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Capítulo 34 - Límite

Canción en multimedia: Graveyard [Halsey]

Capítulo treinta y cuatro: Límite

 Jueves, 28 de noviembre

Danielle Ilsen:

—¿Queréis un café? —pregunto.

El salón de mi casa se ha llenado de personas esta mañana. Hay tres agentes de policía haciendo preguntas, incluyendo el padre de Jayden quien, cuidadosamente, mide cada palabra antes de preguntar. Están, también, la hermana de mamá, la tía Enriqueta, y su marido, Eugene.

Nuestros padres se han tomado el día libre, pero papá ha llevado a Arthur a clases hoy, creo que sólo quiere que él se distraiga y no entienda lo que está pasando, que no se asuste. Yo he preferido quedarme también porque, aunque haya poco que pueda hacer, ir a clases no es algo que sienta que pueda ayudarme. Así que me quedo cerca mientras hablan y ofrezco aperitivos. Trato de calmar los nervios, supongo.

En su mayoría hay negativas hacia mi pregunta, salvo por el tío Eugene, que acepta un café y mamá, que me pide que le prepare otro té. Es el quinto de esta mañana. El último lo ha acompañado con un par de valerianas.

Les preparo la bebida mientras escucho, desde la cocina, cómo les piden todos los detalles que puedan recordar. Incluyendo cómo iba vestido Tim, su altura, su peso, su color de ojos, si había pasado más veces... Es mamá la que responde a la mayoría de preguntas, clara y concisa, ella también acepta el té con una sonrisa cuando se lo ofrezco. El tío Eugene hace lo mismo con su café antes de hacerme un hueco a su lado, al borde del sofá. Somos las únicas personas, además de papá, que están sentadas. Papá está en una de las sillas de la mesa grande del salón, mirando la conversación con incomodidad. Él era el que estaba aquí cuando pasó, más cerca de la puerta, y no oyó nada. Es eso lo que nos lleva a pensar que Tim se fue por su cuenta, que, con o rebelde que es, si alguien hubiera tratado de ponerle una mano encima, él hubiera pateado y gritado. Le hubieran escuchado hasta los vecinos más lejanos, y papá el primero.

El tío Eugene, con quien tampoco se podría decir que haya tenido mucho contacto a lo largo de los años, trata de decirme algo en voz baja, primero estoy demasiado distraída, pero, a la segunda, lo escucho.

—¿Por qué no vas a descansar? —me propone.

Y entiendo que, a sus ojos, soy todavía una niña, una para quien esta conversación no es lugar. Empiezo a preguntarme si lo es. Me pongo en pie y vuelvo a la cocina para darles espacio, desde ahí puedo oír bastante bien y, la verdad, es que creo que sí será más cómodo para mis padres hablar sin mí ahí.

Me quedo sentada un rato, más bien otra hora más en la que trasteo con la comida. Me preparo un par de tostadas que dejo en la encimera cuando me desaparecen las ganas de comer. Me preparo un sandwich de nutella que, también, dejo nada más termino de preparar. Ni siquiera creo tener hambre realmente, sólo necesito hacer algo, no estar quieta. Asi sigo hasta que escucho despedidas y hay pasos acercándose a la cocina. La tía Enriqueta viene a dejar las tazas y vuelve a irse pronto, con eso me acerco a la entrada para despedirme también.

—Vamos a ir con ellos a rellenar unos papeles, ¿te quedas aquí con tu padre? —me pregunta mamá.

—Claro.

Ella me da un corto abrazo y sale de casa, con su hermana, el tío Eugene y dos de los policías pisándole los talones. El que queda, el padre de Jayden, Jonathan Bremen, es reconocible para mí. ¿Cuántas veces ha traído a Lily o la ha venido a recoger?

Claro que antes sólo sabía su nombre: Jonathan, y nada más. Aun así, se queda un momento más para decirle a mi padre que harán todo lo que esté en su mano por encontrar a Tim. Esa frase, tan apropiada, tan típica, me hace sentir náuseas. Ha salido de sus labios como si la hubiera estado practicando, porque debe de haberlo hecho. Da por hecho que Tim es uno de los tantos desaparecidos. Odio que lo vea así.

Quiero decirle que no lo es, que no es posible, que yo lo sabría si él lo fuera, pero no puedo hacerlo. Aun así lo sé, porque, si le tuvieran, me hubieran dicho algo.

Me hubieran dicho algo.

—Danielle —me llama al terminar de hablar con papá, levanto la mirada hacia él, dolida por la connotación de su comentario—, si necesitas lo que sea, tienes las puertas de nuestra casa abiertas.

Junto las manos detrás de mí, incómoda. No es que sea como el padre de Charlie o la madre de Rob, ellos me conocen más, con ellos tengo confianza, pero Jonathan sólo me conoce por ser la hermana de los amigos de Lily así que, esa frase, la siento realmente inapropiada.

—Oh, y Jayden me ha pedido que te dé recuerdos —añade.

Vale, así que sabe que nos conocemos. Eso me tranquiliza un poco y le da normalidad a la situación. Es por él, no por Lily. Siento que mi cabeza es un lío últimamente y tengo miedo de volver a pensar con claridad. Quizás no sea necesario hacerlo, quizás pueda seguir entre los muros que yo misma he construído.

—Gracias —consigo forzarme a decir.

Él nos da un asentimiento a modo de despedida y se va con el resto, cerrando la puerta detrás de él. Mis ojos se clavan en la puerta, ahí lo sé. Cuando no soy capaz de mirar a mi padre, lo entiendo. Sé que se siente culpable por no haber oído nada, por no haber visto nada, y no soy capaz de lidiar con eso cuando, en el fondo, siento lo mismo. Porque yo soy su hermana mayor. Porque yo me negué a hacer de árbitro, porque yo podía haber estado con ellos.

Pero no lo estuve y, ahora, si le pasa algo, jamás podré perdonármelo.

Sin mirar a papá, vuelvo a mi habitación.

(...)

Rob y Charlie me llaman a la hora del almuerzo. Les veo compartir auriculares mientras tratan de salir ambos en la pantalla. Charlie me mira con más que preocupación, Rob, en cambio, trata de aliviar la tensión con rápidas bromas y marcadas sonrisas.

—Estará de nuevo con algún amigo, ya verás —dice Rob.

—O esperando en la entrada del parque de atracciones —murmuro—. Quizás ha vuelto al zoo y todo, al fin y al cabo ya sabe cómo llegar.

—Estará ahí sacándose selfies con todos los animales —sigue él.

Charlie le mira, con el ceño fruncido antes de, con lástima clara en su mirada, apoyar la mano en el hombro de Rob para acomodarse a su lado y mirar a la pantalla. Ella no tiene palabras.

—Seguro que le echan pronto por eso —bromeo—. Le doy cinco horas hasta que algún agente de policía le traiga a casa porque le han encontrado haciendo alguna tontería.

—¿Cinco? —pregunta Rob—. Yo le doy dos.

Charlie se aparta un poco de la cámara y puedo jurar que la he visto a punto de llorar un segundo antes. Rob trata de disimular el gesto, pero se da cuenta y una triste sonrisa cruza sus labios antes de volverse hacia mí, con ambos auriculares esta vez.

—Va a volver pronto —me promete.

—Claro que va a hacerlo, sabe que esta noche mamá va a preparar su famoso asado, ni con la peor de las pataletas se perdería eso.

—Verdad. —Su sonrisa vacila esta vez.

Le cuesta fingir, también a mí, Charlie ni siquiera es capaz. Así que me apresuro a despedirme antes de terminar llorando, porque no quiero que me compadezcan, no quiero romperme. Mi hermano está bien, sólo que en otro lugar. Él está bien. Él siempre está bien. Es Tim, ¿cómo no va a estarlo?

—Os veré pronto, ¿vale? —Les lanzo un beso con la mano—. ¿Le das también a Charlie las gracias por llamarme de mi parte? —pido.

Rob asiente.

—Si necesitas algo, lo que sea, dinos, Charlie no es demasiado rápida, pero a mí me tienes en tu puerta en siete minutos, ¿vale?

—Oh, ¿correrías por mí? —bromeo, sabiendo que, aunque Rob ama el deporte, no lleva nada bien correr. Él puede pasarse fácilmente dos horas en el gimnasio, en máquina tras máquina, pero, a la hora de ver la cinta, se echa hacia atrás. Con suerte anda en ella, correr es algo inimaginable para él.

—Iría en sprint.

Esa y otras formas de demostrar que tiene un gran corazón.

Le dedico la más pura de mis sonrisas, una llena de un agradecimiento real, porque lo sé, sé que él realmente lo haría. Sólo que, ahora, no quiero que estén aquí, no en persona. Quiero que el susto pase, quiero que Tim vuelva, y quiero echarle la mayor bronca de su vida por haber hecho tal estupidez.

—Adiós, Rob, y gracias por llamar.

—No las des.

Me sonríe una última vez antes de colgar, dejándome ver, sin poder evitarlo, cómo la máscara que ha puesto para que yo no me rompa, se ha ido resquebrajando en los últimos instantes. Bloqueo el móvil y lo dejo boca abajo sobre la mesa. Si todo sigue así, mañana la noticia estará en la prensa, la única razón por la que no está todavía, la única por la que no hay carteles con el rostro de mi hermano por todas partes, es porque todavía cabe la esperanza de que vaya a volver, porque lo ha hecho más veces y todavía está la duda, pero, mañana no. Mañana se extendería. Mañana se cumplirían más de veinticuatro horas y Tim nunca se ha ido tanto tiempo, la vez que más tiempo estuvo desaparecido, fueron las once horas cuando se fue, sin avisar, a dormir a casa de un amigo suyo.

Creo que lo sabemos, muy en el fondo, que esto no es propio de él, pero cuesta creerlo, cuesta aceptarlo, sobre todo para mí porque, si lo he hecho todo bien, ¿sería posible?

No tiene sentido. No lo tiene.

Aun así, termina el día y Tim no ha vuelto.

(...)

El jueves me levanto tarde. Me dejan dormir, porque no abro los ojos hasta la una de la tarde. Extrañamente, no sueño con nada. Me fui a dormir a las tres de la mañana para quedarme con mis padres mientras ellos seguían atentos al teléfono en busca de cualquier mensaje o llamada de amigos o de los cuerpos de seguridad. Ojalá pudiera decir que esperamos también un mensaje de Tim, pero su móvil está en casa, en su habitación, justo dentro de su mochila de clases como lo dejó cuando llegaron de clase el martes.

Martes.

No puedo creer que hayan pasado dos días, no consigo procesarlo, quizás para protegerme o puede que porque la idea suene tan absurda en mi cabeza que no termina de penetrar en mi mente. Es Tim. Él va a aparecer cuando menos me lo espere, gritando por los pasillos que "El hijo pródigo ha vuelto" o algo así. El problema es que no lo hace todavía. Mis esperanzas mueren un poco más cada día.

Hoy Arthur también ha ido a clases y me siento al por él, he pedido que se quede en casa, que, siendo hoy cuando la noticia va a terminar de hacer eco en el barrio por los periódicos y canales de televisión locales, se quede aquí para evitar las miradas y preguntas. Papá no ha dejado de decirle que podía quedarse, pero Arthur no ha querido, él no paraba de decir que quería ir a clase, que tenía que ir.

Todavía no ha soltado ni una lágrima, todavía le veo estudiar y hacer los deberes en cuanto llega a casa, evitar mirar el asiento vacío de la cocina cuando comemos. No estoy segura de si lo está llevando demasiado bien o si, al contrario, ni siquiera ha sido capaz de procesarlo. Parece esconderse en la rutina para no pensar en ello. Probablemente lo haga. Así que terminan por llevarle a clase, le llevan aunque yo me acerque a él antes de salir y le trate de explicar lo que va a pasar hoy y por qué es mejor que se quede. Tengo miedo de que le acribillen con preguntas, de que le atormenten.

El problema es que Arthur no me escucha y se va a clase igualmente.

Durante el resto del día acompaño a mamá a comisaría para preguntar si han conseguido algo de información y, después, ayudo a papá a preparar la cena porque nuestra madre quiere todo menos preparar su asado.

Después de cenar estoy dando vueltas por mi habitación cuando me suena la alarma del móvil. Por un momento pienso que me he equivocado de hora, pero después veo el título que le di:

"Reunión en 1 hora."

Es jueves.

Era hoy.

Me había olvidado por completo.

Cambio mi pijama por unos pantalones negros ceñidos, deportivas y una sudadera larga y holgada oscura. Por encima, añado otro abrigo. Me siento como una cebolla cada vez que tengo una reunión, con capas en busca de cubrir cualquier rastro que diga que mi cuerpo es, bueno, femenino. Bastante insegura me siento ya como para tener que añadir ese miedo.

Me recojo el pelo y agarro las llaves de mi coche y el móvil.

—Voy a dar una vuelta con el coche por si veo algo —aviso, miento más bien. Papá parece a punto de decirme algo, pero finalmente decide callar. Sabe que eso no sería algo útil, pero debe de entender también que no es fácil quedarse de brazos cruzados, lo sé porque él es el primero que se pasa el día fuera de casa tratando de encontrar a Tim. Me creen y me dejan ir.

Una vez en el coche, conecto el móvil, hago tres intentos para meter la llave y salgo a la carretera. Pongo el GPS en el móvil para que me guíe porque, la verdad, es que usar el del coche dejaría grabada la búsqueda y, lo que menos quiero, es tener que dar explicaciones.

Está bien.

Pero, si tan segura estoy de que Tim está bien, que no está con ellos, ¿por qué estoy tan nerviosa? Justamente porque en menos de una hora sabré si estoy en lo cierto. No sé qué haré si no lo estoy, aunque, la verdad, es que ya no sé qué es peor. ¿Es peor que le tengan y yo tenga la oportunidad de conseguir que vuelva siguiendo indicaciones? ¿O es peor no saber dónde está? No lo sé. Acelero, directa al antiguo parque de atracciones, abandonado hace más de cuarenta años, que hay pasando la próxima ciudad.

Lo he buscado en google para comprobar las coordenadas que recibí, era un parque pequeño que, al no tener mucho éxito, no tardó en cerrar. Por las fotos, hace tiempo que se lo comió la vegetación, al menos, en su mayoría. Ni quiero preguntar, sólo quiero llegar. Sólo quiero saber.

Mis manos se cierran con fuerza sobre el volante.

Pongo las luces largas al salir de la ciudad, tratando de ver algo entre tanta oscuridad y curvas mientras pienso. Me he olvidado de más que de tener una misión hoy. Maldiciendo por lo bajo, y con el móvil conectado al coche, aprovecho estar en una zona que sé cómo recorrer para dejar el GPS a un lado y llamar a Jayden con el manos libres.

Esta vez, contesta al de un par de toques.

—Tengo algo que hacer hoy, ¿podrías estar atento dentro de hora y media y llamar a alguien si no has tenido respuesta dentro de dos? —pido con rapidez, ya se me está convirtiendo en una costumbre.

Se queda en silencio.

—¿Por favor y gracias? —presiono.

Pero Jayden sigue sin contestar, sólo necesito que acepte, sólo eso y podré ir tranquila.

—Jayden —llamo—, ¿podrías sólo decirme "vale"?

—¿Y si no lo hago? —dice al fin.

—¿Cómo que si no lo haces?

Vuelve a quedarse en silencio.

—Jayden —llamo de nuevo, demasiado agobiada como para tenerle paciencia. Sólo que él no termina de pronunciar más palabras, o eso o no le doy tiempo a hacerlo, no estoy segura—. ¿Sabes qué? Da igual, olvídalo.

Cuelgo la llamada, en tensión.

¿"Y si no lo hago"? ¿Qué bicho le ha picado? Sea como sea, no puedo permitirme perder el tiempo, no hoy, no con todo lo que está pasando. Sé que hoy va a pasar algo importante, puedo sentirlo en lo más profundo de mi ser, porque actúan diferente, algo ha cambiado y, aunque dudo que sea para bien, necesito saber. Y una parte de mí necesita confirmar que no tengan a Tim, no creo que lo hagan, no tendría sentido, es sólo que... No lo sé. No quiero pensar. No quiero... nada.

Tomo aire, conteniendo las ganas de llorar. ¿Cuántas veces habré dicho ya que no puedo más? ¿Cuántas habré sentido que tocaba fondo? Porque ahora, de nuevo, sólo quiero irme, quiero seguir por la carretera, saltarme el punto de encuentro y seguir. Quiero tirar mi móvil, olvidar a mi familia, a mis amigos y desaparecer. Quiero estar tranquila. Lejos de aquí. Quiero meterme en el primer motel que encuentre, usar el dinero que tengo encima en la habitación más cutre, cerrar la puerta y saber que estoy sola al fin. Desaparecer. Desaparecer por completo.

No he tocado fondo, no, yo llevo tiempo rozando el suelo, golpeándome contra él porque no puedo caer más. No quiero estar así, no soy capaz, no soy fuerte, no sé qué hacer, qué pensar, qué decir, cómo actuar. No sé qué pasos me ayudarán y cuáles terminarán conmigo, sólo sé que, si paro, no podré volver a seguir. Si me paro a pensar por un sólo minuto, será demasiado tarde para volver a casa, porque ya habré puesto distancia entre el mundo y yo.

Estoy a medio camino cuando Jayden me llama, se ha tomado su tiempo y, sinceramente, no sé por qué le contesto. Lo que menos necesito es que alguien me saque de la burbuja en la que me he metido, porque puedo cumplir siempre que mecanice cada movimiento, sacarme de ahí es hacerme ver el peligro y, ¿quién en su sano juicio corre hacia el peligro? No lo haría, no puedo perder la concentración ni dejar que él la resquebraje.

Pero contesto.

Siempre contesto.

Puede que porque busque una distracción, o puede que porque, realmente, lo único que quiero es que alguien me saque de mi ensoñación y pueda huir. Siempre elegiría huir.

—¿Llamas para volver a hacerme la ley del hielo? —pregunto.

No hay temblor en mi voz, no me delata tanto como mis manos ni los pies. Apenas puedo sacar el coche sin que se cale cada vez que freno, mi pie no deja de temblar, y, si no apretara el volante con fuerza, a saber dónde acabaría. Es horrible, sobre todo cuando tengo que cambiar de marcha.

—No vayas —suelta.

—¿Adónde?

—¿Dónde crees? Danielle, ¿de verdad crees que es una buena idea reunirte con ellos? ¿Después de lo que ha pasado? —Hay ruido en la línea, ruido de un motor, y no es ya sólo mi coche.

—No ha cambiado nada.

—Puede que ellos tengan a tu hermano, ha cambiado mucho —puntúa, haciendo que mi piel arda de pura rabia, de impotencia, de miedo.

—Eso no lo sabes.

Las curvas de la carretera son cada vez más cerradas y, aunque pongo las luces largas en busca de poder ver algo en la profunda oscuridad, no consigo hacerlo. Al menos no parece que haya más coches, así no les cegaré mientras trato de que mi coche no caiga a la cuneta.

—Tampoco tú. Dime, ¿qué harías si le tuvieran? —pregunta.

—No lo sé —confieso. ¿Qué haría? Ni siquiera soy capaz de imaginar la situación.

—¿No te cabrearías? ¿No les insultarías o tratarías de pegar? Porque yo lo haría, y eso sienta bien a corto plazo, pero, ¿y después? ¿Y lo que harían después?

—Apunto no pegarles entonces, gracias por el dato. Jayden, no quiero seguir hablando, ¿vale?

Quiero conducir, en silencio, y no pensar en lo que él acaba de decir, la idea de que le tengan sigue carcomiéndome lentamente.

—¡No! Danielle quieres... Joder, ¿pero quieres escucharme? No vayas —insiste entredientes, frustrado.

Trato de darle una respuesta lógica, de entender mejor cómo ha hilado los datos en su cabeza, ahí escucho el claxon. Oh, su pu...

El coche, que aparece detrás de una de tantas curvas cerradas, no llevaba las luces largas y no he visto señal de él hasta que casi se me ha cruzado. No sé si toca el claxon porque me va a dar o porque acabo de cegarle con las largas nada más ha aparecido. ¡Las habría quitado de haber sabido que estaba! Está oscuro y es tarde, ¿a quién se le ocurre tomar así las curvas? Tengo que pegarme todo lo que puedo al borde, más bruscamente de lo que me hubiera gustado mientras escucho el claxon y supongo que la persona estará soltando insulto tras insulto hacia mí. Siento el corazón en un puño cuando tengo que tomar la curva tan pegada al borda y sin luces porque con el susto las he quitado de golpe. Mis manos tiemblan de tal forma que no puedo darlas mientras giro, voy demasiado rápido para tener tiempo y mi pie no quiere pisar bien el freno.

Escucho el patinar de las ruedas con el giro, siento mi tensión y podría jurar que escucho el latir de mi corazón por su intensidad mientras rezo para que el coche no se salga de mi control hasta que la curva termine. Odio esta zona. Odio al maldito idiota que no sabe cómo conducir, odio ir tan asustada de por sí.

Por suerte, el coche aguanta bien hasta que llego a la parte más llana y, al de un par de intentos, consigo poner las luces de cruce. Me doy cuenta ahí de que he estado conteniendo el aliento todo ese tiempo.

Madre mía.

Podría haber terminado en un accidente.

—¿Danielle? Danielle.

¿Pero qué...? La llamada.

Me muerdo el labio, recordando de dónde ha venido mi distracción, de él.

—Jayden estoy conduciendo y esta zona es bastante mala, no puedo hablar ahora.

Lo que menos necesito ahora mismo es un accidente.

No consigo cambiar de marcha, mi pie tiembla sobre el embrague y la mano sobre la palanca. Genial. Ahora estoy al borde de un ataque de ansiedad que llevo conteniendo desde que he salido de casa. O desde que Tim desapareció. Sé que mi cuerpo está reaccionando, que, por mucho que yo lo ignore, una parte de mí está gritando, una parte a la que ignoro porque, de dejarla salir, nunca podrá volver a quedarse dentro. Ni siquiera esa libertad puedo permitirme.

Conducir, tengo que conducir. Puedo hacerlo. Puedo hacerlo.

En realidad, lo dudo un poco.

—Vale, escucha, sólo escúchame, ¿quieres? Estoy ya en el coche, estoy yendo, ¿vale? Sólo para y espérame.

Palidezco por completo. No de nuevo.

—Ni se te ocurra.

—Un poco tarde para eso.

—¿Estás con la aplicación esa que me dijiste, no? Pienso desactivarla, o desinstalarla, o tirar el móvil por la ventana si hace falta, ese es un error que no voy a cometer dos veces —aviso.

Recuerdo demasiado bien la última vez cuando, aunque se quedó lejos, lo supieron. No va a volver a pasar. No voy a dejar que pase otra vez.

—No quieres escucharme —sigue diciendo.

—Te escucho, pero lo que dices no es buena idea.

—Sólo para el coche y espera.

—No. —¿Cómo puedo sonar tan ofendida?

—Danielle... —Y, antes de presionar con una rabia que empieza a dejar notar, se calla, puedo jurar escucharle tomar aire, pero eso no termina de relajarle porque las palabras siguen siendo apresuradas—. Espérame ahí, hablaremos en persona, pero espérame.

¿Pero qué estoy haciendo?

Me odio por revisar la hora y hacer cuentas de si me daría tiempo. Quizás, si paro aquí, no se den cuenta. Me miento con esa idea porque, en el fondo, la siento como mi vía de escape, porque no quiero hacer esto, no quiero ir, y no puedo evitar sentirme tentada cuando me ofrecen evitarlo, aunque sea por un rato. Y ese es el problema, que si dejo que venga, si hablo con él en persona, entonces no volveré a ponerme en marcha, porque Jayden es convincente y, si no consigue serlo, es lo suficientemente obcecado como para conseguirlo por las malas.

Me siento tan tentada a aceptar que las palabras duelen.

—Voy a apagar el móvil, cuando termine, si todavía quieres, nos encontraremos en el parque al que tuve que ir la primera vez. —Eso es todo lo que no quiero decir, pero, ¿qué más puedo hacer? No tengo la fuerza de voluntad como para seguir si paro, y él definitivamente seguirá con su idea, no puedo enfrentarlo, tengo que hacerlo ahora o no lo haré, y ya conozco las consecuencias de fallar.

No puedo fallar de nuevo.

El problema es que no soy capaz de colgar porque ansío que me convenza de lo contrario, porque soy débil, porque estoy deseando ceder. Así que vacilo.

—No estás pensando con claridad —le escucho decir—. No es buena idea, hazme caso.

—En realidad creo que es de las pocas veces que tengo tan claro algo. En el parque después, miraré si estás y, si no —suelto un suspiro—, si no no importa. Adiós, Jayden.

Esta vez sí que cuelgo, paro el coche a un lado de la carretera para poder tomar el móvil y revisar la ruta, trato de memorizarla y apago el móvil para asegurarme de que él no siga usando esa aplicación, al menos espero que sirva, ni siquiera sé bien cómo funciona todavía y hoy no tengo tiempo de pararme con ello.

Así que me obligo a centrarme, a olvidar todo lo que no sea que tengo que obedecer una vez más, y termino en el parque de atracciones abandonado a tiempo.

Alguien se nos está derrumbando...

Y alguien está perdiendo su cordura... [aquí hablo de Jayden, sé que Danielle está algo ida, pero ella está bastante cuerda, ahora la que está liando en Jayden es grande lol]

¡HAGAMOS APUESTAS!

#MatanADanielle

#NoMatanADanielle

#JaydenSigueADanielle

#MatanAJayden

#.... (Seguid la historia)

¡Un abrazo! y nos leemos el próximo sábado ❤️

—Lana 🐾



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