Capítulo 72 | Elliot
El aire helado casi me congela los huesos. El clima amaneció horriblemente frío el día de hoy.
Son las 5:28am. Salí hace media hora del apartamento de Olive. Fui lo más sigiloso que pude porque no quería que ni ella ni Mandy se dieran cuenta. Afortunadamente ninguna despertó.
Me siento mal. Me siento muy mal por dejar a Olive así, sin decirle nada, pero de ninguna manera podía decirle lo que voy a hacer porque sé que seguramente ella hubiese intentado impedirlo o hacerlo de otro modo y yo ya tengo muy claro lo que haré.
Me he mentalizado que esto será rápido. Iré a mi penthouse para cambiarme de ropa, esperaré a Jared quien se está encargando del dinero que ha pedido Bianca y luego iré a la dirección que ella me dijo. Le entregaré los cincuenta mil, y ella se irá feliz creyendo que se salió con la suya, pero en realidad no será así.
El sonido de mi teléfono irrumpe en mis pensamientos y me veo obligado a arreglármelas para responder en altavoz mientras sigo conduciendo.
—Ya voy en camino —dice Jared al instante que le contesto—. ¿Tú dónde estás?
—Estoy casi llegando. ¿Todo te salió bien?
—Sí. Llevo todo aquí conmigo.
—Bien. Te veo en un par de minutos.
Sin decir nada más él cuelga la llamada, justo al instante en que doblo hacia la derecha para meterme al estacionamiento subterráneo del edificio donde vivo. Una vez apago el motor salgo del auto, me voy al ascensor y subo directo a mi penthouse.
Estando ahí hago todo con urgencia. Me baño, me cambio de ropa y luego me quedo a esperar impaciente a que llegue Jared. Cerca de quince minutos después, por fin llega.
—Buen día, Reynolds —saluda al instante en que entra al penthouse—. Listo. Aquí tienes tu pedido —dice cuando llega a la sala y deja la maleta negra sobre la mesita del centro.
—¿No hubo inconvenientes? —pregunto viéndolo con atención.
—No, ninguno. Solo tuve que ir a las cinco de la mañana a buscar al asesor del banco a su casa para despertarlo y pedirle que me ayudara a hacer un retiro de cincuenta mil dolares urgente —exclama sarcástico.
Ruedo los ojos y decido revisar la maleta. Está repleta de dinero. Billetes de veinte, cincuenta y cien. Supongo que a Bianca no le importarán las denominaciones. Le importa la cantidad y aquí está. Cincuenta mil dólares exactos.
—¿Y lo otro? —pregunto, alzando la vista de nuevo hacia Jared.
—En la maleta —anuncia—. El rastreador fue insertado cuidadosamente en la parte de abajo. No se nota a simple vista. Mientras Bianca tenga la maleta, sabremos dónde está en todo momento.
Asiento satisfecho.
—Excelente. Ahora solo debo ir a la dirección que me dijo, entregarle la maleta y dejar el resto en manos de la policía.
—¿Y tú crees que vaya sola?
—Probablemente sí.
—¿Y qué hay del hombre que era su amante? Tú dijiste que probablemente estén trabajando juntos en esto porque necesitan el dinero.
Me quedo un poco pensativo y termino negando con mi cabeza.
—No sé, pero tengo la impresión de que ese tipo es quien Bianca dijo que estará vigilando a Olive por si algo sale mal.
—En ese caso deberías asegurarte que Olive no salga a ningún lugar sola.
Lo miro con firmeza.
—Esa tarea te la voy a encargar a ti.
—¿Y yo por qué debo ser el guardaespaldas?
—No, idiota. Solo necesito que te encargues de que Olive no salga de Gold por ningún motivo. Si ella permanece dentro de la empresa, estará segura.
Alza ambas cejas.
—Ah, ya entiendo. No te preocupes. Me voy a encargar de mantenerla con mucho trabajo en su oficina.
—Y no se te olvide que por ningún motivo puedes decirle lo que está pasando —recalco con firmeza—. Debes decirle que yo salí a una reunión de negocios y volveré al medio día. Ni se te ocurra meter la pata en esto, ¿me oíste?
—Como si no fuera bueno guardando secretos. —Me mira mal—. ¿O ya se te olvidó lo bien que te ayudé a ocultar que eras casado?
Le dedico una mirada asesina.
—Ahórrate tus comentarios si no vienen al caso.
Claramente me doy cuenta cómo el idiota intenta contenerse la risa, lo cual solo consigue molestarme más porque mis nervios están de punta.
—¿Cuándo será el puto día que tengas seriedad en asuntos tan delicados como este?
—Ya, hombre. Relájate.
—Sí claro —ironizo—, con todo lo que está pasando, seguro que voy a relajarme mucho.
—Escucha, Reynolds. Deja de ser tan pesimista. Todo va a salir bien. Recuerda que hoy por fin vas a ponerle un alto a Bianca de una vez.
Me paso una mano por el rostro, en un gesto frustrado.
—Eso espero.
Se acerca a mí hasta que pone su mano en mi hombro y me da pequeñas palmaditas.
—Así será, hombre.
—Bien, ahora será mejor que me vaya.
Dicho esto, vuelvo a cerrar la maleta, la sujeto de la manecilla y camino hacia el ascensor, seguido de Jared. Nos adentramos el cubículo y descendemos hacia el estacionamiento.
—Tengo una duda —dice, captando mi atención.
—Habla.
—¿El padre de Bianca sabe todo esto?
—No. No le he informado de nada.
—¿Y no crees que se moleste cuando le den la noticia de que su hija apareció pero tú la enviaste a la cárcel?
—Me importa una mierda. Esta es la única manera de asegurarme que Bianca no intente hacerle nada a Olive. Suficiente mal me siento por no haber podido evitar que los tipos que envió Hoffman la lastimaran, como para quedarme de brazos cruzados en esta situación.
Llegamos al estacionamiento. Salimos del elevador y continuamos caminando hacia mi auto.
—Hermano —continúa Jared—, te juro que yo todavía no salgo del asombro por lo que me contaste. No puedo creer que Hoffman llegara hasta ese punto.
—Pues sí lo hizo, y aunque los matones que contrató se equivocaron y no fui yo el que acabó en el hospital, sino otro, el caso es que se atrevieron a ponerle una encima a Olive y Hoffman es el culpable. Por eso, ese hijo de puta me las va a pagar y ya me estoy encargando de ello.
—Sí, ese idiota está acabado. —Suelta un suspiro—. Bien, ya entiendo muy bien tu punto. Te preocupa que Olive vuelva a estar en peligro por culpa de Bianca, y por ello estás haciendo todo esto.
—Exacto —afirmo—. No quiero ni imaginarme que vuelvan a lastimarla.
—¿Y tú en serio crees que Bianca sea capaz de hacer algo malo?
Ante esa pregunta, yo tenso la mandíbula. Me detengo cuando llego a mi auto y giro para verlo.
—Ese es el problema, Jared. Que yo sí la creo capaz de hacer alguna estupidez. Conozco a Bianca. Ella es vengativa y me preocupa el odio que le siente a Olive.
—¿Y tú no corres algún riesgo al reunirte con ella? Es decir, ¿no crees que te odie más a ti que a Olive? —Su voz tiene un ligero toque de preocupación.
—Puede ser.
—Oye, como que esto ya no me está gustando.
Enarco una ceja.
—¿No eras tú quien hace unos minutos me dijo que me relajara, que todo iba a salir bien?
—Sí, pero ahora que lo pienso mejor, está muy extraño que Bianca haya pedido que tú le lleves el dinero. Normalmente los estafadores piden que la entrega sea de otra manera. Transferencia bancaria, o que les dejen el dinero en un lugar desolado o yo que sé.
—¿A qué te refieres?
Él se cruza de brazos.
—¿Y si Bianca está tramando algo? ¿Y si quiere quiere hacerte algo y por eso quiere verte?
—Algo se me ocurrirá para no dejar que se salga con la suya. Recuerda que todo será rápido.
Abro la puerta de mi auto e introduzco la maleta, dejándola en el asiento del copiloto. Luego vuelvo a dirigirme a Jared.
—Como sea, ya sabes lo que tú tienes que hacer. Mantén a Olive dentro de la empresa hasta que yo regrese y no le digas nada de esto.
—Claro. Solo asegúrate de volver ileso —advierte.
—Lo haré —afirmo—, además, esta noche tengo planes muy importantes con Olive.
—Irán al concierto que dijiste, ¿verdad?
—Exacto, y por ningún motivo pienso perdérmelo.
—Bien —dice un poco más tranquilo—. Te veré más tarde.
Sin esperar más, me subo al auto, enciendo el motor y me pongo en marcha saliendo del estacionamiento.
Conduzco durante casi una hora hasta llegar al lugar indicado, faltando treinta minutos para las siete. Me estaciono a un par de metros de la entrada del parque y permanezco dentro del auto, esperando a que Bianca aparezca.
Observo muy atento hacia todos lados pero ni señales de ella. Solo veo a unas cuantas personas paseando perros y otras ejercitándose, trotando alrededor del parque. Es temprano y la zona no está muy transitada por aquí. Quizá por eso Bianca eligió este lugar.
Conforme pasan los minutos voy desesperándome un poco. Odio la impuntualidad y Bianca lo sabe, y aun así ya se pasó de la hora acordada. Seguro lo ha hecho por joderme.
Reviso el teléfono para corroborar si no he recibido algún mensaje, pero nada. Justo cuando estoy pensando en llamarle, alguien toca la ventana a mi lado. Cuando volteo me doy cuenta que se trata de ella, por lo que bajo del auto de inmediato.
—Hola, Elliot.
—Llegas quince minutos tarde —atajo con disgusto.
Ella rueda los ojos.
—Había olvidado tu obsesión con la puntualidad. Como sea —sonríe ampliamente—, es un enorme gusto verte.
—Lamento no decir lo mismo —respondo con voz neutral.
—Tú siendo tan cariñoso como siempre. —Se ríe.
—Déjate de tonterías y pasemos de una vez a lo que vinimos.
Enarca una ceja.
—¿Trajiste el dinero?
—Sí. Está dentro del auto en una maleta. —Sus ojos viajan el auto con curiosidad, pero yo vuelvo a captar su atención—. Más te vale que con esto te alejes de nosotros, Bianca, porque si no, te juro que cada maldito dolar de esos te va a salir muy caro.
—No te preocupes, Elliot. No volverás a saber de mí.
—Más te vale que cumplas.
—Ay, ya —exclama con fastidio—. No tendré más necesidad de buscarte porque muy pronto volveré a tener todo lo que quiero. —Me dedica una mirada presumida.
—¿Por fin vas a ponerte a trabajar? —pregunto con sarcasmo y burla.
—Por si no lo sabías, mi padre ha estado buscándome con desesperación porque quiere disculparse conmigo. Así que iré a buscarlo y seguramente volveré a ser su adorada hija a quien le dé todo lo que le pida.
Me cruzo de brazos.
—Y si tan segura estás de que volverás a tener todo lo que quieras, ¿por qué demonios decidiste pedirme dinero?
—Pues verás. Moría de ganas por asustarte y verte tan preocupado por hacer lo que fuera con tal de proteger a tu amada Olive. Quería disfrutar el placer de tenerte en mis manos una última vez —se encoge de hombros—, y de paso pensé que podía ganar algo de dinero de manera fácil.
—Pues ojalá y sí lo hayas disfrutado porque como ya lo dijiste, esta es la última vez.
Me doy la vuelta, saco la maleta de auto y luego se la entrego.
—Disfruta de tu dinero —exclamo con sarcasmo.
—Sin trucos, Elliot —advierte cuando sujeta la maleta—, y más te vale que esté completo.
—Si quieres puedes sentarte por ahí en alguna banca del parque y contarlo.
Me dedica una mirada molesta.
—Escúchame bien lo que va a pasar. Vas a subirte al auto y permanecerás ahí. No te irás hasta que yo me haya ido primero, ¿entendido?
—Lo que digas —respondo de mala gana.
—Hasta nunca, querido Elliot —se despide lanzándome un estúpido beso con la mano.
Hago una mueca de desagrado y al instante en que ella se da la vuelta, yo me introduzco al auto. La observo mientras camina, yendo hacia la entrada del parque.
Me pregunto a dónde irá. Quizá haya dejado su auto al otro lado del parque o quizá su cómplice la esté esperando. Quizá...
¡Mierda!
Mi sistema se pone en alerta al instante en que dos tipos aparecen de la nada y comienzan a seguirla. No tardan mucho en alcanzarla e interceptarla. Es obvio que ella no los conoce porque su reacción denota miedo. No entiendo absolutamente nada, hasta que uno de los hombres la sujeta del brazo mientras con su otra mano le muestra una placa.
¿Qué mierda? ¿Son policías? ¿Qué hacen? Eso no era parte del plan.
Bianca le da un empujón con la maleta y se echa a correr. Sin pensarlo dos veces me bajo del auto a toda prisa justo para presenciar el momento en que otro policía sale de algún lado y le corta el paso. Termina deteniéndola y en el proceso, los dos se van al suelo.
¡Maldición!
—¡No! ¡Suéltenme! —grita ella, completamente furiosa.
Todo esto es un caos. Hay cerca de cinco o seis policías que aparecieron de la nada. Bianca no deja de gritar y forcejear mientras el que la detuvo la obliga a ponerse de pie.
Yo casi estoy por preguntar qué carajos significa esto, cuando una voz familiar me detiene.
—Elliot.
Me detengo en seco y dirijo mi mirada hacia él.
—¿¡Qué demonios significa esto, Jared!?
—Lo siento, hermano, pero me vi obligado a cambiar el plan.
—¿¡El plan!? —Escucho la voz incrédula de Bianca.
Giro lentamente para encararla, pero antes que yo pueda decir algo, el oficial que la aprehendió me quita la palabra.
—Señorita Bianca Harper, está arrestada por el delito de extorsión.
Sus ojos se abren exageradamente y entonces estalla.
—¿¡Me tendiste una maldita trampa, Elliot!? ¡Eres un maldito! ¡Te odio! ¡Te juro que te odio, maldito hijo de perra!
Tenso la mandíbula y le sostengo la mirada con firmeza sin decirle absolutamente nada. Ella sigue despotricando contra mí mientras forcejea con el oficial que intenta llevarla al auto. Antes de subir, me dedica una mirada amenazadora y me grita una última vez.
—¡Te lo advertí, Elliot! Te dije qué pasaría si hacías alguna estupidez. Ahora atente a las consecuencias. ¡Te vas a arrepentir!
Al instante la imagen de Olive viene a mi cabeza.
No. No. No.
Me doy la vuelta y me echo a andar hacia mi auto. Me largo. Necesito estar en Gold ahora mismo.
—Elliot.
Jared me habla pero lo ignoro. Llego a mi auto y él vuelve a hablarme.
—Elliot, espera.
Esta vez me giro para encararlo con mucho más enojo que antes.
—¿¡Puedes decirme qué mierda acaba de pasar!?
—Elliot, tranquilízate.
—¡No! No puedo tranquilizarme. ¿Te das cuenta de que todo se fue a la mierda?
—Atrapamos a Bianca —enfatiza.
—¡Pero su maldito cómplice sigue libre! —Mi voz truena en el aire—. El plan era sencillo. Bianca se iría con el maldito dinero a reunirse con ese tipo, los rastrearíamos y la policía atraparía a ambos, pero ahora él estará en sobreaviso. ¿¡Tienes una puta idea del riesgo que eso significa!?
—¡Pues discúlpame, Elliot, pero no iba a quedarme de brazos cruzados! —estalla igual que yo—. Mi maldita intuición me decía que algo no saldría bien y que tú podías estar en peligro al venir solo. Cambié los planes porque no quería correr el riesgo de que algo te pasara. Si el hecho de que me preocupe por ti, te molesta, entonces vete a la mierda.
Toma toda mi fuerza de voluntad el no gritarle de vuelta. Me contengo grandemente. Me obligo a tragarme el puñado de palabras junto con todo el coraje que siento. Me paseo de un lado a otro impaciente, furioso, como un león enjaulado.
Lo entiendo. Francamente sí lo entiendo y no, no me molesta que se preocupe por mí. Yo en su lugar quizás hubiese hecho lo mismo, pero es que siento que la situación se me ha salido de las manos. No podré estar tranquilo hasta que sepa que han atrapado al cómplice de Bianca.
Me detengo en mi andar, tomo una inspiración profunda e intento hablar de nuevo sin gritar.
—Escucha, Jared, sé que tus intenciones fueron buenas. Sé que solo estabas tratando de evitar que algo me pasara...
—Sí, pero parece que eso te importa un carajo —me interrumpe molesto.
—No, no me importa un carajo, pero debes entender que en estos momentos no solo mi seguridad estaba en juego, sino también la de Olive. Yo tengo que cuidarla.
—¿Y quién cuida de ti, eh? —cuestiona con firmeza—. Yo era el único que sabía sobre este arriesgado plan y si algo salía mal, la culpa recaería en mí directamente por no haber hecho nada al respecto si tenía un mal presentimiento. —Niega con su cabeza—. A estas alturas ya deberías tener grabado en tu puta cabeza que siendo tu amigo casi hermano, aunque no quiera, siempre voy a terminar involucrándome en tus mierdas si es necesario, porque alguien debe cuidarte las espaldas, Reynolds, y ese siempre voy a ser yo.
Está molesto. Está muy molesto y lo entiendo, pero en este momento, yo estoy igual, así que no encuentro ni qué más decirle. Toda está situación me sobrepasa.
—¿No ibas a alguna parte? Si tienes prisa, ya vete —exclama con desdén.
Suelto otro suspiro.
—Lamento haber reaccionado mal hace unos minutos, ¿sí? Tú más que nadie sabes lo impulsivo que puedo ser algunas veces.
—Sí, sé muy bien cuánto te cuesta controlar tu maldito carácter.
—Como sea, el caso es que también debes saber que en verdad aprecio que te preocupes por mí. Tú lo has dicho, eres mi amigo casi hermano y agradezco todo lo que haces.
—Aceptaré tus disculpas solo por esta vez —dice desinteresadamente—. Ahora ve con Olive. Yo me encargaré de ir con los oficiales para saber a qué delegación se llevaron a Bianca y cómo hay que proceder para capturen al idiota de su cómplice.
—No, yo también quiero estar presente en el interrogatorio que le hagan los oficiales a Bianca.
—En mi opinión, mejor deberías ir con Olive y ponerla al tanto de todo.
Me quedo pensando durante algunos segundos, pero creo que sí. Eso será lo mejor.
—De acuerdo. Mantenme informado de todo.
—Lo haré.
Asiento y sin más, me subo al auto para ir a Gold. Voy a hablar con Olive y luego no me separaré de ella ni un solo segundo. Debemos mantenernos alerta hasta que la policía me informe que han atrapado al amante de Bianca. Espero que no pase de este día.
**~**
—A ver si entendí —dice Olive, llevando se las manos a sus sienes—. ¿Bianca intentó extorsionarte con cincuenta mil dolares a cambio de no hacerme daño, y tú te reuniste con ella para darle ese dinero, sin que yo supiera nada?
Su tono de voz tiene un ligero toque de incredulidad y reproche, pero yo asiento.
—Sí. Así es.
—¿Y por qué no me dijiste absolutamente nada? ¿Por qué no me dijiste la verdad? —pregunta molesta.
—Porque no quería preocuparte.
—¿Y qué tal si te pasaba algo y yo creyendo que estabas en una reunión de trabajo?
—No me pasó nada.
Niega con desaprobación.
—Sí, gracias al cielo que no, pero creí que había sido muy clara cuando te dije que no quería que me ocultaras más cosas.
Suelto un suspiro y le dedico una mirada durante algunos segundos cuando detengo el auto en un semáforo.
—Perdóname, Liv, pero esto fue una excepción. Te conozco muy bien y sabía que si te decía lo que estaba pasando, seguramente hubieses intentado involucrarte de algún modo y yo no estaba dispuesto a permitir que estuvieses en peligro.
Intenta reprochar, pero al final termina esbozando una pequeña mueca que me da la razón.
—Sí. Probablemente hubiese sido yo quien fuera con Bianca en tu lugar.
—Lo ves —exclamo en un tono acusador.
—De acuerdo. Entiendo por qué actuaste del modo que lo hiciste, pero dime, ¿cómo salió todo?
Reanudo la marcha cuando el semáforo nos da luz verde.
—Bianca fue detenida bajo el cargo de extorsión.
—¿Irá a la cárcel? —pregunta sorprendida.
—Eso espero.
—¿Y qué hay de su cómplice?
—Para nuestra tranquilidad, se me informó que lograron capturarlo esta tarde, justo cuando intentaba salir del país.
Ella suspira aliviada.
—Qué buena noticia. Eso significa que por fin podemos estar tranquilos.
—Sí, yo también me siento aliviado por eso.
—¿Y qué hay sobre Hoffman? —pregunta con curiosidad.
—Todo va igual de bien, pero, ¿te parece si dejamos esta conversación para después?
—¿Por qué?
—Porque esta noche dijimos que sería para distraernos y olvidarnos de todo el estrés y los problemas, ¿lo recuerdas?
Sonríe ligeramente.
—Sí, lo recuerdo.
—¿Entonces?
—Entonces no hablemos más de ello y enfoquémonos en que esta noche sea perfecta.
La miro durante una fracción de segundo.
—Solo tu presencia basta para que lo sea.
Una radiante sonrisa se forma en sus labios.
—Me encanta cuando eres así de romántico.
Su comentario me hace sonreír también. Nos quedamos en silencio durante algunos segundos y de pronto, por el rabillo del ojo logro ver que está observándome con demasiada atención como si me estuviese examinando.
—¿Qué sucede? ¿Por qué me ves así?
—¿Es que acaso no puedo deleitarme con lo atractivo que eres?
Enarco una ceja presumido.
—¿Me veo atractivo?
—Demasiado —afirma.
—¿Y de casualidad eso no te excita?
—¡Elliot! —me reprende al instante entre risas.
Una pequeña carcajada se me escapa.
—¿Qué?
—¿Por qué me preguntas eso?
—Es que en mi caso, cuando luces tan bella como hoy, confieso que me excita solo el hecho de verte. —Mis ojos le dan una ojeada rápida a todo su cuerpo—. Joder. Es que eres tan sexy.
Su mano me da un pequeño golpecito en el brazo.
—Mantén tu vista al frente.
—No puedes culparme por distraerme con tu belleza.
Se cruza de brazos.
—Pero sí puedo culparte por llegar tarde al concierto.
—Nunca llego tarde a ningún lado.
—Oh, claro. Se me había olvidado que eres el señor puntualidad perfecta.
—Exacto, así que no te preocupes porque llagaremos mucho antes de que inicie el concierto.
Nos quedamos en silencio de nuevo. Llegamos a una intersección en la autopista y justo al momento en que doblo hacia la derecha para tomar la ruta que nos lleva al Teatro Central, mis ojos se percatan del auto negro que viene detrás de nosotros. Me pareció verlo hace unos veinte minutos atrás.
Frunzo el ceño. Bueno, quizá sea otro auto que se parece bastante.
Pasan un par de minutos más y Olive viene hablando sobre no sé qué. La verdad no le estoy prestando mucha atención. En estos momentos ya me siento intranquilo porque mi sexto sentido me advierte que algo anda mal.
Cada cierto tiempo mis ojos vigilan el auto a través del espejo retrovisor interno. Sigue justo detrás de nosotros. Intento mantenerme inexpresivo para que Olive no me note nada extraño porque la verdad es que no quiero asustarla innecesariamente. Quizá solo sea coincidencia pero necesito comprobarlo, así que en la siguiente cuadra doblo hacia la izquierda.
Olive reacciona de inmediato.
—¡Espera! ¿Por qué doblaste? Se supone que debías seguir recto.
No respondo nada. Mis ojos siguen clavados en el retrovisor. Mis manos se aferran con mucha fuerza al volante cuando veo que el auto también dobla en esta calle. Entonces lo confirmo.
Alguien nos está siguiendo.
—Elliot.
No respondo y presiono más el acelerador.
—Elliot.
—Dame un minuto —pido.
Llegamos a otra esquina y doblo de nuevo, esta vez hacia la izquierda. El maldito auto detrás de nosotros hace exactamente lo mismo.
—Mierda —mascullo entre dientes.
—¿Elliot, qué pasa? ¿Por qué estás yendo en esta dirección? Este no es el camino hacia el Teatro Central.
—Lo sé.
—Me estás asustando. ¿Por qué parece como si...?
Sus palabras se frenan de golpe y antes que pueda evitarlo, voltea hacia atrás con miedo.
—Nos están siguiendo —dice más en afirmación que en pregunta.
—No, tranquila. Es solo que...
—Elliot —advierte, dedicándome una mirada firme—. Dime la verdad.
Un nudo me atenaza el estómago, pero no tengo de otra más que ser sincero con ella.
—Ese auto está detrás de nosotros desde hace unos veinte minutos atrás, más o menos. Creí que quizás era coincidencia por eso cambié de dirección pero sigue ahí, así que sí. Creo que alguien nos está siguiendo.
—No puede ser.
El miedo se nota en su voz. De inmediato noto cuán asustada la pone esa noticia.
—Tranquila, amor. No quiero que te asustes. Todo va a estar bien. Un par de cuadras más adelante puedo doblar hacia la derecha para integrarme de nuevo a la autopista —anuncio—. Ahí puedo acelerar y tomarle ventaja. Un par de kilómetros más adelante está una estación policial.
—Si llegamos ahí, dejará de seguirnos.
Asiento.
—Quiero que hagas algo. Intenta ver el número de placa del auto y envíaselo en un mensaje a Mandy o a Jared, explicándoles lo que sucede.
—Sí, lo haré.
Saca su teléfono y con rapidez comienza a escribir el mensaje, volteando un par de veces hacia atrás para ver el número de placa y escribirlo también.
—Listo. Se lo envié a...
Sus palabras quedan a medias en el instante en que el auto nos choca en la parte trasera.
—Mierda —mascullo furioso.
El golpe casi me hace perder el control del auto pero me las arreglo para maniobrar y seguir el línea recta.
—¿Estás bien? —La miro con preocupación.
—Sí, estoy bien —responde con nerviosismo—, pero se me cayó el teléfono de las manos.
Justo en ese momento el dichoso teléfono comienza a sonar cerca de sus pies. Ella se apresura a intentar levantarlo, pero se le dificulta por el cinturón de seguridad.
—No te lo vayas a quitar —advierto, siendo capaz de leer lo que seguramente está pensando.
—Es Mandy quien está llamando y no lo alcanzo.
—No te quites el jodido cinturón —exclamo más autoritario que nunca.
El pulso me zumba detrás de las orejas y la adrenalina corre por mi torrente sanguíneo a una velocidad alarmante, provocando que el corazón casi se me salga del pecho.
Debo ponernos a salvo. Debo ponerla a salvo...
—Elliot.
Su voz es más asustada que nunca.
—Tranquila, amor. No te asustes.
Mis nudillos se tornan blancos debido a la fuerza con que sujeto el volante. Mi pie pisa el acelerador hasta el fondo.
Estoy asustado. Lo admito. Jamás en mi vida había sentido tanto miedo como ahora. Sé que algo muy malo va a pasar.
Yo quería ponernos a salvo, pero el destino no está de acuerdo conmigo.
Todo pasa tan rápido. El maldito auto vuelve a chocarnos una última vez. Las llantas de mi auto derrapan y por más que intento recuperar el control con el volante, es imposible.
Miedo. Dolor. Impotencia. Terror. Todas esas malditas emociones me torturan cruelmente cuando veo mi vida pasar en un segundo. El grito aterrado de Olive me duele en el alma.
Es tarde.
Terminamos saliéndonos de la calle. Vamos a estrellarnos directo contra un muro y si no hago nada, Olive morirá instantáneamente por el impacto. Debo poder hacer algo para evitarlo.
Mejor yo, y no ella.
No soportaría que fuera ella.
En el último segundo logro maniobrar con el volante y consigo girar el auto de manera que es mi lado el que recibe directamente el impacto.
El dolor estalla agudo en cada parte de mi cuerpo. La imagen de Olive viene a mi mente y su nombre es lo último que escapa de mis labios, antes de que todo se vuelva oscuro.
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