Capítulo 26 | Elliot
Suelto un largo suspiro mientras hago mi camino en el elevador. Siento un estrés de la mierda. Me he despertado está mañana con una jaqueca horrible y sé que es debido a la borrachera de ayer. Todavía me arrepiento un poco por las cosas que hice ayer. Muchas de ellas me ponen de mal humor al recordarlas.
La discusión con Olive, mi borrachera, el abrazo. Todas esas cosas me causan una sensación realmente incomoda, pero la que más me molesta. La que realmente me provoca un enredo en la cabeza, es el hecho de que dormí con Olive. ¿Por qué dormí con ella?
Esta mañana desperté en su cama, y aunque ella no estaba ahí, yo tengo la certeza de que dormimos juntos, porque lo último que recuerdo es ella recostada en mí, mientras yo intentaba tranquilizarla por la pesadilla que tuvo. Todavía logro recordar que la vi quedarse dormida y que mi razonamiento -que en esos momentos estaba casi nulo por los efectos del alcohol-, me pedía no hacerlo. No dormirme también, pero fue imposible resistir el sueño y terminé cediendo.
Sabía con anticipación que ahora, le echaría toda la culpa de mis acciones, al puto alcohol. Pero ya no sé si él sea el culpable de todo. Sobre todo cuando sigo sintiendo que todas mis acciones para con Olive, se están volviendo casi voluntarias, y he estado pensando mucho en eso.
Sí, yo mismo me dije que haría un par de excepciones con ella. Esas que no suelo hacer con nadie. Pero ahora creo que eso me está cambiando demasiado y lo peor del caso, es que se lo dije a ella. Fui un completo idiota por dárselo a conocer hace unos minutos con lo que ella dijo de Corinne, y aunque lucía un poco confundida, estoy seguro que terminó entendiendo a la perfección a lo que me refería.
Estoy haciendo demasiadas estupideces desde ayer, y todavía me falta una más. Una que no ha dejado de dar vueltas en mi cabeza, pidiéndome que lo haga...
El sonido de las puertas del elevador, abriéndose, me devuelve a la realidad. Salgo al pasillo y me voy directo a la puerta correspondiente de nuestra habitación. Paso la tarjeta y entro a la estancia, esperando ver a Olive arreglando su maleta o algo así, pero me recibe un lugar completamente solo.
Frunzo el ceño, dando una ojeada superficial a todo el espacio. No hay señales de ella. Una extraña sensación me cruza el pecho, ante la idea de que ella se haya marchado sin mí. Que por esa manía suya de llevarme la contraria, haya ignorado por completo lo que le dije, para irse a escondidas, antes que lograse detenerla.
¡Mierda! Y todo por el tiempo que perdí intentando deshacerme de Corinne.
Tenso mi mandíbula, molesto, y de inmediato saco mi teléfono del bolsillo del pantalón para buscar su número y llamarle. Justo cuando he encontrado su número y casi estoy por presionar la opción de llamada, escucho una puerta abrirse. Mis ojos viajan de inmediato hacia ahí. Es la puerta del baño.
Olive sale tranquilamente, pasándose las manos por el cabello. Suelto un pequeño suspiro, sintiendo cómo me relajo al instante al saber que no se ha marchado como creía. En ese instante, sus ojos me localizan y la expresión que hace su rostro es tan difícil de entender. No sé porque siento que me mira con enojo como si le hubiese hecho algo.
Se mueve de su lugar para ir hacia la pequeña mesita de noche que está al lado de la cama, ignorándome por completo. Yo la sigo con la mirada. Hasta este momento me doy cuenta que su maleta está a un lado de la cama.
—Le he llamado a James —anuncio. —Dijo que tardaría una hora más o menos.
Ella me ignora. Me llevo una mano hasta sostener el puente de mi nariz, intentando no perder la paciencia. Suspiro, cerrando los ojos.
—No sé por qué no dejaste que me fuera sola. —Finalmente habla.
Abro mis ojos para verla. Sigue dándome la espalda.
—Ya te dije. No iba a permitir que lo hicieras. Vinimos juntos, lo más normal es que regresemos juntos.
Me mira de reojos, con mal gusto —Anoche dijiste que hiciera lo que quisiera. Creí que...
—Anoche dije e hice muchas cosas que no debía, Olive —la interrumpo.
—Yo también, Elliot —escupe con un filo molesto. —Así que no te sientas mal en decirme que te arrepientes, porque yo también lo hago.
Frunzo el ceño —¿Estamos hablando de lo mismo?
Tengo dudas. No sé a qué se refiere. ¿De qué se arrepiente ella?
Rueda los ojos —Por supuesto que sí. No creas que te abracé porque quería hacerlo. Fue un impulso...
—Entonces no hablamos de lo mismo —la interrumpo de nuevo, y me mira confundida.
—¿Qué?
Acorto la distancia entre nosotros, pero no me acerco demasiado —Yo no he dicho que me arrepienta de ese abrazo.
¿Qué mierda estoy diciendo? ¿Por qué mi puta boca no se pudo quedar callada?
—¿Ah, sí?— pregunta burlonamente, alzando una ceja. —Creí que tú eras apático a ese tipo de cosas.
Mi ego no se siente bien ante sus palabras. No me agrada que ella me esté restregando a la cara, algo que tanto me incomoda, porque sé que es real. Mis labios forman una línea dura, pero tampoco le permito que vea cuan ofendido me hace sentir ese comentario.
—Tal vez haya estado bajo los efectos de todo el alcohol que había bebido —digo, en un tono despreocupado, tratando de justificarme, echándole la culpa al puto alcohol. Tal como lo pensé ayer.
—Pues estando ebrias, las personas suelen hacer estupideces, y normalmente luego no recuerdan nada, ¿o si?— se cruza de brazos y me dedica una mirada desdeñosa.
—Te voy a decir algo, Olive. —Me acerco un poco más. —Yo sí estaba ebrio anoche, pero no tanto como tú crees. Y aunque no me sienta bien admitiéndolo, era muy consciente de lo que hacía y decía; y esta mañana no creas que se me ha borrado la memoria. Recuerdo muy bien todo.
Sus ojos me observan fijamente. Termino de acortar la poca distancia que queda entre nosotros, hasta que la hago retroceder. Sus pies chocan contra la pequeña mesita de noche detrás de ella y no tiene otra opción más que quedarse quieta.
—No te voy a mentir —continúo. —Esta mañana me he sentido muy molesto conmigo mismo, y..., contigo.
—¿Conmigo?— Frunce el ceño. —¿Y conmigo por qué?
—Porque tú eres la causante de que haga todas las cosas que no debo —mi voz tiene un pequeño filo molesto. —Digo que no repito con una mujer, voy y lo hago contigo. Que no llevo a mujeres a mi apartamento, y te llevo a ti para cenar juntos. —Niego con mi cabeza y sin que pueda evitarlo, una pequeña risa se me escapa. —Digo que no me gustan las muestras de afecto, y que no duermo con nadie, y también, resulta que lo hice contigo.
—¿Me estás echando la culpa de todo lo que haces, a mí?— cuestiona, incrédula y molesta.
—Sí. Te estoy culpando a ti.
—¿Y yo por qué carajos tengo la culpa?
—¿Quieres saber?— Pregunto, anclando mis manos a sus caderas para pegarla a mí. Un pequeño jadeo escapa de sus labios, haciendo que algo dentro de mí se encienda, pero me obligo a ignorarlo. —¿Quieres saber por qué te culpo a ti, Olive?— vuelvo a insistir.
Sus manos se colocan sobre mi pecho, para darme un pequeño empujón, pero no cedo.
—Ya solo dilo —protesta, cuando no consigue alejarme.
—Porque tú tienes un no sé qué demonios, que me saca de todos mis límites. Tienes un puto encanto que hace que romper mis propias reglas, sea demasiado fácil. —Mis manos suben hasta su cintura. Suspiro. —Olive, tú haces que la tentación a cualquier cosa respecto a ti, sea demasiado irresistible para mí y que al final, termine cayendo en ella con el mayor de los gustos.
Mis ojos viajan de inmediato a su boca y me siento malditamente bien con las reacciones que eso provoca en su cuerpo. Su respiración ha aumentado, y soy capaz de sentir lo tensa que se encuentra. Muero de ganas de besarla.
—Pues si tantos problemas te causo, quizá mejor deberías olvidarme y buscarte a otra mujer. Creí que eso habías decidido anoche —dice, recuperando la seguridad en su voz.
Niego con mi cabeza. Lo dice como si eso fuera fácil. Es que no lo entiende.
—No entiendes —digo el pensamiento en voz alta.
—¿Qué no entiendo?
Mis ojos vuelven a hacer contacto con los suyos —No entiendes que no podría hacer eso, aunque quisiera. No ahora. Quizá pude haberlo hecho, cuando eras nada más una fantasía, pero... —Mis manos la estrechan más contra mi cuerpo. —Ahora que ya he probado tus labios, tu cuerpo. Ahora que he disfrutado de cada parte de tu piel, es imposible que vaya a olvidarte y no desearte más.
Su respiración se vuelve casi jadeante y eso me pone duro de inmediato. Cuánto desearía arrancarle la ropa en este preciso momento y follarla. No contengo el impulso, y acerco mi nariz a su cuello para inhalar profundo, deleitándome con su embriagante aroma. Puedo sentir sus manos aferrarse en puños a mi camiseta, como si pidiese tenerme más cerca. Yo necesito estar más cerca. Necesito estar dentro de ella.
—Dime algo, Olive —susurro contra su oído.
—Juegas demasiado conmigo, Elliot —exclama con la voz enronquecida. Me excita todavía más. —Dices que soy yo quien te provoca, pero no tienes una idea de la tentación que tú representas.
Sus palabras engrandecen mi ego. Me alejo para verla a la cara —¿Ah, sí?
Asiente —Sí, pero... —sus ojos bajan por mi cuerpo, mientras se muerde el labio inferior, poniéndome a mil—, tendremos que ser el fruto prohibido el uno del otro, porque reafirmo lo que dije anoche. No voy a seguir con estoy y creo que te dejé bastante claro el porqué.
Cuando sus ojos vuelven a verme a la cara, tienen esa expresión altanera que me fascina y me disgusta por igual. Tal parece que sigue firme en lo que dijo ayer, y tendré que hacer algo al respecto. Antes de terminar cometiendo la estupidez que he venido pensado, veré si logro persuadirla.
—¿Dijiste fruto prohibido?— Vuelvo acercar mi nariz a su cuello, para rozar lentamente su piel. —Pues lo prohibido me gusta más, ¿sabes?
Me encanta sentir cómo su piel se eriza, y para calentar las cosas un poco más, deposito un beso sobre su piel. Un pequeño jadeo escapa de sus labios, al tiempo que se remueve en su lugar, debido a las reacciones involuntarias de su cuerpo. Puedo sentir cómo sus senos se pegan a mi pecho, excitándome tanto, que un pequeño gruñido escapa de mi garganta. Mis labios vuelven a besar su cuello, e incluso permito a mi lengua lamer un poco la zona. Ella vuelve a jadear.
Mis besos húmedos hacen un recorrido desde la base de su cuello, hasta la piel detrás de su oreja. ¡Mierda! Quiero más.
Mis manos se trasladan a su trasero y lo estrujo contra mí, para hacerla sentir cuan duro me encuentro. Pero tan pronto como lo hago, sus manos suelta mi camiseta y en lugar de aferrarse a mí, trata de alejarme de nuevo.
—Detente —dice con la voz jadeante.
No creo que realmente quiera que me detenga, así que la ignoro y sigo besando, lamiendo y succionando la piel de su cuello. No quiero...
—Elliot, detente.
Su voz es mucho más firme, cuando me da otro empujón. Eso hace que lo haga de inmediato. Me alejo de ella y la veo a la cara. Nos quedamos en silencio unos segundos, hasta que ella decide hablar.
—No voy a hacer nada, Elliot.
Sé perfectamente a que se refiere y admito que no sé cómo sentirme respecto a su rechazo.
—¿Por qué...
—¿Es que acaso no fui lo suficiente clara ayer?— Me interrumpe. Su humor hace un cambio drástico, y de pronto vuelve a lucir enfadada. —Ya no voy a ser más tu amante, Elliot. Te dije mi condición y tú la rechazaste, así que ahora acepta las consecuencias y déjame tranquila.
—¿Y si no quiero?— Suelto la pregunta incluso antes que pueda meditarla.
—No estoy preguntando si quieres. Te estoy diciendo que me dejes tranquila.
Y bien, no tengo de otra. Si voy a hacer todas las estupideces que no me gustan, por Olive, pues las hago de una vez y ya.
—De acuerdo —digo, inevitablemente con un filo tenso, pero me obligo a continuar antes de arrepentirme. —Voy a aceptar tu condición.
Me mira confundida, durante algunos segundos.
—¿Qué dices?
Suelto un suspiro exasperado —Voy a darte la puta exclusividad que quieres.
Y como siempre, termino diciendo las cosas del peor modo.
La confusión en su rostro se refleja todavía más, pero al instante es reemplazada por molestia. Otra vez.
—Si crees que voy a ponerme a saltar de alegría por eso y follar contigo justo ahora, estas muy equivocado, Elliot. Yo no soy un juego. Si solo lo estás diciendo porque tienes demasiadas ganas en estos momentos, ¡vete al diablo!
Casi termina gritando las últimas palabras. Me enfurece de inmediato su reacción. ¿Quién demonios la entiende? Ayer la pelea fue porque no quise aceptar la dichosa exclusividad, y ahora, pelea porque estoy aceptando. ¿En serio quiero seguir con los dolores de cabeza que me da esta mujer?
La respuesta me enfurece mucho más conmigo mismo, porque es un estúpido sí. Tal parece que sí quiero seguir con los putos dolores de cabeza, si eso significa que ella siga siendo mi amante.
—Es eso, ¿verdad?— exclama, acusadoramente. —Solo dices que aceptas porque tienes ganas de follar en este preciso momento. No tienes vergüenza. —Me dedica una mirada fría y cargada de desprecio. —Estás tan acostumbrado a que las cosas se hagan como y cuando tú quieras, pero ya deberías saber que eso no va conmigo.
Esta mujer va acabar con mi paciencia de nuevo. Tenso la mandíbula, tanto, que empiezo a sentir un leve dolor. Trato a toda costa mantenerme sereno. Sé que no debo alterarme, porque nada conseguiría.
—No lo estoy diciendo solo porque quiera follarte —me defiendo con seguridad, porque es cierto, pero la tranquilidad en mi voz se siente errónea porque estoy muy molesto.
—¡Ja!— Se ríe y rueda los ojos. —¿Y piensas que voy a creerte?
—¿Por qué te gusta hacer las cosas tan difíciles, Olive?— Protesto, poniendo mala cara.
—¡Porque yo soy difícil, Elliot!— Ataja, alzando un poco la voz. —Si quieres una mujer fácil, búscala en otro lado... Es más, no tendrás que buscarla mucho. Ve a buscar a Corinne. Le encantará saber que te quedas.
Sus palabras y sonrisa son tan irónicas. La sensación de disgusto se multiplica por mil, dentro de mí. Ella podrá fascinarme todo lo que quiera, pero sigue sin gustarme cuando me enfrenta de esa manera.
Casi estoy por responder, seguramente un muy mal comentario, pero me abstengo cuando la veo agacharse y tomar la manija de la maleta. Acto seguido, la arrastra detrás de ella, pasándome de largo.
Ya sé lo que planea.
—Olive. —La llamo, pero me ignora. Me doy la vuelta. —¿A dónde vas?— Alzo un poco la voz pero sigue ignorándome. ¡Puta mierda!
Cruza el pequeño espacio de la sala, justo en dirección a la puerta. Doy un par de pasos yo también.
—Te hice una pregunta.
Sigo sin tener respuestas, así que preso de mis impulsos, me voy tras ella. Cruzo la estancia dando enorme zancadas y la alcanzo justo cuando su mano sujeta la manecilla de la puerta. Me quedo a sus espaldas y extiendo mi mano para detener la puerta con firmeza, antes que ella la abra.
—¿¡Qué mierda te pasa!?— estalla.
—Te hice una pregunta —vuelvo a decir, con mucha más firmeza.
Admito que yo mismo me sorprendo de lo ronca que se escucha mi voz. De lo amenazante que yo mismo me siento en estos momentos. ¿Qué mierda me pasa?
Ella vuelve a quedarse en silencio.
—Pregunte —digo, acercándome mucho más a ella, a sus espaldas—, ¿a dónde vas?
Siento su cuerpo tensarse, pero no se gira para encararme.
—A tomar un vuelo en el aeropuerto —responde con demasiada tranquilidad.
—Te dije que James viene por nosotros.
—Y yo te dije que quería irme sola. Ahora más que nunca, no pienso viajar contigo.
Abro mi boca para decir algo, pero vuelvo a cerrarla al instante. Tomo una inspiración profunda para intentar calmarme. Debo calmarme.
—Elliot, déjame ir. —Protesta, tratando de hacerme quitar la mano de la puerta.
Su mano izquierda -que no es la que sujeta la manija de la maleta-, intenta moverme, pero es en vano. No tiene las fuerzas suficientes para hacerlo... ¿o no quiere hacerlo?
Es ridícula la extraña sonrisa que se forma en mis labios, teniendo en cuenta la cabreado que me sentía hasta hace unos segundos. Esta mujer es capaz de provocarme los peores y más repentinos cambios de humor, en cuestión de segundos.
—¡Que me dejes salir!— eleva la voz, y esta vez sí se gira para verme.
Luce realmente molesta, pero yo me contengo para que no me note la sonrisa.
—Tranquilízate ya. No quiero que las cosas se pongan más tensas.
—No. No quiero calmarme porque te estás comportando como un idiota.
Me sorprende su insulto y ni siquiera parece arrepentida de haberlo dicho. Así que ya tenemos esa confianza, ¿eh?
Frunce el ceño —¿Te estás riendo?—Me abstengo de responderle, y parece que eso la disgusta más. —Eso no es muy maduro de tu parte, ¿sabías?
—Pues tú me pareces una chiquilla haciendo berrinche porque no la quieren dejar salir al parque —digo en el mismo tono acusador que usó ella.
Rueda los ojos —Claro que no. Digas lo que digas, yo me largo.
Hace el intento por volver a girarse hacia la puerta, pero la detengo.
—No, Olive.
De un movimiento rápido, me aseguro de quitarle la maleta, haciéndola a un lado.
—¿Qué...?
No le permito hablar, porque mis manos se anclan a sus caderas y haciendo uso de toda mi agilidad, la levanto del suelo para echármela al hombro.
—¿¡Qué mierda crees que estás haciendo, Elliot!?
Empieza a patalear y a moverse de una y mil maneras para que la baje. Incluso sus manos me dan pequeños golpes en la espalda, pero no me importa. Sus golpes no tienen fuerza en lo absoluto. Simplemente me divierten.
—Tienes un trasero muy sexy, Olive.
En efecto, eso creo. Sobre todo cuando lo tengo muy cerca de mi cara.
—¡Eres un idiota!— Masculla ante mi comentario.
Me divierto mucho más. Ya quisiera ver su cara en estos momentos. A puesto que se ha ruborizado. Fuera mucho mejor si ella estuviera en bragas. ¡Mierda! La idea me calienta. No puedo controlar ninguna de mis emociones cuando se trata de ella. Ella me causa un puto torbellino.
Me doy la vuelta y vuelvo a cruzar la estancia para ir a la cama. Me parece que la llevaré a la que se suponía era la mía.
—Te juro que si no me bajas en este instante, voy a empezar a gritar y no me importa quién me escuche. —Continúa protestando.
—Adelante, hazlo. Seguramente pensaran que te estoy follando muy rudo.
Gruñe molesta o indignada por el comentario, no lo sé. Me causa más gracia.
Llegando a la cama, la dejo caer sobre el colchón sin nada de delicadeza, haciéndola protestar cosas que no le entiendo, pero seguramente son groserías e insultos contra mi persona. Cuando endereza su postura, intenta bajarse del colchón, pero yo me coloco justo enfrente para impedírselo.
—¿Por qué estás haciendo esto?
Finalmente se queda quieta. Se rinde, quedándose sentada al borde de la cama, donde es aprisionada por mi cuerpo. Yo estoy inclinado hacia ella, apoyando mis manos sobre el colchón para sostenerme en mi lugar.
Suspiro. —Si quieres saber, bien. Pero quiero pedirte que cierres la boca y escuches bien lo que te voy a decir, porque no suelo ser tan sincero, como lo voy a ser justo ahora. ¿Entiendes?
Sus ojos me observan asombrados y curiosos. Levemente hace un asentimiento para indicarme que lo hará. Yo también asiento con firmeza, al tiempo que me alejo de ella para enderezar mi postura y quedarme de pie, justo al frente.
—Lo que dije, lo dije en serio. Acepto la exclusividad.
Me doy cuenta cuando su expresión cambia a la incredulidad. Seguramente planea hacer algún comentario de mal gusto de nuevo, pero esta vez no se lo permito.
—Y antes que digas que solo la acepto por la urgencia de follarte, déjame decirte que te equivocas. —La miro con firmeza y decido continuar. —He estado pensando mucho en esa condición, desde que la mencionaste. Ayer, me sentía muy molesto y como te lo dije hace un rato, dije e hice cosas que no debía y... quiero pedirte disculpas por ello.
Una sensación extraña se apodera de mi pecho. Una que no me sigue gustando del todo y es debido a que no me siento bien cuando de ser compresivo o amable se trata. Estoy siendo demasiado suave con ella, justo ahora.
—Pues la verdad estuve a punto de darte una bofetada cuando me gritaste. —Se cruza de brazos, y yo imito su gesto.
—Creo que me la merecía. A veces suelo perder los estribos cuando estoy furioso...
—¿En verdad tanto te enfurece que te hable sobre exclusividad?— Me mira fijamente, esperando por una respuesta.
Me quedo unos segundos en silencio, pero termino asintiendo —Siempre he sido así, Olive. Y puedes creerte que soy todo un hijo de puta por ello, pero jamás me he sentido bien creyendo que soy propiedad de alguien. Por eso mis reglas de no repetir con ninguna mujer. Simplemente eso no me va. —Me río un poco. —Bueno, no me iba hasta hace poco.
La miro con atención, y creo que entiende a que me refiero, ya que sonríe un poco.
—Como sea. —Continúo, viendo hacia otro lado. —Te soy honesto. La fidelidad y esas mierdas no van conmigo y ayer que dijiste que querías la dichosa exclusividad, sentí como si querías ponerme límites o, tenerme dominado.
Regreso mi vista a ella y la veo contener una sonrisa.
—Pues te dije que me gusta ser quien domina, no la sumisa.
—Creo que tocaste mi hombría. —Hago un pequeño encogimiento de hombros. —Quizás lo que más me molesto ayer, fue el hecho de que una parte de mí estaba considerando aceptar, casi de inmediato. No me gustó para nada la sensación de hacer algo que va en contra de mis reglas, solo porque tú lo pidieras.
Enarca una ceja —Tienes un problema de superioridad muy grande, Elliot.
—Lo sé.
—¿Y entonces por qué cambiaste de opinión? ¿Por qué ahora aceptas? Eso es un insulto para ti y tus reglas. —Se burla descaradamente. —¿Qué pasó con el: "yo no soy exclusivo de nadie"?
Entrecierro mis ojos y me vuelvo a acercar a ella, hasta quedar en la misma posición de antes. Acorralándola con mis brazos y cuerpo. Su rostro me queda a escasos centímetros del mío.
—Creí que ya habíamos quedado en que tienes un puto encanto para convencerme de lo que sea.
Hay un duelo de miradas. Como si deseáramos averiguar los más profundos pensamientos del otro, con solo vernos así.
—Escúchame, Olive. —Vuelvo a hablar con la voz enronquecida. —No sé por qué exactamente pero tengo la necesidad de hacer demasiadas excepciones contigo. Yo te aseguro que lo que pasó entre nosotros anoche, habría bastado para espantarme y no buscarte más.
—Te refieres al... ¿abrazo?— Pregunta un poco dudosa.
—Sí, a eso me refiero. Ese tipo de situaciones son tan comprometedoras que normalmente trato de evitarlas. Lo más normal sería que luego de eso, yo hubiese decido poner distancia entre nosotros, antes que empezaras a imaginarte cosas que no son y que no pueden ser.
Su expresión se transforma y de pronto luce ofendida o decepcionada, ¿o es mi imaginación?
—¿Y entonces por qué no lo hiciste? ¿Por qué no piensas poner distancia entre nosotros a pesar que yo te lo he pedido?
—Por dos razones. —Explico, volviendo a enderezar mi postura. —Porque sé que tú eres lo suficientemente lista como para no ilusionarte ni nada de esas mierdas, y porque yo no quiero poner distancia.
No miento. En ninguna de las dos razones que le he dado. Yo sé que ella no es de esas mujeres sentimentales ni nada por el estilo. Ella me dejó muy en claro desde un principio que lo único que podría interesarle de mí, era el sexo. Y lo otro, eso de que yo no quiero poner distancia. Todavía estoy cuestionándome el verdadero por qué. No sé si sea porque quiero seguir disfrutando de ser amantes o, quizá por algo más...
—¿Qué va a pasar entonces, Elliot?
Su voz llama mi atención de nuevo.
—¿Qué decides tú?
Me mira fijamente, como si estuviese pensando demasiado en la respuesta que va a darme. Se pone de pie y acorta la distancia entre nosotros hasta que está lo suficientemente cerca, como para tener que alzar el rostro y verme.
—¿Qué es lo que tú quieres, Elliot? ¿Quieres que siga siendo tu amante, aun si eso significa romper tus reglas?— Me mira con altanería, a pesar que es más baja que yo.
—Si tú quieres, podría romper esa última regla.
—El gran Elliot Reynolds. El que no es exclusivo ni pertenece a una sola mujer. —Ríe. —¿Podrás cambiar eso?
Mis manos se aferran a su cintura para pegarla a mi cuerpo —Creo que la idea de pertenecer a ti, hablando sexualmente, no se escucha tan mal. Sobre todo cuando pienso en que tú también serás solo mía y de nadie más.
Sus manos acarician suavemente mis brazos —¿De verdad te gusto tanto, como para que seas capaz de eso?
El toque presumido en sus palabras, es notorio. Es claro que ella sabe lo hermosa, caliente y sexy que es. Está completamente segura de ser una diosa. Pero sobre todo, está segura del maldito y encantador dominio que está empezando a tener sobre mí.
—Solo voy a decirte que vayas preparándote para mandar a la mierda a tu pedazo de novio, por mí.
Es mi turno de sonreír con suficiencia. Sobre todo cuando ella dijo que jamás dejaría a ese bueno para nada, por mí. Me agrada la idea de que ella también haga cosas que no debe, porque se lo pido.
Niega con su cabeza, lentamente —No sé por qué debería aceptar esto.
Le dedico una mirada seria. Ese comentario no me gusta; sin embargo le recuerdo el porqué.
—Porque fue una condición que tú misma pusiste. Continuar siendo amantes, a cambio de la exclusividad, así que ahora, cumple tu palabra y acepta.
Enarca una ceja —Eres muy mandón.
—Tal vez quieras dejarme que te convenza. —Mi tono de voz es bastante pretencioso, y claramente veo cómo sus ojos se oscurecen.
—Okay. Quizá dejaré que me convenzas —dice, mordiéndose el labio inferior, causándome hacer una mueca por lo caliente que se ve haciendo eso.
No lo pienso dos veces. Uno su boca a la mía, en un beso urgente. Ambos soltamos un pequeño gruñido casi al mismo tiempo. Siento que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que la besé, por eso devoro sus labios con mucho deseo. Siento que besarla es el paraíso.
La hago retroceder unos pasos, hasta que sus piernas chocan contra la cama. Sus manos se rodean mi cuello mientras lentamente termino de empujarla hasta hacerla quedar sobre el colchón, conmigo encima de ella, asentado entre sus piernas. Dejo caer mi peso, asegurándome de no aplastarla demasiado, pero sí haciendo que pueda sentir lo mucho que la deseo ahora.
Me sorprende cuando gime contra mis labios y arquea su espalda, haciéndome sentir sus senos contra mi pecho. Eso me calienta a mil. Ahora no hay manera que me detenga.
Traslado mis labios hacia su mandíbula, luego beso su cuello, y bajo un poco más hasta sus clavículas. Ella jadea aferrando sus manos a mis hombros y de pronto... Suena el maldito teléfono.
—¡Mierda!— Mascullo la palabrota, alejándome un poco, pero sus manos vuelven atraerme hacia ella.
—No contestes.
—Puede que sea James —digo, haciendo una mueca de disculpa, y termino poniéndome de pie, aunque ella me dedica mala cara.
Me contengo una sonrisa. Vaya, vaya. La que no quería follar.
Saco mi teléfono del bolsillo delantero del jeans y al revisarlo me doy cuenta que, efectivamente es James quien llama.
—¿Si?— Respondo secamente.
Olive se sienta en el borde de la cama, observándome con atención, por lo que estoy seguro que nota la mala cara que pongo al escuchar que James me dice que ya arribó en el aeropuerto. Tenemos que irnos ya.
—De acuerdo. Tomaremos un taxi, pero seguramente nos tardaremos un poco.
Reviso la hora en el reloj de mi mano izquierda. Son casi las nueve. Un par de palabras más y cuelgo la llamada. Resoplo.
—Tenemos que salir e ir al aeropuerto. Parece que James tardó menos de lo que había dicho —anuncio, y vuelvo a guardar mi teléfono.
—Ni hablar. Tenemos que irnos entonces. —Hace un pequeño encogimiento de hombros. —Y yo que creí pasaría algo interesante.
No me pasa desapercibida la insinuación en sus palabras y al instante, mi imaginación empieza a volar.
Enarco una ceja —¿Qué tan interesante te gustaría?
Suelta una pequeña risa, al tiempo que se pone de pie —Solo era broma. —Se mueve de su lugar, pasándome de largo. —Debemos pedir un taxi —añade.
En ese momento, una locura se pasa por mi mente. Una lo suficientemente buena y atrevida. Me gusta.
—¿Empacaste ya el vestido que llevabas puesto anoche?
Me giro para verla, y me doy cuenta que frunce el ceño ante mi pregunta.
—Sí.
—Quiero que te lo pongas.
—¿Qué?
—Solo hazlo. Quiero que te vayas, llevando puesto ese vestido. Te veías muy ardiente con él.
Me mira confundida —¿Me estás pidiendo que me cambie?
—Sí. Hazlo mientras me encargo de pedir el taxi.
Me doy la vuelta de nuevo, para ir a la mesita de noche que está al lado de la cama, y hacer una llamada desde el teléfono de la habitación. El hotel debe tener el servicio de taxis seguramente.
—¿Es en serio lo que me dices, Elliot?— Pregunta a mis espaldas.
—Sí. —Respondo sin verla.
Descuelgo la bocina y marco el número de recepción.
—¿Qué tramas?— Hace otra pregunta.
Está vez si volteo a verla y sonrío con malicia y perversión —Solo puedo decirte que es algo realmente bueno.
—Pues yo puedo asegurarte que creo no es nada bueno.
—Ya veras que sí. —Le guiño un ojo, y el gesto parece arrancarle una sonrisa.
Rueda los ojos, da la vuelta para ir a donde dejé su maleta y empieza a buscar el vestido.
Mientras la observo con detalle, pienso: Sí, definitivamente es una buena idea. Muy, muy buena.
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