El Príncipe Salvador
Pᥙᥱdo ᥣιdᥱrᥲr, dᥲrᥒos fᥙᥱrzᥲ hoყ
Y ᥴoᥒtᥱᥒtᥲ ᥱstᥲr, sᥱgᥙιr mι ᥲᥴtᥙᥲᥴιóᥒ
Mι voz ιᥒtᥱrιor ᥴᥲᥒtᥲ otrᥲ ᥴᥲᥒᥴιóᥒ
¿Qᥙᥱ́ ᥱstᥲ́ mᥲᥣ ᥱᥒ mι?
La gente de Mauki estaba haciendo un escándalo, y no era para menos, el tsunami había sido un gran susto para todos y aquellos que no se encontraban en las zonas afectadas por la ola, estaban en el palacio, gritando y esperando respuestas a lo que él rey pudiera decir.
Pero el rey ni siquiera estaba cerca y quien estaba tratando con ese tumulto de gente molesta por la mañana era la reina Féliti.
— ¡Un momento por favor!— La reina dijo, tratando de calmar a la gente.
— ¿¡Calmarnos!? ¡Un tsunami golpeó la costa hace horas!— Gritó el panadero.
— ¡Los terremotos han empeorado y el rey no ha dicho algo al respecto!— Gritó una mujer que vendía fruta en el mercado.
— ¡Lo sé, lo sé!— Féliti les gritó de vuelta— Por favor les pido paciencia mientras mi esposo dice algo, por lo mientras ya tenemos a personal del castillo ayudando en las zonas afectadas, por favor confíen en la familia real y les daremos respuestas y soluciones en cuanto antes—
Esas palabras parecieron apaciguar (solo un poco) a los habitantes de Mauki y fue en ese justo momento donde los guardias entraron al castillo, son un hombre cargando a alguien.
— ¡Encontramos a la princesa!— Gritó uno de ellos, abriéndose paso por el palacio.
— Tiki...— Féliti susurró y miró a una de las sirvientas del palacio— ¡Verona, encárgate!—
— Sí, su majestad—
Féliti empezó a caminar velozmente, atravesando el bullicio en dirección a la figura que traían los guardias. A medida que se acercaba, pudo distinguir el rostro pálido y asustado de su hija, la princesa Tiki, entre los brazos del hombre que la llevaba.
— ¡Tiki!— Exclamó la reina, con alivio y preocupación en su voz— Gracias a los dioses estas bien. Llévenla a arriba, iré con ustedes y alguien llame a Malakai—
Los guardias asintieron y llevaron a Tiki hacia las habitaciones superiores del castillo. Féliti se apresuró tras ellos, tomando su falda con sus manos subía con rapidez, sintiendo su corazón latir a mil por hora.
Los guardias llegaron al piso de arriba donde pertenecían las habitaciones de cuatro de los cinco miembros de la familia real cuando la princesa estaba comenzando a despertar.
— ¡Malakai! ¡Missa!— Gritaba la reina Féliti mientras avanzaba por el pasillo, mirando a los guardias empezando a bajarla al suelo, más que nada porque la joven estaba tratando de salir de brazos del hombre— ¡Tiki! Mi niña, mírate, ¿estás bien?—
— Eso creo...— Respondió la princesa, sosteniéndose de uno de los guardias para no caer.
— Dios, como me asustaste niña, ¿Cómo se les ocurrió a ti y a tus primas irse a pasear en bote a mitad de la noche?— Féliti le reprochó.
— ¿Ellas te dijeron?— Preguntó Tiki con una mirada culpable.
— Vinieron directamente aquí cuando no pudieron encontrarte— Féliti tomó la barbilla de su hija y sonrió— Pero estas a salvo—
— ¡Tiki!— Oyeron una voz más grave y severa gritar, todos observaron a Malakai entrar al pasillo, seguido por Missa.
Malakai irrumpió en el pasillo con una expresión de furia contenida, sus ojos centelleaban con un fuego frío mientras observaba a su hija, aún sostenida por los guardias. Su mandíbula estaba tensa, y cada paso que daba resonaba con autoridad en el pasillo. Mientras que Missa iba callado, con la espalda dmeasiado tensa al andar junto a él.
— Hasta que te apareces— Rugió, su voz resonó con un tono gélido que hizo que incluso los guardias retrocedieran ligeramente.
Tiki bajó la mirada, sintiendo la intensidad del enojo de su padre.
— Lo siento, padre— Tiki murmuró, apenas audiblemente, su voz temblorosa bajo la mirada penetrante de Malakai.
Missa, quien estaba detrás de él, observaba la escena con una expresión de preocupación en su rostro. Sus ojos encontraron los de Tiki, pero él desvió su mirada inmediatamente.
Malakai se acercó a su hija con pasos pesados, con un semblante implacable mientras la miraba con frialdad.
— Esta imprudencia es inaceptable, Tiki— Dijo, con un tono de voz que hizo a la joven princesa mirar al suelo— Te has puesto en peligro, ¿Tienes idea de cuan preocupada estaba tu madre? ¿Crees que fue divertido acaso? ¡Responde!—
Tiki bajó la mirada aún más, sintiendo la vergüenza pesar sobre sus hombros.
— Lo siento, padre— Repitió, sus palabras apenas un susurro.
Malakai exhaló con frustración, su ceño fruncido mientras consideraba cómo abordar la situación. Mientras estaba en silencio, una de las doncellas se acercó con una manta tibia con la cual cubrió a la princesa y Féliti la abrazó por los hombros.
— Este no es momento, Malakai— La reina dijo con firmeza— Tu reino fue golpeado por un tsunami y la gente del pueblo esta allá abajo, asustada, preocupada por una respuesta de su rey—
Malakai solo miró a Féliti con el ceño fruncido.
— No me hables en ese tono, mujer— Escupió Malakai y luego volvió a ver a Tiki— Hablaremos de esto más tarde, por ahora, ve a arreglarte, te ves terrible—
Tiki asintió en silencio, acurrucándose más contra su madre. Missa permaneció en silencio, observando la escena con una mezcla de preocupación y tristeza. Féliti trataba de dejar caer su semblante.
— Lo importante es que estamos todos... Esperen— Féliti comentó, mirando a los guardias— ¿Alguien tiene noticias de Roier?—
— Las normas fueron claras, su majestad. La busqueda de la princesa era la prioridad, no tenemos permitido buscar al joven príncipe hasta que encontráramos a la princesa— Dijo uno de los guardias y la reina le miró con enojo.
— ¿Qué? Pero como se les ocurre eso— La reina dijo con enojo— ¿De quién fue idea?—
— Mía— Respondió Malakai— La prioridad es Tiki—
— Roier también es tu hijo— Féliti dijo.
Malakai fijó su mirada en Féliti con dureza, sin mostrar ni un ápice de remordimiento en su semblante.
— He dicho, Tiki era la prioridad, tú no tienes el poder para cuestionar mis decisiones, mujer— Él respondió, su tono firme y decidido.
Féliti frunció el ceño, visiblemente molesta por la decisión de su esposo.
— Pero eso no significa que debamos dejar a Roier a su suerte— Ella replicó, su voz cargada de frustración— Él también es tu hijo, Malakai. No puedes simplemente ignorarlo así—
— Aquí estoy—
La tensión en el pasillo se intensificó cuando Roier apareció, su presencia había interrumpido la conversación cargada de emociones encontradas. Estaba empapado y visiblemente cansado, su rostro mostraba los estragos de haber enfrentado el tsunami solo. Féliti, preocupada por su hijastro, se acercó rápidamente a él, observando con alivio y preocupación su estado.
— Roier, ¿Estabas afuera durante el tsunami?— Preguntó Féliti, su voz llena de angustia por la seguridad de Roier.
Una doncella se apresuró a cubrir a Roier con una manta, protegiéndolo del frío.
— ¿Ves? Aquí está. Volvió solo— Malakai intervino, molestando más a Féliti.
Antes de que Féliti pudiera decir algo más, Roier se adelantó, dirigiéndose hacia su padre con determinación en su mirada.
— ¿Ya me crees, padre?— Preguntó Roier, su voz resonando con urgencia— Los terremotos y ahora el tsunami, no pueden ser coincidencia—
Malakai bufó, su expresión endureciéndose ante las palabras de su hijo.
— ¿Vas a empezar de nuevo con tus fantasías?— Malakai respondió con escepticismo, su tono cargado de desdén.
Roier apretó los puños, frustrado por la falta de comprensión de su padre.
— ¡No son fantasías!— Exclamó Roier, con su voz llena de desesperación— El reino está en peligro y parece que solo yo me preocupo por ello—
— Roier, no empieces ahora— Missa intervino antes de que la situación empeorara. Roier pasó su mirada a Missa y no cambió su gesto.
— No, no voy a callarme, ¿¡Es que nadie más se da cuenta!?— Gritó Roier.
Malakai frunció el ceño, su paciencia estaba llegando a su límite y Missa notó eso.
— Suficiente, Roier— Malakai ordenó, su voz firme resonó en el pasillo— No tenemos tiempo para tus delirios. El reino está enfrentando un desastre natural que ocurre por la naturaleza—
Pero Roier se negó a retroceder.
— ¡Esto no es una pinche fantasía, padre!— Exclamó— Si no abres los ojos ahora, será demasiado tarde, pero prefieres ignorarme—
Missa intercedió una vez más, tratando de calmar los ánimos y encontrar una solución pacífica.
— Roier suficiente— Missa le dijo, extendiendo una mano en un gesto de conciliación— Creo que tus libros ya están afectando tu percepción de la realidad—
— Claro que tu ibas a estar de su lado— Roier se quejó, mirando a su hermano— No estoy mintiendo, ni fantaseando, ni nada. ¿Por qué nadie me quiere creer?—
— ¡Porque estas delirante!— Gritó Missa.
— ¡No es verdad!— Roier le respondió.
La tensión entre ambos hermanos estaba creciendo. Féliti estaba a segundos de intervenir, Tiki seguía callada y Malakai sonreía.
— ¡Claro que lo es! ¡Pasas tanto tiempo con esos pinches libros que ya te están quemando el cerebro! Leer tantos cuentos de hadas te está haciendo creer que eres el príncipe salvador, pero no eres ni siquiera un escudero— Missa espetó.
— Missa— Féliti dijo, en tono de sorpresa y regaño. Mientras que Roier tenía un gesto herido.
— Claro, porque no soportas que alguien más te robe la atención, príncipe mimado— Roier dijo en tono de burla— Eres un narcisista porque sabes que hagas lo que hagas, padre estará aplaudiendo tus estúpidos logros—
— ¡Eso no es verdad!— El hermano mayor gritó.
— ¡Ay por favor! Papá te cumple cada capricho y si no es a ti es a la engreída de Tiki— Roier volvió a levantar la voz.
— ¡Hey! Yo ni siquiera estoy hablando, nerd— Tiki exclamó— Pero tal vez tanta fantasía te hace creer que eres algo más importante de lo que eres—
— Ya basta, los tres— Féliti intentó calmar la situación, pero su voz se vio ahogada por la voz de Malakai.
— Ya tuve suficiente de ti, Roier, vete a tu cuarto— Malakai ordenó.
— Que no— Roier se negó, acercándose al rey— No, hasta que me escuches—
— Que ya te calles, ¿No entiendes?— Missa fue quien se interpuso entre su hermano y su padre, mirando a Roier— Deja de ser una molestia quieres, te pareces a tu madre—
Eso activo algo en Roier, quien se enojó aún más.
— No hables de mi madre— Roier dijo, tomando un brazo de Missa.
— ¡Y tu suéltame!— Missa gritó, movió su brazo bruscamente. El brazo que Roier sostenía se movió, golpeándolo en el pecho y por la fuerza inhumana de Missa, Roier salió impactado de donde estaba hasta la pared contrario, chocando contra una gran maceta que se rompió del potente impacto y luego cayó al suelo.
Todo quedó en silencio ante eso, casi todos sorprendidos e impactados, incluso Missa estaba inmóvil intercalando su vista de su brazo a Roier.
— N-no, yo no quise, no quería...— Intentó hablar, pero parecía demasiado asustado.
— Bien hecho, hijo— Malakai dijo, poniendo un brazo sobre un hombro de Missa y empezó a caminar, dirigiéndose a Roier, quien yacía tumbado en el suelo, quejándose del dolor— ¿Ves lo que tus estupideces causan, Roier?—
El rey se agachó y con su mano derecha fue a tomar el cabello de Roier, quien se quejó al primer instante.
— Ya estoy harto de ti— Dijo con simpleza y obligó a Roier a levantarse al jalar su cabello— Te largas a tu lugar especial—
Malakai empezó a caminar por el castillo lentamente mientras jalaba a Roier por el cabello.
— Malakai— Féliti intentó hablar.
— Ya cállate, tu voz me harta, mujer— Malakai le dijo al pasar junto a ella y Féliti callo.
Malakai se fue por el pasillo, llevándose a Roier con él, caminando y jalando al menor.
— Padre, por favor— Roier imploró.
— Siempre supe que había algo mal contigo, desde tu nacimiento— Malakai dijo— Y ya me cansé de ser benevolente contigo—
Malakai lo siguió arrastrando por el pasillo hasta un solitario pasillo con una sola puerta de color roja al final del mismo ubicada en los rincones más oscuros y olvidados del palacio. Malakai abrió la puerta, dejando ver el interior que era un lugar desolado y tétrico, con paredes de piedra desnuda y sin adornos, iluminado solo por la tenue luz que se filtraba a través de las pequeñas y altas ventanas, que estaban fuera del alcance de cualquiera que intentara escapar. El aire en la habitación era frío y pesado, lleno de una opresiva sensación de soledad y abandono.
No había muebles ni ningún rastro de comodidad, solo el eco vacío de cada paso resonando en las paredes desnudas. El silencio era tortuosamente palpable, como si estuviera cargado con el peso de las palabras no dichas y las tensiones sin resolver. Era un lugar diseñado para aislar y castigar, un lugar especialmente diseñado para Roier, su "lugar especial".
— No, espera, padre— Él dijo, tratado de detenerse, pero la fuerza en su cabello era mucha,
Malakai, con una expresión fría y severa en su rostro, arrastró a Roier hacia el centro de la habitación, sin mostrar ni un ápice de compasión por el dolor que estaba infligiendo a su propio hijo. Con un empujón brusco, lanzó a Roier al suelo, dejándolo allí como si fuera poco más que un objeto descartado.
— ¡Padre!— Gritó Roier, pero la puerta había sido cerrada con un golpe sordo detrás de ella— ¡Padre, por favor! ¡No me dejes aquí! ¡Padre!—
Pronto, la habitación se fue sumiendo en un silencio aún más opresivo. Roier se quedó allí, temblando de dolor y angustia, sintiéndose abandonado y desamparado en la oscuridad helada de aquel lugar desolado.
— Alguien, por favor...— Murmuró Roier, con su voz llena de súplica y desesperación, buscando desesperadamente aluna clase de ayuda.
Pero nadie pareció acercarse y el peso de la soledad aplastó sus hombros, haciéndolo sumirse en la tristeza y desolación mientras se quedaba en el suelo, demasiado desanimado y adolorido para intentar hacer algo.
— Mi niño, apenas llegas y te vuelves a ir— Carlota comentó, acariciando el rostro de Quackity— Ni siquiera me diste tiempo para prepararte un pastel—
— Lo sé tía, pero el deber como héroe me llama— Quackity respondió mirando a su tía con una leve sonrisa.
— Cuídate mucho por favor— La fémina le dijo, tomando sus dos manos— Está misión se oye demasiado peligrosa—
— Voy a estar bien, lo prometo— Respondió el joven pato.
En ese momento todos se encontraban en el muelle del reino, dándoles la inesperada despedida a sus héroes. El rey había calmado a su reino diciendo que iban a Mauki bajo la excusa de la visita diplomática qué el rey pedía, así los habitantes de Karmaland estarían más tranquilos.
— ¡Abran paso! — Gritó Vegetta mientras caminaba al frente de un grupo de trabajadores del castillo que empujaban una enorme caja alargada— Cuidado con esa caja muchachos—
Los trabajadores asintieron mientras seguían empujando en dirección a la rampa que daba acceso al barco.
— Las últimas cajas póngalas abajo— Staxx pidió.
— A la orden— Juan dijo, llevándose las cajas de verduras con él.
— Me encargare de que acomoden todo— Ari dijo, llevándose una caja también.
— Nombre, con todo esto ahorita mismo les preparo un mole de olla qué hasta van a lamer el plato— El Mariana dijo también, cargando otras 3 cajas.
— Está bien, pueden dejar esta caja aquí— Vegetta dijo cuando la gran caja fue dejada sobre la madera del barco y vio a los trabajadores abandonar la embarcación.
— Gilipollas— Dijo Rubius desde dentro de la caja.
— Cállate la boca Doblas, no podemos dejar que sepan que vienes con nosotros— Dijo Vegetta, dándole un golpe a la caja.
— Esto es humillante— Dijo el oso.
— Es la única forma que tuvimos para llevarte— Explicó el de ojos morados.
— ¿Ya tenemos todo listo? — Preguntó Luzu, subiéndose al barco.
—¡Velas listas! — Gritó Fargan desde arriba.
— Bodega de alimentos lista— Dijo Willy.
— Solo falta que Quackity suba— Respondió Alexby.
— Pues no esperen tanto por mí— Quackity respondió, aterrizando de pie en el barco.
— Recuerden, discreción— Luzu les recordó mientras caminaba hasta el barandal lateral del barco, mirando a todos los habitantes que los despedían, de entre toda esa gente, solo su padre, la tía de Quackity, Akira y Merlon eran los únicos en saber su verdadera misión.
Una misión bastante peligrosa.
— ¡Prometemos volver con éxito! — Gritó Luzu y la gente gritó por él, luego se giró a ver a los demás en el barco— Adelante muchachos—
—¡Leven anclas! — Quackity gritó y miró al frente del barco— ¡Con rumbo al horizonte! —
— ¡A la aventura! — Gritó Luzu.
El barco de inmediato empezó a moverse mientras toda la gente los despedía con la mano y ellos sonreían dentro del barco, regresando los movimientos de la mano.
— Que los dioses los protejan— Susurró Carlota.
— Les irá bien, son héroes después de todo— El rey comentó, mirando al barco alejarse— Yo confío en ellos—
Y así el barco de nuestros héroes se alejó por el mar en dirección a su misión. Y una vez que estuvieron lo suficientemente lejos, Vegetta abrió la enorme caja.
— ¡Al fin! — Gritó Rubius al salir, estirando sus brazos, luego miró al resto de la tripulación.
La mayoría lo veían con cautela y Rubius frunció el ceño.
— Tranquilos, tengo esto— Rubius dijo, alzando sus manos, mostrado los dos grilletes mágicos en sus muñecas, luego señaló a Vegetta— Y ese torpe tiene el cetro que deja mi magia... Restringida—
— Menos mal— Opinó Lolito.
—Cambiando el tema— Dijo Quackity de pronto para cortar la tensión— El viaje a Mauki nos llevara como mínimo dos días, si seguimos la ruta correcta—
—Pero el problema es este —Luzu le siguió, mostrando el gran mapa— La ruta comercial y más usada pasa demasiado cerca del Foso monstruoso. Hay que tener mucho cuidado, si entramos en dominios monstruosos, no saldrá nada bien—
— Déjame ver eso, princeso— Dijo Rubius, quitándole el mapa— Es más rápido si atravesamos el foso y no solo lo rodeamos... ¿Por qué existe esa ruta en un principio? —
— Porque ese foso está lleno de criaturas peligrosas que pueden hundir el barco— Luzu le dijo con fastidio, Rubius solo puso los ojos en blanco.
— Eso es porque sois unos debiluchos— El oso dijo, mirando el mapa— Cuando alguien conoce este foso, sabe por dónde moverse—
— ¿Y tú sabes por donde moverte aquí? — Preguntó Vegetta, apretando su agarre en el cetro.
— Más o menos un año después de que... Me fui de Karmaland, pasé un tiempo explorando y llegué al foso, conocí a alguien que quizás pueda ayudarnos— Rubius respondió.
— Espera, ¿Has estado en el foso monstruoso y saliste con vida? — Preguntó Lolito.
— No es tan bravo como lo hacen parecer— Rubius entonces empezó a pasar una garra por el mapa, atravesando la parta marcada como el foso— Por aquí es más rápido pasar—
— ¿El centro del foso? ¿¡Estas loco!? Es una misión suicida, oso tonto— Dijo Willy— Esa es la zona considerada como más peligrosa. Hay serpientes marinas, gente alga, monstruos marinos gigantes y...—
— Y yo conozco a alguien ahí— Dijo el oso, sonriendo un poco— Hay alguien ahí, lo conocí ese año de expedición. Puede que nos ayude a cruzar todo el foso sin problemas—
— Como estamos tan seguros de eso— Dijo el príncipe.
— Porque, aunque no lo crean, quiero cooperar en esta misión, si salimos exitosos eso significa que tendré mi libertad— El brujo oscuro dijo— Confíen en mi en esto, llegar lo más pronto posible a Mauki es la prioridad y en cuanto más pronto lleguemos será mejor incluso si eso significa atravesar el peligro—
Todos se quedaron en silencio, aunque pronto las miradas se dirigieron a Vegetta. Vegetta se mantuvo en silencio durante unos momentos, contemplando las palabras de Rubius con una mezcla de incredulidad y desconfianza. Finalmente, habló.
— No me gusta la idea de confiar en ti, Rubius. Has demostrado en el pasado que tus intereses suelen ser... Egoístas por decirlo de alguna manera— Vegetta se dijo "hipócrita" por dentro al decir aquello— ¿Cómo podemos estar seguros de que no nos llevarás hacia una trampa o nos traicionarás en el momento crucial?
Rubius asintió con comprensión, aunque su expresión mostraba cierta molestia ante la desconfianza del grupo. Si Ari, Juan y Mariana estuvieran en la cubierta podrían darle algo de apoyo.
Vegetta frunció el ceño, claramente indeciso ante las palabras de Rubius. Miró al oso con desconfianza.
— No puedo estar del todo de acuerdo con esto— Murmuró, su voz estaba llena de desconfianza.
— Deberíamos considerar todas nuestras opciones— De pronto Fargan intervino, aunque mantenía una mirada escéptica hacia Rubius— Pero eso no significa que tengamos que confiar ciegamente en él—
— Exactamente— Asintió Alexby, apoyando las palabras de Fargan— Rubius puede tener sus propios motivos ocultos—
— ¿Cómo sabemos que nos va a dejar a la deriva en cuanto estemos ahí? — Sugirió Staxx, manteniendo la vista fija en el frente y sin soltar el timón— No podemos arriesgarnos—
Rubius se encogió de hombros con una sonrisa burlona en su rostro, le devolvió el mapa a Luzu y empezó a caminar a la puerta que guiaba a las escaleras del barco.
— Bien, si no confían en mí, no me importa— Dijo sin siquiera molestarse en verlos— Pero si quieren llegar a Mauki sin contratiempos antes de que más desastres naturales ocurran, deberían considerar mi propuesta. Después de todo, como dije antes, mi libertad depende de que esta misión sea un éxito—
Las miradas de los presentes se volvieron hacia Rubius mientras se alejaba, sus palabras resonando en la cubierta del barco. La desconfianza seguía palpable en el aire, pero la necesidad urgente de llegar a Mauki pesaba sobre ellos. Vegetta le dedico una rápida mirada a Luzu y Quackity, quienes estaban igual de resignados. El pato se encogió en hombros y el príncipe hizo una mueca.
Vegetta apretó los puños, luchando internamente con sus dudas y su sentido del deber hacia su misión.
— No confío en él, pero no veo que tengamos muchas otras opciones— Admitió con resignación, dirigiendo una mirada a sus compañeros— Entonces vamos a tener que confiar en su palabra por ahora. Pero aun así estaremos vigilantes—
Todos asintieron en acuerdo, conscientes de que estaban tomando un riesgo al aceptar la propuesta de Rubius, pero como Vegetta había dicho, no tenían muchas opciones.
Con un suspiro, Vegetta se dirigió hacia Rubius, decidido a seguir adelante con el plan, aunque con precaución.
— Muy bien, Rubius— Declaró con firmeza— Te daremos una oportunidad. Pero si descubrimos que nos estás engañando, no habrá lugar donde puedas esconderte y sabes que por ahora dependes de mi para usar tu magia—
Tras oír eso, Rubius miró los grilletes en sus muñecas, aquellos grilletes que lo mantenían atado al diamante y suspiró.
Rubius levantó la mirada hacia Vegetta, su rostro mostrando una mezcla de resignación y desdén. Sabía que estaba en una posición poco favorable, atado a los caprichos del brujo y su cetro que restringía su magia.
— Entendido, De Luque— Respondió Rubius con un tono cargado de sarcasmo— No te preocupes, no tengo intención de desaparecer en medio de la noche. Tengo asuntos más importantes que atender.
Vegetta frunció el ceño ante la actitud cínica de Rubius, pero decidió dejar de lado su desconfianza por el momento. Había demasiado en juego como para permitirse distracciones innecesarias.
— Entonces espero que así sea —dijo con firmeza, manteniendo su mirada fija en el oso—. Pero recuerda, cualquier movimiento en falso y serás el primero en pagar las consecuencias—
Rubius asintió con fingida humildad, pero en su interior, su mente ya estaba trabajando en cómo podría aprovechar esta situación a su favor. Aunque estaba obligado a cooperar por el momento, sabía que siempre había una oportunidad para jugar sus cartas y vaya que las iba a jugar.
— ¡Ya está la comida!— Gritó Ari de repente, subiendo a cubierta.
— Al fin— Dijo Quackity, empezando a caminar a la puerta.
Todos se dieron el capricho de calmarse un poco y tomarse una pausa para comer, después de todo tenían un enorme camino por delante y esa sería su única comida completa en unos días si es que todo salía bien y les rezaban a los dioses para que todo saliera bien.
Cuando el sol se estaba ocultando, dando paso a la noche, Roier empezó a sentir algo de frío en ese oscuro lugar, se abrazaba mientras esperaba a que alguien acabará ese tormento.
Sin embargo, su respuesta vino pronto cuando la puerta se abrió, aunque su alivio pronto se fue al ver a su padre en el marco de la puerta.
Malakai no dijo nada, solo se agachó a tomar a Roier del brazo y lo levantó para sacarlo de esa habitación y empezó a caminar.
— Que con esto te quede claro, Roier, que tus estúpidos delirios de protagonista son una farsa, son mentiras y no quiero que sigas con esas ridículas fantasías— Malakai dijo en un tono pesado, apretando más el brazo de Roier.
— Papá, me estas lastimando— Roier dijo.
— Cállate Roier— Espetó Malakai, dando un jalón más fuerte y Roier se quejó— Sabía que estas cosas pasarían, desde tu nacimiento siempre has traído desgracias, naciste sin algún don, tu madre era una ramera y aun me cuestiono si tú de verdad eres mi hijo—
El rey regañaba a Roier mientras lo obligaba a caminar por todo el castillo, algunos sirvientes veían la escena y se mantenían lo más lejos posible de ellos dos.
— No eres más que una decepción para este reino, para esta familia— El rey comentó, empezando a bajar las escaleras que daban paso a la zona de la habitación de Roier— Tus hermanos sí son lo que espero de ellos en cambio tú, tú no eres más que un estorbo para este reino, para esta vida—
Finalmente llegaron a la puerta de Roier, el rey abrió la puerta y lanzó a Roier dentro de la habitación, cayendo al suelo de sopetón, quejándose por el golpe.
— ¡No quiero seguir oyendo tus estupideces, nunca más! — Gritó Malakai, cerrando la puerta de golpe, dejando al castaño tirado en el suelo.
Con el pasar de los segundos, Roier se sentó en el suelo, recargando la espalda contra la puerta de su cuarto, logró escuchar la llave cerrando su puerta y no pudo más. Se rompió ahí mismo, empezando a llorar levemente ahí, sintiéndose derrotado.
Flexionó las rodillas, las abrazó con los brazos y ocultó la cabeza, llorando de manera silenciosa, ocultando su dolor e impotencia.
Pero mientras lloraba, cerró sus puños y apretó con fuerza. Empezó a levantar la cara y lentamente comenzó a ponerse de pie. No quería derrotarse así, no podía dejarse derrotar así.
Tenía que hacer algo.
Mantuvo su mirada en su balcón, observando hacia él exterior cubierto por la luz del Sol.
— Ese mar viene y me quiere llevar con olas que ahogan mi aliento— Empezó a cantar, caminando lentamente hacia el balcón— Por su razón debo todo ocultar, mi voz se extingue en el trueno—
La luz del atardecer caía sobre el palacio, la poca luz sobrante del día se filtraba por el balcón de su habitación, mirando la leve luz entre naranja y dorada que se reflejaba en el piso de fino mármol blanco.
— No he de llorar, no he de derrumbarme— Cerró sus puños, caminando en dirección al balcón— Los mueve intentar, callarme y vencerme ya—
Se detuvo, mirando a la nada, el paisaje aburrido que le brindaba su habitación en la zona más alejada de la zona familiar.
— Silencio nunca, desean que enmudezca— El castaño fue apoyando las manos sobre el balcón, bajando la mirada hacía las plantas del suelo— Y que tiemble con la idea...—
— Y callar no será mi vida— Cantó en voz bastante baja, sintiendo que se la iban las fuerzas en las piernas, cayendo de rodillas en el suelo, apoyándose contra el barandal de su balcón, cerrando sus ojos y abrazando sus piernas.
Ya estaba cansado, cansado de ser menospreciado, de no ser tomado en cuenta, de ser ignorado, maltratado, de ser un cero a la izquierda para todos en ese reino. Sus preocupaciones eran reales, pero nadie parecía importarle lo suficiente para escucharlo y ya no podía resistirlo, no más. Tenía que hacer algo, debía hacer algo antes de que todo se fuera al demonio.
Roier frunció el ceño y se levantó de forma rápida, entrando de nueva cuenta a su habitación quitándose la capa para lanzarla sobre su cama, asegurándose de no dañar la flor. Se dirigió a su gran armario para buscar un cambio de ropa, quitándose cualquier ropa que pareciera elegante, terminando poniéndose algo más sencillo, pantalones negros, botas cafés, una camisa blanca y un chaleco rojizo. Una vez con ropa lista se dirigió a la salida de su cuarto y con toda su agilidad se infiltró en la cocina, mirando que no había tanta gente ahí por lo que pudo robar algo de comida que pudiera durar un par de días, cuando tuvo su comida en una bolsa de tela salió corriendo de vuelta a su habitación.
Tomó su capa de nuevo, cubriéndose su cuerpo y luego miró a la flor dorada en su cama, brillando y llamando su atención.
— Tengo que ser muy cuidadoso contigo— Dijo, acomodándose la bolsa en un hombro, caminó un poco más por su cuarto, encontrando un pañuelo blanco, pero al tomarlo, hizo que cayera algo que era cubierto por ese pañuelo.
Al mirar abajo vio el trozo de oro con la H grabada que la anciana le había dado en la plaza, algo que honestamente no se veía de valor, pero por algún motivo en lugar de ponerlo en el lugar donde estaba antes, decidió ponerla en su mochila junto a la comida, tras eso se encaminó a la cama, dejó el pañuelo sobre la cama y con delicadeza puso la flor en el pañuelo para luego envolverla con él y así meterla en la mochila de nuevo. Su último movimiento fue su librero, buscando un libro en específico.
— Y esta justo... ¡Aquí! — Dijo al tomar un libro de geografía, al abrirlo empezó a buscar la hoja ideal y la encontró casi al final. Un mapa que se desenvolvía del libro, un mapa actualizado de todas las islas Mauki, con cuidado lo arrancó del libro y volvió a doblarlo para también guardarlo en la mochila. Se acomodó la capa y caminó de vuelta al balcón, asomándose hacia abajo, era alto, pero su pared tenía una larga enredadera, lo suficiente fuerte para aguantar su peso.
— Si nadie se preocupa en salvar nuestro reino, yo lo haré— Dijo, subiendo a la enredadera con lentitud y al verse a salvo empezó a bajar por ahí, logrando llegar hasta el suelo, saltando hasta el piso y miró a sus alrededores.
— ¿Y ahora qué? — Se preguntó, mirando todo— ¿Qué me dijeron los kodamas?... Navegar solo, selva de la incertidumbre, cueva de la muerte... ¿Qué chingados significan esas mamadas? —
Trató de analizar esas palabras, queriendo recordar algo de sus conocimientos, golpeaba su pie en el suelo, queriendo recordar hasta que de pronto abrió los ojos al recordar algo.
— La cueva de la muerte— Se repitió— ¡El templo del dios de la muerte! Así se llama, claro, ahora, ¿Cómo llegar ahí? —
Escuchó un par de ruidos de guardias acercándose, tenía que irse rápido, así que empezó a correr por los terrenos del palacio, mirando sus alrededores para escapar con velocidad. Corrió entre las sombras de la estructura y los jardines bien cuidados. Cada paso resonaba en su mente como un latido acelerado, la adrenalina recorría sus venas mientras se adentraba más en los laberintos del palacio.
Al doblar en una esquina se detuvo de golpe al ver a dos guardias bloqueando su camino, no podía permitirse ser descubierto. Se agachó en las sombras, ocultándose en un arbusto y escuchó atentamente su conversación.
— ¿Escuchaste eso? — Preguntó uno de los guardias, frunciendo el ceño.
— Probablemente solo sea un animal— Respondió el otro, con tono indiferente.
— Miau— Roier maulló, convenciendo a los guardias, quienes volvieron a ponerse a charlar.
Aprovechando la distracción, Roier se deslizó silenciosamente entre los arbustos, evitando cualquier ruido que pudiera delatar su presencia. Logró sortear a los guardias y continuar su escape hacia la libertad.
Por suerte, Roier tuvo camino libre hasta la entrada de los muros del palacio, mirando que las grandes puertas aun seguían abiertas sin guardias al aire. Sonrió, casi corriendo hasta lograr salir.
Miró la tarde el ambiente, notando que había logrado salir y ahora le faltaba embarcarse en su misión.
Tomó un respiro, se colocó la capucha en su cabeza y empezó a caminar, tenía un reino que salvar.
Continuará...
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