Prólogo
—¿Qué harías si los personajes masculinos del último libro que leíste aparecieran frente a ti? —pregunta el chico de cabello tan negro como la noche y ojos tan azules con el océano, mientras espera mi respuesta con curiosidad en su mirada.
—Correr —contesto sin dudar.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿No querrías hablar con ellos? ¿Conocerlos?
—El último libro que leí fue de crimen y misterio. Así que no, yo solo correría lo más rápido posible.
—Bueno, entonces, ¿qué tal del último libro de romance que leíste? —pregunta, cambiando su estrategia.
—También correría.
—¿Y ahora por qué?
—¿Ubicas el romance oscuro? —pregunto, como si la mera mención del género respondiera a su pregunta—. Los protagonistas masculinos son interesantes en la ficción, pero si ves esas señales en la vida real, correr es la mejor opción.
—¿Y qué tal los personajes de un libro clásico?
—Ya no les tantas vueltas —suelto—. A veces esos personajes son mejores precisamente porque no existen en la vida real. Simplemente mantienen la ilusión de una lectora.
—Una persona real también puede mantener la ilusión.
—No tanto como los que solo viven en la mente de los lectores.
—¿Y si yo fuera un personaje de ficción que salió de un libro solo para conocerte? —plantea, con una sonrisa atrevida en su rostro.
—Entonces sería mejor dejar la ficción con la ficción y la realidad con la realidad.
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