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CHAPTER 02: COINCIDENCIAS IRREALES

Puede empezar diciendo que es guapo.

Muy guapo.

Tan guapo que su reflejo a veces le guiña el ojo sin pedir permiso. Y sinceramente, lo entiende. Es difícil resistirse a esa cara.

Un conquistador por naturaleza, con los encantos heredados directamente de su padre—quien, por cierto, también fue actor en su juventud y cuya única herencia útil fue esa mandíbula afilada como pecado. Por algo sale en todas esas ridículas listas de Solteros codiciados que hacen las revistas cuando están desesperadas por contenido bonito.

No es como que le moleste.

No.

Él simplemente lo permite. Porque, en el fondo, le parece bien que el universo haga su trabajo y lo admire como se debe.

¿Es fanfarrón? No lo cree. Solo tiene autoestima saludable. Muy saludable. Tipo que puede levantarle el ego a cualquiera solo con una sonrisa... o destruirlo si lo ignora cuando pasa por su lado.

Es sociable, sí. Inevitablemente sociable. Como una fuerza de la naturaleza que atrae comentarios, miradas y más de una declaración escrita en papelitos que aparecen mágicamente en su casillero. Pero no es como si se esforzara por eso. Realmente no le quita el sueño ser popular. No le interesa particularmente caerle bien a todos ni mucho menos construir una red de amigos tan frágil.

La verdad es simple: No quiere ser amigo de todos.

Tampoco quiere que todos respiren su mismo aire. Porque eso asfixia. Literal y emocionalmente.

Agradece los cumplidos, claro. Nunca está de más que alguien reconozca lo que la genética, la rutina de skincare y el carisma natural han creado.

Pero no los busca.

No anda hambriento de aprobación.

Solo le gusta la miel que le cae sin mover un dedo.

Si vienes a hablarle, genial. Puede que te regale una sonrisa de esas que hacen que el aire se vuelva más liviano. Quizás te hable con tono encantador y mirada firme mientras mastica chicle de menta.

Quizás.

Pero eso no te hace su amigo.

Eso te pone en evaluación.

Un proceso silencioso, casi clínico, donde cada gesto tuyo va directo a un archivo mental llamado: ¿Merece estar en mi burbuja social o solo es un NPC con buen sentido del humor?

Tiene muchos conocidos, eso sí. Sería tonto negar lo evidente. Pero intercambiar saludos y risas en los pasillos no es lo mismo que compartir vulnerabilidades o invitar a alguien a tu sofá con una pizza y confianza en pantuflas.

Eso es sagrado. Y escaso. Como su paciencia.

Así que sí. Puede empezar diciendo que es guapo.

Pero también puede continuar diciendo que ser guapo no es lo más interesante de él.

Aunque, seamos sinceros... ayuda mucho.

Su grupo social puede parecer reducido a simple vista. Y está bien así.

No necesita un séquito de cien personas para validarse como alguien importante. No es una estrella de K-pop—aunque le han dicho que tiene el porte—ni un influencer desesperado. Su círculo es compacto, cuidadosamente elegido, y sobre todo: leal.

Un puñado de amigos con los que puede reírse a carcajadas, discutir como ancianos y quedarse callado sin sentirse incómodo. Los cuida como a un puto tesoro. Aunque no va a ir por ahí diciéndoles que los quiere cada dos segundos. Pero lo siente. Lo demuestra. A su manera.

¿Y que si eso sorprende a algunos? Sí, sí. El temido, guapo y eternamente no disponible Kim Taehyung tiene corazón.

¡Sorpresa!

No es un robot programado para destruir ilusiones amorosas. Aunque—con toda la honestidad del mundo—sabe que tiene un historial que lo dejaría mal parado en cualquier confesionario.

Lo admite.

Tiene un problemita con los finales abruptos.

Puede que no siempre tenga las palabras más suaves para cerrar las cosas, pero al menos siempre fue claro desde el principio. Jamás prometió amor eterno. Nunca habló de conocer a sus padres ni de ver películas abrazados cada noche.

¿Encuentro casual? Sí.

¿Conversaciones existenciales a las tres de la mañana? También.

¿Compromisos de novela? No.

Pero por alguna razón, una muy jodidamente común, la gente insiste en leer entre líneas.

Le dicen cosas como: es que tú no te das cuenta, pero haces que uno se ilusione.

¿En serio? ¿Acaso lo miraron y pensaron: sí, este hombre seguro me va a hacer sentir como en un drama de romance?

No es su culpa.

No pidió ser guapo, tener voz de terciopelo ni sonreír como si ocultara secretos románticos bajo la manga.

Simplemente es.

Y eso, aparentemente, es suficiente para que medio campus quiera descubrir si detrás de esa fachada perfecta hay un alma rota que solo necesita amor.

No la hay.

Está completo. Funciona bien. Y no necesita que lo arreglen.

Aunque... sí hay algo que lo incomoda.

Una pequeña, molesta, casi imperceptible culpa que lo persigue cuando piensa en algunas chicas. Las que sí se lo tomaron en serio. Las que de verdad pensaron que podían ser la excepción.

De esas, se acuerda. Y sí, está terriblemente arrepentido porque no quería romperlas. No a propósito.

Los primeros semestres hizo su propio sello como un chico extrovertido de actitud traviesa. Sonrisa coqueta, risa fácil, y una facilidad aterradora para deslizarse entre grupos sociales como si todos lo esperaran. Y es que a veces lo hacían.

Sabe que no fue un santo. Ni un angelito devoto de las bendiciones que Dios pueda darle. Tampoco lo pretendía. Era joven, libre, y con una cantidad de hormonas que bien podrían haberlo hecho estallar como un microondas con tenedores dentro. Lo aprovechó. Claro que lo hizo.

Tuvo encuentros con chicas—más de las que le gustaría contar—y también con un chico. Ese fue más circunstancial que otra cosa.

Una fiesta, alcohol, miradas cargadas y sexo rápido en un baño sin que le pregunten ni el nombre.

Cero drama. Cero expectativas. Solo cuerpos buscando calor por una noche.

No es que no le importara la gente. Es que no quería mentirse a sí mismo ni arrastrar a otros en un show emocional innecesario. Siempre fue claro. Siempre dijo lo que buscaba: algo sin nombres bonitos, sin etiquetas, sin malditos buenos días obligatorios.

¿Cruel? Tal vez.

¿Honesto? Absolutamente.

Ambas partes sabían en qué se estaban metiendo. Y si no, bueno, eso ya no era su culpa.

Pero no era un idiota. Taehyung sabía que eventualmente iba a embobarse de alguien. Sí. Lo sabía. Porque no es un cabrón sin alma. Solo estaba guardando su energía emocional para alguien que realmente valiera la pena.

Una persona que no le hiciera bostezar a la tercera cita, una que no se desarmara si no la llamaba al día siguiente y que pudiera discutirle con argumentos, mirarlo sin rendirse, y reírse cuando él tratara de poner cara de interesante.

Una que lo sacara de su propio guion, que le hiciera perder el ritmo y que lo jodiera de la mejor forma.

Porque Taehyung—aunque lo disimule bien—no quiere una historia aburrida. Quiere una de esas que se sienten hasta en los huesos.

Y aunque todavía no ha aparecido esa persona... bueno.

Tal vez. Solo tal vez.

Se ha cruzado con alguien que le hizo arquear una ceja por primera vez en mucho tiempo.

La diferencia es que todas esas cosas que siempre le parecieron un total fiasco eran totalmente valiosas cuando Yerim estaba a su lado.

Claro que la adoraba. Por supuesto que le brillaban los ojos como idiota cada vez que ella le sonreía de esa forma, medio traviesa, medio tierna, como si supiera perfectamente que lo tenía comiendo de su mano. Y sí. Lo tenía.

Se dejó querer, se dejó guiar y llevar por esa cosa nueva que empezaba a florecerle en el pecho cada vez que ella lo abrazaba por la espalda o lo miraba mientras él hablaba con ese aire de sabelotodo que a Yerim parecía encantarle.

Y por primera vez, Taehyung dejó de jugar. Se bajó del escenario y dejó de actuar porque con Yerim no quería ser el guapo que todos desean. Quería ser el único que ella eligiera.

Y entonces lo mandaron a la mierda.

Con cuernos.

Bien puestos.

Brillantes.

Casi con luces de neón que decían: Idiota. Mira lo que te hicieron.

¿La parte peor? No fue descubrirlo. Fue cómo lo descubrió.

Le dio su maldito puto lugar porque era algo que todo novio consciente tiene que hacer. La quiso de forma sincera, de verdad, sin jugar a ser un puto amante de fachada. La amó porque, en el fondo, sabía que sin ese primer no habría empezado nada. Era su novia, y eso, al menos, le importaba... hasta que ella le mostró lo poco que lo veía realmente.

El desastre empezó en la fiesta que la facultad de humanidades promocionó durante casi un mes. Ironía del destino: allí estaba él, gritando con todo su orgullo, que no buscaba nada serio, que no estaba preparado para un compromiso formal, y, sin embargo, entregándose en cuerpo y alma a lo que creía ser su primer amor.

Pero entre luces tenues y el bullicio de la multitud, Yerim fue alejándose. Lejos de esos momentos privados, en los que solían compartir su soledad para charlar de lo que el destino se atreviera a proponer, cuando de verdad se conocían.

Lo extraño era el contraste. En público, juntos, el dueto que formaban era irresistible: un efecto visual y social del que ambos se beneficiaban sin mediar esfuerzo. El campus entero se entusiasmaba al verlos. Y, precisamente, fue ese mismo atractivo, esa imagen imbatible, la que hizo que Yerim decidiera ser su novia desde el primer instante.

La ironía llegó brutalmente, cuando, en uno de los rincones abarrotados de aquella fiesta descontrolada, Taehyung lo vio con sus propios ojos: Yerim besándose apasionadamente con otro. ¿De verdad? ¿Tan idiota fue el destino, o acaso Yerim nunca fue clara con lo que quería?

Esa imagen se grabó en Taehyung como un golpe directo a su orgullo. No, a lo que parecía ser un amor correspondido, sino a la imagen que había cultivado: la de un chico que jamás dejaría de ser el centro social, el que siempre tenía a alguien en su interior, un dios emocional intachable.

Pero la realidad le demostró lo contrario.

Su intento de amar sin adornos, de ser serio y entregarse, acabó quedándole en balde. En aquella misma noche, vio a Yerim feliz entre los brazos de otro, y cada segundo lo hizo cuestionar sus propias acciones. Se mordió la lengua mientras escuchaba a la misma boca que tantas veces lo había besado con ternura, lanzarle palabras huecas sobre sacrificios y deberes para sobresalir en el mundo social universitario.

En esos instantes, Yerim susurró al otro tipo, mientras se alejaba escaleras arriba, con una sonrisa de triunfo y burla pintada en el rostro.

Fue desastroso. Su primer fracaso amoroso llegó en menos tiempo de lo que imaginaba. Había soñado con futuras festividades en las que presentaría a alguien con orgullo en su casa. Pero no fue posible, porque su ex lo reducía a un simple escalón en su ascenso a la fama social.

La imagen de Yerim, radiante de felicidad y desprecio, se quedó fija en su mente: la de una chica a punto de entregarse a otro, mientras él se iba a casa, destrozado, llorando en silencio como si cada lágrima se llevara consigo un pedazo de aquel ideal perdido.

¿De verdad iba a permitirse ser recordado como el chico que se acostaba con todos, solo para terminar con los putos cuernos al intentar ser serio?

La idea le revolvía el estómago. En ese momento, el orgullo se mezclaba con el dolor. No se atrevía a imaginar cómo sería su vida sin esa imagen, sin esa ilusión rota.

Porque aunque fuese su primer intento de amar de forma genuina, había quedado marcado. Y en cada recoveco de su mente, la felicidad burlona de Yerim junto al otro tipo le recordaba lo que había perdido.

Era un fracaso que iba a costarle caro; no solo en términos emocionales, sino en la imagen que tanto había cuidado. Y ahora, en medio de la noche, Taehyung se tenía que recoger a sí mismo y decidir si alguna vez iba a ser capaz de volver a confiar en el amor sin sentir el peso aplastante del rechazo.

Al demonio con Kim Yerim.

Prefiere quedar como el villano, el tipo sin escrúpulos, el cabrón que hizo lo que quiso sin mirar atrás, antes que permitir que lo recuerden como el idiota que entregó su lealtad para que se la pisotearan. No iba a permitir que nadie, ni siquiera él mismo, volviera a verse como el chico descuidado con sus propios sentimientos. No después de lo que pasó.

Y no tuvo que pensarlo mucho.

Fue directo a la pista de baile, dejando que el alcohol hiciera lo suyo y que el ritmo del bajo se mezclara con las voces distorsionadas de fondo. Esperó con paciencia retorcida a la persona con tan poca moral, tan poco respeto, que se había atrevido a coquetearle, incluso sabiendo que estaba con Yerim. Esa misma que ahora se revolcaba con otro en algún rincón sucio de los pisos superiores, sin saber que su gran espectáculo ya había tenido público.

Pasaron al menos dos canciones. Fingía disfrutar, fingía que le importaba un carajo mientras sus movimientos eran lo suficientemente provocativos como para atraer a quien estuviera dispuesto. No tardaron en aparecer. Una chica con el cabello corto, minifalda que parecía un insulto a la tela, y labios pintados del rojo más descarado, fue la primera en moverse. Se le pegó sin pudor, su cuerpo girando con el suyo hasta restregarse sin piedad en su entrepierna.

—Vete al maldito demonio, Kim Yerim—murmuró con una sonrisa torcida mientras la giraba con firmeza para besarla sin una pizca de intención real.

Y así se la llevó.

Un departamento que no conocía. Un colchón que no era suyo. Un cuerpo al que no pensaba volver a tocar luego de esa noche. Fue un polvo sin nombres, sin promesas, sin preguntas. Solo jadeos, sudor y esa maldita sensación de liberación entrecortada por la rabia. No hablaron. No fingieron que les importaba más allá del instinto. Se follaron como dos extraños, con heridas abiertas, con urgencia, con fuego estancado en el pecho.

Y al menos ahora, Yerim no tenía un novio asquerosamente leal.

La chica lo montaba con fuerza, como si también quisiera borrar a alguien más de su memoria. Tal vez lo hacía. Tal vez eran dos putas tragedias cruzándose por accidente. Le importó una mierda.

—¿Una foto? —preguntó ella, con voz ronca, el delineado apenas intacto y las marcas de sus dedos en sus caderas.

Al principio se negó. La idea parecía estúpida. Hasta que lo imaginó.

Yerim.

Yerim viendo esa imagen. Yerim sabiendo. Yerim perdiendo el control que creyó tener sobre él.

—Bien—dijo.

Y justo cuando ella presionó la cámara, él la besó. No con ternura. No con cariño. Fue un beso sucio, casi violento, cargado de venganza. De un claro: también sé jugar.

La foto quedó perfecta. Su boca en la de ella. La mano en su trasero. Los cuerpos desnudos, entrelazados, sin espacio para la duda.

Perfecto.

La mejor respuesta para una traición.

Yerim no lo supo por al menos dos semanas.

Ni se inmutó ante su evidente actitud de mierda cada vez que se acercaba durante los recesos o en los almuerzos, como si todavía fueran esa pareja perfecta que muchos creían ver. Porque sí, aún seguían en algo, al menos para los demás. Para Taehyung, esa mierda estaba más que muerta. Enterrada. Quemada. Y luego pisoteada.

Sus amigos, por supuesto, lo notaron.

—¿Te la estás cogiendo con odio o qué? —le soltó Changbin una vez, medio en broma, medio en serio, mientras lo veía escupirle monosílabos a Yerim entre clase y clase.

No quiso dar explicaciones. No porque no tuviera ganas de gritarle al mundo lo que Yerim había hecho, sino porque eso significaba abrir la puerta a una guerra de mínimo cuatro personas contra una sola chica que ahora, sinceramente, no valía la pena. No iba a poner a pelear a su grupo por una traición que ya estaba en proceso de ser olvidada a base de sarcasmo, sexo casual y desprecio medido.

De hecho, los únicos que sabían la historia completa eran Shuhua y, para su desgracia, el imbécil de Eunwoo.

Shuhua fue directa. Una bofetada sin previo aviso, lo suficientemente fuerte como para hacerle girar el rostro y despertar el enojo que tenía contenido.

—¡Idiota! —le gritó. Y luego, como si lo que acababa de hacer no significara nada, lo abrazó con fuerza. Con una de esas presencias cálidas que no necesitaban palabras. Y fue ahí, en medio de su perfume familiar y su pelo contra su cuello, cuando lo entendió.

No estaba bien.

Estaba tan jodidamente frustrado que lloró. Sin drama, sin escándalo. Lágrimas silenciosas que le ardieron en la cara y que agradeció como si fueran una purga. Porque necesitaba soltar. Necesitaba dejar de fingir que no le dolía, que no se sentía como un estúpido por haberse tragado el cuento de un amor bonito.

Y entonces llegó Eunwoo. Con su timing de mierda y su humor que no sabía cuándo parar.

—Wow. Esto está tierno y deprimente. Debería grabarlo—Taehyung no tuvo ni tiempo de reaccionar antes de sentir al otro idiota abrazarlo por la espalda. Un sándwich humano, cálido, incómodamente acogedor. —Te prometo que si lloras un poco más, me ofrezco a consolarte con una mamada. Solo por los viejos tiempos. Ya sabes, amistad masculina y esas cosas.

—Vete a la mierda—fue todo lo que pudo decir Taehyung con voz ronca, aunque ni siquiera intentó soltarse.

Y sí. Fue un momento lindo. Retorcido. Bastardo. Pero honesto.

Nunca quiso decirle a Jimin porque sabía lo que eso implicaba: caos, drama y muy posiblemente una denuncia formal a la facultad entera. Jimin no es simplemente su amigo. Es su persona. Su núcleo. Su familia elegida. Un tipo que puede sonreírte bonito mientras te arranca la garganta por meterte con alguien que ama. Y sí, ama. Porque Jimin tiene ese defecto de querer demasiado. De forma tan intensa que quema. Y Kim Taehyung ya estaba bastante quemado, gracias.

Así que no. No le contó.

Una semana después, sin embargo, no pudo más.

La farsa. La sonrisa estúpida de Yerim que no se quitaba ni con ácido. Los intentos descarados por crear escenas de amor delante de todo el mundo. Las risitas. Las manos que lo tocaban como si no hubieran acariciado otro cuerpo.

Estaba harto. Tan jodidamente harto que la idea de explotar en público empezó a parecerle terapéutica.

Y lo hizo.

En el comedor, a la hora pico, con la mitad del campus masticando sus almuerzos y la otra mitad sacando sus celulares. La miró a los ojos. Tan tranquila, tan en su papel de novia perfecta. Y luego habló. Lo suficientemente alto como para que todos dejaran de hablar.

—Terminamos—soltó sin anestesia.

El murmullo fue inmediato. El silencio antes del escándalo. La antesala del apocalipsis. Yerim parpadeó, confundida. Como si fuera una broma. Como si aún creyera que podía controlarlo. Pero no. Esta vez no.

—¿Qué dijiste?

—Que terminamos—repitió con la misma calma con la que alguien escoge el sabor de su café. —Estoy harto de fingir algo que no existe. No te quiero, Yerim. Nunca lo hiciste. Solo querías esto—señaló el ambiente, los ojos sobre ellos, la atención.

La estocada final vino sin piedad.

—¿Y sabes qué fue lo mejor de esa noche que desapareciste con tu amiguito? Que yo también la pasé genial. Una desconocida me montaba mientras pensaba en todo lo que no eras.

El rostro de Yerim se desfiguró como si le hubieran arrojado ácido. Una mezcla entre horror, rabia e incredulidad. Y entonces: la bofetada. Sonó fuerte. Crujiente. Perfecta para redes sociales.

Taehyung no se inmutó.

La vio irse. Con la cabeza en alto, fingiendo dignidad, pero tropezando con su propio ego. Su sonrisa ladeada apareció sola, sin permiso. Estaba herido, sí. Pero joder, por fin sentía que tenía el control de nuevo.

Horas después, se enteró de que Yerim estaba haciendo lo imposible por desmentir la ruptura. Que decía que todo había sido una discusión de pareja. Que estaban trabajando en ello. Por favor. ¿Tan difícil era asumir la derrota?

Nadie le creyó.

De hecho, todo lo contrario. Su confesión pública se convirtió en la noticia de la semana. Y con eso, el tan esperado regreso del famoso Kim Taehyung. El que no se enamoraba. El que vivía follando sin compromisos. El rumor de que había tenido sexo en el laboratorio de ciencias se esparció más rápido que una infección viral. No era verdad, pero tampoco hizo mucho por desmentirlo. Que se hablara. Que se dijera.

El caos es un escenario donde él sabe bailar.

Yerim, en cambio, estaba al borde de un ataque de nervios. Y la cereza del pastel fue cuando intentó confrontarlo con una prueba de su infidelidad. Una foto. Justo esa foto. La que se tomó con la chica desconocida, besándola como si quisiera dejarle una cicatriz en la lengua.

Él solo la miró con una ceja alzada.

—Sí. Ese soy yo. ¿Y?

Silencio.

—Maldito patán.

Taehyung no se inmutó al verla marcharse, la cara ardiendo de vergüenza, los murmullos persiguiéndola como moscas a la fruta podrida. Pensó, ingenuamente, que ese sería el final del capítulo. Que la universidad lo dejaría en paz. Que Yerim se evaporaría como un mal recuerdo y él podría seguir su vida con el corazón medio roto y el ego remendado a besos de desconocidas.

Nunca estuvo tan jodidamente equivocado.

—¡No me sigas, maldita loca! —gritó mientras doblaba por el pasillo del edificio principal, casi resbalando con su propio paso, mochila en mano, sudor en la frente, y una exnovia que parecía haber sido invocada desde los mismos pozos del infierno.

Esto tiene que ser castigo divino. Karma por cada polvo sin nombre y cada sonrisa coqueta que tiró sin razón los primeros semestres.

—¡Dame el nombre de esa arrastrada del demonio! ¡No puedes ponerme los putos cuernos! ¡Voy a matarte, Kim Taehyung! ¡Maldito infeliz!

¿Perdón? ¿Cuernos? ¿A ella? ¡Por dios! Ella fue la que abrió las piernas como entrada VIP para el tipo de la chaqueta de cuero mientras él lloraba en silencio con una botella de soju y una playlist de The Weeknd.

—¡No somos novios, maldita demente! ¡Terminamos hace una semana y media! ¡Media! ¡En el comedor! ¡Delante de todos! ¡En estéreo y con eco!

Algo silba en el aire.

Un chillido metálico. Un destello. Un sonido siniestro contra la pizarra de anuncios de actividades extracurriculares. La regla de metal se queda ahí, vibrando peligrosamente a unos centímetros de su cara.

Se congela.

¿Una regla de metal?

¿Una maldita regla de metal?

Su vida acaba de pasar ante sus ojos como un mal montaje de PowerPoint: su primera bicicleta, el arroz que quemó en su primer año, la vez que creyó que estaba enamorado de un maestro de teatro, el día que le pusieron brackets. Todo. Cada puto momento. En alta definición. En dos segundos.

—No vas a escapar de mis manos... —masculló Yerim, con los ojos encendidos, como si se hubiera fusionado con todos los villanos existentes en el mundo y dos demonios de una saga coreana.

Taehyung, sin pensarlo dos veces, se lanza escaleras abajo.

Se tropieza con un estudiante de economía, salta sobre una banca, hace una voltereta y sigue corriendo. Solo le falta el soundtrack de Mission: Impossible y una capa ondeando al viento.

—¡Kim Taehyung! —el chillido rasga el aire.

Necesita una salida.

Una ventana. Un helicóptero camuflado. Un portal mágico. Algo. ¡Cualquier cosa!

Y ahí la ve.

Una ventana abierta del laboratorio de arte. Segundo piso. Buena altura. Césped debajo. ¿Podría sobrevivir la caída? ¿Podría caer con estilo? ¿Podría saltar sin romperse una costilla?

Se frena. Mira hacia atrás.

Yerim le lanza su bolso.

Corre.

—¡Hasta nunca, demonio! —grita y salta por la ventana como el antihéroe que no pidió serlo, pero nació para el drama.

El viento golpea su rostro. El aire le da un sabor a libertad. A vida nueva.

—Esto me pasa por ser virgo.

Sí, claro. Porque el cosmos decidió que justo hoy debía ser aplastado por un cuerpo humano de aproximadamente 70 kilos y con olor a ego sudado. Obviamente, ser virgo es el problema.

Suelta un quejido cuando revisa su celular, o lo que queda de él. La pantalla parece haber pasado por una guerra, el botón de encendido no reacciona y el vidrio... bueno, ahora tiene un accesorio de textura irreconocible.

—Ti bisci in in riti... —masculla sin sentido. Ni él sabe qué idioma es ese. Su enojo lo lleva a inventar insultos. —Te busco en un rato, mis pelotas. Ni siquiera le di mi maldito nombre.

Se detiene unos momentos, sacudiéndose el polvo de los jeans, intentando recuperar algo de dignidad, como si eso fuera posible después de ser convertido en colchón humano por un desconocido volador.

Y hablando de él... El tipo.

El de la mirada de: tengo secretos, traumas y una playlist con demasiadas canciones de Weeknd. Ese idiota.

—Maldito inservible—murmura, guardando los restos de su celular en la mochila como si fuera una reliquia trágica.

Y claro, su cerebro, fiel traidor, le pone el replay de la escena: el momento exacto en que abre los ojos y lo ve encima de él, cabello alborotado, expresión de fugitivo, como si saliera de una sesión de fotos para una marca de ropa que no puede pagar.

—¿Le cuento a Seungcheol por la mente? —dice en voz alta, frustrado, antes de rodar los ojos. —¿O le mando señales de humo para que me devuelva mi paz mental?

Y lo peor: no sabe su nombre.

Literalmente fue asaltado por un desconocido y lo dejó con un celular muerto, un corazón alterado y una agenda aún más jodida de lo que ya estaba.

No puede ir a las canchas de entrenamiento. El entrenador sigue tratándolo como si fuera un niño perdido que se coló en el equipo de atletismo por error, y los otros chicos... bueno, entre las bromas sobre sus piernas delgadas y su voz de princesa, no está de humor para ser el chiste del día otra vez.

¿Seungcheol?

Imposible llamarlo. Ni esta noche, ni las siguientes. El muy bastardo le había prometido ayudarle a conseguir el modelo nuevo, pero sin celular, sin contacto, sin señal... es como si estuviera atrapado en 2010.

Y su calendario de entregas está peor que el sistema de transporte público. Tiene entregables, revisiones, correcciones... y él no puede avanzar si no ha leído su texto al menos tres veces en PDF y una impresa para corregir con lápiz rojo. ¿Maníaco? Tal vez. ¿Efectivo? Siempre.

Suspira.

—Espero que los chats se sincronicen con la laptop... o juro que me meto a vivir bajo el escritorio de la biblioteca y desaparezco.

Y entonces lo dice, en voz baja, casi como una oración maldita:

—Maldito idiota del que desconozco el nombre.

Pausa.

¿Y si le pide a los hermanos Huening que lo rastreen?

Esos dos tienen la habilidad espeluznante de encontrar cualquier dato de cualquier persona con solo una pista. Una foto, una descripción, el nombre de un primo lejano. Una nariz bonita y trágica probablemente sería suficiente para ellos.

—Se va a cagar en sus pantalones de la patada que le pienso dar cuando lo vea de nuevo—Jungkook masculla mientras camina como alma poseída por la rabia. —Manifiesto que se aparezca de nuevo solo para darle un buen golpe. Oh querido universo-

—¡Kim Taehyung!

¿Ahora qué?

De nuevo esa maldita voz. Fuerte. Femenina. Cargada de traumas no resueltos y rabia con olor a perfume de imitación.

No puede ser.

¿Por qué el universo insiste en joderlo cada vez que abre la boca?

Levanta la mirada.

Y no, no es su imaginación.

Desde las ventanas del segundo piso, como si la vida fuera una telenovela de bajo presupuesto, está ella.

La loca.

La que estaba gritando hace veinte minutos como si la persiguieran los federales.

La que parecía haber sido arrancada directamente del inframundo para ponerle sabor a su día con un poco de histeria demoníaca.

—¿Ha perdido la cabeza...? —susurra en voz baja.

Y luego:

—¿Yo he perdido la cabeza?

Porque honestamente, está empezando a pensar que esto ya no es casualidad, esto es brujería.

¿Son visiones? ¿Está muerto y atrapado en un loop infernal? ¿Es esto el castigo divino por no haber entregado a tiempo su tarea el semestre pasado?

—¡Mierda! ¡Fuera de mi camino! —la voz grave lo aturde.

Y Jungkook no necesita más señales.

Porque lo peor no es que ella está gritando.

Es que está gritando el nombre Kim.

¿Kim qué? ¿Kim quién? ¿Kim Taehyung?

No lo sabe. No le importa.

Lo único claro es que es la misma historia, en el mismo formato, y él otra vez en medio del caos.

—Universo mi trasero.

©lduhn2here.

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