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Capítulo 10.

Escucho un grito lejano. Alguien está chillando mi nombre. ¿Será que me he muerto y gracias a que mi alma se ha despegado de mi cuerpo puedo oír esa voz? Con menudo golpe que me he dado en la cabeza, la muerte es una de las opciones más realistas en este momento.

Frunzo el ceño y abro los ojos lentamente, encontrando a una chica de largo cabello rojo y ojos verdes encantadores. ¿Realmente he muerto y estoy viendo un hermano ángel? Sonrío.

El hermoso ángel mueve los labios. Me está hablando pero no escucho ninguna palabra de lo que dice así que sigo sonriendo.

El ángel mira hacia el frente y yo sigo la dirección de su mirada, llevándome un susto de muerte al ver a un pingüino a escasos centímetros de mi rostro. A su lado, está el pequeño demonio que ocasionó todo este desastre y lo sucedido cae contra mis recuerdos de forma brusca.

¿Realmente pensé que había muerto? Jesús, deberían darme un premio ¡por ser tan imbécil!

—Niall, ¿puedes escucharme?

Miro a Alex y asiento —Sí. Ahora sí.

—Qué bueno —susurra, su rostro refleja alivio—. Estuviste inconsciente un par de minutos. Pensé que habías muerto. ¿Puedes moverte?

Hago el intento. Puedo sentarme pero, cuando intento mover mi brazo derecho, un dolor punzante me hace lloriquear. El dolor es intenso y siento como la sangre abandona mi rostro. ¿Me he roto el brazo? Maldita sea, gracias al cielo no veo sangre por ninguna parte porque ahí la cosa sería distinta. No, yo no puedo ver sangre porque me desmayo.

—¿Te duele algo? —me pregunta Alex.

Contengo las ganas de gritarle que es obvio que me duele el puto brazo. Así que, sólo susurro:

—El brazo.

—A ver, déjame verlo.

—No, no es nece... ¡ay! —chillo cuando ella toma mi mano y trata de estirar mi brazo— ¿Qué parte de "me duele el brazo" no entendiste, Alex?

—Lo siento. —se disculpa.

Alex llama a la ambulancia, el grupo de chismosos se disuelve, yo me paro con dificultad sintiendo el trasero congelado y mi cita regaña seriamente a su hija. Entre todo el dolor que envuelve mi brazo derecho, sonrío en venganza. Foxy se da cuenta y me lanza una mirada que borra de inmediato la sonrisa de mi rostro. Estúpida niña. Con ella cerca, yo no podría arreglar mi suerte ni usando un millón de amuletos. ¿Patas de conejos, herraduras y tréboles de cuatro hojas? ¡Nada sirve si ella está cerca!

*

Estoy sentado en una camilla balanceando mis pies, esperando a que el doctor venga a revisarme. Alex se ha ido a casa por petición mía y estoy esperando a Jack porque lo he llamado hace un rato atrás. No me gustan los hospitales y si Alex no hubiera estado con la mocosa, yo habría aceptado encantado de la vida que me acompañara pero esa niña es un peligro para todo el mundo aquí.

Miro a mis lados y suspiro por decimoquinta vez. Intento tomar los artilugios que hay sobre una bandeja de metal pero no logro alcanzarlos. Los paramédicos me han puesto una especie de venda alrededor de mi cuello que sostiene mi brazo.

Recuerdo que cuando éramos pequeños y mamá nos traía al hospital, mis hermanos y yo siempre robábamos las jeringas porque nos gustaba jugar en casa a los doctores y enfermeras. Noah era la encargada de distraer al personal mientras que nosotros robábamos todo lo que podíamos antes que alguna enfermera se diera cuenta. O peor aún, nuestra madre.

—Buenas tardes.

Miro hacia el frente y mi boca se abre de la impresión. ¿Es real el amor a primera vista? ¿Es posible enamorarse de dos chicas el mismo día? Dios mío, la chica frente a mí es hermosa. Su cabello castaño va amarrado en una firme cola de cabello, sus ojos son celestes y expresivos y sonríe de una manera tan... Niall, concéntrate.

—Hola. —saludo por lo bajo y miro la placa en su delantal blanco. Dra. Serena Silver. Médico cirujano. Miro también sus manos, celebrando en mi interior que no lleva ningún tipo de alianza en el dedo anular.

—¿Eres el chico con el brazo roto? —me pregunta, sacando una planilla que sostenía bajo el brazo. Balbuceo una afirmación y ella saca una pluma del bolsillo de su delantal y me mira— ¿Nombre?

—Niall Horan.

—¿Edad?

—24.

—¿Qué fue lo que pasó? —ladea la cabeza y me mira— ¿Cómo te quebraste el brazo?

¿Existe la posibilidad de que un agujero se abra en este preciso momento y me trague la tierra? Reconocer frente a una chica hermosa el nivel de torpeza que poseo es denigrante.

—Uh... es una larga historia.

Ella ríe —Resúmela, por favor.

—Pues, mi cita y yo fuimos al acuario a ver a los pingüinos. Resbalé en el hielo y caí. —dije, omitiendo el hecho de que realmente un diabólico pingüino quería asesinarme.

—Muy bien —guarda el lápiz otra vez en el bolsillo de su delantal y me mira—, tomaremos unas radiografías para ver si es necesario enyesar ese brazo, ¿bueno?

—Síp. —acepto porque no es como si tuviera otra alternativa.

—Ven, sígueme.

Me bajo de la camilla con cuidado y la sigo por el largo pasillo. Doblamos a la derecha y luego a la izquierda. Entramos a una habitación y ella me indica que tome asiento. Deja la planilla sobre un escritorio ordenadísimo y se acerca a mí.

—Déjame ayudarte. —me dice, sacando la venda que está alrededor de mi cuello. Como los paramédicos me han dado antinflamatorios y me han puesto un poco de hielo en el brazo previamente, el dolor ha disminuido un poco. Ella me quita la venda y me regala una sonrisa encantadora— Necesito que te remangues lo más que puestas la manga de la camiseta.

—Está bien.

Luego de la radiografía, la preciosa doctora me dice que efectivamente, deberán enyesarme el brazo. Escucho lo más atento que puedo todo lo que me dice pero, me distraigo observándole el trasero. Claro, eso dura poco porque un chico que mide como quince metros ingresa al box y me descubre mirándole el trasero. Le sonrío pero él no me sonríe de vuelta y es ahí donde me doy cuenta de dos cosas: posiblemente ellos son algo más que colegas y que la he cagado. ¿Por qué siempre la cago, Dios?

—¿Me ayudas un momento, Harry? —la preciosa doctora le pide al gigante. Él acepta. Claro, si es el novio o algo, no querrá que su chica esté a solas con un depravado que le mira el trasero— ¿Puedes entablillar su brazo?

Siento miedo por mi vida porque el chico de ojos verdes me mira de forma malvada. ¿Por qué tengo que andar mirando cosas que no debo? Bueno, si el chico me golpea bien merecido lo tengo por estar mirándole el trasero a su novia.

Para mi buena suerte, el chico es bastante profesional y sólo se dedica a entablillarme el brazo. La doctora (dejaré de decirle "preciosidad" porque después el gigante lee mis pensamientos y termina golpeándome) comienza a envolver mi antebrazo con una venda mientras me va explicando las cosas básicas; que no debo mojarlo ni introducir cosas dentro del yeso. Me hace preguntas rutinarias con respecto al mismo tema y luego de lo que parece una eternidad, puedo salir de ahí con mi brazo enyesado y una licencia médica por quince días.

Es verdad lo que decía mi madre: no hay mal que por bien no venga.

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