Capítulo 9.
—¡Hasta que al fin llegas, hombre!
Eso es lo primero que Jack me dice apenas me ve salir del ascensor.
Ruedo los ojos y me apresuro a sacar las llaves.
—El viejo me quería hacer trabajar horas extras y ni siquiera me dejó explicarle que yo tenía planes —regaño, ingresando a mi departamento siendo seguido por mi mejor amigo. Me quito la chaqueta y la lanzo sobre el sofá—. Estoy aburrido de ese trabajo de mierda. Está bien, no fui a la universidad ni nada por el estilo pero merezco algo mejor que este empleo de mierda, ¿verdad?
—Absolutamente.
Suelto un suspiro para sacar todo el estrés que me está consumiendo y miro la hora en mi teléfono.
Bien, como soy un fracasado de mierda, tengo media hora para ducharme y llegar a la casa de Alex. Mi suerte es del porte de una nuez y tendré que salir sin poder comer algo. Dios, qué agonía.
—Bien, antes de atrasarme más, iré a darme una ducha. Vuelvo en un minuto.
Jack farfulla una respuesta afirmativa mientras se adentra en la cocina. Voy hasta mi cuarto y tomo la última toalla limpia que me queda y corro hasta el baño. Batallo con mi ropa para quitarla y largo la regadera, soltando una maldición entre dientes ya que el agua no se ha regulado bien. Sin importarme eso, me baño rápidamente y una vez que estoy listo salgo de la ducha de un pequeño salto.
La forma en que salgo del baño me recuerda a un pingüino y siento un pequeño retorcijón en el estómago al pensar que en un rato más estaré junto a esa encantadora pelirroja. Y su hija. Ugh.
Me visto rápidamente, reemplazando mis antiguos pantalones por unos limpios de color mostaza, calzo mis pies con unos botas de cuero y me coloco una camiseta beige.
Jack ingresa en el momento preciso en el que yo soy casi absorbido por un ataque de pánico porque no sé qué chaqueta usar. Mi mejor amigo me pasa una de cuero parecida al color de mi pantalón (cortesía de Nick en mi cumpleaños).
—¿Nervioso?
—Como no tienes idea. —reconozco. Saco la billetera de mis antiguos pantalones y la guardo en el bolsillo de mi pantalón junto a mi móvil— ¿Cómo luzco?
—Como para ir a follar con una sexy pelirroja.
—¿Qué hora es?
Él revisa su teléfono —Las seis con cuarenta.
—Bien, es hora de irme. Deséame suerte.
—No hace falta, viejo. La vas a dejar loca.
Río con nerviosismo pero mi voz se escucha más como un patético cacareo. Salimos de departamento y bajamos en completo silencio el ascensor.
Una vez que estamos afuera, Jack me entrega las llaves de su coche y me hace jurarle por mi vida que le cuidaré el auto. Lo hago. Cuando estoy a punto de subirme, él me llama.
—¿Qué? —lo miro. Él está de pie a un par de metros con las manos dentro de los bolsillos.
—No quiero que regreses hasta que no te la hayas follado.
Siento la sangre fluir hasta mi rostro por la vergüenza que me ha causado su comentario. Habría sido diferente si ambos hubiéramos estado solos pero ahora estamos en plena avenida peatonal y varias personas han girado sus rostro para ver quién era el dichoso Niall y a quién tenía que follarse.
—Nos vemos, Jack.
Termino por ingresar al coche y cierro la puerta con un golpe suave. Enciendo el motor y a medida que mi pie pisa el acelerador, yo dejó escapar un suspiro por mi boca, convenciéndome que todo saldrá bien hoy.
***
¿En qué momento exacto fue cuando yo pensé que todo este rollo de la cita saldría bien? Sí pudiera volver el tiempo atrás, de seguro me daría una patada en la entrepierna por el estúpido pensamiento.
No he tenido ningún momento para emplear mis habilidades de seductor con Alexandria porque su hija no ha parado de tirarla para un lado y otro. Yo no tendría que sentirme de esta manera pero sinceramente, en mi cabeza no me veía luciendo como un perdedor, desplazado por una mocosa de diez años. Apuesto a que sí Jack me viera en estos momentos se reiría de mí por lo perdedor que soy.
Familias completas pasean por el acuario, tomando fotografías, riendo felices de la vida. Mi cabeza palpita de forma dolorosa; nunca había estado en un lugar tan lleno de niños y es casi como estar quemándome en el infierno. Mis oídos arden por las voces chillonas y, por decimoquinta vez, me digo a mí mismo que fue una terrible idea haber venido aquí.
—¡Niall!
No quiero mirar pero lo hago de todas maneras. Alex sacude su mano en el aire, llamándome. ¿Cómo puedo resistirme a tanta belleza en una sola mujer? Su sonrisa es encantadora. Su cabello luce tan suave y largo que me dan ganas de deslizar mis dedos por él.
Relamo mis labios y me acerco. Nadie tiene su vista puesta en mí pero mi subconsciente se ríe a carcajadas dentro de mi cabeza, recordándome que de la manera en que estoy actuando nunca saldré de la zona de amigos. Aquella zona a la que todos le tememos pero que sin duda a más de alguno le ha tocado estar.
Me acerco a paso lento, derrotado y lleno de desesperanza.
—¿Me harías un favor?
Quisiera negarme pero la forma en que me mira me derrite por dentro.
—Claro.
Ella sonríe —Necesito ir al sanitario y Fox no quiere venir conmigo. ¿Podrías cuidarla por un momento?
La última vez que me hice cargo de esa niña llega a mi mente como una película de antaño. Viví unos de los momentos más vergonzosos en toda mi vida y sé que lo recordaré por años. Sin embargo, aceptó con un movimiento de cabeza porque lo que quiero es acercarme a ella.
—Compórtate, por favor, Foxy —le pide Alex a su hija de manera suplicante. La niña asiente, luciendo inofensiva—. Mamá volverá en un minuto. Vuelvo en seguida, Niall.
—Seguro.
—¡Mamá! —le grita la niña y corre en dirección a la pelirroja. Le dice algo que no alcanzo a oír pero la chica rueda los ojos y saca un billete de su cartera. Se lo entrega a Foxy y luego me señala. La niña asiente antes de acercarse a mí otra vez— Mi mami dice si me puedes acompañar a comprar un dulce, por favor.
Entrecierro los ojos, desconfiado. Ella puede tener una cara angelical pero todo en ella me hace desconfiar.
—Está bien, vamos.
Foxy esboza una sonrisa y se planta a mi lado, ambos comenzamos a caminar a una pequeña tienda que está a un lado de los pingüinos. Hay varias personas antes que nosotros así que nos toca esperar a que llegue nuestro turno. Por mientras que esperamos, Foxy mira entretenida los pingüinos, haciendo ruidos como "aww" cada vez que uno resbala torpemente y cae al suelo. Ella está entretenida y muy concentrada. Saco mi teléfono del bolsillo de mi pantalón y activo los datos móviles para revisar mis redes sociales. Respondo sólo los mensajes de Jack donde me pregunta cómo me la estoy pasando y yo respondo con un seco "después te cuento".
No sé cuánto tiempo paso revisando el teléfono pero cuando alzo la mirada, ya falta tres personas para que nuestro turno de comprar llegue. Bloqueo el teléfono y lo guardo en su lugar, mirando a mi lado derecho donde había estado Foxy.
Pero no hay rastro de ella. Foxy ha desaparecido.
Un sentimiento de desesperación me inunda y comienzo a mirar a mí alrededor, lanzando miradas en la misma dirección que se fue Alexandria porque no quiero que ella regrese y yo no haya encontrado a la mocosa.
Cuando me aseguro que Foxy no está cerca, me aparto del carrito y avanzo de forma lenta, mirando a todos lados, sudando frío. Tengo que encontrarla en este preciso momento porque perdería absolutamente todas las posibilidades con ella.
Respiro profundo e intento tranquilizarme, pensando en qué lugar posiblemente ella se fue a meter. Foxy podrá ser astuta e inteligente pero sigue siendo una niña y los niños son malditamente predecibles. Sólo tengo que pensar dónde había querido ir primero cuando llegamos aquí.
¡Por supuesto! ¿Cómo pude ser tan estúpido? ¡Los malditos pingüinos!
Comienzo a recorrer en círculos el área de los pingüinos, mirando a cada niño que está cerca de mí. Mi forma de mirar no pasa desapercibida por algunos padres quienes acercan a sus hijos a ellos de forma protectora. Vale, que me hayan acusado de pedofilia hace unos días no quiere decir que lo sea en realidad. Estúpidos.
De pronto, suelto un grito de espanto.
—¡Detengan a esa niña! —grito con todas mis fuerzas haciendo que todo a mí alrededor se detenga por unos segundos— ¡Foxy!
La niña me lanza una mirada desafiante y sonríe de manera malvada. Pasa un pie a través de la reja de seguridad sin quitar sus ojos de los míos, desafiándome.
Doy un paso, ella alza una ceja. Doy otro, sus dos cejas se curvan. Comienzo a correr y ella salta al otro lado al área restringida, donde, obviamente, el ingreso de mocosos revoltosos como ella está estrictamente prohibido.
El espectáculo que estamos dando Foxy y yo llama mucho más la atención de las personas y en pocos segundos después todos los visitantes al acuario tienen toda su atención puesta en nosotros, riéndose de mi manera fallida y patética de exigirle a una mocosa de diez años que se salga de ahí y la manera tan estúpida que ella tiene de correr atrás de los pingüinos gritando de felicidad.
Miro a los lados y maldigo. ¿Dónde diablos están los trabajadores en un momento como este? Maldita sea, siempre cuando se les necesita los muy zoquetes deciden ir a dar una vuelta y hacer de cuentas que están dando un paseo en vez de estar trabajando.
A lo lejos veo como Alexandria nos está buscando. El burrito que comí hace un par de horas me revuelve el estómago produciéndome ganas de vomitar. A la mierda con esto.
Subo las mangas de mi chaqueta y doy un salgo, trepando en la reja. Algunas personas me dicen que está prohibido atravesar aquella barrera de seguridad.
Una vez arriba, sosteniendo el equilibrio con mis manos y pies miro hacia abajo y les digo:
—Sí ninguno de ustedes va a ayudarme a sacar a esa niña de ahí les agradecería cerrar la maldita boca.
Y salto.
No es mucho pero el cambio de temperatura hace que mi piel se ponga de gallina. Miro hacia atrás y hacia los costados, creo que la mayoría de las personas está aquí, asomada en los grandes ventanales viendo nuestra propia atracción.
Me acercó con paso dudoso, sintiendo cómo mi corazón late con tanta fuerza que parece querer salir huyendo de mi pecho. Algo dentro de mí me dice que ha sido una pésima idea haber ingresado aquí pero era eso o dejar que esa mocosa se convirtiera tarde o temprano en comida para los pingüinos.
Encuentro a la mocosa unos metros más allá, corriendo detrás de los pingüinos, riendo a carcajadas porque sus pies se deslizan gracias al hielo. Doy pasos inseguros, mis piernas tiemblan porque la suela de mis zapatos resbala en el hielo. Quiero salir de aquí en una sola pieza, Dios mío.
Mi subconsciente se ríe de mí a carcajadas, señalándome, gritándome que he sido un completo estúpido por haber pensado que está cita iría bien. Yo tenía grandes esperanzas pero tenía que haberlo visto venir. Nunca en la vida tendré una cita tranquila con Alex si entre nosotros está esta mocosa del demonio. ¿Quién diablos la engendró? Estoy seguro de que madre es un ángel pero su padre tuvo que haber sido el mismísimo demonio. La maldad de Samara Morgan es un poroto comparado a toda la maldad que se concentra en esta niña de diez años.
—Foxy... —la llamo, mi voz tiembla. Sudo frío. ¿Los pingüinos siempre han lucido así de intimidantes?— Foxy, tenemos que salir de aquí...
—¡No! —me grita— ¡Yo me quiero quedar aquí!
Uf, si por mi fuera te mandaría a la Antártida encantado de la vida.
—Foxy, tu mamá nos está esperando afuera...
—No me importa.
—Foxy, por favor, ven aquí. Salgamos, ¿nos meteremos en un lío tremendo por estar aquí?
La mirada que me lanza es tan cargada de odio que yo tengo que retroceder.
Ella suelta un grito alto que retumba en las paredes transparentes y corre en mi dirección. A la mierda con ella, si Alex la quiere de vuelta tendrá que venir ella misma a buscarla.
Dicen que soldado que arranca sirve para otra guerra y en estos momentos a mí no me importa una mierda quedar como un cobarde. Corro por mi vida siendo seguido por una mocosa de diez años y una pandilla de pingüinos mafiosos que graznan las tremendas ganas que tienen de matarme.
Doy vueltas en círculos, resbalando a causa del hielo bajo mis pies y de manera fugaz veo que Alexandria está viendo todo el espectáculo que estamos protagonizando su hija, los pingüinos y yo a través de la pared de vidrio. Las personas ríen, señalándome, como si esto se tratara de alguna especie de número artístico pero yo no le veo la gracia en ninguna parte.
No entiendo qué es lo que sucede a continuación pero cuando miro hacia atrás, veo que un pingüino se lanza de barriga al hielo y comienza a viajar a la velocidad de la luz en mi dirección. Y en menos de lo que puedo darme cuenta, el animal golpea uno de mis pies y caigo de espaldas al frío suelo, mi brazo produciendo un horrendo sonido.
Mátenme ahora, por favor.
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