Capítulo XXIX
El ambiente caluroso, mohoso y con olores inciertos era lo que debía aguantar día a día en su instancia obligatoria. Michael, un chico que al paso del tiempo iba siendo más alto, más fuerte, más ágil y más respetado, (aunque sea por la mayoría de criaturas que vivían en ese lugar), ocultaba una gran afición por la comida humana; le era deliciosa, y de sus experiencias con sus amores de infancia había adorado poder degustar aquellos alimentos, pero esta vez como regla de su entrenamiento; la sangre y las almas era su deber devorarlas; es más, los demonios que habitaban a su alrededor no comían como lo había visto en las grandes sociedades en el mundo humano, ni siquiera como los animales callejeros que había perseguido en una que otra ocasión en su niñez. No, ellos arrancaban las pieles y se embutían todo como si fuera la última vez que comerían mientras se burlaban y atacaban a otros para que no les robaran su presa, Sebastian le desagradaba.
Por eso huía de esa vida para disfrutar la suya. Una que no podía disfrutar tanto como quisiera.
-Veo que eres muy bueno en eso—le comentó un joven a su lado. Ese sábado en la plaza, Sebastian yacía observando la fruta de uno de los pequeños locales, inspeccionando su calidad antes de echarla a la sesta para seguir con lo que la señora Wings había pedido.
Michael se dio cuenta que el robar le daría problemas y más siendo tan alto, así que decidió ir a las casas de las ancianas y cobrar por ir al mercado, le era más factible ya que las mujeres parecían dispuestas a ayudarlo a que él llevara los víveres a sus casas, con eso ganaría algo de dinero y él podría disfrutar de los manjares que le daban curiosidad en cada lugar que visitaba.
-Es algo básico, no creo que sea tan impresionante—comentó con expresión neutra, el tema de los alimentos lo aprendió con los sirvientes de la casa del joven Poul, y solo con mirar, así que no creía necesario que lo adularan por algo como eso.
-Tienes razón, pero hay personas que no saben de eso e ignoran lo que llevan a su boca después de cocinar.
-Y tú lo sabes porque...—quiso sonar inteligente mientras se cruzaba de brazos, levantando una ceja esperando algún cuento inventado de coquetería que sabía muchos chicos utilizaban para acercársele, ya había pasado varias ocasiones y era algo molesto.
-Trabajo en la pastelería de mis padres yo entreno para poder heredar el establecimiento cuando tenga la edad para casarme—respondió con una sonrisa cruzándose de brazos igual que Michael lo había hecho, el ojirojo sonrió de lado satisfecho con ello.
- ¿Cuál es tu nombre?
-Cristian, un placer conocerle.
-Sebastian, el placer es mío.
-Señorito Sebastian, si me permite voy tarde a mis deberes, pero me gustaría volver a verlo. Quizás podamos reunirnos en algún lugar en especial. ¿O lo encontraré muy a menudo en este sitio?
-Quizás pueda mostrarme donde queda el establecimiento de su familia, tengo que comprar unas cosas de allí, y así sabré donde poder ir a visitarle y ver trabajar esos brazos—sugirió provocativo sin quitarle la vista de encima mientras se mordía el labio inferior, el chico sonrió dejando que Sebastian caminara a su lado.
Cristian era alto, algo fornido, quizás por los años de cargar sacos de harina y las tablas de pan del horno, pero a pesar de su aspecto fuerte, su cara aún se veía como la de un niño, de ojos miel y pestañas largas adornándolos, cabellos castaños claros casi llegando a rubio, una suave tez blanca con leves pecas en sus pómulos y una sonrisa radiante que empezaba a encantarle sin siquiera haber pasado media hora con él.
Pero el problema era que esta situación era peligrosa, Sebatian notaba el tono que usaban con él para coquetearle, pero no era consiente que él igualmente lo hacía con esas personas, sobre todo cuando había algo de sugerencia en su hablar, pero de alguna forma salía sólo, no podía estar pendiente de cada palabra que usaba, salía natural, sin pensárselo, y cuando se daba cuenta de lo que decía se avergonzaba y se quedaba cayado por un buen tiempo.
Por eso el camino a la pastelería fue bastante calmado, de pocas palabras y un poco incómodo por lo menos para Michael. Sebastian apenas agachaba la mirada para evitar que el muchacho a su lado viera su sonrojo avergonzado.
-Es este el lugar—mencionó tomándolo desprevenido, saltó un poco por estar centrado en otros asuntos notando que Cristian estaba pasando su mano en su espalda baja, pero trató de no darle demasiada atención a ese detalle.
El aroma al pan recién salido del horno inundó sus fosas nasales, maravillado entró al pequeño local, un sitio hogareño, acogedor y de poco espacio, pero con lo necesario para trabajar. El horno es el que mayor espacio ocupaba allí y claramente el más visible. Sebastian miró a su alrededor como 6 personas trabajaban en sincronía, sin chocarse unos a otros, manejando su espacio en la cocina como si fuera un baile de salón, era armonioso.
-Aquí es donde surge la magia.
-Es hermoso, y huele muy bien—comentó con una sonrisa mientras el chico lo llevaba hasta la parte delantera de toda la tienda, hasta ahora dándose cuenta que había entrado por la parte trasera del lugar.
-Y aquí, es donde se reparte la magia—varios clientes entraban y escogían sus aperitivos, los empleados los guardaban con mucho cuidado en una bolsa de papel y recibiendo luego el dinero para desearle un buen día a la persona, quien se iba con una gran sonrisa grata en el rostro— así que escoge lo que gustes, estaré en el mostrador por si necesitas algo —Sebastian asintió, se acercó a los estantes donde se encontraban los panes más grandes y se puso a inspeccionarlos, el aroma de cada uno era distinto pero suave, al tomar uno de ellos sintió su cuerpo blando, evidentemente fue recién horneado, tomó otro que estaba junto a este, lo sintió más duro pero crujiente, oyéndose ese característico sonido con solo apretarlo un poco, no se desmoronaba como otros, debía admitir que era un buen producto y fácil de morder para el paladar de la señora Wings, echó ambos panes en la canasta para acercarse al mostrador donde Cristian los tomó y envolvió en su respectiva bolsa de papel, después de que Michael tomara la bolsa y fuera a pagar, el chico no le recibió el dinero.
-Cortesía de la casa—mencionó saliendo del mostrador
-No creo que sea correcto, sigue siendo tu trabajo, y no creo que tu familia sea muy feliz si sabe que le regalaste dos panes a un chico que apenas acabas de conocer—comentó con suavidad y con una ceja levantada.
-Bueno...supongo que tienes razón. Al menos déjame invitarte de nuevo. Noté como elegiste ambos panes, la gente en su mayoría solo toma el que más le gusta y ya, pero tú no te detuviste en los otros hasta que viste esos, y no solo lo tomaste, así que asumo que sabes la buena calidad.
-Tengo un buen olfato... y tacto—eso último se salió, sin querer, algo provocativo, se dio cuenta rápidamente y añadió—y vista para esas cosas o algunas—tratando de remediar algo que el otro chico, al parecer, no había notado.
-Serías de muy buena ayuda si nos uniéramos en este trabajo, te enseñaría todo lo que sé, y quizás pueda aprender nuevas cosas contigo—Sebatian se mordió el labio inferior dándole a esas palabras doble sentido en su cabeza, no podía evitarlo, pero supo controlar el gemido que iba a salir de su boca ante ello. Solo asintió para evitar abrir su boca y que de ella saliera algo inapropiado, para retirarse después de poco tiempo.
Pronto regresó a casa. Después de llevar las cosas con la Señora Wings y comer algunos dulces, se encerró en su habitación tratando de comprender que rayos le estaba pasando, últimamente sus insinuaciones eran más constantes y sus pensamientos fluían a cosas algo obscenas; le daba vergüenza y no quería eso, así que empezó a lavarse constantemente en agua helada obligando a su cuerpo a no reaccionar ante nada.
Pero a pesar de eso, no podía faltar a las prácticas con Cristian, había aceptado la idea de aprender a moverse en la cocina, le llamaba la atención el como hacían cosas tan deliciosas allí, y deseaba poder hacer estas cosas cuando viviera al fin libre y quizás con alguien en su vida.
Cristian le enseñaba como usar los artículos y para qué servían en aquel local, Sebastian no perdía detalle, anotaba rápidamente y sin falta en su pequeña libreta para asegurarse de no perder un paso, el más alto solo sonreía ante aquel chico tan concentrado, sabía que Michael, más que nadie, deseaba poder estar en esa cocina para poder practicar todo lo que en su libreta llevaba.
-Deberías quitarte los guantes esta vez Sebastian, la masa espera tus manos, no la tela—intentó hacer un chiste del cual solo obtuvo la sonrisa de Michael, Sebastian estaba algo preocupado al sacar los guantes de sus manos. En ese poco tiempo que llevaba con Cristian supo que aquella familia era muy religiosa, pero no de esas buenas que van a la Iglesia y ayudan a todo aquel que lo necesite, si no aquellos que exageraban cualquier cosa diciendo que todo es demoniaco y juzgan en silencio a la gente, pero, aunque él fuera la mitad de uno de esos seres no quería decir que lo era completamente, y le daba terror que le hicieran algo al respecto.
Aun así, tomó valentía y se los quitó de sus manos, dejando ver su piel pálida pero sus uñas negras, Cristian lo miró horrorizado.
- ¿Qué te pasó? —Sebastian abrazó su mano en un impulso de ocultarlas, temblando ante la expresión del más alto.
-Son heridas que no sanaron correctamente—mencionó suave, Cristian tan solo tomó sus manos y las observó—tuve que escalar todo un muro por supervivencia, mis dedos desangraron y...—eso era cierto pero lo que continuaría diciendo lo convertiría en algo rebuscado para que no se notara la mentira en su boca—y... al cicatrizar, solo la uña dejó de crecer, así que quedó como si la costra fuera parte de mí.
- ¿Pero te duele? —preguntó preocupado.
-No, ya hace mucho dejó de hacerlo. Estoy bien—Michael le quitó importancia, lavó sus manos para comenzar a trabajar, aun así, Cristian no estaba convencido del todo, pero respetaba a Michael, lo entendía, aunque no comprendiera su pasado debidamente.
...
Al paso del tiempo Sebastian pudo ser el mejor en lo que a repostería se trataba, y Cristian estaba cada día más encantado de su presencia y talento. Sabía que su familia no apoyaría tal "atrocidad" pero es algo que no se podía evitar, nadie manda en el corazón, pero quizás incluso Michael no se lo permitiría si se lo decía.
El establecimiento se cerró, el sol estaba por ocultarse, el chico de ojos miel se despidió de sus padres, Sebastian se estiró un poco después del duro trabajo que había tenido ese día, vaya que haber aceptado la propuesta de Cristian le había brindado muchas cosas que deseaba, más que todo la comida; sin embargo, seguía yendo a las casas de las señoras mayores por si necesitaban algo de mercado, después de todo, gracias a ellas fue que pudo conocer al ojimiel.
Cristian se acercó a él con bastante nerviosismo, tocando levemente el hombro de Michael para llamar su atención.
-Te gustaría caminar, podríamos charlar más amenamente. Sabes que por el trabajo no hemos tenido oportunidad de hacerlo—Sebastian sonrió, había notado al más alto nervioso ese día, y de alguna forma le parecía muy tierno ese detalle, aceptó con alegría y ambos emprendieron una caminata a las afueras del pueblo. A cada paso, el cielo iba oscureciendo, tomando colores pasteles que le encantaba observar a la distancia, Sebastian amaba esos cambios de colores, parecía irreal, como de esas pinturas que Edwart hacía a esta hora...
Sebastian de repente cambió su expresión a una nostálgica, Cristian dejó de hablar al verlo así.
- ¿Qué tienes Sebastian?
- ¿Eh?
-Te vez...triste—comentó deteniendo su paso, estaban en un campo vacío, el pastal tan largo se movía con fuerza por la ventisca de la noche que se avecinaba, Sebastian pasó uno de sus cabellos detrás de la oreja y le sonrió al más alto.
-Perdón, recordé algo del pasado.
El pasado era algo que jamás se puede olvidar, aunque quisieras, y mucho menos cuando ha dejado cicatrices con el tiempo. Era complicado manejarlo, y mucho más para Cristian que solo tenía más preguntas que respuestas, pero trataba de comprenderlo, Sebastian hablaría con él cuando se diera el momento, no lo presionaría para conseguir lo que quería saber.
-Vamos, no me pongas esa cara—trató de animar dando un toque tierno bajo su barbilla para que el ojirojo lo mirara, Sebastian le sonrió—Ven, estarás mejor de regreso, vale—pasó su brazo por sus hombros acercándolo más a su cuerpo, Sebastian se sintió cálido y se dejó guiar por el chico hasta que regresaron al pueblo. La noche había caído y las estrellas brillaban más que nunca, Sebastian reía de las cosas que contaba Cristian, con tal de verlo feliz, su sonrisa era lo mejor para él y no querría que se borrara.
Pero quizás hoy lo haga.
-Sebastian—tomó valentía, antes de que se acercaran del todo a la iglesia, que quedaba cerca de su casa, para poder confesarle ese sentimiento que había en su pecho—no me gusta guardar secretos, y no lo haría contigo jamás—Sebastian detuvo sus pasos y lo volteó a ver con algo de preocupación—quiero confesarte algo importante y a pesar de que no sea apropiado, no puedo mantenerlo.
-No importa Cristian, escucharé—se acercó, estaban a centímetros, Sebastian tomó sus manos, dándole fuerza a lo que quería expresar.
-Sebastian, durante estos meses que hemos estado prácticamente todo el día juntos...me he dado cuenta de la manera de cómo eres—le acaricio la mejilla—lo envidiablemente talentoso que eres—Sebastian sonrió algo sonrojado—en como una simple acción tuya me atrae—ambos tragaron saliva dejando que sus ojos se toparan con los del otro, brillando ante el momento—me gusta la forma en la que sabiamente tratas a las personas a pesar de lo egoístas que puedan llegar a ser y dejas un...un algo que...me gusta pero no sé explicar. Me gustas Sebastian, me gustas de la manera en la que una persona ama y desea con el corazón.
Sebastian se quedó callado por unos largos segundos, sin quitarle la mirada de encima, Cristian susurró de nuevo la palabra "me gustas" mientras se acercaban el uno al otro hasta juntar sus labios, dándose un beso tierno, dulce; de esos que apenas puedes conocer los labios de la otra persona solo con un simple toque, ambos se separaron, suspirando con anhelo, juntando sus labios de nuevo, al separarse y abrir sus ojos, la misma vista que Sebastian había olvidado (o tratado de hacerlo) volvió a repetirse ese día, el horror en la mirada del muchacho lo aterrorizó, pero no sabía por qué, estaba seguro que había tomado el control de su parte demoniaca para que esto no pasara.
Miró sus manos, sus uñas negras estaban alargadas y su sombra se veía más grande, sus alas causaban gran presencia bajo el cielo, cerca de la iglesia, Cristian lo miró asustado, pero no se movió ni un centímetro de su lugar.
-O sea que es cierto
-Cristian puedo explicarlo
-Mi madre tuvo razón por todo este tiempo—Sebastian se quedó paralizado, su corazón estaba latiendo hasta en su cabeza, quería correr cuando Cristian lo tomó con fuerza de los brazos—has estado corrompiéndome todo este tiempo, es tu culpa que tenga estos sentimientos hacia ti. Claro—mencionó con una sonrisa indescriptible, pero la que estaba temiendo ver—mi madre me advirtió que no debía estar cerca de ti, no eras de fiar, jamás le creí, y aun así, permití que estuvieras a mi lado y me haces esto—lo empujó, Sebastian cayó al suelo con lágrimas en el rostro.
-Yo no tuve que ver en nada de eso Cristian, pensé que realmente me querías.
- ¿Crees que voy a enamorarme de una alimaña como tú? me das asco Michael, no puedo creer que haya caído en ese pecado...
Me repugnas—Sebastian abrió grande sus ojos ante la expresión hacia su persona
- ¡Cristian! –se levantó del suelo siguiendo al más alto que solo quería alejarse de él—Por favor escúchame.
-Que quieres que escuche, lo humillante que me veo solo por seguir tu maldito camino. No lo creo Michael, no volveré a caer en esta...
-Perdóname, por favor, perdóname por no decirte nada antes, pero créeme que yo no soy malo, no hago nada malo, no te lastimaría, aunque me obligaran, pero por favor no me...—el empujón que recibió de nuevo lo dejó sin habla.
-Deja de seguirme y suplicarme maldito demonio. No lograras nada haciendo tal teatro, solo te humillas a ti mismo.
-Yo solo te estoy diciendo que realmente te quiero, si no fuera un demonio me querrías igual—mencionó con odio por la situación, ya estaba cansado de que esto volviera a ser un problema para su vida, pero en vez de recibir algo positivo ante sus palabras, como lo había pensado, recibió el fuerte apretón en su brazo, Cristian lo alzó y lo arrastró hasta llegar a las puertas de la Iglesia, Sebastian entró en pánico respirando descontroladamente.
-No...no, no, no, no, no, por favor, por favor—sabía que, si Cristian decía algo sobre su forma demoniaca, estaría muerto para la mañana. Sus ojos miraron aquella gran campana de la cupular, resonar con fuerza, su miedo no le dejó respirar, su corazón estaba por explotar y el joven frente a él solo lo arrastraba cada vez más cerca de la puerta. No supo cómo, pero se zafó del agarre corriendo de nuevo hasta la reja, que no sabía que ya habían pasado, para poder liberarse de su destino, pero el más alto lo retuvo de nuevo sujetándolo por el brazo, horrorizado vio que este hablaba y con una mirada indescifrablemente fría, sacó la navaja, que siempre portaba en su estuche, alzándola contra él.
Cerró los ojos soltando un sollozo lastimero emprendiendo vuelo como la última vez, para resguardarse en las montañas que yacían lo más lejos posible de la gente, dejando que la lluvia lo recibiera en su llegada, no importaba si ésta estaba fría, y su cuerpo tiritaba congelado, no le importaba si llegaba al otro extremo del mundo, no importaba la sangre que portaba en su ano, solo quería huir lo más lejos posible de su vida, la maldita vida que tenía que vivir día con día.
Tras encontrar un refugio, sólo se cubrió con sus empapadas alas, resultó lo más cálido como un abrazo, como aquellos que esas dos mujeres antes le daban. Sintiéndose un poco más tranquilo y en paz, dándole el confort a su pobre corazón dolido.
No regresaría a ningún lugar conocido, se iría a otro donde pudiera ser libre y no lo juzgaran por ser lo que es, aunque en eso sí tendría que ser muy cuidadoso, ya había cometido el mismo error dos veces, no podía caer de nuevo, debía aprender a controlarse, debía obligar a su parte demoniaca a no salir por nada del mundo.
Funcionó...
Por un tiempo...
Hasta que lo conoció
a él...
-Mi nombre es William, William T. Spears, es un gusto conocerte.
Continuará...
Ƹ̴Ӂ̴Ʒ
Hola mis queridísimas almas lectoras, hace mucho quería publicarles, pero había estado enfrentando mi primera semana en la U pero hoy estaba tan nerviosa que mejor dije, publiquemos, depronto así me siento mejor, y bueno aquí estoy, espero les halla gustado, y se emocionen por que ya William apareció. Les deseo lo mejor espero y me perdonen por la demora.
Recuerden no fumar, no tomar tantas bebidas alcohólicos, ni tomar drogas, por que la vida es corta y es una sola.
Ba Bay
Violinblanco cambio y fuera ♪
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