Capítulo 1.
Tecleando en la pantalla táctil de mi teléfono, esbozo una sonrisa por toda la porquería que suele hablar Jack mientras va directo a su trabajo. Alzo la mirada de vez en cuando y al ver que no hay muchos clientes en la tienda, me dedico a chatear con mi mejor amigo esperando pacientemente a que alguno de los compradores se acerque al lugar de los probadores donde fui asignado el día de hoy. No es el mejor trabajo del mundo en la mañana, pero en la tarde, después de comer, la maldita tienda se llena y no tengo ni un segundo libre para mirar los mensajes que me llegan al teléfono.
Es un empleo relajado, no me quejo. Quiero decir, mi jefe no me obliga a hacer cosas que no quiero y lo mejor de estar aquí en el área de los probadores es ver a las chicas entrar a los cubículos y si tengo suerte, ellas me preguntan cómo les queda la ropa y tengo la oportunidad de mirar sin que me traten de pervertido. ¿Lo malo? El salario es una completa y total mierda.
Jack: Esto es ridículo, ¿sabes? Ni siquiera he llegado al trabajo y ya estoy cansado y quiero volver a casa. Esto apesta.
Niall: Tú apestas.
Jack: Ha-ha. Idiota.
Muerdo mi labio inferior para no reír porque en mi mente, logro imaginarme la mueca de mala leche de Jack. A lo lejos, escucho la voz de Claire, mi compañera de trabajo dando algunas indicaciones. Alzo la mirada y mi boca se abre levemente al ver lo que tengo en frente. A la mierda mi conversación con Jack, ya después podré enviarle el mensaje.
Una sonrisa idiota curva mis labios al ver que la chica más hermosa que he visto en toda mi vida se acerca a mí. Ella se detiene a unos pasos de distancia de donde estoy sentado y sus labios se mueven de una manera que me hace pensar que todo está pasando en cámara lenta. Miro su rostro blanco, sus ojos verdes y su cabello pelirrojo que va amarrado en una firme coleta. Madre de todos los dioses, ella es hermosa.
—¿Hola? ¿Hay alguien ahí? —ella bate su mano frente a mi rostro.
Parpadeo repetidas veces y me aclaro la garganta, avergonzado por haberme quedado mirándola como un idiota. Ella ríe.
—Sí, lo siento. ¿Necesitas pasar? —cuestiono, mirando las prendas que sostiene entre las manos. Quiero golpearme contra la pared por lo estúpida que ha sonado mi pregunta. ¡Es obvio que ella necesita probarse la estúpida ropa! —Puedes ingresar al uno.
Ella mira sobre mi hombro —¿Cuál es?
—Justo aquí —me aparto y apunto con mi mano el cubículo que está a mi espalda.
—Vale, gracias.
Pasa por mi lado y como un idiota giro sobre mis talones, observándola hasta que ella desaparece al cerrar la puerta. Ni siquiera le he preguntado cuántas prendas de ropa llevaba con ella (algo que debo hacer por obligación) porque he temido hacer mucho más el ridículo de lo que lo hice.
Me quedo parado en mi lugar intentando de manera absurda mirar a través de los pequeños espacios de la puerta en aquél probador como un pervertido pero sólo logro ver sus pies. Mientras la chica se prueba la ropa, le envío un mensaje a Jack contándole a la hermosa criatura que han visto mis ojos y él como el acosador que es, me aconseja —nótese el sarcasmo— que me escabulla en el siguiente probador para tomarle una fotografía.
Me río porque es exactamente lo que me gustaría hacer, pero yo soy la clase de persona que cuando quiere sacar una fotografía, lo hace con flash y con sonido. Soy un perdedor. De hecho, cuando nació el escuadrón de los perdedores, yo fui el primero en hacerlo.
Al cabo de unos minutos, ella sale del probador un poco despeinada y me regala una linda sonrisa.
—¿Todo bien? —le pregunto.
En un intento fallido de coqueteo, quiero afirmar mi codo en el umbral, pero resbala, golpeándome la frente. Dios, qué vergüenza.
—Sí, todo bien. —ella ríe. Siento mi rostro arder por la vergüenza— Llevaré todo esto.
Sé que no es mi trabajo, pero me ofrezco como voluntario para hacerle la factura de su compra. Lo he hecho un par de veces cuando me ha tocado reemplazar a mis compañeros a la hora del almuerzo.
—Genial —aclaro mi garganta porque mi voz ha salido como un pito—, sígueme.
La conduzco entre los pasillos de ropa y me ubico detrás del mostrador. Comienzo a quitarle las alarmas a todas las prendas mientras que ella teclea rápidamente en su teléfono, concentrada.
Cuando tengo todo dentro de las bolsas de papel, ella me entrega su tarjeta de crédito y de forma fugaz, miro todos los datos que me aparecen en la pantalla táctil antes de formular el pago final. Le entrego de regreso su tarjeta con las boletas y le paso las bolsas.
—Gracias por su compra —recito el agradecimiento protocolar que nos obligan a decir siempre—, que tenga un buen día.
—Gracias.
Su sonrisa es lo último que queda grabada en mi memoria antes de que ella desaparezca por la puerta.
El día transcurre de forma lenta, casi agonizante, como todos los días lunes. Han habido pocos clientes y no me sorprende, todas las personas están trabajando, estudiando u holgazaneando. Las mañanas no están hechas para las compras.
Antes de salir a almorzar, realizo mi rutina que consiste en revisar los probadores para ver si alguien ha dejado alguna prenda tirada. No encuentro nada sin embargo un pequeño carnet está bajo un pequeño taburete. Me agacho con flojera y lo tomo entre mis dedos. Cuando he pensado en dejarlo en el mostrador (donde dejamos todos los documentos personales que encontramos aquí en la tienda) me retracto inmediatamente al ver el rostro de la bonita pelirroja en la fotografía.
—Alexandria... qué nombre más extraño. —susurro y guardo su tarjeta de identidad en mi bolsillo trasero. Tenía una perfecta excusa para volver a verla.
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