Única Parte
El mundo ha permanecido en silencio durante los últimos años a mi alrededor.
Muchos campesinos se levantan con el sol para ir a cuidar de sus campos y animales de rebaño. Las mujeres salen con sus hijos de paseo o hacer las compras diarias para el pan de cada día. Los niños juegan y corren, hay risas por todo el reino, música de todos lados, vendedores y visitantes que rebosan de felicidad, mientras yo, miro el maravilloso mundo en el que nací, postrado sobre una silla, frente a una ventana de cristal que es tan delgada como la distancia que me separa de la alegría de la vida junto a mi gente, pero al mismo tiempo, es tan frágil como el tiempo que se me va en la mente al pensar que algún día, podré estar ahí, disfrutando como el resto, para después darme cuenta de cómo el día pasó y sigo encerrado en esta pocilga.
Exactamente a las siete y media de la mañana, entra Margaret, la sirviente encargada de mis comidas. Me hace una reverencia, tiende mi cama y deja sobre ella una bandeja con mis alimentos. A las ocho y quince, se la lleva, esté el plato vacío o lleno, haya terminado o no, a veces me interrumpe diciendo que se me ha acabado el tiempo y entonces, lo retira.
Ha pasado mucho tiempo ya desde que pude sentir el aire fresco del exterior, mis piernas con tristeza han dejado de llevarme por la vida como yo quisiera, no puedo caminar debido a un accidente de carruaje de hace nueve años, donde perdí a toda mi familia y con ellos, mi razón de vivir.
Admiro a aquellos simples aldeanos que siempre están sonriendo, no soy ingenuo, sé que hay quienes no tienen comida o viven por las calles, pero la escena que me muestra mi ventana, es la zona donde hay siempre color y felicidad.
—Buenas tardes Príncipe —Después de que hago reflexiones o me hundo en mis pensamientos para no aburrirme, entra Malena a las doce y cincuenta del mediodía con un almuerzo dividido en tres, entrada, plato de fondo y el postre, más un vaso de refresco y los cubiertos respectivos.
—Gra... —Aunque no termino la frase, se va apresurada de mi habitación y agradezco finalmente al viento— cias.
Tengo exactamente media hora, así que con ayuda de las paredes y mi silla llego a mi cama y almuerzo, ella vuelve y se va. Yo leo un poco los libros que mi tutor ha dejado para mi y al caer la noche, contemplo las estrellas.
Como príncipe, no tengo más opción que creer en los Dioses que dictan los altos mandos, por eso cuando pido libros de astrología, no me los dan. Intentan que nunca entre en contacto con otras formas de pensar que no sean las nuestras. Así que me divierto nombrándolas, pensando en cuáles podrían ser sus nombres reales e inventando historias de sus posibles vidas humanas antes de morir y convertirse en una luz que ilumine el cielo nocturno.
La cena llega siempre a las nueve de la noche, cuando Selene, como me gusta decirle a la Luna porque lo escuché de una amable señorita que ya no me atiende el día de hoy, está iluminándome. Siento que me dice que aún puedo salir de aquí, pero mi mente humana, terca por naturaleza, se ha conformado con este estilo de vida y no mueve un músculo, poniendo excusas para seguir dependiendo de quienes me alimentan.
Cristina, la última persona que veo en el día, retira la cena que nunca toco y entonces sé que esa es mi señal para ir a dormir.
Guardo mis libros en su lugar, siempre apoyado de alguna pared o mueble, luego de eso me arropo por mi cuenta y duermo dándole la espalda a mi ventana, como indicando que el show del día terminó.
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