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Capítulo 8.

Para mi gusto, el fin de semana pasó demasiado rápido. El sábado después de comer en el restaurante donde trabaja Tristan, Jack y yo esperamos a los chicos y fuimos a un pub a beber cerveza. Louis, el amigo de Tristan, resultó ser un chico súper simpático. Él ya hablaba estupideces pero cuando se emborrachó, sobrepasó todos los límites. Me cayó bien. Nos contó también que tiene una novia llamada Cassandra y dos hijos; Drew de casi siete años y Mateo de un año. Jack, como el lengua suelta que es, le dijo que yo detestaba a los niños y Tristan se metió en la conversación diciendo que «el melocotón» era el niño más dulce que yo podría conocer en la vida. Supongo que «el melocotón» tiene que ser uno de los hijos de Louis.

El domingo por la mañana, desperté con una horrible resaca gracias a la borrachera del día anterior. Mamá me llamó para decirme que ella y papá vendrían a visitarme así que yo tuve que levantarme a eso de las diez y limpiar todo lo que alcanzara en dos escasas horas. Resulta que sólo alcancé a lavar los platos y cuando mis padres llegaron a mi departamento se encontraron con el desastre. Papá me preguntó si un huracán había pasado por ahí mientras que mamá farfulló palabras que no entendí (gracias al cielo) y comenzó a ordenar por su cuenta. Yo le dije que no era necesario pero ella espetó: "Si no lo hago yo, ¿quién más? Porque ya me ha quedado claro que tú no lo harás" y después soltó el rollo de «pensé que serias más organizado ahora que estás viviendo solo». Quise responderle alguna cosa pero no lo hice porque ella me diría que soy un irrespetuoso, que no olvide que ella es mi madre y que si sigo comportándome de esta manera, volvería a vivir con ellos.

El lunes fue un día tranquilo en el trabajo. Como siempre, hubo poca cantidad de personas en la tienda por la mañana pero en la tarde, el flujo de clientes aumentó. En mis raros libres, hablé con Alexandria por mensaje. La última vez que nos vimos intercambiamos números telefónicos para no perder el contacto y me alegro que ella siga manteniendo su palabra porque, usualmente, las chicas conocen a un chico, les dan su número y ya cuando el chico les envía un mensaje ellas no responden más.

Cuando salí del trabajo ese mismo día, pasé por el trabajo de Jack y lo invité a comer a Taco Bell. Comimos burritos y tacos. Fue delicioso.

El martes, Nathan me llamó para preguntarme (más bien exigirme) que me quedara con Alan desde las cuatro a las seis porque Max y Sophia tenían que ir al dentista. No me quedó otra alternativa más que cuidar a mi sobrino. Para mi buena suerte, él se portó bien. Supongo que, el desastre comienza cuando todos se reúnen.

Mentiría si dijera que no me duele ver la pantalla de mi teléfono hecha trizas porque lo hace. Pero cada vez que lo veo, recuerdo la cara de ese pequeño demonio y me dan ganas de gritar y patalear. Sin embargo, no lo hago. Todo lo que Jack me dijo el sábado se repite en mi cabeza y yo me trato de convencer que mi mejor amigo tiene la razón. Vale, él no es un experto en el amor y está lejos de ser cupido pero debo reconocer que, en esta oportunidad, él tiene razón.

Hoy es miércoles. Estamos a mitad de semana y yo estoy deseando ansioso que sea viernes porque Alex me dijo que podríamos juntarnos en algún lugar y pasar el rato. Por supuesto, yo acepté de inmediato porque puedo ser idiota en dudar sí ir o no con esa niña presente pero no soy estúpido como para rechazar ver a esa increíble y hermosa chica de pelo rojizo. Sí, es contradictorio pero yo me entiendo.

De pronto, mientras ordeno las camisetas por marca, agudizo mis oídos porque he escuchado una conversación entre una madre y una hija que me hace sonreír.

—¿Podemos ir a ver a los pingüinos mamá?

Posiblemente, la niña debe tener alrededor de diez años o un poco menos.

—Hoy no, Lia. —le dice la madre, mirando un par de pantalones.

—Pero yo quiero ir a ver a los pingüinos, mamá. Por favor, ¿podemos ir?

—Hoy no, Lia. —vuelve a repetir la madre, con voz mecánica.

—¿Por qué no?

—Porque es muy tarde y tengo que llegar a cocinar a la casa. Mañana iremos, ¿sí?

La mueca de tristeza que había aparecido en el rostro de la niña desaparece siendo reemplazada por una enorme sonrisa.

La conversación que he escuchado y las palabras que dijo mi mejor amigo se complementan en el interior de mi cabeza creando el plan perfecto.

Saco el teléfono de mi bolsillo y tecleo rápidamente:

De: Niall

Para: Alex

¿Quieres que tú, Foxy y yo vayamos a ver los pingüinos hoy en la tarde?

Lo envío y tres minutos después obtengo mi respuesta.

De: Alex

Para: Niall

¡Pasa por nosotras a las siete! 😱

Le envío un "hecho" y, aprovechando de que no hay muros en la costa, me escondo dentro de uno de los probadores para llamar a Jack. La primera vez que lo llamo él no contesta pero me devuelve la llamada cuando estoy a punto de marcarle por segunda vez.

—Hola, lo siento, no alcancé a contestar. —me explica de inmediato, su voz se oye un poco agitada— ¿Qué pasó?

—Nada —susurro—. ¿Estás ocupado?

—Uh, no mucho. ¿Por qué estás susurrando?

—Estoy escondido en el probador.

—¿Por qué? —pregunta y no alcanzo a abrir la boca cuando él está hablando de nuevo— ¿Estás perdiendo el tiempo otra vez?

Río por unos segundos antes de ponerme serio —¿Cómo crees?

Lo escucho reír desde el otro lado de la línea. Probablemente él ya está en casa, recostado en su cama viendo televisión mientras devora una pizza. ¿Por qué mi horario de trabajo es tan mierda?

—Bien, no quiero que te metas en problemas por mi culpa. ¿Para qué me llamabas?

—Oh, sí, casi lo olvido. Necesito que me prestes tu coche.

—Disculpa, ¿qué?

—Necesito que me prestes tu coche. —repito.

—Ah, yo pensé haberte oído decir que quería que te prestara mi ¡¿qué?!

—Baja la voz —lo regaño en susurros y le bajo un poco el volumen a la llamada—. Necesito que me prestes tu coche, Jack. Por favor.

—¿Y para qué quieres que te preste el coche?

Maldigo en mis adentros por el hecho de que tendré que contarle todo. ¿Por qué diablos elegí una motocicleta en vez de un coche?

—He invitado a salir a Alexandria y a la mocosa al acuario, ¿sí? Hay una nueva atracción de pingüinos y... bueno, estuve pensando en todo lo que me dijiste y...

—Te diste cuenta que tengo razón. —me interrumpe.

—Sí y también...

—Quieres ganarte el amor de esa mocosa.

—Sí pero...

—No pudiste esperar a que...

—¿Me podrías dejar terminar? —lo interrumpo esta vez. Él gruñe una afirmación y yo suspiro— Quiero intentarlo. Estuve pensando en lo que dijiste y supongo que puedo darle una oportunidad, ¿no?

—Al fin estás pensando con la cabeza, amigo... —me dice, burlón—. Bueno, ¿a qué hora tienes que pasar a buscar a la chica?

—A las siete.

Escucho como uno de mis compañeros están llamándome desde el exterior de los pasillos. Escucho también el ruido de las puertas siendo abiertas de los probadores mientras mi compañero de trabajo sigue preguntando por mí.

—Espera un poco. —digo rápidamente y coloco el móvil contra mi pecho, mi mano derecha sostiene la puerta cerrada.

Clenton, mi compañero, intenta abrir la puerta pero al no lograrlo, golpea dos veces.

—Niall, ¿estás ahí? —silencio de mi parte. No sé si responderle o no— ¿Niall?

Abro la boca pero no sale nada de ella. No me conviene ser descubierto hablando por teléfono aquí en mis horarios de trabajo. Me han descubierto varias veces perdiendo el tiempo y una más haría que sólo estuviera en la cuerda floja. El único lugar que no tiene cámaras de seguridad es el área de probadores y si me descubren aquí, lo más probable es que me designen a otro lugar y me mantengan en mi sitio siendo grabado por mil cámaras todo el jodido turno de trabajo.

—N-no... —balbuceo, mi dedo índice y pulgar aprieta mi nariz, intentando cambiar mi voz—, éste no es Niall...

Clenton guarda silencio unos segundos y luego dice: —Está bien. Disculpe.

Espero hasta sus pasos dejan de escucharte y me llevo el teléfono a la oreja otra vez.

—¿Qué demonios fue eso? —inquiere Jack.

—Clenton me estaba buscando. Bueno, ¿vas a prestarme el coche o no?

—¿Qué clase de amigo sería si no lo hago? —recrimina— Por supuesto que lo haré.

Sonrío —Gracias, Jack. Te deberé una gigante.

—Me debes mil favores, idiota. Algún día los cobraré todos.

—Lo sé, lo sé.

—En fin... estaré en tu casa a las seis.

Abro el seguro de la puerta con sumo cuidado —Te estaré esperando, hermano.

—Nos vemos, Niall.

Corto la llamada y guardo mi teléfono estropeado con cuidado en el bolsillo trasero de mi pantalón. Abro la puerta y asomo la cabeza, mirando de izquierda a derecha, asegurándome de no ver a nadie. Al estar seguro de que no veo a nadie, doy un paso al frente y salgo de mi escondite.

—Sabía que estabas ahí.

Me detengo y cierro los ojos con fuerza antes de girarme y sonreír.

—Clenton, amigo, no te había visto.

—Llevo mucho rato buscándote, Niall —me reclama en voz seria. Él es un poco más alto que yo así que tengo que alzar un poco la vista para mirarlo a los ojos— ¿Qué hacías?

—Nada, ¿para qué me buscabas?

—El jefe quiere verte.

La sangre desciende hasta mis pies —¿Q-qué...?

—El jefe quiere verte, Niall.

—Mierda. ¿Él está enojado?

Aprieta sus labios y mueve la cabeza —No lo sé.

—Gracias por avisarme, Clenton.

Con mis hombros caídos, voy hasta la oficina del jefe que se encuentra justo al lado del mesón para atención al cliente. Respiro un par de veces, nervioso, y golpeo la puerta dos veces con mis nudillos, rogándole a Dios que se apiade de mí. Escucho la autorización desde el interior y tomo la manilla, mi mano suda por el nerviosismo. Abro la puerta y asomo la cabeza.

—¿Me estaba buscando, jefe?

Él alza la mirada de unos papeles y asiente —Sí. Pasa, pasa, Niall.

Le hago caso y cierro la puerta. Él no me ha gritado como usualmente lo hace cuando me descubre perdiendo el tiempo, sin embargo, no puedo confiarme.

—¿Necesita algo?

—Sí. —contesta y yo guardo silencio para que continúe más no lo hace. Luego de unos segundos, carraspeo para llamar su atención y lo logro— Niall, ¿qué haces aquí?

¿En serio?

—Usted me mandó a llamar, jefe.

—Ah, sí, sí. ¿Dónde estabas? Hace rato que mandé a buscarte.

Trago en seco —Estaba justo aquí.

—¿De verdad? —se rasca la cabeza y yo asiento— Bueno, como sea. Necesito que te quedes una hora extra, ¿puedes? Genial que puedas quedarte.

—Pe-pero...

—Ha llegado un pedido que hice algunos días y necesito que vayas a supervisar la entrega, Niall. ¿Puedes hacerlo? —él no espera a que yo responda— Eso es genial. Ve a la bodega, muchacho. Richard está allá.

—Pero jefe...

—¿Todavía estás aquí? —me interrumpe.

Contengo el aire porque si lo dejo escapar, estoy seguro como el infierno que explotaré.

—Está bien.

Salgo de su oficina y todo el camino hasta la bodega lo recorro con fuertes pisadas. ¿Por qué mierda tiene que joderme a mí con horas extras? Se supone que tengo una cita con una increíble pelirroja y su hija el diablo y no estoy como para perder el tiempo supervisando una maldita entrega que todos sabemos viene en perfectas condiciones.

Pero, sin embargo, lo hago aunque con una pequeña diferencia: no completo la hora extra. Él me pidió quedarme hasta las seis pero yo me quedo hasta las cinco y media. ¿Por qué? Porque sí.

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