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Capítulo 17 - Halloween [II]

Canción en multimedia: Bullet Train [Stephen Swartz ft. Joni Fatora]

Capítulo diecisiete: Halloween [Parte II]

Si alguien me hubiera dicho hace un mes que Jayden Bremen iba a venir a mi casa a ver películas, no me hubiera reído en su cara, sino que habría retenido a la persona hasta que me hubiera dicho exactamente qué clase de broma planeaba Jayden haciendo eso. Ahora, aunque sé que no es para molestar después, no puedo evitar que siga sorprendiéndome. Sobre todo siendo Halloween, hoy hay celebraciones, fiestas, es raro quedarse en casa. Cuando le dije de mi plan casi esperé que se riera en mi cara, no que se uniera.

Claro que tampoco pensaba que iba a hacerlo. Es más, cuando mis padres se despidieron de mí recordándome que cerrara con llave y pestillo después de que salieran, no me paré a comentárselo. Ellos, aprovechando que los gemelos iban a pasar la tarde pidiendo dulces con unos amigos suyos y que después se quedarían a dormir en su casa, habían decidido salir a cenar y, después, a tomar algo juntos como tratan de hacer al menos una vez cada par de meses.

Mi madre llegó a darme una mala mirada al verme tirada en el sofá, con mi pijama de estar por casa -esa camisa verde corta de satén con unos pantalones largos a juego-, la manta, unas palomitas recién hechas y mi colección de DVDs tirados sobre la mesa.

    —Deberías salir más —es lo que me dijo.

    Aunque ambas sabíamos que lo decía, porque, desde hace un par de semanas, no tengo la misma alegría que antes. Ella también lo ha notado, no tengo ganas de nada, pero, ¿cómo hacerlo? Muchas veces sólo quiero quedarme en casa para distraerme haciendo algo que ocupe mi mente por completo, ya sea estudiando o durmiendo. Lo que menos quiero es pensar.

    Ahora, cerca de las ocho, él está aquí, de pie en el porche y con una mochila negra colgando de su hombro. Cuando le miro, agarra un puñado de los dulces que dejé en un bol frente a mi puerta para que los niños los tomen sin tener que hacer que yo me levante a abrir. Después, se toma su tiempo para abrir uno de los caramelos y meterlo en su boca.

    —¿Y bien? —pregunta—. ¿Vas a dejarme pasar?

    —¿Qué haces aquí, Jayden? —Lo sé, supongo, pero me cuesta creerlo y la pregunta sale con un fuerte aire cansado.

    —Tú invitaste —da como respuesta.

    —No, yo no invité a nada.

    Ignorando lo obvio, me mira con el más puro aburrimiento.

    —¿Puedo pasar o me resigno a quedarme en el porche? —insiste.

    Con eso, abro la puerta del todo para él, me aseguro de que sigan quedando dulces en el bol y apago las luces del porche para que piensen que no hay nadie en casa. Gracias al no querer ser molestada, he terminado en el salón, con las cortinas echadas y sumida en una completa oscuridad. Algo no demasiado recomendable a la hora de ver películas de terror, pero sigue siendo mejor que tener que levantarse cada dos minutos por culpa del timbre.

    Vuelvo al salón, destemplada. Por mucho que lleve pantalones largos, el satén no abriga demasiado, y peor es ir con tirantes. Froto mis brazos.

    —¿La mochila es por lo que tienes que hacer hoy? —no puedo contener la pregunta.

    Jayden deja el DVD que estaba mirando sobre la mesa, pero sus ojos no se apartan, como si necesitara una distracción para poder a hablar.

    —Por lo que he tenido que hacer —corrige, dejando claro que ya lo ha terminado.

    Eso me relaja un poco, no voy a mentir diciendo que no me preocupan esas reuniones, me dan mala espina, muy mala espina. Siento que algo malo va a salir de ahí y, saber que iba hoy me había dejado algo intranquila, por eso, al saberlo, pedí que me avisara después, claro que no lo hizo. Al menos ahora está aquí y eso me quita la duda.

    Jayden termina de revisar las películas y se pone en pie de nuevo, girándose para mirarme al fin.

    —¿Y La Matanza de Texas? —pregunta.

    —No tengo esa.

    —Has hecho que venga con falsas promesas.

    —¡Yo no he hecho nada de eso! Eres tú quien ha...

    Jayden rompe a reír y eso trae mi silencio.

    Le he visto hacerlo más de una vez, siempre en la distancia, siempre cuando estaba con otras personas. También, cuando el curso pasado, quise derramar un zumo de manzana sobre sus pantalones blancos y terminó consiguiendo que no cayera en él sino en una chica de tres años menos. Me sentí fatal ese día, ¿qué pensaría ella? Quizás creía que alguien iba a hacerle bullying o algo así. Por cómo me miró y salió corriendo, no dudo que le dolió.

    Jayden lo vio y, al notar mi expresión, rompió a reír. Aquel día mi sorpresa e incomodidad me hicieron no pararme a escucharlo. Le mandé callar entredientes, le empujé y me fui.

    Las otras veces, con su grupo, apenas alcanzaba a escuchar un atisbo. Ahora me congela en mi lugar. No es algo brusco, es casi suave, con un tono lo suficientemente grave como para amoldarse a su tono de voz. Es una extraña combinación de la risa de alguien ya adulto con la suavidad de la de un niño.

    —Al menos vivimos en el siglo veintiuno, ¿tienes un cable HDMI y un portátil? —pregunta, sacándome de mi ensoñamiento.

    Niego.

    —Vale, ahora sí que estamos jodidos —sigue.

    Sintiéndome ligeramente ofendida, miro de nuevo las películas hasta dar con una que había estado deseando ver. Es más, es la que iba a poner antes de que él hiciera su entrada.

    —Pesadilla en Elm Street —leo—. Va a ser esta.   

    —¿No hicieron un capítulo de Los Simpsons de eso?

    Pongo la película, tratando de hacer memoria, pero no me suena. Aunque tampoco he visto mucho de esa serie, antes lo hacía, un capítulo antes de dormir, pero, con el tiempo, dejé de hacerlo. Una vez con la película metida, vuelvo a por el mando de la televisión.

    —¿Es que hay algo sobre lo que no hayan hecho un capítulo? —lanzo de vuelta. Puedo no seguirla, pero sí sé eso, lo sé gracias a Instagram y su explora, pero lo sé.

    —¿Te importa si...?

    Jayden deja ahí la frase y le miro en busca de una pregunta completa.

    Mientras que yo he vuelto a acomodarme en mi rincón del sofá, con la manta sobre mis piernas, él espera de pie frente a él, señalándolo. Si estuviera de mejor humor, me reiría de él por verle tan inseguro, pero ahora sólo asiento para darle permiso. Es un sofá grande, mismo donde cabemos mi padre, los gemelos y yo cuando vemos la televisión juntos. Eso es porque los sillones son duros, incómodos incluso, y la televisión está situada de forma que este sea el mejor lugar para verla.

    Con el permiso, Jayden se deja caer al otro extremo.

    Me aseguro de desactivar los subtítulos y pongo la película.

    Amito que lo que siento al principio es incomodidad, incomodidad por estar sola con una persona con la que no tengo confianza, ni siquiera una amistad, por poca que sea. Eso me hace no centrarme demasiado en la película, estar tensa en mi lugar como si algo estuviera mal. Por suerte, no dura mucho. En el momento en el que en la película, mientras una chica pasa por un pasillo vacío, aparece una cabra, Jayden rompe a reír y la incomodidad desaparece.

    Me estiro para alcanzar las palomitas que quedan y las pongo entre los dos. Después me esfuerzo en sumergirme en la película porque, si no, terminaré riéndome en vez de asustándome y, ¿qué gracia tendría eso?

    Para Jayden mucha, porque, para no haber escuchado su risa más que una vez en años, ahora la escucho cada par de minutos. Por un momento me frustra, quiero ver la película, ¿por qué tiene que estar haciendo ruido, molestando, por qué no puede ponerse en situación? Ahí lo entiendo. Porque, mientras que no puede dejar ir el peligro real, de lo ficticio sí puede. Eso ayuda a sacar un poco la tensión.

    Sin poder evitarlo, me giro hacia él, acomodándome de lado en el sofá.

    —¿Cómo ha ido la reunión de hoy?

Jayden no aparta la mirada de la pantalla al escuchar mi pregunta.

—Ha ido —responde, dejándolo así. Después muestra una media sonrisa cuando se escucha una voz en la película, llamando a uno de los personajes—. Esa voz es idéntica a la de Terrence hablar contra el ventilador —comenta.

Reconozco el nombre de uno de sus amigos con el que nunca he llegado a hablar.

    Él sigue atento a la película, yo no vuelvo la mirada a la pantalla. Antes mi idea era desconectar un poco, porque hace días que he dejado de sentir algo. El miedo sigue abarcando mi cuerpo cada vez que me descuido, pero, además de eso, no hay más. E incluso eso empezó a desaparecer al volverse tan habitual. Así que empecé a buscar algo que llenara eso: salir con Charlie y Rob, alguna fiesta, un abrazo de mi madre, un monólogo cómico... Quería algo, lo que fuera, pero nada me daba lo suficiente, así que mi esperanza con esto era conseguirlo, porque el miedo es lo único que ha seguido conmigo así que, ¿y una película de terror? También esperaba que, con suerte, cuando la película terminase sintiera cierto alivio porque eso no era real. Porque, mientras que no podía echar a un lado la tensión por mi realidad, poder descartar el de otra podría proporcionarme cierto alivio.

    Esa idea ha desaparecido al tener a Jayden aquí, ahora lo único que quiero hacer es hablar de eso de lo que antes quería desconectar. Así que sigo buscando las palabras, sin dejar de mirarle. Sólo que las palabras adecuadas no llegan a mí, me esquivan, y lo único que puedo hacer es quedarme ahí, esperando.

    Hasta que me doy cuenta de que lo que necesito no es hablar, sino no hacerlo. Es tener a alguien que comparta mi experiencia y que lo entienda sin que haga falta hablar. Es un consuelo inexplicable. Uno que ahora me relaja hasta el punto de no sentir tanto ese vacío en mi interior. Por una vez, hay comodidad.

    Pasado un rato, Jayden me devuelve la mirada.

    La sostiene.

—¿No se te hace raro estar en buenos términos? —pregunta al fin.

Sin poder evitarlo, sonrío, sonrío ante el recuerdo de todos los momentos que hemos pasado juntos y cómo todos ellos han contenido alguna discusión, pulla o daño de cualquier tipo. Comportarnos como personas calmadas y convivir es algo nuevo para ambos. Al menos entre nosotros.

    —Se me hace más raro no tener ganas de insultarte.

    —O no estar discutiendo. Aunque eso lo entiendo, no eres buena ganando discusiones.

    —¿Perdona? —Ofendida, me reincorporo—. ¿Que yo no soy buena ganando discusiones? ¿Te has olvidado de quién tiene siempre la última palabra?

    —Tener la última palabra no implica tener razón.

    No se me ocurre cómo rebatir eso sin quedar yo mal, así que lo dejo estar por unos segundos, pero, antes de que pueda darse por ganador, hablo de nuevo.

    —Tampoco es que tú suelas tenerla.

    —Sigue diciéndote eso para poder dormir.

    —No sueles tener razón, Jayden.

    —Ya. —Con eso, toma un puñado de palomitas y vuelve la vista a la pantalla por unos segundos, suficientes como para hacerme anhelar el confort que nuestra pequeña conversación me había aportado. No quiero dejarlo ir, no cuando por fin provoca algo en mí.

    —El del supermercado, era tu tío, ¿no? —Sé que le llamó así, pero quiero aclararlo igualmente. Jayden suelta un apagado "Se"—. ¿Es francés?

    De nuevo, ese "se", como si ya ni siquiera le importara pronunciar bien la palabra.

    —Así que tú eres medio francés por parte de ¿padre? —sigo.

    —Madre —corrige.

    —¿Y en tu casa qué idioma se habla?

    Jayden vuelve a mirarme.

    —¿Has sido siempre así de curiosa?

    No quiero mentir y decir que es curiosidad, me siento como si tirara de una cuerda en busca de tener más respuestas. No por saber, sino por hablar con él. Su sola presencia ha sido reconfortante, pero una conversación con él me da todavía más. Como si el hecho de que él, pasando por lo mismo, pudiera tener una conversación normal significara que yo también puedo hacerlo sin que pase nada malo.

    —Ambos —añade—. Mi padre no sabe ni una sola palabra en francés, pero mi madre quería que conociéramos el idioma, al fin y al cabo por su parte de la familia no todos saben inglés y quería asegurarse de que pudiéramos juntarnos sin problemas. Así que hablamos un poco de todo, muchas veces mezclando ambos idiomas.

    —Así que para ti hablar francés es como hablar inglés, ¿no?

    —Sí, supongo que me es indiferente cuál usar.

    Suelto un suspiro.

    —¿Sabes? Te envidio —admito—. Yo sólo sé un idioma y, mira, llevo en clases de español desde que entré en el instituto, pero me quedo en el presentarme y preguntar "qué tal", incluso me pierdo si empiezas con los números.

    —¿Tan mal? —pregunta divertido.

    —Tan mal —afirmo.

    Y peor. Al fin y al cabo estoy con personas de un curso menos porque mi nivel en el idioma es nulo. Estoy en el nivel bajo, eso si no hay uno en el subsuelo al que me hayan mandado sin darme cuenta.

    —Mi hermana es un poco como tú en eso. Por mucho que nuestra madre le haya hablado en francés desde niña y que muchas veces Asher y yo hiciéramos lo mismo, no hay forma de que ella nos responda en francés. Lo entiende todo, estamos seguros de eso, pero siempre nos responde en inglés.

    —Al menos ella lo entiende, a mí me paran por la calle para hablarme en español y ni siquiera sé si me están atracando o pidiendo indicaciones.

    Con eso, Jayden rompe a reír como la primera vez.

    Y me doy cuenta de que realmente me gusta escucharle reír, tanto que siento el pinchazo cuando deja de hacerlo, pensando en forzar que lo haga de nuevo. ¿Qué debería decir para que ría?

    —Por cierto, todavía no me has dicho qué has hecho para que ella te adore tanto. Se vuelve loca contigo. Nos tiene a todos locos de tanto hablar de ti.

    —Mientes.

    —Quizás lo exagere, pero no miento —aclara—. Lily te tiene en muchísima estima.

    —Tu hermana es un amor, tiene estima a muchas personas.

    Niega.

    —Te admira —dice—. Te admira como no tienes idea.

    Tomo esa información y dejo que se asiente en mi cabeza. Ese angelito me admira. Por una vez, siento que compensa en cierta forma el desapego de los gemelos. Ahí recuerdo cómo están los dos con Jayden y, en cierta forma, le devuelvo el cumplido.

    —Mis hermanos te admiran a ti. —Estoy segura de que ya lo sabe, pero lo digo igualmente—. Mira, Arthur es más fácil, pero Tim no, Tim se mete con todo el mundo y les hace la vida imposible. A él no le importa nada ni nadie. Ni siquiera he visto que tenga un apego real a su propia familia, quitando a nuestro padre él no es... —¿Cómo decirlo?—. No se siente como si tuviera un lazo con nosotros, pero luego le veo contigo y él cambia. Te mira como si fueras el hermano que ha estado toda la vida esperando y estoy segura de que, mientras que a mí me ignora le diga lo que le diga, a ti te haría caso sin rechistar y eso, en Tim, es un imposible.

    —Sé que soy increíble, pero no creo que sea para tanto.

    —¿Le has visto hoy? —Recuerdo la escena del supermercado y la incomodidad vuelve a mí. Mi voz flaquea—. Muchas veces siento que me odia, ¿sabes?

    Lo admito, por fin, en voz alta. Duele tanto como esperaba que hiciera. No quiero creerlo, pero es así como él me hace sentir. Me rehuye, se limpia la mejilla si le doy un beso, limpia su mano si es que la he tomado, me pone caras de asco, me grita, tiene pataletas, me desafía, le da igual todo lo que le diga. Hace que me sienta dolida, ¿cómo no hacerlo?

    Bajo la mirada, tratando de no pensar en ello.

    —Sólo con escuchar a mi Lily hablar de ti sé que Tim tiene suerte de tenerte como hermana, se dará cuenta tarde o temprano.

    No sé qué me sorprende más, el haberme abierto con un tema que ni siquiera me he atrevido a tratar ni siquiera con mi propia madre, o el hecho de que Jayden me haya dado una respuesta que, sin saberlo, era la que necesitaba escuchar. Vuelvo a mirarle, no sorprendida, sino como si acabara de conocerle por primera vez, como si acabara de ver más allá de lo que muestra para saber, de una vez, quién es Jayden Bremen, porque sin duda hay madurez y una gran capacidad de reflexión en él. No esperaba eso. No esperaba poder hablar tan libremente justamente con él.

    —Nunca pensé que diría esto —empiezo—, pero creo que hablar contigo me g...

    Llaman al timbre.

    "gusta" termino en mi cabeza. Hablar con él me gusta.

    Salgo no sin antes agarrar una bolsa de dulces de la cocina y abrirla. Si llaman es porque se habrán acabado los dulces de fuera así que vaciaré esta en el bol y arreglado. Cuando abro, lista para ese "Truco o trato", espero ver a niños pequeños, no a dos adolescentes a los que conozco bien diciéndolo al unísono.

    —Tomaré eso por trato —dice Rob, arrebatándome la bolsa de dulces. Como planeamos, él va disfrazado de enfermero, con la camisa y pantalones blancos destrozados y ensangrentados. Tiene una falsa herida en su sien y hay sangre seca con la que ha adornado la mitad de su rostro.

    Charlie, en cambio, lleva un vestido negro con adornos dorados y verdes, con una peluca y maquillaje que le dan el aire de reina egipcia que quería. Ella nunca ha sido fan del terror, ni siquiera durante la noche de Halloween.

    —¡Amo esos dulces! —grita, quitándole la bolsa a Rob.

    Sin darme cuenta, he cerrado un poco la puerta, poniéndome en el hueco que hay entre ella y el marco, evitando que entren.

    —¿Qué hacéis aquí? —pregunto.

    —¿Que qué hacemos aquí? Venimos a hacerte compañía, tonta —sonríe Charlie—. No pensarías que te íbamos a dejar sola, ¿verdad?

    —¿Pero no íbais a la fiesta de Tramy?

    —Hemos estado, pero era un aburrimiento —responde Rob.

    Charlie le da un codazo en las costillas, recuperando la palabra.

    —Y queríamos verte a ti —añade ella, arreglando el comentario de Rob—. Además, ¿qué mejor que un maratón de películas de terror con nuestra mejor amiga? Dijiste que estarías viendo películas hasta tarde, no te importa que nos unamos, ¿verdad?

    ¿Qué les digo, que no les quiero aquí? Por muy egoísta que suene, estaba pasándolo bien teniendo a Jayden aquí y, sí, sé que Rob y Charlie han venido para no dejarme sola y que no es plan de cerrarles la puerta en las narices, pero me da rabia.

    No me queda otra, abro la puerta por completo.   

    —No puedo creer que estés ya en pijama —comenta Charlie—. Por cierto, he pedido pizza, las de siempre, no creo que tarden mucho más en llegar, mientras podemos... —Se calla al asomarse al salón. Después vuelve a girar sobre sus talones y nos mira sin entender—. Danielle, ¿sabes que tienes a un chico en tu sofá?

    ¿Un chico?, pienso.

    —¿Un chico? —pregunta Rob, poniéndole voz a mis pensamientos por una razón diferente. La suya es la curiosidad, la mía el hecho de que Charlie todavía no haya reconocido qué chico es.

    Palidezco por completo, justo el chico del que se supone que este año me iba a alejar y con el que, al no haber hablado en meses, voy a tener que darle muchas explicaciones a Charlie sobre cómo hemos llegado a esto. ¿Cuánto tendré que inventar para cubrir los huecos de aquello de lo que no puedo hablar?

    Rob se asoma también.

    —Espera, ¿Jayden Bremen? —pregunta Rob al verle.

    Charlie pestañea, todavía mirándome a mí y ajusta su pregunta.

    —Danielle, cariño, ¿sabes que tienes a Jayden Bremen en tu sofá?

    ¿Cómo no voy a saberlo? Sin ganas de poner excusas, solamente cierro la puerta de casa y voy con todos al salón. Tengo suerte de mantener mi rincón de antes desocupado, Rob tiene la manía de hacerse todo el sofá cada vez que viene, ahora, en cambio, se mueve algo inseguro por el salón hasta dejarse caer en uno de los sillones y, aunque entre Jayden y yo cabrían Rob y Charlie perfectamente, ella tampoco viene a mi lado, en lugar de eso se sienta en le otro sillón, notoriamente incómoda. Sí, esos sillones no son los mejores.

    —Vale, supongo que lo mejor será empezar una nueva película para enterarnos todos. —Me estiro para alcanzar los DVDs, fijándome en otra que quería ver desde hacía tiempo. La levanto para que el resto la vea—. ¿Vemos Psicosis?

    Rob entrecierra los ojos para verla mejor, al reconocerla hace una mueca.

    —¿Es en blanco y negro? —pregunta horrorizado.   

    —Sí.

    —Vale, otra entonces.

    —Pero...

    —¿Cuáles tienes? —Baja del sillón para revisar él las películas, algunas de ellas las aleja cuanto puede—. No vamos a ver nada de antes del dos mil siete, me niego.

    —Hay películas muy buenas que...

    —Danielle —me interrumpe—, quiero terror, no reírme por lo malos que son los efectos. ¿Qué tal la de Expediente Warren: The Conjuring?

    Decepcionada, me echo hacia atrás en el sofá. Olvidaba que ni Rob ni Charlie sienten alguna clase de apego por las películas que ellos consideran "clásicas". Y, a sus ojos, todo lo que llegó antes del dos mil cuatro, es malo, no le dan una oportunidad si no es para quejarse. Cada quién es como es, supongo, y contra dos no gano así que me hundo en el sofá.

    Jayden se levanta del sofá y alcanza una de las películas que Rob había descartado. Sin decir palabra, abre la caja y la pone. Ninguno de mis amigos es capaz de decirle que no y, cuando se sienta, sólo se me queda mirando, esperando a que le dé al play.

    —No tienes La Matanza de Texas, pero tienes Scream, también llevo tiempo queriendo ver esa —explica.

    Scream, más "clásica" de lo que a Rob le gustaría.

    Más "nueva" de lo que a mí me gustaría.

    Espero algo, una queja por parte de mis amigos o cualquier clase de desacuerdo, pero no llega. Pongo la película y, sin quererlo, me siento agradecida con Jayden por segunda vez en el mismo día.

    Le doy al play, dejo el mando caer a un lado, y vuelvo a ver la película que la que los diálogos ya no son un misterio para mí. Podría recitarlos, en su mayoría, sin tener que pensar. Como con muchas de las películas que tengo. Tampoco las he visto en exceso, pero las películas y cualquier clase de contenido audiovisual que me guste siempre ha tenido ese efecto en mí, el de, al contrario que la información de mi libro de historia, quedarse grabado en mi mente a la mínima.

    Rob, aburrido, recoge la película que Jayden había sacado del reproductor, leyendo el título con cierta desgana. Lo deja en su caja, pero su mala cara me puede, me hiere el orgullo de una forma que no termino de entender.

    —¿Cómo pueden gustarte estas películas? —pregunta—. La vi hace unos años y era una mierda, más que terror daba risa.

    Debería dejarlo pasar, pero no puedo hacerlo. Sé que cada quién tiene su opinión y que sí, los efectos pueden no ser los mejores, pero la base es sólida y es historia, sobre todo hoy, me toca en exceso. Porque veo mi reflejo en el horror que esconde: que hay pesadillas de la que no puedes escapar ni siquiera en tus sueños.

    —La idea es buena, Rob —me quejo.

    —En serio, Dani, compárala con, no sé, Annabelle, Pesadilla en Elm Street es una comedia a su lado.

    —Sólo porque la calidad audiovisual sea mejor con el paso de los años no quiere decir que automáticamente los clásicos sean una mierda, Robert.

    Él se calla.

    Charlie se ríe.

    —¿Cómo saber cuándo la has jodido? Cuando Dani usa tu nombre completo. —Niega, divertida—. Eres un idiota, Rob.

    —No es... —pero calla. Suelta un suspiro y se vuelve a acomodar en el sillón.

    Por esto solemos ser más de juegos de mesa u otras actividades, porque Rob y yo siempre chocamos en cuanto a películas. Él tiene las ideas claras sobre que todo lo anterior es peor y yo tengo cierto cariño por el cine, cuanto más clásico, mejor. No hasta el extremo, todavía no he sido capaz de disfrutar de una película sin sonido, pero las que rozan el inicio con él, me cautivan. Son el reflejo de una sociedad pasada, de sus ideales, conducta, moral... Tienen algo que me hace sentir que, no lo sé, estoy allí.

    Aparto la idea, es una tontería.

    —En realidad esa película tiene algo que la de Annabelle no. En Annabelle tienes algo material en lo que se pone la causa del miedo, la muñeca, y todo lo material es tangible y lo tangible puede destruirse. Incluso si hablamos del ser que la habita, la religión o investigadores paranormales ya te han dado soluciones para eso, pero, ¿como paras algo intangible que no sólo te mata sino que lo hace cuando más vulnerable eres, cuando estás completamente solo y sin defensa posible? No puedes ganar a lo que no puedes tocar, ver o acceder. Enfrentar eso sí que da miedo, no una muñeca que pesa menos de un kilo. Quienes hicieron la de Elm Street eran visionarios, y de esos han habido pocos.

    No sé quién se sorprende más de un comentario tan bien argumentado, si Rob por haber encontrado a alguien más que le rebata, Charlie por ver a Jayden decir algo con una base sólida y datos o yo, que le he visto reírse de esa película como si la viera desde los ojos de Rob.

    —Ahora, ¿podemos hacer silencio para ver la película? Como he dicho, llevo tiempo queriendo verla y quiero enterarme de algo —termina Jayden.

    Nadie siente ganas de responder después de eso. Rob por la forma tan cortante de haber sido rebatido, Charlie todavía mira a Jayden sorprendida y yo, bueno, él ha hecho lo que yo no he conseguido en años, que es acallar a Rob sobre un tema que tiene tan claro en su mente. Si pudiera hacerlo sin que los demás me escucharan, le aplaudiría.

    Jayden me devuelve la mirada por un segundo.

    Me muestra una rápida sonrisa, tan rápida que no estoy segura de que haya estado ahí, y se vuelve hacia la televisión. Yo hago lo mismo.

Como había planeado, la noche de Halloween se pasa on una maratón de películas de terror.

Cuando Jayden consigue acallar a Robert. Nosotras tan:

"Te jodes, Rob"

Oh, pero cuando nos damos cuenta de que Jayden no tenía por qué hacerlo y de ese guiño deL final que es un claro: "Ha sido para que Danielle ganara la discusión."

Y, oie, Jayden es medio francés, to serchi je

Me hace gracia porque uno de los retos que me puse para esta novela es que la relación entre ellos creciera a través de sus hermanos y ESTO ESTÁ SIENDO DIFÍCIL, pero, ¿se va notando que es lo que les va uniendo?

Oh, y el siguiente capítulo lo narrará Jayden Y VEREMOS A ASHER. ¿Okay? okay.

Y conoceremos también a su primo: Dominic. *guiño* (no creo que os caiga bien, pero *otro guiño*)

Un abrazo y nos leemos el sábado ♥

—Lana 🐾

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