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Capítulo 44 - Ockham

Perdón, ayer me distraje viendo una serie y se me pasó actualizar jeje

Canción en multimedia: You don't know [Katelyn Tarver]

Capítulo cuarenta y cuatro: Ockham

Sábado, 15 de diciembre.

    Danielle Ilsen:

Hay un golpeteo en mi casa, tan repetitivo, que me saca del sueño. Todavía puedo apreciar el suave olor a jazmín cuando despierto, adhiriéndose a mis sábanas y almohada en busca de regalarme esa calma que las pesadillas rompen cada noche. A veces, si tengo suerte, todavía puedo apreciar ese olor mientras duermo, relajándome lo suficiente como para dormir un par de horas en paz.

Más despejada, voy identificando cómo ese golpeteo se vuelve algo más fuerte. Está en el piso de abajo, lo oigo apagado mientras puedo situarlo mentalmente. Se mueve por las paredes, rebotando de un lado a otro con cada vez más fuerza. Junto a cada golpe, mi corazón se acelera un poco. El sonido se acerca, se intensifica y muere antes de llegar al piso de arriba, como si se retirara antes de volver a la carga.

El suelo del pasillo cruje y yo me reincorporo.

Mi puerta está abierta, y eso es lo primero que hace saltar mis alarmas. Hace días que empecé a cerrarla, cerrarla y trabarla con una pieza de madera bajo la puerta porque el pasillo siempre brilla con un rastro oscuro cuando lo miro. Veía, incluso en la más profunda oscuridad, los ojos vacíos de Brianna y su pelo rubio enmarañado mientras arrastraban su cuerpo fuera de la feria en la que tuvimos que reunirnos con Simmons. El pasillo me recuerda a Brianna, a su muerte, y a todo lo que eso envenenó mi mente. Tener la puerta abierta es sentir que la escena sigue en bucle y que, si dejo de mirar el tiempo suficiente, ellos me verán a mí.

Aparto las mantas con cuidado de no hacer ruido y mis ojos se clavan en el pasillo. Hay algo ahí que me llama. Me atrae como le atraería la luz a una polilla y, sin embargo, me aterra tanto que una parte de mí sólo quiere meterse bajo la cama y cerrar los ojos.

Sin embargo, mis pasos me llevan hacia el pasillo.

El golpeteo, que parecía haber cesado, regresa con más fuerza. Se une al crujir de las paredes, al arrastrar que oigo por el pasillo. Se repite. Más fuerte, más cercano.

Sin atreverme a salir, apoyo una mano en el marco de la puerta para asomarme. Las puertas del resto de habitaciones siguen cerradas, las luces todavía apagadas y todo en su lugar. Al menos hasta que saco un pie de la habitación y algo afilado se clava contra él. Me agacho para verlo mejor y doy con que la madera está cubierta con pequeñas piedras y lo que parecen ser restos de cristales. Junto a mi pie, una pequeña mancha de sangre.

Está seco cuando lo toco, como si fuera demasiado antiguo como para ser mío. Al seguir el rastro con la mirada, contengo la respiración. El color rojizo está pintando el suelo con tantas vueltas como si alguien lo hubiera creado en un macabro baile. La sangre ha creado patrones en las paredes, salpicándola con rabia.

Tanta sangre.

Los golpes de abajo, en uno de esos bucles que termina contra las escaleras, cambia esta vez. Se convierten en movimiento dentro de mi habitación, como si alguien estuviera moviéndose detrás de mí hasta sentir un empujón que me lleva directa al suelo. La puerta de mi cuarto se cierra con un portazo y estoy sola en el pasillo.

La sangre, antes seca, ahora humedece mis dedos. El rastro brilla con más intensidad en una dirección y, con el corazón en un puño, me pongo en pie y lo sigo hacia el cuarto de mis hermanos. El pomo de la puerta se siente caliente cuando lo toco y, sin poder dejar de temblar, abro la puerta con cuidado. Una luz azulada alumbra el cuarto, la lámpara de la mesilla de Arthur está dada, encendida como la mantenía cuando era más pequeño porque tenía miedo a la oscuridad. Su cuarto, al contrario que el pasillo, está limpio, limpio pero destrozado. Las cortinas están hechas tiras, las mantas por el suelo, el escritorio que los gemelos comparten tirado, las puertas del armario abiertas y la alfombra encogida en un rincón.

    —¿Arthur? —llamo—. Arthur, cielo, soy yo. ¿Dónde estás?

    Muevo todo lo que encuentro, buscándole incluso en el más pequeño recoveco.

    —¿Arthur?

    Tengo que llamar a la policía. Tengo que despertar a mis padres. Tengo que... Tengo que...

    —¿Dani?

    Mi nombre me hace girar. Veo a uno de mis hermanos en la puerta de la habitación, sólo que no es Arthur.

    —¿Tim? —La confusión me golpea, luego veo la sangre cubriendo su cuerpo y el horror en su mirada. Al moverme un poco para abrazarle, noto algo pegajoso en mi propio cuerpo y, cuando lo veo, no puedo aceptarlo. Mis manos están cubiertas de sangre. Al volver a mirar a mi hermano, él se ve aterrorizado. De mí. Tiene miedo de mí—. Tim, no voy a hacerte daño.

    Él da un paso atrás cuando intento acercarme y seguirle sólo hace que se vaya corriendo a otra habitación. Grita por ayuda cuando se encierra en la habiación de nuestros padres. Intento abrir la puerta, pero está trabajada. Dentro, Tim sigue gritando, rogando que alguien le ayude.

    —¡Tim, ábreme! ¡Tim, soy yo! ¡Tim!

    Golpeo la puerta hasta que no puedo más. Le llamo, ruego que me escuche, pero él no lo hace. Lo siguiente que sé es que el sonido repetitivo de antes ahora viene escaleras arriba y, cuando miro a través del pasillo, veo a mis padres. Papá tiene a Arthur entre sus brazos, bien sujeto. Ellos todavía están en pijama y me miran más blancos que el papel.

    —¿Mamá? —llamo.

    Mi padre aparta un poco a Arthur de mi vista.

    —¿Papá? —mi voz se corta.

    —¿Qué has hecho? —pregunta mi madre con voz severa.

    Ella me mira de arriba a abajo. Mi pijama está lleno de sangre y mi cuerpo sin heridas. Ahora, la navaja de Butcher descansa abierta en mi mano derecha. Antes de que pueda darles una respuesta, hay un grito más y la puerta del cuarto de mis padres está ahora abierta. Dentro, Tim está tirado en el suelo, con tanta sangre a su alrededor que lo de antes del pasillo no era nada en comparación. La navaja se siente caliente en mi mano, el filo decorado con la sangre de mi hermano.

    Quiero soltarla, pero parece estar pegada a mi mano.

    Luego escucho a mi madre gritar, lo siguiente que sé es que ella está en la habitación, arrodillada frente a Tim. Mi padre está con ella y, cuando alejan a Arthur y me miran, todo lo que veo es asco, traición y dolor.

    Yo he hecho esto.

    Yo he destrozado esta familia.

    Ni siquiera la más profunda oscuridad podría asustarme más que la persona que soy ahora. Grito. Asustada, horrorizada y destrozada, grito.

Luego abro los ojos. Me revuelvo entre las mantas y caigo con un golpe seco al suelo. Llorando, me encojo en una esquina. Sólo un sueño, sólo era un sueño. Pero saberlo no me tranquiliza porque el miedo sigue dentro de mí. Odio esto, odio que los sueños te atrapen de forma que no puedes saber que lo son y odio todavía más que ahora siempre empiecen conmigo en mi casa. ¿Cómo dudar cuando me despierto en mi cama? ¿Cómo hacerlo cuando eso hace que nunca sepa si he despertado en otro sueño o en la realidad? Por eso termino en el suelo, a veces para ver si puedo sentir algo y otras porque me despierto tan rápido por culpa del miedo que mi cuerpo no tiene tiempo de despertar conmigo. Sin apenas poder moverme, temo volver a caer en el sueño así que trato de caer, trato de sentir algo y darle tiempo a mi cuerpo de reaccionar mientras mi mente grita. Esa es la peor parte.

Encojo las piernas, froto las manos sobre mis rodillas y clavo la mirada en una puerta cerrada. La cerré, claro que la cerré, siempre lo hago.

    —Estás despierta. Tim está vivo. Arthur está bien. Mamá está bien. Papá está bien —me digo—. Estás despierta. Tim está vivo. Arthur está bien. Estás despierta.

    Golpean mi puerta.

    Lloro con más fuerza.

    —Tim está bien. Arthur está bien. Tim está bien.

    Golpean de nuevo mi puerta y me junto todo lo que puedo a la pared.

    —Estás despierta. Estás despierta.

    Estoy sola, sólo tengo que terminar de despejarme. Todos están bien. Sólo era un sueño, sólo eso. Estoy sola. Estoy despierta. Todos están bien.

    —Nielle, ¿todo bien?

    Aunque creo que escucho a Jayden, lo descarto nada más levanto la cabeza. No es real. No sería la primera vez que oigo cosas que no están ahí, esta es sólo una prueba más.

    —He oído un golpe, Nielle, ¿todo bien?

    Junto a esas palabras, más claras esta vez, golpea la puerta una vez más.

    ¿Es Jayden?

    Presiono los dedos contra mi sien tratando de recordar, de entender qué es real y qué no. Él... Jayden vino. Él me acompañó a casa, me dio una larga lección sobre seguridad y después yo me fui a dormir mientras él se quedaba viendo una película. Recuerdo que le llevé mantas al sofá, mantas y una almohada para que estuviera más cómodo que con esos cojines que hay en el salón.

    Todavía me tiemblan las manos, pero mi mente va despejándose al fin.

    —¿Danielle?

    Aunque abro la boca, no consigo hablar, no en alto al menos. Necesito unos segundos más antes de conseguir poner voz a mis pensamientos.

    —Todo bien —miento.

    —¿Puedes abrir?

    Ahora no puedo ni levantarme. Mi cuerpo pesa, mi corazón sigue acelerado y apenas consigo respirar así que no, no puedo ponerme en pie y abrir la puerta, sobre todo porque la pesadilla está demasiado reciente y abrir la puerta del pasillo no me causa tranquilidad. Sé que no ha sido mi peor pesadilla ni la que más tiempo me ha tenido en tensión o en pánico, pero la idea de perder a mi hermano o de dañarles es ese hecho repetitivo que me golpea todas las veces. Nunca salgo bien después de esos sueños.

    —¿Nielle? —insite Jayden con suavidad.

    —Un minuto.

    Me apoyo en la cama para ponerme en pie porque mis piernas amenazan con fallar. Como las últimas veces, mi cuerpo está demasiado inestable al despertar. Últimamente la única forma en la que despierto es bruscamente, el terror me retiene en pesadillas hasta que decide que ha tenido suficiente y, cuando me suelta, me doy de bruces con la realidad aunque mi cuerpo no esté preparado para aceptarla. Muchas veces se siente como si mi mente despertar antes que mi cuerpo, gritando. Luego necesito tiempo. Tiempo para poder moverme, tiempo para recordar lo que es real, y eso tarda.

    Antes de quitar el trozo de madera que mantiene mi puerta trabada, hablo.

    —¿Sigues ahí? —pregunto.

    Hay ruido al otro lado, como si estuviera poniéndose en pie.

    —¿Podrías esperar y abrir la puerta lentamente? —pido.

    —Claro.

    Doy la luz, tomo aire y quito el trozo de madera. Seguido, voy hacia atrás para conseguir algo de distancia de seguridad. Como he pedido, la puerta se abre lentamente y, cuando Jayden se asoma al otro lado, tan claro que sé que es real, por fin consigo relajarme un poco.

    Estoy despierta y él sí que está aquí.

    —¿Está bien si paso? —pregunta con cautela.

    Me siento al borde de mi cama y él toma el gesto como una señal afirmativa porque da un paso dentro. Espera unos segundos en busca de confirmación antes de dar otro. Siento que lo único que yo hago mientras tanto es mirarle como un gato curioso.

    Aunque cierra la puerta detrás de él, bajo la mirada al trozo de madera y él lo entiende porque, tras seguir mi mirada, lo agarra, espera a que le dé alguna otra señal y termina entendiendo para qué lo uso. Lo mete bajo la puerta, empuja con su pie y se agacha para comprobar que esté bien trabado y demostrármelo a mí.

    Veo cómo busca algo por mi habitación antes de tirar de la silla de mi escritorio, darle la vuelta y ponerla frente a mi cama. Se sienta ahí, con los brazos apoyados sobre el respaldo. Como con cada paso que ha dado, espera en silencio, quizás espera a que yo diga algo o puede que sólo esté siendo cuidadoso por si un movimiento brusco pudiera asustarme. Probablemente pasaría. Mi corazón ni siquiera se ha asentado todavía y me doy cuenta de que he subido las piernas al colchón porque no soy capaz ni de tocar el suelo.

    —¿Vas a contármelo? —pregunta.

    Niego.

Jayden extiende un brazo y cuando veo que se acerca a mi rostro me echo hacia atrás tan bruscamente que es imposible mentir sobre ello. Jayden aparta la mano al momento, pero las dudas también se hacen presentes. Froto el pantalón de mi pijama para acallar los nervios. Ni siquiera soy capaz de mirar a Jayden a los ojos ahora mismo.

    —Por favor, no me toques —pido—. No es buena idea.

    —¿He hecho algo que...

    —No, pero me cuesta un tiempo estar bien después de tener alguna pesadilla y eso no ayuda.

    Jayden asiente, aunque no sé si llega a comprenderlo.

    —¿Quieres hablar de eso? —pregunta—. De la pesadilla.

    —No realmente.

    Los nervios me hacen romper una sonrisa y las ganas de llorar vuelven. Aparto la mirada para no hacerlo. Cuando consigo sentir que estoy estable de nuevo, le miro al fin.

    —Suele ser siempre lo mismo —digo—. Mezcla a mis hermanos muertos con mis padres odiándome, esta casa, a Simmons, sangre y tendrás el noventa por ciento de mis pesadillas. —Aparto la mirada de nuevo porque no soy capaz de afrontar la mirada de nadie sobre lo que voy a añadir—. La mayoría de las veces ellos mueren por mi culpa, eso es lo que más odio.

    —Bueno, ya sabes lo que dicen, lo bueno de los sueños es que no son reales.

    Su intento de animar es horrible y yo me devuelvo a la racionalidad a tiempo. Estoy cansada, temblando y en mi momento más vulnerable del día. El problema de que alguien me vea así es que ahora mismo contaría todo a quien hiciera falta en busca del más mínimo alivio, y la confianza previa con Jayden no ayuda para callarme.

    —¿Por qué nosotros?

    La impotencia es clara en mi voz y puedo ver por su reacción que Jayden tiene la misma frustración con esa pregunta. Si hay algo que pudiera saber, quisiera que fuera eso. Porque trato de ignorarlo, pero al mismo tiempo siempre siento que tengo la respuesta al alcance de mis dedos y que la pierdo cada vez.

    Quiero saber por qué nosotros para poder tener algo que lo explique. Todavía espero que nos hayan elegido porque, de alguna forma, merecemos esto, porque hicimos algo tan horrible que nos merecemos el castigo porque, si no, ¿qué esperanza queda en el mundo?

    No saberlo se está convirtiendo en esa duda molesta que no me deja descansar. Es ese asunto pendiente que me quedaría y, con cómo veo las cosas ahora, es algo que tendré que resolver pronto. Llevo tiempo con un mal presentimiento que me va consumiendo cada día más. El problema es que últimamente no es sólo un presentimiento, ahora siento que me estoy quedando sin tiempo. Veo mis pequeños fallos, mi forma de cumplir con el tiempo justo y cómo cada vez me cuesta más. Pronto fallaré. Pronto no volveré. No volveré porque, como la hermana de Brianna, no podría vivir sabiendo que le fallé a mi hermano. Lo vi, lo vi ayer mientras buscaba, de nuevo, el nombre de Brianna en Internet con su descripción o la palabra "desaparición". Ayer lo encontré, Brianna era de una ciudad vecina. Más o menos. Está a tres horas de aquí. Brianna desapareció en septiembre y, hace cinco días, encontraron su cuerpo sin vida. Encontré su esquela en el periódico digital de su ciudad y, dos días después, encontré la de su hermana. Ponía poco, sólo hablaba de un accidente, pero yo sabía que mentían. Su hermana, la chica que le escupió a Simmons, no murió en un accidente, tampoco la mataron ellos, no, ellos la dejaron con sus demonios y ella no pudo perdonárselo. Estoy segura de que se suicidó.

    No puedo culparla. La entiendo. Ese es el problema.

    Cada vez me siento más identificada con eso. Veo mis deslices y la certeza de que pronto fallaré y sé que, si lo hago, si por mi culpa le hacen algo a Tim, yo no voy a salir de esa porque no tendré fuerzas. Mi cabeza me ataca dormida y despierta, mis recuerdos me ahogan y la culpa es tan intensa que hace que ni siquiera sea capaz de mirarme al espejo o reconocerme en él. Sin Tim, lo pararía antes de que pudieran usar a Arthur para dañarme. Sería quitarme del medio a tiempo. Sería irme antes de que nadie más lo supiera, antes de que nadie más me odiara, antes de que llegaran a Arthur. Sin Tim, no podría seguir.

    Ahora quiero saber el porqué para que, cuando llegue el día, esa duda no sea mi asunto pendiente. Quiero entenderlo, quiero entender por qué he merecido esta tortura.

    —¿Por qué nosotros? —insisto.

    —Créeme, llevo demasiado tiempo haciéndome la misma pregunta.

    —¿Crees que es un castigo?

    —¿Castigo?

    —Sí. —Tiro un poco del edredón—. Quizás hicimos algo tan imperdonable que ahora tenemos que pagar por ello. Puede que...

    —No creo en el karma —interrumpe.

    No era del karma de lo que yo estaba hablando, pero si esa es su primera reacción, dudo que entienda lo que realmente tengo en la cabeza. Cansado, Jayden me da una media sonrisa en busca de animarme.

    —¿Por qué no intentas dormir un poco? —pregunta.

    —No me gusta dormir.

    —Inténtalo. —Ante mi silencio, me da algo más—. Hagamos un trato, si tú intentas dormir, yo te cuento cómo creo que nos eligieron.

    —¿Qué?

    —Tengo mis hipótesis —dice.

    ¿Quiero conocer esas hipótesis? Definitivamente.

    Asiento, me levanto de la cama para alcanzar mi colonia de jazmín y echarle otra capa a mi cama y me meto entre las mantas. Jayden acerca más la silla. Cuando habla, sus palabras son lentas, casi como si estuviera alargando la explicación para hacer tiempo. Su forma de hablar, tan suavizada, tambien me advierte de sus intenciones. Me lo cuenta, pero está tratando de que me quede dormida al mismo tiempo.

—Supongo que recordarás que, desde que me dijiste que querías un año tranquilo, estuve molestando un poco. Quería hacerte reaccionar así que fui haciendo lo primero que se me ocurría. Destrocé el candado de tu taquilla para envolver todos tus libros y lo que tuvieras ahí en papel de regalo el día de tu cumpleaños, lo que fue algo aburrido, eran principios de septiembre y apenas tenías cosas dentro. Deberías decorarla un poco. —Su voz es suave y su presencia tan cálida que termino por cerrar los ojos—. Tampoco hacías caso de las redes así que, durante la excursión al Zoo, llené tu mochila de todo lo que cabía de la tienda de recuerdos sin que te dieras cuenta. La idea me la dio tu hermano cuando intentó lo mismo. Tim quiso meter un llavero en tu mochila y yo se lo quité, le paré, pero esa idea era demasiado buena para desperdiciarla así que lo hice yo.

    Mientras termina de decirlo, oigo cómo la silla se mueve un poco, luego un paso y, después, siento que la cama se hunde un poco al sentarse en el borde.

    —Claro que tuve que buscarte el lunes para ver tu reacción. Te vi en la biblioteca y pensé: "Está haciendo algo". Estaba seguro de que había ganado, pero entonces me dijiste todas esas cosas incoherentes y lo que pensé fue: "Loca histérica."

    Lo exagera en busca de darle humor a la situación y no puedo contener una media sonrisa.

    —En su momento no lo uní, pero semanas después me volvió a la cabeza. Tú dijiste que había metido un virus en tu ordenador y me lanzaste un pendrive que no había visto en mi vida, pero, ya que me diste con él en la cabeza, obviamente me lo llevé. Quizás tenías secretos oscuros ahí o, si no, pendrive gratis. Pasó algo raro con mi ordenador después y estaba seguro de que habías sido tú, que todo había sido un numerito tuyo donde fingías lo mismo para que me causara intriga y después cayera yo. Pensé que habías vuelto al juego y, no sé, luego lo olvidé cuando empezó todo. Creí que eras tú moviendo ficha, no lo uní hasta que me puse a pensar. —Para unos segundos más—. Me dije: "Oye, quizás esa loca histérica no estaba actuando."

    —Deja de llamarme "loca histérica" —murmuro.

    —Creo que fue eso —dice—. Creo que sí había algo dentro y que al ponerlo en nuestros ordenadores y conectarnos a una red, lo sacaron todo. Por eso tienen información, por eso recibí datos tan específicos sobre la situación de mi familia, porque lo sacaron de mi red. Llevo semanas preguntando a mi padre poco a poco para que no sospeche, y puede hacerse, pueden meterse en una red wifi y sacarlo todo, contraseñas, cada página que hayas visitado. Todo. Por eso tienen tanto de nosotros.

    Al borde de quedarme dormida, eso me despeja suficiente como para hablar.

    —Ahora mismo no sabría decir si tiene sentido o no.

    —Creo que lo tiene —dice.   

    —Por un pendrive —murmuro.

    ¿Cómo algo tan pequeño puede causar tanto daño?

    —Por un pendrive —repite—. Y quien quiera que te lo diera.

    —¿Lo has tirado?

    Tras un par de segundos, dice:

    —Sí.

    Estoy demasiado cansada para pararme más a pensar en ello.

    —Estaba en mi mochila —digo—. No sé cómo llegó hasta ahí.

    —Lo esperaba, pero a tanto ya no llego —termina—. Además, no creo que fuera un accidente. Los buscas, el cuidado de no ser rastreados, que nos controlen como lo hacen... No pueden ser tan cuidadosos y luego encontrar a las personas lanzando un pendrive y viendo en el ordenador de quién pueden entrar. Es decir, ¿lanzar un virus hasta que den con una persona que encaja en lo que ellos quieren?

    —¿No tiene sentido? —consigo preguntar.

    —Ojalá lo tuviera —responde.

    Estoy demasiado cansada para pensar.

    —¿Me haces un favor?

    —Prueba. —Con su respuesta me doy cuenta de que he preguntado algo. ¿Qué quería preguntarle? Sé que era importante, que lo era por un momento. Ah, sí, lo recuerdo.

    —¿Podrías darme la mano hasta que me duerma?

    Sin dar una respuesta verbal, alcanza mi mano. Acomodo la cabeza sobre la almohada una vez más mientras él envuelve su mano entre las mías.

    —¿Y si sí fue así? ¿Y si lanzan cientos de estos, se meten en sus datos y luego miran quién encaja con lo que quieren conseguir? —pregunto.

    Jayden aprieta un poco mi mano.

    —Puede ser, pero suena algo simple.

    —Ya sabes lo que dicen sobre cómo la explicación más simple es la correcta.

    —La navaja de Ockham —identifica—. ¿También tienes clase de económicas?

    —Introducción al marketing —corrijo.

    Puede que sea sólo eso, que fuera una accidente. Que lancen, prueben y seleccionen. ¿No ha dicho Jayden que pueden sacar toda la información? Puede que nunca fuera nuestra culpa, puede que nunca pusieran una diana en nuestra espalda, puede que sólo fuera un mal juego del destino.

    —La navaja de Ockham —repite, planteándoselo—. Quizás.

    Sí, quizás.

    Quizás sea sólo eso.

    Una coincidencia.

    Una mala jugada del destino.

    Y, de ser así, lo único que encuentro de vuelta es vacío porque eso no me hace sentir mejor, eso sólo me hace sentir horrorizada. Duele que no haya explicación porque, en la vida, supongo que siempre queremos una, siempre queremos una causa, algo que nos aclare por qué nos pasa lo que nos pasa. Dejárselo al destino es tirar todo fuera.

    Ni siquiera Simmons podría haber metido el dedo en la herida haciendo más daño que el que esta idea me ha creado.

    Sólo estuve en un mal lugar con un mal perfil en un mal momento.

    Sólo eso.

#LíneaParaAnalizarLaPesadillaDeDanielleALoS.Freud

Jayden dándole la mano para dormir a Danielle...

Pd-Si podéis, echadle un ojo a la canción, es la versión subtitulada y es 100% Danielle. [Estoy intentando hacer un edit con ello, si todo va bien os lo subiré a Instagram en un par de semanas]

Nuestros niños no son muy de investigar, pero, ¿es hora de que le digamos a Jayden de que se está acercando? Porque ese niño es listo.

Danielle está demasiado cansada.

Demasiado rota.

Y lo de Brianna (la niña) y el suicido de la hermana mayor es ya mucho para ella. Así que, por el bien de todos, esperemos que Tim salga con vida. Porque no sé qué haremos si no es así.

(Ahora que he dejado esa duda y dolor me puedo ir en paz)

Un abrazo y nos leemos el próximo sábado ❤️

—Lana 🐾

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