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Enfrenté en silencio una crisis. Me desesperaba no saber en donde se encontraba mi Bibiana. ¿Estaba en ese cielo que la religión nos prometía?, ¿estaba en algún lugar del universo? o ¿simplemente había desparecido para siempre?.
Imaginé distintos momentos, distintas líneas de tiempos y dimensiones. Primero imaginé la más obvia, esa en donde ella nunca fuera a ese lugar y se hubiese quedado en su casa. Luego una en donde haya podido huir de lo que le querían hacer. Otra en donde la advirtiera. Una más en donde alguien la hubiera acompañado.
En todas y cada una quería verla con vida, quería seguirla viendo y ver esas publicaciones que tanta risa me causaban.
Me daba temor nunca volverla a ver otra vez, ni siquiera en otra vida. Anhelaba volver a sentir su lacio cabello en mis manos mientras intentaba hacerle una trenza que se haría añicos en cuanto soltara mi obra.
Los días pasaban y deseaba ir a visitarla, segundos después caía en cuenta de que ella estaba muerta. Que si iba a su casa me encontraría con más tristeza que no necesitaba.
Empecé a escuchar la música que ella escuchaba y que no era de mi total agrado. Seguía odiando esas canciones pero en cuento las oía, la imaginaba a mi lado cantando y diciendo que amaba esa canción o a ese artista o banda. Así que obligué a mis oídos a resistir y escuchar por completo.
Luego, en cuanto escuchaba alguna canción o artista que nos gustaba a ambas, era doloroso. Fue peor cuando una de sus artistas favoritas sacó nueva música, ¿por qué? Simple: porque Bibiana no pudo y nunca podría escuchar esas nuevas canciones.
Luego veía a esos artistas que ella adoraba, cambiar y hablar como si nada. Para Bibi ellos lo eran todo. Para ellos, Bibi nunca fue nada. No supieron de su existencia ni lo importante que fueron para mi pequeña.
Comencé a odiar a los artistas que ella adoraba, en cuanto alguna de sus canciones salía en la radio, le cambiaba inmediatamente. No quería recordarla. Me dolía saber que no estaba en un concierto ni de viaje, dolía saber que no iba a intentar maquillarme como emo.
Extrañaba su mirada acusadora, extrañaba cada parte de ella y de sus ocurrencias.
Hace unos años una ruptura para mí era un pretexto perfecto para el suicidio, ahora imaginen la pérdida de un ser querido. Mi universo entero colapsó. No encontraba salida pero tampoco quería matarme. Quería extrañarla.
Nunca había estado en esta situación de sentir realmente la muerte de alguien. Ahora sabía cómo se sentía, y era terriblemente doloroso.
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