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Especial: Desastrosa Navidad.


Ojalá pudiésemos meter el espíritu de navidad en botellas y abrir una botella cada mes del año.



A pesar de todo el dolor de cabeza que me provoca, la Navidad es la época que más amo en todo el año. Me gusta olfatear el exquisito aroma de las galletas recién horneadas, oír los villancicos que suenan desde la radio. Me gusta la Navidad porque me llena de recuerdos de cuando era niño. Recuerdo que mis hermanos y yo siempre hacíamos hombres de nieve mientras que mamá preparaba la cena navideña. Ella nos gritaba desde el interior la casa que era hora de ir a darnos un baño pero ninguno de nosotros quería entrarse porque aún no terminábamos nuestra obra maestra. Pero ella era mala con nosotros. Ella salía con una escoba y nos destrozaba el muñeco que nosotros habíamos tardado tanto en construir.

Ahora todo es diferente, sin embargo. Los niños ya no salen a jugar con la nieve hasta que sus labios cambiaran a un color morado por culpa de las bajas temperaturas. El olor a galletas recién horneadas sigue estando en la casa de mis padres pero mis sobrinos no salen a jugar como sus padres, sus tías y yo lo hacíamos. Ellos prefieren quedarse encerrados en casa, jugando con sus malditas computadoras al lado de la chimenea. Es más, a veces, aquellos engendros se burlan de nosotros porque somos nosotros (mis hermanos y yo) quienes comienzan las guerras de bolas de nieve. Aquellos tiempos eran buenos, oh sí.

—¿Qué haremos esta Navidad? —pregunta Nate, robando una de las galletas de mamá sin que ella se dé cuenta— Pero antes que nada, creo que necesitamos distribuirnos las tareas. Papá está viejo, ya no puede hacer todo como cuando nosotros éramos unos críos.

—¿A qué te refieres, Nate? —le pregunta Nicolai.

Me siento en un taburete a un lado de Noah y ella me ofrece un poco de la bolsa de gomitas. Niego, arrugando la nariz. No me gustan las gomitas agridulces. Ella se encoje de hombros y sigue escuchando. Como ella y yo somos los menores, dejamos que nuestros hermanos decidan. No nos gusta pero es una estúpida ley que se creó hace ya, muchísimos años atrás.

—Tú sabes a lo que me refiero.

—Hay muchas cosas qué hacer, Nathan —esta vez, Natalie saca la voz—. Podrías ser más específico.

—Todos ustedes saben a lo que me refiero —rezonga—. Alguien tiene que subirse al techo y adornar el cañón de la chimenea. Alguien tiene que ir por un árbol de navidad, otro tiene ayudar a mamá con los preparativos.

Nicolai suspira —¿Y qué sugieres?

—Obviamente, nosotros tendremos que hacerlo este año —informa lo obvio—. Sólo tenemos que distribuirnos las tareas. Por ejemplo, ¿quién puede conseguir un árbol de navidad?

Noah levanta la mano —Yo puedo.

—Muy bien. ¿Quién se va a subir arriba del techo para adornar la chimenea?

La cocina es absorbida por un silencio estremecedor. Todos bajamos la mirada y aguantamos la respiración sin querer producir ni el más mínimo ruido. A nadie le gusta subir al techo porque vimos muchas veces a papá resbalar desde allí por culpa de la nieve.

—¿En serio, chicos?

—Vamos, hombre —hablo por primera vez—. Tú mejor que nadie sabe que ninguno de nosotros va a subir allá arriba por nuestra propia voluntad.

—Muy bien... —él asiente y se traga el resto de galleta que le queda—, lo haremos a la antigua, entonces.

Nathan coge la libreta que mamá utiliza para hacer las listas del supermercado y toma un enorme lápiz de madera de uno de sus hijos. Él escribe algo que no logro leer pero comienza a hacer pequeños papeles y los dobla de forma desordenada antes de dejarlos dentro de una bolsa transparente.

—Iremos dando las tareas y el nombre que cada uno saque será el encargado de realizarla —informa, moviendo los papeles dentro de la bolsa—. Así, nadie podrá decir que esto está arreglado. Y con ese "alguien" me refiero a ti.

Me apunto —¿Por qué a mí?

—Siempre dices que todos estamos en tu contra y te mandamos a hacer las cosas más difíciles.

—¿Es mentira?

Ríe malévolamente —A veces. Muy bien, Naty, saca un papel.

Mi hermana mayor es la primera en sacar un papel y nos mira a todos.

—El primer nombre que salga será el encargado de ir en busca de un árbol navideño. ¿Qué nombre te tocó?

Natalie desdobla el papel y nos enseña el nombre —Nicolai.

—Demonios —farfulla él—. ¿Podemos cambiar? Soy alérgico a los pinos, todo el mundo lo sabe.

—No hay cambios ni devoluciones —dice Nate—. Saca un papel, te toca. El siguiente será quien ayude a mamá con la cena.

Nicolai mete la mano dentro de la bolsa y saca un papel el cual desdobla y nos enseña el nombre: Noah. Es ella quien saca el siguiente papel y Nathan indica que la próxima persona que salga será el encargado de ir a comprar todos los regalos.

Estoy nervioso y mis nervios aumentan cuando veo que sólo quedan dos papeles y Noah ha sacado el nombre de Natalie. Maldita sea, yo no quiero ser quien se tenga que subir al techo porque soy malditamente torpe. Todo está lleno de nieve allá arriba y...

—Niall... —parpadeo y alzo la mirada encontrándome con la mirada de Nate—. Te toca sacar un papel.

Miro la bolsa y veo dos pequeños papelitos. Bien, es ahora o nunca.

—El nombre que saques será el encargado de subir al techo.

Me encomiendo a todos los santos e introduzco mi mano en la bolsa. Cierro los ojos y tomo un papel con la punta de mis dedos antes de retirar la mano. Al alzar los párpados veo que mis hermanos están todos con su atención puesta en mí. Mis dedos tiemblan cuando desdoblo el trozo de hoja y las ganas de llamar a un Uber para que me atropelle aumentan desmedidamente.

Porque yo mismo he sacado mi nombre.

—Ha salido en blanco. —me apresuro a decir, sin querer mostrar lo que dice el papel.

—Imposible —me reta Nate—, yo mismo escribí los papeles.

—Es verdad, Nathan. Ha salido en blanco.

—Es él —indica Nicolai—. El perdedor de Niall ha sacado su propio nombre.

Cuatro pares de ojos se posan en mí antes de que las estrepitosas carcajadas se escuchen en toda la cocina, llamando la atención de mis sobrinos que estaban tranquilamente en la sala.

En estos momentos estoy dudando si la Navidad tiene el mismo significado para mí...

*

Mamá se muerde el labio inferior y me entrega la bolsa con los adornos navideños. Puedo ver reflejado en sus ojos azules el temor que le causa verme a punto de subir esta horrible escalera para poder adornar la chimenea. La temperatura a disminuido considerablemente y tengo que apretar mi mandíbula para que mis dientes no castañeen. Realmente, no sé si estoy temblando por el puto frío o porque muero de miedo por subir al techo de nuestra casa.

—¿Estás seguro de hacer esto, cielo? —me pregunta ella sin poder esconder el temblor en su tono de voz.

—Sí, mamá.

Pasó la bolsa detrás de mi espalda sujetándola con fuerza y mi mano derecha sujeta la escalera. El metal está frío y un escalofrío me recorre el cuerpo. Mis pies cubiertos con botas especiales para la nieve se suben al primer tramo. Nate sostiene la escalera y cuando nuestros miradas se encuentran él esboza una pequeña sonrisa, burlándose de mí.

—Sostén bien la escalera. —le pido pero mi voz suena más como una orden.

—Claro. Tú ve con cuidado.

Ignoro su burlesca recomendación y subo la escalera con lentitud. Cuando estoy llegando casi al final, lanzo la bolsa sobre el techo pero esta resbala hasta chocar contra mi rostro. Demonios.

—Ten cuidado, Niall.

Miro hacia abajo y me encuentro con Noah. Ella abraza su cuerpo mientras que sus ojos celestes, iguales a los míos, me imploran que no sea tan torpe. Asiento dos veces y empujo de nuevo la bolsa para subir por completo la escalera.

Me aferro a la chimenea como sí mi vida dependiera de ello y me tomo unos segundos para regular mi respiración. Ya estoy aquí. Sólo tengo que abrir la bolsa, sacar algunos adornos y pegarlos a la chimenea. Es una tarea sencilla pero en estos momentos, para mí, es como una misión imposible.

Dejo caer mi trasero sobre el techo cubierto de nieve y abro la bolsa, rebuscando los primeros adornos que colocaré en la chimenea. Siento la humedad de la nieve colarse por la tela de mi pantalón de mezclilla y cuando me quiero poner de pie no lo hago porque ya tengo todo el vaquero húmedo.

Maldigo cuando me doy cuenta que la engrapadora no está aquí. Me coloco de pie y me afirmo en la chimenea para mirar hacia abajo.

—¿Mamá? —llamo pero ella no me responde— ¿Nate, Noah? ¿Alguien puede responder, maldita sea?

Escucho risitas infantiles y segundos después, Alan aparece en mi campo de visión.

—¿Qué pasa, tío Niall? —me pregunta.

—Necesito que vayas a la casa y le digas a tu papá que necesito la engrapadora.

—Está bien, tio Niall.

Escucho sus chillidos llamando a mi hermano y mientras que me traen la engrapadora, miro hacia ambos lados de la calle. El cielo se está oscureciendo y eso es una de las cosas que odio del invierno. El sol se esconde antes de las cinco de la tarde.

—¿Qué necesitas, Niall?

Miro hacia abajo, encontrándome con Nate.

—La maldita engrapadora. Eso es lo que necesito.

—Está en la bolsa.

—No, no está.

—Pero sí yo la vi ahí.

Ruedo los ojos —Te estoy diciendo que no está.

—Bien, espera un poco.

Para no perder más tiempo, comienzo a ordenar todos los adornos que pondré en la chimenea. Enrollo una guirnalda alrededor, concentrándome sólo en eso porque si doy un paso en falso terminaré con la cabeza enterrada en la nieve. La punta superior de la guirnalda la sujeto con la mano y la inferior con el pie, aguardando para que Nathan se digne a traerme la maldita engrapadora.

A lo segundos, él aparece y me la enseña.

—Los niños quisieron jugarte una broma —ríe—. ¿Bajas por ella?

—No, tú tienes que subir.

—Estoy realmente ocupado allá adentro.

Bufo —Lánzala entonces.

—¿Estás seguro?

—Sí, hombre. Lanza la maldita engrapadora.

—Bien, si tú lo dices —se encoge de hombros y me lanza la engrapadora. Intento tomarla en el aire pero ya es tarde, el frío metal golpea mi rostro haciéndome chillar—. ¡Niall! ¿Estás bien?

—¿Tengo cara de estar bien, estúpido? —le grito sintiendo algo tibio caer desde mi nariz. Paso mis dedos por aquella zona y me horrorizo— ¡Estoy sangrando! ¡Jodido Dios, estoy sangrando! ¡Me voy a morir!

Lanzo al demonio mi tarea de adornar la maldita chimenea y cubro mi nariz con ambas manos, oyendo entre mis quejidos como Nate llama a Nicolai y me pide que me tranquilice. Mi visión se vuelve borrosa producto de las lágrimas y cuando miro hacia abajo veo que toda mi familia (incluyendo a mis sobrinos) está mirando el espectáculo. Algunos vecinos han salido de sus casas para ver por qué hay tanto alboroto un jodido veintitrés de diciembre.

—¡Quédate tranquilo, Niall! —me grita Noah, la desesperación tiñe su voz— ¡Vas a caerte si no te detienes!

—Niall, por favor, no te nuevas tanto... —me pide mamá—. Vas a terminar cayendo si no te detienes.

—¡Me duele, maldición!

El grito que suelto hace que mi nariz duela aún más. Siento la sangre caliente en mis manos y parte de ese líquido viscoso se introduce en mi boca. El sabor metálico hace que mi estómago se revuelva y una arcada me empuje hacia adelante. Mis pies resbalan un poco en el hielo y suelto mi nariz para aferrarme a la chimenea pero ya es muy tarde.

Sangrando por la nariz, caigo del techo. Mamá, mi hermana y mis sobrinos sueltan un chillido y un gemido se escapa de mis labios cuando mi trasero impacta contra la nieve del suelo. Mierda.

*

El golpe que recibí en mi nariz no fue lo suficientemente fuerte como para quebrarla pero se me ha hinchado como un jodido pimentón morrón y está roja como un tomate. Qué ironía. Tengo la nariz roja justo en Navidad. Siento el olor a sangre impregnado en el interior de mi nariz pero no puedo limpiarla porque el dolor sigue siendo insoportable. He pasado la última media hora tendido aquí, en el sofá, mirando mi nariz en un espejo. ¿Cómo se supone que estaré mañana con esta asquerosa nariz sentado en la mesa para la cena de Navidad? Conozco a mis sobrinos y son unos dolores en el culo igual como mis hermanos lo eran cuando eran pequeños y no pararán de molestarme. Siquiera ahora me han preguntado muchas veces qué me pasó cuando ellos vieron todo el jodido espectáculo que he hecho afuera.

Alejo la mirada del espejo cuando veo que Noah camina en mi dirección con un vaso de agua en la mano. Su pequeño cuerpo está cubierto por un delantal de cocina, delatando de esa manera que ayuda a mamá en lo más posible para adelantar un poco los preparativos para mañana. Ella odia cocinar, siempre lo ha hecho y creo que siempre lo hará pero teniendo en cuenta que nos hemos distribuido las tareas, lo que deja otra opción más que ayudar en todo lo que pueda.

—Ten. —me dice. Recibo el vaso de agua y me entrega una pequeña píldora roja— Es para que baje la hinchazón.

Mientras que mi hermana se sienta a mi lado, yo lanzo la pastilla dentro de mi boca y trago la mitad del agua. Dejo el vaso sobre la mesa a mi lado y me recuesto en el sofá, mirando hacia el lado.

—¿Crees que la hinchazón pase para mañana?

—Lo dudo —responde y yo bufo—. A ver, déjame echarle un vistazo.

Me acerco a ella y su mano derecha se posa en mi barbilla y la izquierda viaja hasta mi nariz. Sus delgados dedos tocan mi nariz hinchada y yo me quejo.

—¿Duele mucho?

—Duele hasta la mierda. —le digo, sincero, dejando caer mi cabeza sobre el respaldo acolchado del sofá— No sé cómo diablos lo haré esta noche para dormir.

—De espalda, eso es seguro.

Intento arrugar la nariz pero descarto la idea cuando siento un pinchazo. No puedo dormir de espaldas, tengo que hacerlo boca abajo o sino no puedo quedarme dormido. Desde pequeño he tenido esa forma de dormir.

—Míralo por el lado bueno —me codea las costillas con cuidado—: lo mejor es que no te quebraste la nariz.

—Gracias por esas palabras de aliento, Noah.

Ella ríe y se coloca de pie de forma rápida cuando mamá aparece en la sala.

—Noah, te necesito en la cocina —le recuerda la mujer y sus ojos se posan en mí—. ¿Cómo te sientes?

Me encojo de hombros —Un poco mejor, supongo.

—Qué bueno porque necesito que vayas a comprar al supermercado.

—¿Qué? Ni siquiera lo pienses, mamá. Yo no voy a salir luciendo de esta manera.

—Tienes que ir porque te estoy mandando.

—¿No puedes mandar a Noah? Yo puedo cubrir su puesto en la cocina por un rato.

—Eres un peligro en la cocina, Niall —me recuerda mamá—. Así que, ponte una chaqueta y ve al supermercado a comprar una botella de vino tinto.

—Pero, pero...

—Ahora.

Refunfuñando por lo bajo, impulso mi cuerpo con ayuda de mis manos y arrastro mis pies descalzos hasta el recibidor y me coloco los zapatos. Me coloco la chaqueta también y cuando alzo la mirada, me encuentro con mamá tendiéndome dos billetes de veinte.

—Una botella de vino tinto.

Suspiro guardando los billetes en uno de los bolsillos superiores y cierro el zipper.

—¿Y si no hay vino tinto?

—Sí habrá.

—¿Pero si no hay? —inquiero otra vez y ella me lanza una mala mirada— Vale, ya entendí.

Salgo de la casa reclamando en voz baja y la baja temperatura hace que un escalofrío recorra mi cuerpo. Escondo las manos en los bolsillos y agacho la cabeza sin querer que nadie me vea la horrible nariz que tengo en estos momentos.

El frío hace que disminuya un poco el dolor pero me cuesta respirar porque siento que todo dentro de mi nariz se ha congelado. Ew.

Cuando llego al supermercado, me adentró inmediatamente y voy recorriendo los pasillos, esquivando a todas las personas que se cruzan en mi camino. No faltan los malditos niños que se dan cuenta de mi nariz hinchada y me señalan, preguntándole a sus padres qué demonios me ha sucedido. Intento ignorarlos pero me cuesta. Tomo una botella y leo la etiqueta para confirmar que sí se trata de vino tinto. No quiero que mamá me haga volver aquí para devolver lo que he comprado.

Me ubico en la fila y miro mis pies en todo momento. Cuando es mi turno, lo dejo sobre la cinta y saco los billetes de mi bolsillo.

—Son 15,50. —me dice una chica a quien no miro y le entrego los billetes. Ella me da el cambio y la boleta de compra— Gracias por su compra. Que pase feliz Navidad.

La miro por primera vez —¿Crees que pasaré una feliz Navidad con la nariz hinchada como una calabaza?

Ella aprieta los labios para no reír. Farfullo un "como sea" y tomo botella que ha sido empaquetada en una bolsa de papel por un chico. Salgo de ahí echando humo por los oídos.


***


Finalmente, el veinticuatro de diciembre llega y desde que desperté, el olor a galletas recién horneadas cosquilleó en mi nariz hinchada.

Salgo de mi cuarto y cruzo el pasillo para entrar al baño. Orino, me cepillo los dientes y me lavó la cara con mucho cuidado para después secarla con total suavidad.

Miro mi rostro en el espejo y creo una mueca con mis labios; la hinchazón no ha desaparecido por completo y ahora hay un color morado adornando el centro de mi cara. Genial.

Abro la puerta y salgo, recorriendo el pasillo y adentrándome en la sala. Alan y Sophia están demasiado entretenidos jugando con la computadora de mi hermano que no se dan cuenta de mi presencia.

Cuando estoy por entrar la cocina, un chillido me hace saltar y retrocedo dos pasos.

—Tío Niall, ¿qué te pasó en la cara?

Miro a Theo fijamente y suelto un suspiro luego de unos segundos. Lo hago a un lado, empujando su cuerpo por la cabeza.

—Hazte a un lado, niño, y déjame en paz. Tengo hambre.

—¿Qué le pasó al tío Niall en la cara, papá? —Theo le pregunta a su padre.

Tomo la bolsa del pan integral y saco cuatro panes. Me preparo dos emparedados de jamón y queso y me sirvo un vaso casi lleno de zumo de naranja.

—Nada, campeón —responde Nicolai—. ¿Por qué no vas a jugar con los chicos? Diles que te enseñen a usar la computadora.

—¿Me prestas tu teléfono?

Muerdo mi pan y mastico sin ganas. Eventualmente, mi hermano le pasa el móvil a su hijo quien desaparece pocos segundos después dejándonos solos.

El ríe —Te ves como la mierda.

—Gracias. Si no me lo dices yo no me habría dado cuenta. Qué buen observador eres, Nicolai.

—Qué hombre de mierda —farfulla y toma mi vaso para beber un trago de mi jugo.

—¿Dónde está mamá?

—Fue a comprar con Noah.

—¿Nate?

—Comprando los regalos con Naty. —asiento en respuesta y termino de comerme mi primer sándwich para seguir con el segundo.

Como veo que Nicolai no aparta la mirada de mí (y es bastante incómodo), le pregunto:

—¿Qué pasa?

—Necesito decirte algo.

—Pues dilo.

—No aquí. Termina de comer eso, necesito mostrarte algo.

Ruedo los ojos como por milésima vez y me dedico a comer mi pan en grandes mordiscos. Me bebo el resto de jugo que queda en mi vaso y me coloco de pie, realmente intrigado por lo que quiere decirme Nicolai. Usualmente, él no es el más misterioso de todos nosotros, dejémosle ese puesto a Natalie.

Lo sigo por el corredor y él abre la puerta de su cuarto, dejándome entrar primero. Lo hago y giro de inmediato para mirarlo. Mi hermano cierra la puerta con cuidado, como si no quisiera que nadie nos oyera entrar aquí. Su mirada azul me hace sentir un pequeño sentimiento de incomodidad pero yo lo rechazo, convenciéndome de que sólo es producto de mi estómago digiriendo lo que he comido.

—Muy bien, aquí estoy. ¿Qué es lo que querías decirme?

Él respira profundamente y se aparta de la puerta, sus pies lo conducen hasta su cama. Sigo cada uno de sus movimientos con mi mirada y frunzo el ceño cuando él se agacha a un lado de la cama y saca una gran bolsa de basura de abajo.

—¿Qué diablos es eso? —me acerco, dudoso— ¿Han matado a alguien en víspera de Navidad y quieren que yo me deshaga del cuerpo?

—No seas estúpido, Niall —escupe y me hace una seña—. Ven, acércate.

Suspiro y le hago caso. Cuando llego a un lado de la cama, él deja la bolsa sobre la cama, frente a mi cuerpo. Me indica con un movimiento de cabeza que vea qué hay en el interior y yo abro la bolsa sin mucho cuidado, destruyéndola en algunos lugares.

Dudo antes de meter la mano. ¿Y si es una serpiente? ¿Un montón de arañas? ¿Un ratón?

—¿Qué hay aquí? —cuestiono, mirándolo desconfiado.

—Abre la maldita bolsa, Niall. No hay nada allí que pueda hacerte daño, gallina.

Intento arrugar mi nariz pero un pinchazo me hace jadear. Tomo la bolsa por el lado inferior y alzo los brazos, sacando el contenido, dejándolo caer sobre la cama. Frente a mis ojos se encuentra el viejo traje de Santa Claus desparramado sin cuidado. La barba blanca sobresale bajo el traje rojo. No había visto este traje desde... el año pasado.

—¿El traje de Santa? —pregunto y mi hermano asiente— ¿Por qué me estás mostrando el traje de Santa, Nick?

—Tú serás Santa esta noche, Niall.

Mi boca se abre, indignada —¿Qué?

—Lo que oíste.

—Yo no quiero disfrazarme de Santa, Nick.

—Oh, vamos —exclama—. Sólo será por un rato, hermano. Además, los niños están muy ilusionados. No puedes romper sus ilusiones de esa manera.

—La psicología inversa no sirve conmigo, Nicolai. Además, ¿por qué tengo que ser yo?

Su semblante cambia de un segundo a otro y me asusta. Doy un paso al lado cuando él afirma sus puños en su cintura y cierne su altura sobre mí.

—No quería decir esto pero me no me dejas otra alternativa —comienza y frunce el ceño—: Tú fuiste asignado para ser Santa este año porque yo fui el idiota que tuvo que subirse al techo para arreglar el desastre que ocasionaste ayer. Tuve que comprar adornos nuevos y quitar toda la nieve que estaba manchada con tu asquerosa sangre antes de que los vecinos creyeran que allí había ocurrido un asesinato. Los chicos y yo hablamos y yo propuse que tú fueras Santa porque, vamos, siempre eres el que hace menos cosas y es injusto.

Tuerzo el gesto —Veo que Nathan te ha lavado el cerebro. ¡Yo sí hago cosas!

—¡Sí pero sólo cosas desastrosas!

Me cruzo de brazos, demostrando de esa manera mi enfado por esta decisión. Yo no quiero ser Santa Claus porque yo he sido testigo de lo que le pasaba a papá todos los años anteriores por culpa de mis sobrinos. Ellos son unos demonios sacados del mismísimo infierno y no quiero que me peguen en las bolas por culpa de los jodidos regalos.

Sin embargo, la mirada de mi hermano es decidida. Sé que no saldré victorioso de esta situación así que sólo suspiro y asiento.

—Bien —digo entre dientes—, seré el maldito Santa este puto año.

La mueca de mala leche es cambiada por una sonrisa un tanto maliciosa.

—Suerte —toma el traje y me lo entrega—, la vas a necesitar.

*

¿En qué momento dije que la Navidad era mi época favorita del año? ¿Puedo retractarme? Porque, definitivamente, la Navidad de este año no estará en mis top diez de momentos inolvidables. Bueno, ha sido un día de mierda pero no es algo de lo que yo quiera acordarme en cinco años más.

Miro la hora en mi móvil y suspiro, mi respiración convirtiéndose en vaho en el mismo momento en que escapa de mi boca. Falta cinco minutos para la medianoche y llevo más de media hora parado aquí como un condenado idiota. La barba falsa de Santa me cosquillea en la nariz y he estornudado un par de veces, maldiciendo en voz baja porque no puedo rascarme la nariz sin desatar de nuevo la hemorragia.

El traje que estoy usando es tan delgado que siento como si estuviera en ropa interior aquí afuera. El olor a carne asada llega a mi nariz y me dan ganas de ir a la casa de mi vecino para colarme en la barbacoa que están preparando y mandar al demonio esta bolsa con regalos que Natalie me ha pasado.

Si no hubiera sido por el estúpido de Nathan, yo ahora mismo estaría en el sofá de papá, tomando chocolate caliente y peleando con mis sobrinos por las galletas que ha ordenado a mamá. Pero, en cambio, me encuentro aquí afuera en el porche, vistiendo un ridículo traje de Santa Claus con la cara tan hinchada como si un tren de carga me hubiera pasado por encima. Ya no se puede confiar ni en la familia.

Cuando mi teléfono vibra en el bolsillo, sé que es la hora de actuar.

Respiro profundamente, armándome de paciencia y valor y tomo la bolsa con regalos para pasarla por mi hombro. El peso en mi espalda es mucho. Arrastro mis pies por la nieve y golpeo la puerta con mi mano libre haciendo que todo el ruido que había en el interior cesara de inmediato.

¿Quién podrá ser a esta hora? —dice mamá desde el interior con fingido asombro.

¡Es Santa! —grita Alan y el carnaval de chillidos comienza.

No alcanzo a suspirar antes de que la puerta de entrada se abra. Mamá aparece frente a mí y ambos compartimos una mirada cómplice y casi puedo oírla decirme "paciencia, Niall".

Ingreso con dificultad a la casa y dejo un rastro de nieve en el pasillo. Los gritos se oyen cada vez más claros y fuertes a medida que me voy acercando a la sala.

Cuando llego a la sala, mis cuatro sobrinos se quedan petrificados al verme. Sus ojos se abren como platos y puedo ver un pequeño puchero en los labios de Sophia.

—Jo-Jo-Jo. ¡Feliz Navidad! —exclamo, intentando imitar la voz de Santa Claus que aparece en los comerciales de la tele.

—¡Es Santa! —chillan los cuatro niños.

Dejo la bolsa llena de obsequios en el suelo y ellos ven aquella como su oportunidad porque sueltan un chillido antes de correr en mi dirección. Alan y Theo se aferran de mis piernas mientras que Sophia tironea mi brazo derecho, todos están gritándome, preguntando si les he traído los obsequios que han pedido.

—Por favor, niños —mamá habla y es ignorada olímpicamente—. ¡Niños!

Todos se quedan quietos, mirándola desde su lugar. Estoy malditamente incómodo con dos niños entre mis piernas.

—Dejemos que Santa entregue los regalos, ¿sí?

Todos me sueltan y retroceden, manteniendo sus miradas en mí. Veo que Max sigue sentado en el sofá, a un lado de su padre mirándome de forma escrupulosa. Ignoro su mirada azul y comienzo a entregar los regalos, sintiéndome patético porque el estúpido d Nathan está fotografiando esto riendo como un desquiciado.

Saco el regalo de Max de la bolsa y le sonrío detrás de la barba falsa.

—Este es para ti, Max. —le digo y su ceño se frunce.

El niño se baja de un salto del sofá y se acerca a mí con los ojos estrechados.

—Tú no eres Santa —me acusa y se planta frente a mí.

—¿Qué cosas dices, niño? —intento que mi voz suene grave pero los nervios no me dejan actuar como un verdadero Santa— Por supuesto que soy yo.

—No, no lo eres.

Miro a mis hermanos por un poco de ayuda pero todos están demasiado entretenidos viendo el enfrentamiento que tengo con un niño de diez años.

—Estás muy flaco para ser Santa —me acusa. Miro hacia los lados y veo a mis demás sobrinos con la boca abierta, escuchando la acusación del mayor—. Además, del sofá me di cuenta que tu barba es falsa. ¡Eres el tío Niall!

—¡No! —chillo con todas mis fuerzas.

—¡Sí! —grita de vuelta y de un movimiento rápido, él agarra la barba y la tira hacia abajo, el elástico estirándose hasta que produce una pequeña quemazón en la piel superior de mis orejas. Cuando se da cuenta que realmente soy yo, me apunta con su dedo índice— ¡Es el tío Niall!

Algo no huele bien y no es el gas que se ha tirado alguien...

—¡Todos contra el tío Niall!



¡Aleluya! Juro que nunca antes me había costado tanto escribir un especial. ¿Por qué? No lo sé. Tenía todas las ideas claras pero con esto de los preparativos de la cena de año nuevo y eso, me bloqueé totalmente.

Sin embargo, gracias a la ayuda de Paola,( EnchantedHazza ) pude terminar este especial. ¡Gracias, Pao! <3

En fin, espero que hayan pasado una navidad mucho mejor que la de Niall, Jajajaja. Felices fiestas de Año nuevo, nos leemos el próximo año :v

P.D.; Espero que hayan disfrutado el especial :D

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