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CHAPTER 01: IMPACTOS FUERTES

—Sabes que puedo esperarte otro rato.

Si alguien se lo hubiera dicho hace exactamente cuatro meses—cuatro—que estaría haciendo un gesto ridículo con los labios... se habría reído tanto que habría terminado con calambres en el abdomen. Jungkook, el frío, el sarcástico, el que no se doblega por nada ni nadie, ese mismo, hoy está mirando con ojos de cachorro a su novio. Novio. Maldita sea.

¿Y saben qué es lo peor? Que no está tan mal. O sea... visualmente hablando. El chico es una jodida obra de arte. Las primeras impresiones lo son todo, ¿vale? Jungkook no es superficial, solo tiene estándares visuales exigentes.

—Ya te he dicho que no es necesario—le responde su novio, y lo hace con una sonrisa de labios cerrados que debería venir con advertencia legal. Es esa sonrisa. Esa maldita sonrisa de que no mataría ni una mosca mientras probablemente todos a su alrededor se desintegran por dentro.

Jungkook está convencido de que esa sonrisa tiene efectos secundarios clínicos: piernas flojas, corazón palpitante, pérdida de dignidad temporal. Él mismo lo ha comprobado.

Algunas veces le resulta encantador, como si saliera de una novela para abuelitas con final feliz y música de piano de fondo. Otras, solo quiere lanzarle un zapato porque nadie puede ser tan bueno. O eso pensaba antes. Porque claro, el universo tiene sentido del humor.

Lo que comenzó con: ah, qué guapo el angelito ese.

Se transformó en: ¿Por qué carajos quiero abrazarlo todo el tiempo y hacerle galletitas con forma de ositos?

Maldito. Chico. Sexy.

—Vas a terminar exhausto antes de que pueda volver a darte un abrazo—añade el susodicho, con esa voz suave y esa carita como si realmente estuviera preocupado por su bienestar emocional.

Jungkook hace una mueca.

Tiene que soltar un suspiro profundo, el tipo de suspiro que uno suelta cuando se está conteniendo para no hacer una estupidez. Como, no sé, lanzarse al cuello de su novio en ese preciso momento y gritarle: ¿Te das cuenta de que me tienes como un imbécil con estrellas en los ojos? O algo igual de dramático.

Y es que, para ser honestos, Jungkook está completamente jodido. De ese modo ridículo y empalagoso que siempre ha criticado en los demás. Lo que antes le parecía patético ahora le parece... lindo. Un poco. Solo un poco. ¡Ya basta!

Mira el campo. Va a tener que quedarse tres horas enteras observando a once idiotas correr detrás de una pelota como si sus vidas dependieran de eso. ¿Y por qué lo hace? Porque en medio de ese grupo está él. Su novio. El tipo que tiene una sonrisa capaz de cerrar conflictos internacionales y una cara de actor porno en pausa.

Pero sí, lo va a esperar. Porque imaginar citas mientras lo observa a la distancia le parece, en palabras que nunca admitiría en voz alta, fabuloso.

Jungkook, el sarcástico, el solitario, el que no creía en el amor... ahora tiene nombre, rostro y abdominales favoritos.

Y si alguien osa mencionarlo, lo va a negar todo. Obviamente.

—¡Oh vamos! No coman pan frente a los pobres—grita Seungkwan desde la tercera fila, haciendo que algunas cabezas giren. Jungkook se limita a parpadear lentamente. Este cabrón.

No tiene palabras para describir al casi hermano de su novio. Cuando escuchó por primera vez que eran como hermanos, asumió que era una forma exagerada de decir: me cae bien. Ya saben, lo típico. Luego, Boo Seungkwan intentó coquetearle solo para matar el rato, y ahí fue cuando entendió que ese tipo no tenía filtro ni límites ni vergüenza.

Y por alguna jodida razón, se hicieron amigos.

Supone que hay algo entrañable en la forma caótica de existir de Seungkwan. Como un tornado con mucho brillo. Es de esas personas que no se callan ni cuando deberían, que sueltan idioteces con tanta seguridad que terminan siendo divertidas. Imposible aburrirse a su lado. Cansarse, sí. Aburrirse, jamás.

—Mala suerte, Seungkwan. A este paso es bastante probable que te mueras solo o abandonado con cien gatos—responde Jungkook, mientras observa cómo Seungkwan hace una mueca exagerada de drama. Tiene que reír. No porque quiera. Es como un reflejo automático. Ese chico definitivamente nació para el teatro. O para romper silencios incómodos. Una de dos.

—Nos vemos el viernes. ¿Es una promesa? —dice Seungcheol, y de repente saca su dedito meñique como si fueran dos niños del kínder que acaban de pactar no robarse los juguetes del otro.

—¿Te crees que tengo cinco años o algo parecido? No me des el dedito—gruñe Jungkook, pero igual levanta el suyo. Porque sí. Porque su cuerpo es un traidor. Porque si no le promete que va a ir, el idiota de Seungcheol probablemente le mandará vídeos tristes toda la semana.

—No quiero verte esperar solo en las gradas.

—Seungcheol—lo llaman de la cancha.

Seungcheol solo lanza una mirada rápida a la cancha antes de enfocarse en Jungkook. Y ahí va. Ahí va el maldito nombre.

—El viernes, Kookie.

Cielos.

Kookie.

¿Por qué tuvo que usar el maldito apodo? ¿Es que no ve cómo eso hace que todo el cuerpo de Jungkook entre en estado de alerta emocional como si fuera una alarma de incendio?

Fingir demencia. Sí. Esa es la solución. Mirar hacia otro lado. Actuar como si el corazón no le hubiera dado un vuelco digno de película. Porque si sigue ahí un segundo más, va a sentirse como una maldita hamburguesa en vitrina. Oferta 2x1. Solo por hoy. Vengan por su Jungkook, recién enamorado, carnoso y suavecito.

Se levanta.

—Bien... —murmura con un suspiro que no es fingido ni por asomo. Lo odia. Odia cómo su voz suena un poco triste, aunque no lo quiera. No va a decirlo. Obviamente, no lo va a decir. Tiene una reputación que mantener. Una imagen. Un ego. Una dignidad que aún sobrevive, apenas, colgando de un hilo.

Agh.

Va a echarlo de menos.

¿Felices? Ya lo dijo. Lo pensó. Que conste que solo lo admite porque está narrando su vida mentalmente como si fuera una comedia romántica.

Solo que no piensa demostrarlo. Aún.

Porque si lo hace, eso implicaría aceptar que está completamente jodido por un tipo que le dice Kookie sin piedad.

Y todavía le quedan unas tres horas para procesarlo antes de volver a ser el idiota enamorado de siempre.

Su dignidad se evapora como la sopa que quiso cocinar aquel domingo de desastre culinario, burbujeando hasta desaparecer por completo cuando Seungcheol lo toma de la barbilla y le da ese beso corto. Corto, pero con sabor a: me perteneces. Casi se le escapa un sonido ridículamente meloso. Casi. Porque Jungkook no es débil. Tiene principios. Orgullo. Un sistema de defensa contra cursilerías...

Ok, no. No es de acero. Tiene un maldito corazoncito y acaba de latir con fuerza nivel terremoto.

—Me haces una videollamada cuando llegues a tu cuarto. No importa si es dentro de las tres horas de entrenamiento—le dice Seungcheol con esa voz que tiene la maldita audacia de sonar suave y autoritaria al mismo tiempo. ¿Quién se cree que es?

¿Cómo fue que logró conquistar a esta criatura? ¿Cómo fue que este cretino con suerte acabó siendo su novio? ¿Y por qué, demonios, todo esto se siente tan bien?

—Vamos. Tienes que irte—dice Cheol, pero Jungkook no se mueve. Más bien, lo contrario. Lo abraza por el cuello y apoya la frente contra su pecho.

—No quiero irme—resopla como un pobre bobo en problemas emocionales. ¿Eso que acaba de hacer fue frotarse la cara contra el pecho de su novio? ¿En qué momento se convirtió en un personaje de novela? ¿Qué sigue? ¿Llorar bajo la lluvia con una balada triste de fondo?

Pero antes de que pueda humillarse más a sí mismo mentalmente, Seungcheol le rodea la cintura. Y. Maldita. Sea. ¿Eso que acaba de sentir en la panza es el jodido revoloteo de las mariposas del amor o simplemente son las consecuencias de haberse tragado una pizza congelada a las dos de la tarde?

—¡Choi Seungcheol! ¡Ven a la maldita cancha de una vez! —ruge la voz del entrenador con el poder de una explosión nuclear en estadio cerrado.

Listo. Fin del momento novela.

—¡Seungkwan! ¡Mueve tu trasero a la cancha ahora! ¡Vengan los dos de inmediato! —grita de nuevo, como si pensara que elevar la voz diez decibeles mágicamente haría que se movieran más rápido.

—Estaba viendo la novela, profe. Se transmite solo cuando tenemos entrenamiento los martes a las cuatro de la tarde. No se enfade porque le van a salir arrugas—responde Seungkwan con una naturalidad que debería ser ilegal. Jungkook, por su parte, se debate entre la risa o el deseo de amordazarlo por siempre.

—Vamos, Romeo. El cascarrabias nos espera en el terreno—suelta, arrastrándolo de vuelta a la realidad.

—¡Te he escuchado, Seungkwan! —grita el entrenador, claramente en el borde de un colapso nervioso, mientras el susodicho se da el lujo de sacarle la lengua.

—Me llamas—le dice Seungcheol, más cerca de su boca que del aire. Jungkook se paraliza. El tono. El susurro. El maldito aliento cálido que se cuela directo a su cerebro. Y entonces...

Beso corto.

¿Otra vez? ¿Así piensa despedirse? ¿Quién le dio permiso de jugar con sus emociones de esa manera?

—Tienes que despedirte bien—responde Jungkook, medio retador. Porque si va a seguir haciendo de protagonista de telenovela, que sea completo.

—Acabo de hacerlo—dice Seungcheol, como si el mundo no acabara de cambiar después de ese beso.

Pero claro, no contaba con que Jungkook tomara iniciativa.

Y ahí va. Beso con lengua. Suave. Lento. Cálido. Como si no quisiera que ese beso terminara nunca.

—¡Choi Seungcheol! ¡Mueve tu culo a la cancha ahora mismo! —El entrenador, una vez más, metiendo cuchara en momentos sagrados.

Seungcheol se separa apenas. Lo suficiente como para verlo. Está desconcertado y Jungkook no lo culpa. No suele tomar la delantera en cosas así. Al menos, no todavía. Se ha contenido. Le ha ocultado partes de sí. Su verdadera personalidad sigue guardada en un cofre sellado con cinta y una advertencia de abrir bajo su propio riesgo. A veces piensa que Seungcheol se enamoró de la versión buena de él. La tranquila. La decorosa. La editable.

Pero si lo sigue besando así, va a sacar al Jungkook 2.0 sin filtro ni frenos.

—Se supone que tienes que agitarte en el entrenamiento. No con los besos que te da tu caliente novio—espeta Seungkwan con su eterno talento para hacer comentarios innecesarios en el momento más preciso.

Y sí. Tiene que reír.

Claro que es caliente.

Y claro que va a hacerle la videollamada. En menos de tres horas.

Aunque lo niegue.

Aunque quiera conservar su dignidad.

Porque se jodió.

Y le gusta.

El silbato resuena por toda la cancha como si fuera la introducción dramática de una serie japonesa, y lo saca de su nube color rosa pastel. Y claro, lo que sigue es peor: once pares de ojos inyectados en burla y un entrenador que parece al borde de buscar una katana para cortarlo en pedacitos.

Ah sí. ¿Mencionamos que estaba en plena cancha de fútbol antes de encajarse con lengua incluida en su novio?

Clásico Jungkook. Culpable de exceso de cariño en público. Otra vez.

Decide hacer de gran actor de reparto: mirar al cielo como si el silbato no fuera con él, caminar hacia las gradas como si no tuviera la cara encendida y fingir que la vida es bella. Pero ya siente la mirada del entrenador quemándole la nuca como si estuviera en su maldita Death Note deportiva. Lo peor es que probablemente tiene razón. Jungkook ha ido tanto a esos entrenamientos que hasta los conos del campo saben su nombre. Seguro el entrenador ya ha considerado colgar su foto con un cartel de: persona no grata durante práctica.

En fin. Perfecto momento para hablar de su novio. Porque, claro, qué mejor ocasión que en medio de la humillación colectiva y mientras huye del escenario.

Nombre completo: Choi Seungcheol.

Alias personal: El Duracell triple A.

Alto. Apuesto. Atento. Aunque eso último viene con asterisco porque aún no ha comprobado su rendimiento en el terreno horizontal, si entienden a lo que me refiero. Tiene fe y muchas expectativas. Porque si ese hombre es tan constante con el cardio de cancha, en la cama tiene que ser un maratón de emociones.

Seungcheol, pues, es ese espécimen que no debería existir: el caballero clásico, pero con cara de: ven y arruínate conmigo. Es como si una historia de romance juvenil cobrara vida. De esos chicos que te pagan la comida en la primera cita, te abren la puerta del auto y todavía tienen el descaro de mirarte como si tú fueras el regalo de Dios.

Ridículo.

Absurdo.

Completamente irresistible.

Y Jungkook, que en su momento se burlaba de los chicos flor, terminó cayendo redondito por uno. Le gustaría echarle la culpa al universo, al horóscopo, a la falta de serotonina... pero la verdad es que el idiota de su novio se metió por la puerta grande de su corazoncito gótico y decorado con sarcasmo.

El primer golpe de realidad fue visual, obvio. No es ciego. Si existe alguien con mejor estética que Seungcheol, no lo ha visto. Fue un crush silencioso. Seungcheol aparecía en su radar, y Jungkook hacía lo imposible por no derretirse.

Y luego vino el postre de fresa.

Maldito detalle tierno.

Después de eso, las salidas se volvieron rutina. Las risas, constantes. Los roces de manos, inevitables. Y en algún punto, entre la cuarta cita y la quinta burla de Seungkwan, Jungkook aceptó que estaba jodidamente enamorado.

Seungcheol, con todo su despliegue de romanticismo barato sacado de novela, le robó el corazón. Y Jungkook se lo dejó llevar sin demasiada resistencia.

Porque Seungcheol era eso.

Un tipo bueno, lindo, detallista. Absurda y hermosamente empalagoso.

Y tal vez, solo tal vez... era con él con quien podría imaginar un futuro. Uno de esos que da miedo pensar pero reconforta imaginar.

Choi Seungcheol era perfecto.

—¡Sal del camino!

Ajá. Así sin anestesia. La voz le llega como una trompeta desafinada en medio de su monólogo interno sobre lo fabuloso que es su novio. Ha recorrido al menos dos edificios hablando solo de lo maravilloso qué es Seungcheol. Porque sí, Seungcheol se ha vuelto su zona segura, su almohada emocional. Ay no. ¿Le está pegando lo cursi? ¿Acaba de compararlo con una almohada?

—¡Mierda que te-!

Y el universo, en su infinita ironía, lo manda directamente al piso. Como castigo divino por estar hablando bonito.

—¡Lo siento! ¡Lo siento!

¿Lo siente? ¿Lo siente? El tipo que acaba de atropellarlo como si fuera invisible y lo ha mandado a volar como pelota de feria se atreve a decir que lo siente. Jungkook parpadea desde el suelo, intentando entender qué carajos acaba de pasar. Su trasero duele, su espalda también, y su dignidad acaba de salir corriendo del lugar como si le debiera dinero.

Lo peor —y esto es realmente lo peor—es que el culpable de su caída tiene la poca vergüenza de estar encima de él. Literalmente. Como si fueran los protagonistas de una comedia romántica coreana. Solo que en esta versión, él quiere gritarle y no besarlo bajo la lluvia.

El tipo—porque ya decidimos que es un tipo raro, con cara de problemas— levanta la vista como si recién se diera cuenta de dónde está. Jungkook no puede decidir si tiene ganas de patearlo o de empujarlo con un palo largo.

—Oh mierda. Tu celular.

¿Perdón?

Jungkook gira el cuello como la niña del exorcista y su mirada aterriza en la escena del crimen: su celular, a menos de un metro de distancia, con la pantalla tan destrozada que parece que se le hubiera caído encima un rayo. O un elefante. O el peso de sus expectativas en la humanidad.

—¡¿Mi celular?! —le sale como un chillido de ardilla poseída.

Ya está. El pobre aparato tenía media vida útil, sí, pero era su herramienta de videollamadas con Seungcheol, de memes con Soobin, de canciones tristes a las tres de la madrugada.

—¡Pero-! ¡Ahora me las pagas, maldito pedazo de-!

Está tan encendido que su cara debe estar más roja que los labios de Seungcheol cuando se ríe por la nariz. Se va a levantar del suelo y le va a lanzar encima toda la artillería verbal que se ha guardado durante años.

Pero entonces...

El tipo levanta la cabeza. Y lo ve. Realmente lo ve. Ceja rasurada, una cicatriz en la mandíbula que parece sacada de una pelea callejera, y unos ojos que tienen más oscuridad que la carpeta de borradores que guarda Jungkook con mensajes que nunca se atrevió a mandar.

Oh no.

Este imbécil es guapo.

De esos guapos que te joden la existencia. Guapos de estilo: fumo en azoteas, escribo poemas deprimentes y rompo corazones por deporte. Guapos de estilo: no me baño, pero igual huelo a sándalo caro.

Y Jungkook odia ese tipo de guapos. Porque son su debilidad.

Mierda.

—¿Estás bien? —pregunta el chico, y su voz tiene ese timbre bajo que parece acariciarte el ego y al mismo tiempo insultarte.

—Estoy... —emocionalmente destruido, quiere decir. Pero lo que sale es—: ¡Estás loco! ¡Me destruiste el celular y casi me rompes una costilla!

—Ya te dije que lo siento—el tipo responde, y parece genuino. Y si hay algo peor que un tipo guapo que arruina tu día... es uno que encima se ve arrepentido y aun así sigue guapo.

Jungkook se sienta sobre el suelo, y se sacude como gato mojado. No va a caer. No otra vez. Tiene novio. Un novio que le da fresas, lo abraza por la cintura y le dice cosas lindas antes de meterse a entrenar. Un novio que... mierda. ¿Cómo le va a explicar que no le puede llamar por videollamada porque su celular está muerto gracias a un tipo raro con cara de delincuente?

—Tú... vas a pagarme esto. Hasta el último centavo—le apunta con el dedo, tratando de no mirarle los labios. Porque, claro, tenía que tener labios bonitos. Maldita sea.

—¿Y si te invito un café y lo resolvemos como personas civilizadas?

Oh. No, señor. No va a dejarse caer por un rompecorazones con chaqueta de cuero. Jungkook no es tan débil.

Aunque.

—Tienes cinco minutos para explicarme cómo vas a pagarme ese celular, imbécil—dice, cruzándose de brazos.

No está tan enojado como debería.

Y eso es peligroso.

—¡Kim!

¿Ahora no puede ni insultar en paz? Jungkook parpadea, confundido, mientras procesa el tono de amenaza con certificado de homicidio que acaba de retumbar por todo el pasillo. No es una voz cualquiera. Es el tipo de grito que hace que los niños de jardín de infantes se echen a llorar sin saber por qué. Y el tipo encima de él... oh.

Ahora tiene sentido por qué se puso blanco como fantasma.

—¡No te puedes escapar!

¿Perdón? ¿Escapar de qué? ¿De quién? ¿De ella? ¿La que viene corriendo con los ojos desorbitados? Jungkook se congela por un segundo. Casi. Casi siente lástima por el chico que aún estaba sentado frente a él. Casi.

Porque después recuerda algo muy importante: ¡ese imbécil le rompió su celular!

—Puta madre—escapa de esos labios con el alma dolida.

La cosa es que... el maldito tiene el cabello largo. Y se le ve bien. Demasiado bien. El tipo parece el protagonista de una novela donde todas se enamoran del bad boy silencioso que tiene traumas del pasado y un gato callejero que lo sigue a todos lados.

¿Se pone aloe en el cabello? ¿Qué clase de genética maldita te da ese brillo natural?

¿Y por qué le está viendo el cabello?

Tiene que obligarse a fruncir el ceño en señal de rabia. Pero su cerebro ya está haciendo espacio para un pensamiento nuevo: ¿Y si le digo a Seungcheol que se deje crecer el cabello para amarrárselo en una coleta baja y-?

¡Concentrate!

Y justo cuando decide volver a enfocar su odio como un rayo láser... el tipo se levanta. Se levanta. En dos segundos. Como si fuera una escena de película donde el protagonista se va antes de que el edificio explote.

—Tengo que irme.

¿Tengo que irme? ¿Es en serio? ¿Después de romperle el celular, desarmarle la espalda, y tirarse encima de él como si fuera un colchón?

¿Acaso este imbécil se cree ninja?

—¡Tienes que reponerme el maldito celular! ¡Lo hiciste mierda en menos de un minuto!

Y a ver. Que su celular no es la gran cosa. Lo sabe. Ha tenido ese aparato desde tiempos bíblicos. Su madre ya le dijo que parecía un arqueólogo usando esa cosa, pero era suyo. Tenía valor. Tenía memes de hace tres años que jamás volverá a encontrar.

Y, más importante aún, tenía la última videollamada con Seungcheol en la que su novio se reía mientras intentaba cocinar y terminó incendiando el microondas. Ese archivo ya era patrimonio emocional de la humanidad.

Así que no. Jungkook no va a dejar pasar esto.

—¡Ni se te ocurra correr! —gruñe, como perro territorial que ha visto a otro acercarse a su hueso emocional.

Pero, claro, el universo tiene sentido del humor. El chico Kim algo ya va por la mitad del pasillo, girando la cabeza con una sonrisa que parece salida de un comercial de pasta dental... si los comerciales de pasta dental incluyeran chicos guapos huyendo de exnovias psicópatas.

—¡Kim!

Jungkook está a punto de perder la paciencia. De verdad, debería haberlo hecho ya. Alguien, por el amor de todo lo que es decente, tiene que cerrar la boca a esa chica demoníaca que parece haber salido directo de una película de terror.

En serio, es demasiado buena en esto.

La maldita traga saliva, pero no porque tenga miedo, sino porque la chica parece dispuesta a entregarle su alma a alguien con una sonrisa diabólica y una escoba rota por la mitad. Jungkook traga el nudo en su garganta mientras observa cómo la loca se acerca. La energía del universo acaba de concentrarse en esa maldita escoba rota. Es una escena épica de esas que deberían estar en los libros de historia de la universidad.

Demonios.

¿Qué rayos hizo el tipo Kim para ganarse a semejante criatura? De repente, lo ve temblar. Es tan patético que casi hace que el corazón de Jungkook se ablande. Pero no. No lo va a hacer. No puede.

—Te tengo—la chica dice, y Jungkook no puede evitar pensar que se está disfrutando cada milésima de segundo que pasa observando al pobre idiota.

Pero, sinceramente, a Jungkook le importa un carajo lo que le pase al tipo. Lo que realmente le importa es que su celular fue destrozado por esa basura humana con zapatillas de atletismo. Lo que realmente le interesa es el reembolso.

—¡Espera! —grita Jungkook, viendo como el tipo decide escapar como si el pasillo fuera la pista de una carrera de Fórmula 1. ¿En serio piensa escaparse de esta? ¡No lo va a permitir!

El tipo comienza a correr hacia las escaleras en el otro extremo del pasillo. ¡Maldición! Si no está en el club de atletismo, definitivamente lo va a estar muy pronto. No está mal, al menos le da una idea de que el tipo tiene alguna habilidad en evasión, lo cual, honestamente, le da un punto por estilo. El modo en que desliza sus pasos por el pasillo sería digno de aplausos si no fuera porque, bueno, le rompió el celular.

Jungkook lo observa en una mezcla de enojo y asombro, pero de alguna manera, no puede evitar ver lo bien que se ve, hasta en su huida desesperada. Quizás la forma en que sus zapatillas resbalan, o cómo su cuerpo parece moverse como en cámara lenta para dar una sensación de drama cinematográfico, lo hace más interesante de lo que debería ser.

—¡Luego te compro otro! —grita el tipo, sin siquiera mirarlo.

Y ahí es cuando Jungkook frunce el ceño.

Pero claro, ese tipo está huyendo como si le estuviera persiguiendo una jauría de perros. El idiota ha decidido deshacerse de toda responsabilidad como si compensarlo después fuera una excusa viable para deshacer el daño que hizo.

—¡¿Te crees que soy un muerto de hambre?! —grita Jungkook, pero más a su propio cerebro que al idiota que ya se está perdiendo de vista. Porque, en el fondo, está casi seguro de que si realmente le comprara otro celular, le volvería a romper uno igual solo para sentirse bien.

Y eso es lo que le jode. Que el tipo parece tan confiado en sus palabras, como si su celular destrozado fuera algo que pueda ser reemplazado con solo un par de billetes.

—¡Te busco en un rato! —le grita, con una mezcla de frustración y rabia, mientras lo ve desaparecer por las escaleras, dejando atrás una estela de caos y una sensación extraña en el estómago de Jungkook.

¿Y qué rayos acaba de ver? Porque, no lo puede evitar, hay algo demasiado desarreglado en ese tipo. Ese maldito no parece ni un poquito ordenado.

¿Esos botones desabrochados de su camisa?

¿Y el nudo de la correa que parece que se olvidó de abrochar?

Jungkook no es un experto en análisis de moda, pero algo en la apariencia del tipo no encaja. De repente, se da cuenta de que el tipo tiene la respiración agitada y un sudor extraño pegado a su frente. Como si acabara de salir de un combate cuerpo a cuerpo o de otra actividad intensa de la que no tiene ganas de hablar.

Y lo peor, esas marcas en su cuello. Jungkook no es tan ingenuo. Sabe lo que ve. El tipo acaba de salir de una de esas situaciones.

Es un detalle demasiado claro.

Se tiró a alguien.

Y, sinceramente, esa imagen solo deja a Jungkook más perdido que antes. ¿Por qué se siente tan raro mirando a alguien tan descarado, que acaba de romperle el celular y, al mismo tiempo, parece ser... tan interesante?

—¡Te falta el puto cerebro! —grita como si eso pudiera devolverle la dignidad o su celular o al menos una pista del nombre del infeliz.

En serio, ¿quién grita que lo busca en un rato como si uno tuviera un chip rastreador metido en el trasero?

—¡Kim idiota Kim! ¡Eres un infiel de los peores! —el grito lo saca de sus pensamientos y, honestamente, es una buena bofetada verbal para volver a la realidad. Ah. Por eso lo del tipo y sus vibras de chico malo con trauma emocional, sonrisa torcida y olor a sexo y desorden emocional.

Ahora todo cuadra.

Claro que se ve como sacado de fanfics. De esos donde el protagonista es problemático, caliente, y con un pasado más oscuro que sus ojeras. No es que sepa de eso, no. Solo porque Soobin lo obligó a leer uno. Y si tiene una cuenta secundaria de lectura naranja con nombre sospechoso, pues... es mera coincidencia.

Casual. Muy casual.

Y la tipa que lo persigue... Si esto fuera una serie, ya tendría su escena dramática con lluvia falsa y la cámara girando mientras grita el nombre del infiel. Jungkook solo espera que termine sola. O presa. O sola y presa. La ciencia de los fanfics no falla.

Lo único que le importa ahora es que el tipo se va entre tropezones por las escaleras. Claramente, activó su modo supervivencia. Pura adrenalina. Puro instinto. Puro caos.

Un poeta. Un artista del escape. Jungkook debería tener rabia. Debería querer matarlo con sus propias manos. Debería... debería reclamar.

Pero no. Se queda ahí. Plantado. En medio del pasillo, ahora silencioso como si el universo le estuviera haciendo un acercamiento dramático con música triste de fondo.

Y entonces lo piensa. Esa cosa que le dijo Soobin.

Mamá confesó que te soltó cuando eras chiquito. Como por media hora.

—¿Era verdad? —murmura, ya con los ojos vacíos de esperanza y el corazón tan roto como su pantalla táctil.

Genial.

Acaba de perder un celular. Un tipo se ha tirado a alguien, le ha robado la atención, la energía y probablemente 300 dólares.

Y él... él ni siquiera pidió su maldito nombre.

Ya medio sueño. Mañana subo 5 partes.

©lduhn2here.

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