, pero no te odiaría como tal. Tu turno.

    Esta vez, juego más lentamente, sintiendo mi corazón tranquilizarse un poco.

    —Así que si no fueras a volver a verme dirías que me odias pero no me odiarías —repito en pocas palabras.

    Jayden apoya la mano en mi muñeca antes de poder poner mi ficha. Me obliga a soltarla y junta mi mano con la suya.

    —Si no fuera a volver a verte te diría mucho más que eso. —dice.

    —¿Por ejemplo?

    —Por ejemplo que se te da fatal patinar.

    Aparto mi mano, ¿cómo esperar a que él fuera a tomarse algo de esto en serio por más de dos minutos? Quiero despedirme, pero con Jayden es demasiado frustrante porque ya cuesta de por sí encaminar el camino y que él sea tan capaz de burlarse de todo y cambiar seriedad por pullas tan rápidamente no ayuda.

    —Nielle, ¿qué pasa? —pregunta cuando no soy capaz de mirarle.

    Estoy indignada, sólo quiero hablar de esto y él no va a tomárselo en serio, ¿cómo decirle que yo necesito hablarlo? Que, aunque no puedo contárselo porque sus impulsos sólo terminará por meternos en problemas, quiero hablarlo con él de alguna forma.

    Así que cambio de idea, voy hasta la puerta para cerrarla del todo y asegurarnos de que no se nos oiga y vuelvo a sentarme en mi lugar, preparando mis mentiras.

    —¿Recuerdas que te conté que suelo tener pesadillas? —pregunto. Jayden asiente y me pregunto si va a darse cuenta pronto de la verdad—. Anoche soñé que había muerto, que estaba enterrada y que estábais todos ahí pero que nadie podía oírme. —Llevo una mano a mi pecho como si pudiera soportar mejor así el dolor en mi corazón, puede que no lo haya soñado, pero esa escena la he visto muchas veces en mi cabeza, sobre todo desde ayer—. Sentía tanto agobio por no poder despedirme que no podía parar de llorar. Os gritaba, pero no me oíais y sólo había silencio. Estabais ahí de pie sin decir nada y luego os ibais y me dejábais sola. —Aparto la imagen de mi cabeza antes de que las emociones me golpeen con más fuerza—. Os llamaba y nadie volvía, sólo quería que me dijerais algo, que alguien se despidiera, pero ninguno lo hizo. Mira, sé que es una tontería, pero llevo pensando en esto todo el día y me tranquilizaría mucho que me respondas con sinceridad. Creo que sólo quiero oír algo que no sea que me odias, ¿sabes?

    El intento de broma final relaja las cosas entre nosotros.

    Se lo piensa.

    —Es una pregunta difícil —admite. Me mira y luego niega—. No, no puedo hacerme a la idea, no me sale nada.

    —Jayden —pido.

    —Es que no sé qué diría, Nielle. ¿Cómo se puede saber eso?

    —Yo sé qué te diría si no fuera a volver a verte. —Me mira como si estuviera retándome, riéndose de que no es posible, el problema es que yo ya he tenido tiempo para pensar en esto, no sólo eso, yo sí estoy en ese punto—. Te diría que me salvaste la vida porque, si no me hubieras levantado tantas veces, no hubiera llegado hasta aquí. Te diría que quisiera haber tenido más tiempo contigo. Te diría que...

—Para —pide.

—Es sólo...

—Por favor —ruega abatido y, al ver tal dolor, lo hago. Jayden aparta las piezas para poder acercarse—. No me hagas pensar en algo así.

    —Pero...

    —Te quiero, ¿vale? —Apoya una mano contra mi mejilla y deja un beso contra la comisura de mis labios. Quiero insistir, quiero oír algo por su parte, quiero decirle demasiadas cosas todavía, pero Jayden no me deja, él insiste en negarse a escuchar y, finalmente, me rindo.

    Tampoco jugamos más al dominó después de eso o a nada en general. Esa pequeña conversación nos deja con mal cuerpo a ambos y la mayoría del tiempo lo pasamos en silencio, cada uno en sus pensamientos mientras estoy apoyada contra su cuerpo y luego con su mano o él deja algún que otro beso contra mi piel.

    A las siete, él dice que tiene que irse para ayudar con la cena de fin de año y yo le dejo ir a duras penas. Le veo recoger a él el dominó como si no ayudar fuera a hacerle estar más tiempo. Incluso un segundo más se siente una victoria. No quiero que se vaya todavía, no quiero despedirme de él, no quiero separarnos porque no nos volveremos a ver. No estoy lista. No creo que nunca lo pueda estar.

    Al recogerlo todo, va hacia su abrigo y yo agarro su mano antes de que pueda agarrarlo. Tiro de él hacia mí y le obligo a abrazarme. Él lo hace, meciéndome un poco. Tras unos segundos, besa mi cabeza.

    —Vamos, Nielle, tengo que irme —dice.

    Me aparto a desgana, viéndole ponerse el abrigo con el corazón en un puño. Él lo nota porque suelta un suspiro y se acerca de nuevo. Me besa, pero ni siquiera eso se siente como suficiente.

    —¿Quieres venir a comer el dos de enero a mi casa? Asher se va mañana y todo estará más tranquilo una vez él no esté ahí para tratar de humillarme con cada cosa que digo —ofrece.

    Asiento, deseando que fuera posible. Ni siquiera tengo fuerzas para mentir en voz alta ya, no quiero que se vaya. No quiero que esto acabe. Tiro un poco de su manga y él llega a reír un poco, acercándome a él una vez más.

    —¿Qué quieres para poder irme? —pregunta—. Sólo pide.

    Que no se vaya, eso es lo que quiero.

    Pero eso no puedo pedirlo.

    Sabiendo que es hora de dejar ir, le miro una vez más, grabo esa sonrisa en mi memoria, apoyo las manos en su rostro una vez más y le doy un último beso. Esta vez, intento recordar lo que me hace sentir también, ese refugio que me da y que, sin poder evitarlo, me deja casi en lágrimas. Tengo que contenerme para no romper a llorar, para no pensar, pero romper el beso hace que ese malestar sea obvio, sobre todo para Jayden.

    —Son días muy largos —justifico—. Te voy a echar de menos.

    Jayden me aparta el pelo con cariño.

    —Te veo mañana —promete.

    Lo promete aunque nunca se vaya a cumplir esa promesa y, aun sabiéndolo, yo le prometo lo mismo.

    Antes de que se vaya, recuerdo lo último que me quedaba cerrar con él.

    —Espera, tengo que darte algo —pido.

Saco del escritorio el cuaderno que llené anoche con todos los apuntes sobre las coordenadas que tenía en diferentes folios. Lo puse en bonito, les di un contexto y pequeñas anotaciones para volverlos reconocibles. Dobladas entre esas páginas, están las dos hojas que escribí antes de recuperar a Tim y una tercera con lo que pasó después. Está todo hasta que Tim salió, incluyendo lo que sé de Byron. Ahora le ofrezco el cuaderno cerrado a Jayden.

    —Solía apuntar lo que me pedían en este cuaderno para no olvidarme, son los lugares, horas y pedidos. Sé que tú solías tener una obsesión con tener información y yo ya no quiero eso, son demasiados recuerdos. Quiero que lo tengas tú —ofrezco. Jayden duda, pero termina agarrándolo y pasa las páginas por rapidez, hay pocas escritas y, pronto, da con que hay hojas dobladas de por medio, me mira confundido—. Eso lo escribí cuando tuve que ir a por Tim, era una explicación para mis padres, pero verlo empeora mis pesadillas y no soy capaz de tirarlo. Guárdalo por mí.

    Jayden entiende la fuerza que tienen esas hojas, todo lo que implican para mí y se da cuenta ahí de que lo que le estoy confiando es algo muy importante. Por respeto, cierra de nuevo el cuaderno, negándose a leer esa páginas. Sé que, cuando llegue el momento, cuando mis palabras vayan a poder ser escuchadas, él se lo dará a su padre, se lo dará para que pueda filtrarse y salga como la confesión de una persona que ya no sigue aquí para dañar. Mi familia estará bien porque Simmons no podrá pagar eso conmigo, sólo será una filtración que dé coherencia a todos los agujeros que hay respecto a Byron. Será más que suficiente para cuestionárselo todo, para dar paz a familias, para disculparme y hacer un último buen acto antes de rendirme, porque no puedo seguir más.

    Ruby lo vivió, a ella la metieron en el círculo interno tiempo atrás y debió haber visto a personas pasar por ahí e irse. A ella le quitaron a su hermana pequeña y, aun así, nunca se libró de la soga que Simmons nos lanzó al cuello. Esto no puede seguir repitiéndose. Así que mi decisión no es sólo por mí, es por mi familia, por la de Jayden, por las de Byron, Ruby y Brianna y, definitivamente, por todas las familias que podrán seguir siendo dañadas si nadie habla en contra de Simmons porque, si lo hacen, van a hacerles pagar.

    Jayden diría que me estoy equivocando, que hay otras formas. Él me diría que hablase con su padre como si él pudiera solucionarlo todo, no, hay gente que filtró la información sobre Byron y, con tal rapidez, que debió haber sido desde dentro. Si el padre de Jayden presiona, alguien lo sabrá y toda su familia pagará. Jayden tiene la manía de no ser realista, por suerte para él, yo lo soy y, aunque no quiera esto, aunque sé que va a hacer daño a mis más cercanos, también sé que ayudará a muchos. La culpa es grande, y no puedo seguir por más tiempo con esto, tampoco hablar sin poner a los míos en peligro. Si quiero hablar, si quiero terminar con esto y con Simmons, no podré estar aquí para verlo.

    Jayden le da una última mirada al cuaderno y se acerca a mí una vez más. Como tantas veces, besa mi frente sin saber lo segura que eso me hace sentir.

    —Cuidaré de esto —promete.

    —Sé que lo harás.¿Te veo mañana?

    —Sabes que sí.

    Tiro de su mano una vez más.

    —¿Me das un abrazo más? —pido.

    No consigo dejarle ir aunque debería, pero es duro, es tan duro tener todo lo que quieres y saber que vas a tener que dejarlo ir. Es duro despedirte de las personas a las que más quieres.

    Jayden lo hace y yo me aferro a él una última vez.

    —Te quiero —le digo—, y siento el daño que he podido hacerte. —O el que le haré—. Lo hago lo mejor que sé, nunca he querido hacer daño a nadie.

    —Ese sueño te ha dejado mal —murmura.

    —Un poco.

    —Tú nunca podrías hacerme daño, Nielle. Al igual que nunca podría odiarte.

Nunca podré hacerle daño, pero podré tomar decisiones que le hagan daño. Nunca podrá odiarme, pero podrá odiar lo que hago. Eso es lo que quiere decir.    Aun así, esa diferencia es algo tranquilizadora.

    —Llámame esta noche si tienes pesadillas de nuevo, me preocupa verte tan decaída —dice. Se aparta y yo me cruzo de brazos sólo para contener la tentación de alcanzarle una vez más. Si fuera por mí, él no se iría nunca de aquí. Notando mi malestar, mueve el cuaderno para hacerme saber que se lo lleva y me dedica cuatro últimas palabras que dan un vuelco a mi corazón—: Te quiero, Danielle Ilsen.

    No le acompaño a la puerta porque sé que le pararía, así que espero en mi habitación hasta que sus pasos bajan las escaleras, hasta que le oigo, desde mi puerta, despedirse de mis padres y hasta que la puerta de la entrada se cierra. Ya está. Se ha ido. Se acabó.

    Lo único que me queda para el resto de horas es pasar un rato con mi padre, sentada a su lado mientras veo cómo escribe y le pregunto por su libro. Ayudo a mamá a preparar la cena y, cuando me pregunta por Jayden, le digo la verdad, que, más o menos, estamos empezando una relación. Ella se alegra por mí y dice lo bueno que es que dé ese paso sobre todo ahora, que podría ayudarme, me repite que Jayden parece un buen chico tantas veces en esa conversación que pierdo la cuenta. Al final, sólo puedo concordar con ella.

    "Es un buen chico —le he dicho—, y me trata bien."

    Lo hace. Jayden es todo lo que pudiera querer y más.

    Después de cenar, no dejo de mirar la hora. Intento parecer alegre, pero se me escapan demasiadas cosas. Demasiados "te quiero" a los miembros de mi familia, demasiados abrazos y ese "Sabes que estoy muy orgullosa de lo luchador que eres, ¿no?" a Tim. Aun así, a las once y cuarto, consigo escabullirme. Abro la nevera y me pongo a decir que no hay oreos, es una tontería, pero desde que somos pequeños, todas las nocheviejas tenemos la tradición de partir oreos en cuatro trozos cada una y comer los trozos durante los últimos segundos del año. No sé por qué oreos, creo que empezó cuando los gemelos eran pequeños, tenían fuertes rabietas y no querían comer nada más. Este año he escondido las cajas y, aunque podamos pasar sin eso, digo una y otra vez que puedo llegar a la gasolinera que hay a las afueras -que abre veinticuatro horas incluso hoy-, comprarlas y volver antes de que den las doce.

    Mamá intenta pararme, pero al final y con mis palabras rápidas y constantes "Llego a tiempo" "Lo compro en un segundo y vuelvo" consigo librarme y salir de casa.

    Salir me ahoga, saber que no voy a volver me mata un poco.

    Tengo que llegar a Simmons porque necesito margen con él, necesito saber que no tiene nada en contra de los míos. Si está enfadado, se desahogará conmigo, si eso pasa, dejaré que termine ahí. Si salgo, si no tiene algo que deje a mi familia en peligro inmediato y salgo viva de esa tendré que salir yo de en medio. Simmons sabrá que ha sido un accidente, él no la tomará con mi familia por eso y lo terminará sabiendo antes de citarme de nuevo, tendré ese tiempo para que se entere, además, si después de eso sale información, ¿cómo culparme a mí? ¿Cómo pagarlo con mi familia si es a mí a quien querría hacer sufrir? Se podrá frustrar, pero no me podrá culpar.

    Si salgo de allí con vida, tendré que hacer eso con lo que mi madre me pide que tenga cuidado todos los años sobre estas fechas porque hay más accidentes. Ella dice que por la época, se suele beber más, o hay cansancio y que es más fácil salirse de la carretera.

    Si salgo, mi coche se saldrá de la carretera esta noche. Es lo más fácil, es lo más rápido, es un "accidente", y la información podrá salir. Todos estarán bien, todo terminará ahí. Es como ese problema filosófico del que discutimos durante dos clases el curso pasado, una de tantas versiones de los trenes, uno que decía que podías salvar a diez personas atadas a una vida empujando a una persona a ellas y, que por el lugar, eso trabaría las ruedas. No podría lanzar a otro, pero sería capaz de hacerlo yo. Si sé que los míos estarán seguros, si sé que salvaré a otros, que evitaré estos horrores a otras personas, lo haría. Porque ya he hecho daño a demasiadas familias. Ya he participado en intercambios, la sangre de niños inocentes están en mis manos.

    He dañado a otras familias por salvar a mi hermano.

    Es hora de que haga algo para pagar por eso, para salvar al resto.

    Así que me subo al coche y voy al punto donde Simmons me ha citado. Una vez más, es un lugar familiar, lo que me hace preguntarme si Simmons está quedándose sin localizaciones, porque aquí he estado, es la fábrica de cerveza abandonada donde me citó la segunda vez, donde se "presentó" como tal, donde me hizo saber que había pasado su "corte" y que mi destino estaba sellado. Aquí es donde llegó a mostrarse amable conmigo incluso, haciéndome confiar.

    Dejo el coche en ese apagado aparcamiento sin apenas coches y entro a la fábrica. Con en el parque de atracciones, voy al último lugar donde encontré a Simmons. Por el camino, no dejo de oír ruidos. Llego al tercer piso más asustada que en mucho tiempo, viendo figuras en las sombras y sintiendo decenas de miradas siguiéndome aun cuando no hay nadie aquí. Paso por las máquinas, por esas cintas que una vez trasladaron botellas para ser etiquetadas o llenadas y que Simmons admiró en su día.

    Llego al cristal donde me encontró la otra vez, hablándome sobre el origen de la fábrica y cómo colaboró en la economía de la ciudad. Sonó amable, sonó tan amable que ahora lo pienso y sólo puedo cuestionarme cómo alguien puede engañar tan bien.

    Esta vez, no aparece a mi lado y me veo obligada a seguir moviéndome.

    Paso mucho tiempo por la zona, más de diez minutos sin encontrar nada.

    Nunca me he dado cuenta de que Simmons, apareciendo pronto, era algo tranquilizador, ahora, buscarle, parece un juego donde tengo todas las de perder. Uno donde él espera, en las sombras, para generar más tensión. Cuando empiezo a temer abrir puertas por las escenas con las que pueda llegar a encontrarme, veo a Simmons a través de un cristal, él está en una pasarela, apoyado en la barandilla mientras mira las máquinas del piso de abajo. A su lado, mantiene el bastón apoyado con un aire tranquilo. Trago saliva, busco una forma de llegar allí y, tras abrir dos puertas, estoy en la misma pasarela que él.

    No tengo fuerzas para acercarme, no tengo fuerzas para hablar, y tengo la sensación de que, en cuanto deje de mirar detrás de mí, aparecerá un amigo suyo, Butcher, por ejemplo, y me tirará desde aquí.

    La caída sería mala, por dentro, había separación en cada piso, pero, desde esta pasarela, se puede ver el primer piso que una vez estuvo en funcionamiento, quizás usaban esto para vigilar que todo estuviera en su lugar, que todos trabajaran. Simmons mira hacia bajo con cierta ensoñación.

    —Mi querida niña —saluda Simmons sin darme una sola mirada—. Dime, ¿has encontrado tu camino hasta aquí agradable?

    Siento un fuerte deja-vu. ¿No me preguntó también esto la última vez? Él mira y su gabardina de cuero ondea tras él con el movimiento. Estoy temblando, con miedo de acercarme y con miedo de no hacerlo. Si ya tengo tan decidido que no voy a salir de esta, que no voy a sobrevivir a hoy, ¿por qué tengo tanto miedo?

    Supongo que tener que hacer algo no implica querer hacerlo. Jayden siempre solía decir que mi instinto de supervivencia era inexistente. Se equivoca, está en mí, golpeando con fuerza, gritando con ansia, pero hay veces en las que no puedo permitirme escucharlo porque hay más cosas en juego. Más vidas.

    —¿Por qué? —pregunto.

    Simmons, en vez de molestarse, sólo mira con cierta curiosidad.

    —¿Por qué qué? —pregunta.

    No puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas de sólo recordar.

    —Nos dejaste ahí para culparnos, había tantos muertos que... —Ahogo un sollozo—. ¿Por qué? ¿Por qué haces esto?

    Eso hace que sus facciones se endurezcan y las arrugas de su frente se marquen más con el notorio desdén. Agarra el bastón y da un paso cerca. Más cerca. Más cerca. Finalmente sólo puedo quedarme o correr y, sin nada que perder y con esa última explicación quizás a mi alcance, me quedo. Simmons se acerca con lentitud, pero, en cuanto me tiene a su alcance, presiona una mano contra mi nuca y, en un rápido movimiento me deja de espaldas a la baja barandilla y su bastón está presionando en horizontal contra mi cuello. Si empuja más no podré mantenerme a este lado de la pasarela por más tiempo y caeré. Él sabe eso y me sonríe para demostrarlo.

    —Me has hecho creer que eras una chica lista, ¿no lo eres ya? —pregunta con suavidad. Presiona el bastón más y me empuja un poco. El miedo me invade. Que deba hacerlo para conseguir terminar con Simmons no quiere decir que esté lista para morir—. ¿No eres lista, querida niña? ¿Has olvidado qué les ocurre a quienes preguntan mucho?

    Empuja más y suelto un grito cuando uno de mis pies ya no toca la pasarela y me voy hacia atrás. Simmons agarra de mi camiseta justo a tiempo, dándome el equilibrio justo para no caer por ahora. La barandilla sólo llega hasta la mitad de mis muslos, si suelta, caeré.

    Se acerca tanto que puedo sentir su respiración, intimidante.

    No puedo contener todas las lágrimas y, aunque me niego a sollozar, a romper en llanto, las lágrimas no puedo pararlas. Lágrimas de rabia, lágrimas de miedo, lagrimas de impotencia. Si me suelta, sólo puedo desear que Jayden sepa lo que hacer con la información que le di, que vea la oportunidad, que piense en claro por una vez. Que lo filtre. Que lo cuente bajo mi nombre.

    —Eres una chica lista y, como recompensa, tienes a tu hermano. Deberías estar dándome las gracias. —Puedo sentir su respiración contra mi rostro y el querer alejarme más choca con mi instinto de supervivencia. Un poco más atrás, un poco más de peso hacia atrás, y caigo—. Dame las gracias.

    ¿Darle las gracias por haberme "devuelto" a Tim? ¡Él ni siquiera quería que yo saliera viva en primer lugar! No me devolvió a Tim, yo le saqué de ahí.

    Que me suelte.

    Que me suelte y acabemos ya con esto, es la hora.

    Así que no digo nada y él se cabrea más con la negativa, me echa más hacia atrás, sosteniéndome únicamente con una mano de la camiseta y manteniendo con su cuerpo mis piernas todavía en su lugar. Puedo sentirlo, la gravedad, esa fuerza tirando de mí, intentando hacerme caer. Voy a caer. No tendré que fingir nada, voy a caer, pero Simmons caerá conmigo después de eso. Él caerá por mis palabras y, aunque no esté para verlo, me iré con la certeza de que he cumplido con mi parte, que he pagado por todo lo que he hecho.

    —Si me das las gracias puede que considere quedarme contigo —insiste—. Serás mi nueva segunda, incluso pensaré en pagarte. Dame las gracias y haré que esa inteligencia tuya sea bien usada.

    —No —consigo decir aterrada.

    Suéltame, sólo suéltame ya. Déjame caer. Deja que todo termine.

    —¡Dame las gracias!

Tiene otro de sus prontos y tira de mí hacia él, me saca de la posible caída para tirarme al suelo de la pasarela. Un segundo después tiene el bastón en su mano, lo coloca y, aunque levanto el brazo para cubrirme, no puedo librarme del golpe. Mi mejilla arde al instante porque el mango de su bastón, esa bola que parece ser de mármol, me ha dado. El golpe, el dolor, recorre todo mi cuerpo. Echa hacia atrás su gabardina y se agacha cerca.

    —Te estoy perdonando mucho porque has sido buena y útil hasta ahora, pero dime que no una vez más y lo pagarán todos a los que quieres. Dime que no una vez más y...

    Le interrumpe el sonido de una puerta abriéndose y, al mirar, el terror es inmediato. Es Rey, uno de los suyos, ese hombre con complextura física que le hace parecer un armario. El guardaespaldas de Simmons y, arrastrado por él, está Jayden.

    Me digo que lo estoy imaginando, que ha sido el golpe, pero en cuanto me ve, con la boca tapada por Rey, sus ojos se suavizan y sé que no puede ser un error.

    Me ha seguido.

    Aun cuando le hice creer que todo había terminado. Pese a que tratamos este tema tantas veces que he perdido la cuenta. Aunque es nochevieja y debería estar en casa con su familia, me ha seguido. Cierro los ojos sólo para que las lágrimas caigan y poder ver con más claridad. Por favor, no.

    —Pero mira a quién tenemos aquí —murmura Simmons más animado. Me mira a mí con una sonrisa que advierte problemas—. Parece que nuestra querida niña ha traído a alguien con quien jugar.

    Olvido el dolor de su golpe, ahora sólo puedo sentir terror al oírle.

    Sin dejar de mirarme, Simmons da una orden.

    —Rey, ¿por qué no dejas que nuestro amigo disfruta de estas maravillosas vistas? —pregunta.

    Me pongo en pie todo lo rápido que puedo y, entre el mareo y no poder dejar de mirar a Jayden, Simmons me sujeta con facilidad. Literalmente tira de mí hacia atrás, sosteniéndome para no poder dar un paso más en la dirección que quiero mientras veo, con puro horror, cómo Rey consigue, por mucha resistencia que ponga Jayden, pasar su cuerpo por encima de la barandilla y sostenerle ahí. Le tiene sentado a duras penas sobre la barandilla, todavía cubriendo su boca y obligándole a mantener la mirada fija al frente aunque Jayden haga lo imposible por volverse hacia aquí.

    Me quedo sin habla.

    Simmons se inclina para hablarme al oído.

    —¿Qué me dices ahora, querida niña? Puedes darme las gracias, pedirme disculpas por tu conducta y tal vez todavía acepte darte ese ascenso que te he prometido. —dice—. O puedes elegir ser tú quien cubra esas pequeñas tonterías que Byron no ha podido solucionar.

    O estoy con ellos, o me acusan, eso es lo que dice.

    Miro a Jayden suplicante quien, pese a estar en el borde, no deja de moverse. No para quieto, no deja de intentarlo.

    —Déjale ir y haré todo lo que quieras —acepto.

    Dejo ir la idea de acusarle, la idea de que mi muerte pueda traer mis palabras a la luz sin otros peligros e inculparle. Acepto seguir con él, aceptaría que me rompiera de todas las formas que conoce y vivir hasta que un error le haga perder la paciencia conmigo. Lo aceptaría todo. Lo acepto todo.

    —Dejarle ir. Dejarle ir. —murmura entretenido. Levanta el tono de voz—. ¿Has oído, Rey? Nuestra niña quiere que le "dejemos ir", ¿qué dices? ¿Le soltamos?

    —¡No! —grito al entenderlo.

Esta vez Rey no impide que Jayden mire hacia aquí y él se queda inmóvil. Preocupación, lo único que veo en él es preocupación y no por él, por mí. Es él al que tienen en la barandilla, es él al que amenazan con tirar desde un tercer piso y, sin embargo, soy yo quien le preocupa. Pestañeo para dejar caer las lágrimas una vez más y poder verle. Simmons apoya los brazos bien sobre mi cintura y, con aburrimiento, presiona la barbilla contra mi hombro.

    —Dilo —me pide—. Di que harás todo lo que te digamos, di que estarás con nosotros, di que serás nuestra.

    —Lo haré —prometo.

    Simmons chasquea la lengua.

    —En alto —susurra—, deja que nuestro amigo lo oiga.

    Busco la mirada de Jayden para poder tener ese salvavidas, para que sepa que nada de lo que diga es por voluntad, para que sepa, aunque no pueda decirlo ahora, todo lo que siento y, con la mirada cristalizada, digo lo que Simmons me pide.

    Pestañeo, las lágrimas caen.

    La mirada de Jayden me devuelve una preocupación más fuerte y, con mi corazón acelerado ya de por sí, Simmons vuelve a hablar.

    —Eso me gusta más —dice en alto. Aprieta su agarre en mi cintura, advirtiéndome de lo peor, no tengo tiempo de reaccionar siquiera y, aunque pudiera, no podría hacer nada, porque dice—. Pero me has hecho enfadar ya una vez y eso hay que pagarlo.

    Rey lo hace.

    Oye esas palabras, suelta a Jayden y le empuja.

    Mi grito es desgarrador.

    Arde, mi garganta arde con el nombre de Jayden y mi cuerpo pierde las fuerzas hasta que ni siquiera Simmons puede sostenerme. Tiemblo por completo, queriendo llegar a la barandilla, queriendo mirar, deseando que no haya caído, que esos golpes no hayan sido suyos. No puedo respirar.

    —Hijo de un policía, esto nos lo harán pagar —dice Simmons con cierta diversión. Él apoya una mano en mi espalda y yo le aparto con rabia. Su mirada se vuelve amenazadora—. Te hemos dado una oportunidad, no te daré una tercera. Ven.

    No puedo dejarle. No puedo... Quiero vomitar, quiero gritar, pero, sobre todo, quiero llegar a Jayden. Necesito llegar a él, no puedo dejarle ahí, no puedo... No. Así que niego, cierro la mano sobre la barandilla para que hacer fuerza si es necesario y que no me saquen a rastras y trato de mirar una vez más. Tengo que llegar a él.

    Jayden.

    Jayden.

    —Parece que nuestra querida niña ha cambiado de idea, una pena, tenía muchas esperanzas puestas en ella —esta vez, Simmons habla hacia Rey. Luego se agacha una vez más y, mientras me agarro a la barandilla con miedo de que intente sacarme, añade—. Tú le has traído aquí. Tú has fallado. Tú le has matado. Y tú pagarás por todo de lo que te hemos protegido, de todo lo que mereces.

    Cierro los ojos, esperando el golpe, esperando a que le mande a Rey hacer algo, pero, en lugar de eso, sólo le dice que es hora de irse y, en cuanto lo hacen, en cuanto se van, cuento hasta veinte y me pongo en pie. Vuelvo, corriendo, al primer piso. Por las escaleras tengo el móvil en mi mano y ya estoy llamando a emergencias. Pido que vengan, con la voz mezclándose de sollozos, les doy mis datos, cuento cuanto puedo y les ruego que vengan. Diez minutos. Eso es lo que dicen que tardarán y, cuando llego al primer piso, ni siquiera puedo sostener el móvil. Lo dejo caer, llamo a Jayden con voz ahogada y corro hasta él.

    Me ahogo.

    Me ahogo al ver su cuerpo en el suelo, al ver la posición de su brazo, la sangre bajo su cuerpo, sus ojos cerrados. Me ahogo.

    Caigo a su lado, llorando, quitándome el abrigo con rabia para, con todo el cuidado que puedo, dejarlo bajo su cabeza aunque sepa que es tarde para eso, que es tarde para hacer algo.

    —Lo siento, lo siento —repito entre lágrimas. Quiero tocarle y al mismo tiempo no puedo hacerlo, aunque quisiera, los temblores en mi cuerpo son demasiado fuertes y mis brazos parecen tener espasmos más que temblores—. Lo siento, lo siento, lo siento.

    Lloro con más fuerza.

    —Lo siento, lo siento.

    Como puedo, tomo un momento de fuerza para tratar de poner dos dedos sobre sus labios en busca de cualquier señal de que está respirando. Sé que no es posible, pero también tengo cierta esperanza, ¿y si esos golpes, y si darse con alguna máquina antes lo ha parado un poco? Pero era un tercer piso y él no respira.

    Era un tercer piso y mis manos se han llenado de sangre sólo por ponerle la cabeza sobre mi abrigo. Sangra. Su brazo está más que roto y no respira.

    Simmons tiene razón, yo le he matado.

    No.

    No, él no.

    Es una pesadilla. Es una pesadilla. Voy a despertar, sólo tengo que despertar. Mi garganta sigue ardiendo, no dejo de hablar, no dejo de llamarle, no dejo de disculparme, no dejo de llorar. No me doy cuenta, ni siquiera siento mi propio cuerpo o puedo oír mi voz, sólo recito, repito, ahogándome en el dolor más desgarrador que haya sentido nunca.

    Me ha seguido, me ha seguido una vez más, debía haberlo previsto, debí haberlo pensado, debí haber desconectado los datos móviles, debí haber dejado el móvil en casa, debí haberle engañado mejor, debí, debí.... Debí haber hecho muchas cosas. Pero él, él es inocente, él no ha hecho tanto daño, él no es el culpable. Soy yo.

    Simmons estaba enfadado conmigo, no con él.

    Jayden me siguió porque no me cuidé de ello lo suficiente, no pensé en esa aplicación de nuevo, ¿cómo esperarlo después de estas semanas calmadas? Ahora pago las consecuencias. Ahora él paga las consecuencias.

    Mi corazón se rompe un poco más.

    No tendría que haber sido él, no él.

    —Lo siento, lo siento, por favor, quédate conmigo, por favor. Te quiero. Lo siento. Te quiero, por favor. Jayden, lo siento. Por favor. Por favor —suplico.

    Apenas veo de tantas lágrimas, apenas oigo más que mis propios pensamientos y ellos sólo están llenos de súplicas.

    Ni siquiera me doy cuenta de cuando entra la policía, cuando las linternas nos señala, se dan un aviso y entran los sanitarios con una camilla. Apenas puedo rogar al verles, de mis labios sale un roto:

    —Ayudadle. Por favor, tenéis que ayudarle.

    —Tienes que apartarte —me dicen.

    No, no.

    Me apartan ellos, dos agentes a los que ni siquiera puedo mirar a la cara me sacan de ahí mientras veo cómo los sanitarios se quedan junto al cuerpo de Jayden. Ellos parecen tratarle por unos segundos y luego... hablan. Se paran a hablar. ¿Por qué no le están ayudando? ¿Por qué no hacen nada?

    —¡Ayudadle! —grito, exijo.

    Vuelven a pedir que me saquen y eso hacen. En cuanto me alejan de Jayden grito, pateo e incluso trato de morder al policía que me lleva consigo, finalmente tienen que sacarme entre tres y no sin antes haber caído al suelo e intentar llegar hasta el cuerpo de Jayden una vez más.

    —¡No puedo dejarle! ¿Por qué no le ayudan? ¡Tengo que ir con él! ¡Por favor! ¡Tienen que hacer algo! —esas son algunas de mis súplicas, pero nadie me hace caso y, al final, me empujan y tiran de mí hasta meterme en un coche policial.

    No lo entiendo en un primer momento, pero, cuando un agente vuelve al coche y lo arranca conmigo encerrada en los asientos detrás, me doy cuenta de dos cosas. Una, yo llamé por una ambulancia, no por la policía. Dos, Simmons ha dicho que la culpa era mía, que pagaría por ello.

    Simmons ya les ha pasado el mensaje.

    Simmons me ha acusado.

    Me llevan, me alejan de aquí tras mi pesadilla más pura, porque sé que sólo hay una razón por la que los sanitarios no han intentado seguir ayudando con tanta urgencia, porque sé que no me están alejando sólo para cuestionarme.

    Antes de que me acusen formalmente, lo siento, ese dolor tan profundo en el pecho que se siente peor que cualquier herida, esas ganas de gritar y volver unas horas atrás para poder tener todo de vuelta y hacerlo diferente.

    Se acaba.

    Jayden.

    Jayden.

    La conclusión no deja nada en mí por romper. Cada parte de mi ser ha sido destrozada esta noche, cada parte de mi mente ha sido apaleada y mi alma se ha quedado junto a Jayden porque ya no la siento. El policía cambia de emisora y, entre lágrimas y en shock, alguien está felicitando el año nuevo. Lo único en lo que puedo pensar yo mientras tanto es en esa certeza que me paraliza, pierde, y aturde:

    Simmons ha matado a Jayden.

    Y Simmons me ha acusado a mí de eso.

No voy a comentar del capítulo porque no me veo capaz, en su lugar sólo quiero explicar algo: Como autora, no controlo todo a mi antojo. Si me veis comentar sabréis que también me frustro por cosas que hacen, les veo actuar, dejo que se adapten a las cosas. No fuerzo nada. No hago nada por hacer y esta posibilidad existía desde que Jayden agregó a Danielle a la aplicación de "Amigos". Existía desde que Jayden empezó a seguirla, desde que ella le dijo que parara y él nunca lo hizo. Se intensificó cuando Jayden empezó a hacer guardias en casa de Danielle y, definitivamente, se intensificó desde que él habló de que la última vez que ella fue, él no quería quedarse en casa, que hubiera ido. Ambos lo sabían.

Con esto quiero decir que nada está puesto por poner, no hubiera metido esto de no haber estado preparado cuidadosamente y tener importancia para la trama. No hubiera metido esto de no haber estado trayéndonos hasta aquí desde el inicio, desde que metí esa aplicación. Os pido, una vez más, que confiéis en mí para esto.

Nos leemos este sábado.

Mañana, dejad una vela encendida por Jayden. Para que llegue al hospital. Para que tenga una posibilidad.

Mañana, dejad una vela encendida por Danielle. Para que ese infierno no se la trague. Para que esos cargos que le pueden caer no la maten.

Porque, ahora mismo, los dos están en el peor momento al que podrían llegar. Así que, mañana, encended una vela por ellos.

Un abrazo muy fuerte,

—Lana 🐾

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