Te terminaste tu café y dejaste la taza sucia en el fregadero. Sabía que aunque estuviera ahí un año entero tu no la lavarías, así que la lavé yo. Sentía tu mirada taladrando mi nuca.

Cuando terminé me di vuelta y te fuiste. Volviste unos minutos después, con tu pijama puesto. Prendiste un cigarro, le diste unas cuantas caladas y lo aplastaste en un cenicero.

—Buenas noches —dije. Tu hiciste un gesto con la mano que probablemente significó «Buenas noches». Entré al baño, hice mis necesidades y me puse pijama. Cuando salí tu seguías en la cocina. Cuando me viste llegar te fuiste a tu habitación. Cogí unas mantas y las coloqué sobre el sofá. Estaba acostándome cuando hablaste.

— ¿Qué haces?

Solté una risa sin poder evitarlo.

— ¿Qué crees que hago? —dije señalando el sofá. La puerta de tu habitación estaba abierta, por lo que te podía ver sentada en tu cama con las piernas cruzadas. Con una mano palmeaste a tu lado.

Fui a tu habitación sin rechistar y me tumbé a tu lado. Te besé en la frente y tu me acariciaste el brazo. En minutos te quedaste dormida, y luego yo también.

Esa fue la primera vez que dormimos juntos. En ese instante me pareció extraño, pero ahora se me hace extraño dormir sin ti a mi lado.