Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

CAPÍTULO 1: Vidas opuestas

(Narra Gerardo)

—¡Eres un completo inútil! ¿Cómo que hasta ahora no consigues lo que me debes? —Me pregunta mi padre amenazante y exaltándose.

Sabía que reaccionaría así, pero era mejor comentarle lo sucedido para que no esperara en vano algo que no llegaría pronto.

—Padre, lo intenté, le juro que lo… —quiero excusarme, intento darle cara y mirarlo de frente, pero a pesar de ser yo todo un adulto y vivir ya solo, mi padre sigue infundiéndome algo de miedo.

No, miedo no es la palabra correcta, sino intimidación.

Lo intenté, lo intenté —imita mi voz, agudizando la suya solo que no de una forma graciosa, sino furiosa—. ¡Intentar es de fracasados Gerardo! Pero qué digo si eso es lo que eres —dicho esto me empuja, para exclamar—. ¡Un maldito fracasado! —Trato de hacer que esas palabras no me calen, pero inevitablemente, por más acostumbrado que esté, una vez más lo hacen.

Desvío la mirada unos instantes, pero decido mejor mirar a mi padre de frente, suficiente tengo con que me tache de fracasado como para que lo haga de cobarde—. En qué pensaba… ¿En qué mierda pensaba cuando decidí volver a prestarte dinero? —Se reprocha furioso, masajeándose la sien con frustración. Decido intervenir.

—Padre usted sabe que las veces que me prestó yo le devolví los montos completos, no habrá sido al tiempo acordado pero lo hice —me defendí. Y es que es cierto, las veces que él me prestó dinero yo hice hasta lo imposible para pagarle.

—Te presté dinero tres veces sin contar esta, la primera me fallaste, me devolviste un monto menor aprovechándote de mi estado, la segunda, —ennumera con rabia—, debo admitir que sí cumpliste. ¡Pero con un montón de prolongaciones de tiempo! Y la tercera, Dios, mejor no te recuerdo que hiciste con la tercera —me menciona con ira, prácticamente asesinándome con la mirada. Yo abro la boca con indignación al escucharlo, sin podérmelo creer.

—¡No puedo creer que diga eso! —exclamo con tono de voz moderado, pues a mi padre le encanta que le hable con respeto—. La primera vez se lo devolví todo, sin falta pero, perdóneme padre, usted estaba tan borracho que decidió gastar en más bebida parte del dinero, pero esto ya no lo recuerda, el estúpido fui yo por devolverle el dinero con usted en ese estado. De lo de la segunda si es cierto, ¡pero acababa de perder mi trabajo!

»—Hice hasta lo imposible por reunírselo todo completo. Y en la tercera vez volví a cometer el mismo error, le devolví el dinero pero usted estaba tan… tomado que lo extravió. Pero le cumplí, como sea pero lo hice. Me metí en varios problemas para conseguirle lo que le debía, pero no me importó —le explico intentando sonar lo más convincente posible.

Y es verdad lo que le digo, además de fracasado mi padre me tacha de mentiroso, nunca cree en mí. Si él accedió tantas veces a prestarme dinero fue porque se le devolvería con el 45% de interés.

¿Y por qué fui tan idiota de recurrir a su ayuda? Son cosas que obliga a hacer la necesidad, como tres días sin comer más que beber un poco de agua, las notificaciones tan apremiantes de alquiler y mis acreedores impacientes porque les pague.

Mi padre era la única persona que se me ocurría para pedir ayuda porque es eso, mi padre al fin y al cabo, y a él le encanta ganar más dinero para seguir fomentando su maldito vicio.

Sí, mi padre es alcohólico.

Yo lo visitaba desesperado, prácticamente suplicándole que me ayudara, que no tenía con qué comer, que me estaba muriendo de hambre o que me echarían del lugar que estaba rentando para vivir, que si él me prestaba un determinado monto, se lo devolvería con los intereses que a él le gustan.

Mi padre me veía tan mal que se compadecía o, que va, él es incapaz de sentir compasión. Creo que lo veía como otra oportunidad perfecta, me sonreía de medio lado, iba hacia su billetera, sacaba un monto y me lo ponía sobre la mesa. Sin decir nada luego iba a buscar un pagaré, y me hacía firmarlo comprometiéndome yo pagarle a tal fecha. Le agradecía con real sinceridad y salía de su casa, para que no me echara otra cantaleta de lo fracasado que soy o se arrepintiera de haberme prestado.

¿Y por qué no me ayuda incondicionalmente, si es mi padre? Él es una persona que no se deja guiar por sentimentalismos, si ayuda es con una gran condición a cambio, es malo y convenenciero, únicamente vela por su vicio y por hacer crecer su dinero. Pero a este paso que va jamás lo va a lograr.

—¡Já! Ahora hiciste hasta lo imposible —ironiza—. Lo que pasa es que en ti uno no puede confiar. Eres un mentiroso, un fracasado de mierda, apuesto que lo que te presté te lo gastaste en tus ridículas parrandas —me reprocha con crueldad, traspasándome con la mirada a pesar de la diferencia de estatura, pues yo soy más alto que él.

No puedo evitar que una lágrima se me escape inevitablemente, esas palabras siguen lastimándome, continúan hiriéndome, tal y como cuando era niño, solo que ahora las sé soportar más, creo—. Y un completo débil. Aprende de una vez a ser un hombre, ¡madura!

—¿Madurar eso? ¿Parrandas? ¡Parrandas las que usted se gasta! —Le echo en cara, pero recibo un golpe en el rostro en respuesta.

—No me hables así. Soy tu padre y me debes respeto, además de todo eres un reverendo malcriado.

—¿Malcriado yo? Si siempre lo trato con el mayor respeto que me es posible, porque sinceramente usted no se lo merece —le reprocho con decepción, desviando la mirada.

—El simple hecho de haberte engendrado te obliga a respetarme —me espeta mirándome superior y con crueldad, obligándome a mirarlo. Entonces yo niego con la cabeza, sin podérmelo creer.

—Toda mi vida, toda mi vida desde que tengo memoria hasta hoy, busqué una mísera razón para admirarlo, o al menos respetarlo, además de la que usted es mi padre. Cuando era pequeño tenía tantas preguntas por hacer como es natural, como qué color era eso o aquello, por qué eso era así, usted no me respondió ni a una de ellas. Cuando tenía dudas en la escuela, usted me las resolvía a base de golpes…

—¡Para que aprendieras! ¡Porque eras un burro! —me exclama alterado.

—No era para tanto, usted no me tenía ni un poco de paciencia, al primer error me consideraba un burro, como dice —suelto más lágrimas.

—Por tenerte ese poquito de paciencia más, es como estás ahora, un completo fracasado, un inútil. Lo que a ti te faltaron fueron más golpes —argumenta sin un poquito de sensibilidad, acercándose a mí amenazante. Es de esperarse, pero inevitablemente cada vez me sorprendo más con él.

—Créame, tuve los suficientes, esa vez que hizo que me golpeara en la cabeza lo cual me dejó inconsciente, teniendo yo apenas once años. ¿Acaso usted se preocupó? ¡Fue mamá quien por primera vez lo desafió y me llevó al hospital!

—Y gracias a Dios solo fue un desmayo —mi padre volvió a agudizar la voz, ironizando—. Yo quería hacerte fuerte, que aprendieras a soportar los golpes que da la vida, no que te derrumbaras ante cualquier cosa. Pero me fuiste una completa decepción, yo no quería que fueras el cobarde que veo aquí, me saliste a tu madre.

—¡Mi madre era una cobarde por usted! Usted siempre la hizo menos, usted siempre la desvalorizó, le hizo sentir que en vez de su esposa era su empleada y siquiera eso, sino su esclava. —Al decir esto último lo miro con decepción y tristeza, pero continúo—. Ella cuántos mediodías y noches lo esperó con el almuerzo y cena servidas, lo cual nos lo preparaba con todo su esmero y cariño. Y usted llegaba directo alegando que estaba cansado del trabajo y a tumbarse a la cama o, ebrio directo a pelear e impartir golpes.

»—Y yo veía eso, verla gritar del horror, de miedo, y cuando yo le suplicaba que no le hiciera daño, usted agarraba el cinturón y empezaba a golpearme en las piernas o caderas, mientras yo la cubría y ella intentaba hacer que me fuera, o acababa huyendo de miedo. Y cuando usted se iba o se dormía, nos fundíamos en un largo abrazo, yo le preguntaba que por qué usted era tan malo y ella no paraba de recomendarme que ya no lo enfrentara, que usted no era malo sino que solo estaba enojado y que pronto se le pasaría, que solamente debíamos portarnos bien. Pero yo sentía sus lágrimas mojar mi cabeza, sabía que más que a mí eso se lo decía a ella misma, ella se imponía el soportarlo.

Me desahogué. ¡Por fín me desahogué! Por fín mi padre ya conoce todo lo que mi madre y yo callamos todos estos años, porque ahora sí tuve el valor de hacérselo conocer. Pero, en vez de conmoverse aunque sea un poco o ponerse a pensar, mueve la cabeza como si no se lo pudiera creer.

—¿Ves a lo que me refiero? Me saliste tan cursi y sentimental como ella, un débil. Aprende —me apreta las mejillas e inmediatamente prosigue—, para eso es lo único que sirven las viejas, para darnos hijos, para atendernos y satisfacernos, por eso son viejas —eso sí que me lo esperaba, siempre conocí el pensamiento machista de mi padre, pues en la mayoría de disputas que escuchaba entre mis padres él le decía ese tipo de cosas a mi madre, quien mayormente lo escuchaba con la cabeza gacha y derramando lágrimas de dolor, en silencio.

Por eso cada vez que escucho decir eso a mi padre la rabia me consume—. Pero tu madre no supo hacer bien su trabajo, no te educó bien, mira nada más al desastre que tengo de hijo. ¡Solo mírate! —exclama exasperado, señalándome—. Además, ella era muy delicada en la cama, no cubría mis expectativas.

—Claro, por eso la engañaba con tanta cualquiera no —le reprocho con la voz ahogada y con rencor. Entonces vuelve a pegarme en la otra mejilla.

—Ya te he dicho mil veces que no me cuestiones. Yo hago lo que quiero cuando quiero, donde quiero y como quiero. A mí ningún huevón de mierda como tú me va a decir lo que tengo o no que hacer.

—Este huevón de mierda que ve aquí, es su hijo, para su información, sea como sea, es su hijo —le recuerdo reprimiendo el llorar y mirándolo de frente.

—Para mi desgracia —suspira, desviando la mirada, como con resignación, pero me la vuelve a dirigir—. Pero tú no llenas las expectativas que tenía contigo. Mírate, eres un débil, un cobarde, un fracasado.

—Y casi un alcohólico. Por culpa suya —no me gusta beber, pero últimamente es el único refugio que encuentro. No lo hago con frecuencia, pero tiendo a hacerlo. Una vez mi padre me dijo que en el alcohol se desahogan los problemas, y durante toda mi infancia y adolescencia me sirvió de ejemplo.

—Nadie te pone una pistola en la cabeza para que bebas. Pero deberías hacerlo más seguido, para hacerte de una vez un verdadero hombre.

—¿Un verdadero hombre? ¿Un alcohólico como usted? —Lo señalo con desprecio, él intenta abofetearme de nueva, pero detengo su brazo en el aire—. No, sé que es mi padre, para desgracia mía, como usted dijo, pero no me vuelve a poner una mano encima. Ya no.

—¿Qué? ¿Muy machito ahora no? ¡Mira ya creciste! ¡Atrévete ahora a golpearme! ¡Vamos! —me provoca. Y yo tengo la tentativa de hacerlo.

«Mírate, eres un débil, un cobarde, un fracasado.»

Alzo mi mano…

«Mira nada más al desastre que tengo como hijo. ¡Solo mírate!»

Formo un puño…

«Para eso es lo único que sirven las viejas, para darnos hijos, para atendernos y satisfacernos, por eso son viejas.»

Tenso la mandíbula…

«¡Estoy harto de ti, Elena! ¡Harto! ¡No sirves para nada más que para fastidiar!»

Endurezco la mirada al recordar cómo este tipejo que tengo por padre trataba a Elena, mi madre.

—Ella está muerta, muerta por él, muerta por su culpa…

Empiezo a querer llorar, atormentado por mis pensamientos, sosteniendo la mirada a mi padre que sigue tal cual, cínica y desafiante…

El alcohol destruyó tu familia, tu padre lo hizo, él nunca los ha querido. Lo único que recibieron de él fue un techo, comida apenas y golpes. Recuerda cómo la mató…

Exclamo fuertemente de desesperación al recordar todo y acerco con violencia mi puño, el cual impacta directamente contra la mesa.

No, no soy capaz de golpearlo, a pesar de todo lo que él nos hizo, no lo soy, no caería tan bajo.

—¿Ves lo que te digo? Eres un cobarde —se mofa mi padre, mientras yo mantengo mi puño y mirada en la mesa, derramando lágrimas de frustración.

—Al menos no soy tan despreciable —suelto en un fuerte susurro, con la voz casi queda.

—¿Tan despreciable te parezco? Está bien. Tienes hasta mañana por la mañana para conseguir mi dinero, si no quieres que te meta preso por deudor moroso, recuerda que me firmaste un pagaré y el plazo —chasquea los dedos— se te acabó. —Dicho esto se encamina hacia la puerta, yo mantengo mi pose, pero volteo a mirarlo de reojo—. Y ponte las pilas, comienza a trabajar, deja de ser un vago de mierda.

Y cierra la puerta. Es entonces que no me lo puedo creer y en un impulso corro hacia la puerta y la vuelvo a abrir.

—¡Vago de mierda usted! ¡Que solo vive para su pinche vicio! —Y sí me alcanzó a escuchar, pero antes de darle tiempo a reaccionar vuelvo a cerrar la puerta de un tirón y la aseguro para que no vuelva a entrar. Y de inmediato me deslizo en la puerta, llorando y llorando. De rabia, de impotencia…

Mi padre tiene razón, soy un fracasado, solo tengo que mirar las condiciones en las que estoy, pagando apenas por este pequeño cuarto que ni con cocina cuenta.

Ay mamá, cuánto te extraño, ojalá estuvieses aquí…

Flashback

Mi padre acababa de irse cerrando de un tirón la puerta, yo no paraba de llorar, me dolía todo el cuerpo para abajo, tenía once años. Aún con la hoja de examen en la mano me dirigí a la habitación de mis padres, abrí la puerta y hallé a mi mamá, Elena, llorando sentada en la cama. Ni bien me vió se abalanzó a abrazarme.

Ella se había llevado una bofetada y un empujón por protegerme, y mi padre de un grito la mandó a su habitación. Ella no quiso irse, pero él a empujones la llevó y le trancó la puerta para que no pudiera salir, a pesar de los gritos desesperados que profería, suplicándole para que no me hiciera más nada.

Iba a continuar dándome con el cinturón, pero recibió una llamada del trabajo y me dijo que acabaría de ajustar cuentas conmigo a la noche.

—¿Estás bien? ¿Estás bien mi chiquito? ¿Estás bien? ¿No te hizo más daño?—No paraba de preguntarme, aferrándome hacia sí y separándome a la vez, analizando todo mi cuerpo. Entonces yo noté que su entrelabio sangraba, pero el llanto no me dejaba ni pronunciar una palabra, estaba muy asustado—. Ya ya, tranquilo mi pequeño, ya pasó, ya pasó —me volvió a abrazar acariciándome la cabeza. Entonces yo ya pude hablar entre hipidos.

—Me… me duelen la… las pi… pier…nas. Mu…cho.

Y vaya que sí estaban rojas de ardor, pues yo mayormente por esas épocas andaba con shorts o pantalones vaqueros.

—Pues ahorita te vamos a curar ¿Okay? Vamos —ella me tomó de la mano y me hizo sentar en la cama. Entonces sacó del pequeño armario pomadas y ungüentos para el dolor, se limpió la sangre del labio con disimulo y me los aplicó con sumo cuidado.

Entonces yo ya casi me había tranquilizado.

—¿Ya no te duele mucho? —Me preguntó con una triste sonrisa.

—Un poco.

—Se te va a pasar vas a ver. Sólo es cuestión que lo que te puse haga efecto —dicho esto se sentó a lado mío sobre la cama y me abrazó.

—Mamá ¿Por qué mi papá es tan malo? ¿Por qué no nos quiere? —Le pregunté con inocencia, mirándola a los ojos.

—Cariño, claro que nos quiere.

—No nos quiere. Si nos quisiera no nos pegaría.

—Sólo está enojado cielo, verás que se le pasará.

—Eso me dices siempre —alegué cruzándome de brazos, pues no era la primera vez que nos golpeaba.

—Él va a cambiar tesoro, ya verás…

—¿De verdad? —Le pregunté con un poco de ilusión y ella asintió—. ¿La gente mala acaso cambia?

—Él no es malo mi cielo, sólo que anda muy estresado, debemos hacerle caso para que recupere su buen humor ¿Te late? —Me propuso intentando sonar entusiasta, pero sus ojos ya no tenían el mismo brillo de antes.

Mi padre la estaba matando poco a poco. Y yo, maldita sea, yo no pude hacer nada.

—Pero a él no le gusta nada de lo que hacemos.

—Es sólo que no tiene mucha paciencia.

—Pero yo ya tengo miedo. Por más de que intento no entiendo las matemáticas, es muy difícil. En eso papá tiene razón, soy un burro.

Había reprobado el examen de matemáticas, por eso había sido la paliza.

—Claro que no, tú eres muy inteligente, yo lo sé. Es tan sólo cuestión de estudiar.

—¿Es que por qué estudiar, si no entiendo nada?

—Tengo una idea ¿Te late estudiar conmigo, practicar toda la tarde y volver a realizar ese examen para mostrarle a tu padre y a tu profesora?

—Pero la profe ya no me volverá a revisar —alegué triste.

—Pero así papá estará orgulloso de ti. Además, yo le insistiré a tu profe para que te vuelva a revisar ¿Vale?

—Vale. Pero tengo flojera —alegué con una traviesa sonrisa.

—No, nada de eso Gerardo, a estudiar.

El examen había sido por diez puntos, yo me había sacado dos sobre diez con la maestra. Apenas, hasta la noche, con mamá logré sacarme un ocho, incluso había logrado aprender un poquito.

Aunque estaba exhausto, estaba felíz por mi logro y mamá también. Ella se encontraba preparando una deliciosa cena, espagueti, en mérito a mi esfuerzo, cuando de repente la puerta se abrió de sopetón y mi padre entró tambaleándose, borracho, directo a golpear de la nada a mi mamá.

—No, por favor, no le haga más daño —me puse entre ella y él, pero recibí una fuerte bofetada en el rostro que me hizo perder de tal forma el equilibrio que me caí hacia un lado y mi cabeza dió fuertemente contra la pata de una silla de madera.

—¡¡Gerardooooo!! —Fue lo último que escuché decir aterrada a mamá, luego sentí algo mojar mi cabeza y fue allí donde perdí la consciencia.

Fin flashback de Gerardo

Al recordar esto me incorporé de golpe y gritando tiré un vaso hacia la pared, el cual se rompió.

—¡Maldito viejo! ¡Nos desgraciaste la vida! —Fue lo que acababa de gritar. Entonces caigo de cuclillas al piso y continúo llorando, desahogando todos estos sentimientos de rabia e impotencia en estas lágrimas—. ¿Por qué no hiciste nada mamá? ¿Por qué mamita? Ya son años desde que tú te fuiste y él nunca cambia, jamás lo va a hacer —digo con decepción. Entonces mi mirada se posa en la mesa, viendo la botella de cerveza que está allí, y ahí se detiene.

Tengo veinticinco años y mi vida no puede estar marchando peor.

A estas alturas ¿Qué podría cambiar?

***

(Narra Ana Camila)

Doy una vuelta más, la última de la coreografía y me mantengo con los pies sumamente en punta y con los brazos extendidos, para dar por finalizada la presentación.

Entonces es donde los aplausos estallan y todos se ponen de pie, el primero en hacerlo fue mi novio, Ian, seguido de mi preciosa familia.

—Bravo ¡Bravo mi amor! ¿Saben? La bailarina talentosa de allí en frente es mi hermosa novia, ¡Ana Camila! —me presume Ian en voz alta, mientras continúa aplaudiendo. Entonces yo deshago mi pose y me sonrojo, pero de inmediato exclamo:

—¡Mi cielo! Esta coreo iba dedicada para ti —y le lanzo besos al aire, aunque siento ciertas miradas detrás mío por parte de las otras bailarinas.

—¡Ana Camila! ¡Ana Camila! —Grita en coro toda mi familia mientras aplauden y yo gritó unos ¡uuh! de victoria junto con ellos: Papá, mamá, mi novio, mis dos hermanos menores, mis tres primos, mi abuelo paterno y mis tíos. Sí, vaya, es una grande y muy unida familia la que tengo.

Sin ánimos de presumir, soy consciente del talento que tengo como bailarina. Y si estuve con el papel principal en esta coreografía, fue porque nuestra coreógrafa vió potencial en mí, y como que eso no les agradó mucho a mis otras compañeras. Y nopi no, no tuve preferencias de la maestra ya que ella por más cordial que sea, exige mucho en cuanto al baile y es totalmente imparcial a la hora de ensayar.

Es entonces que nuestra susodicha coreógrafa irrumpe en el escenario.

—Bravo, bravo mis chicas —dice aplaudiendo y tomando posesión del micrófono. Entonces todos toman asiento—. Bien, como ustedes bien saben esta fue la última presentación de Ana Camila y nuestras hermosas bailarinas en la ciudad ¡Así que varios aplausos más! —Entonces todos vuelven a estallar en aplausos, pero estos no duran mucho. Vuelvo a sentir las miradas, a decir verdad me siento un poco culpable, yo tampoco sentiría muy lindo que antepusieran a alguien más que a todas que pusieron el mismo esfuerzo, pero yo no lo decidí así—. La próxima presentación es dentro de un mes y será en… —se hace silencio— ¡Madrid, España! —y todos vuelven a aplaudir, mientras las chicas y yo gritamos entusiastas.

—Y yo seré el primero en la fila eh —dice Ian, dedicándome una galante sonrisa, y yo le mando otros besos al aire.

—¡Ana Camila, Ana Camila! —Vuelve a canturrear mi familia, y yo no puedo evitar sentirme más orgullosa.

—Así es cuando el ego se te sube —oigo murmurar a Sanely, una de mis compañeras.

—Seh, es una creída y la favorita de la coreógrafa, qué se puede esperar —concuerda Janeth, su amiga.

Pero no eh, ni crean, no soy de las que cuando escuchan que hablan mal de ellas se quedan calladas, al contrario.

—Eh ¿Ustedes tienen algún problema conmigo? —Las enfrento, volteando hacia ellas y mirándolas desafiante. Ellas sólo hacen un agh en respuesta y entornando los ojos, con un denotadísimo gesto de fastidio. Entonces yo sonrío satisfecha y vuelvo a voltear al frente.

Par de envidiosas, pero de eso no pasan.

—Donde estarán representando a nuestro país en un gran concurso internacional, el único que hay a cada año —habla entusiasta la mujer—. El premio al mejor grupo de bailarinas será un trofeo de oro y un buen reconocimiento a la que destaque entre todas —volvieron a aplaudir—. Así que, ya saben mis chicas, a ponerle todas las ganas de este mundo, todo ese entusiasmo y energías que le ponen siempre. Esos días quiero que brillen como nunca. Ahora quiero que nuestras dos bailarinas más destacadas nos digan unas palabras. Ana Camila, comienza tú —mi coreógrafa me extiende el micrófono y yo lo tomo, la sangre se me sube a las mejillas, pero de la pura emoción.

—¿Cómo está mi gente bella? —Les pregunto animada, y todos responden con un uuuhh—. Yo emocionada y nerviosa les confieso, pero felíz. Estoy muy agradecida con Dios, con mi hermosa familia y mi guapo novio, Ian —le vuelvo a enviar besos al aire y él me saluda—. Mis padres de pequeña me metieron a cursos de ballet, como un ligero pasatiempo, pero pasando el tiempo esto se convirtió en una pasión para mí, mi vida, y cuando les comenté que a esto quería dedicarme toda la vida, además de la gimnasia rítmica, ellos no me dieron la espalda, no me juzgaron, no me dijeron que lo tomara como segunda opción, al contrario, me apoyaron incondicionalmente, me animaron, y lo más importante, me ayudaron a llegar hasta aquí, fueron conscientes de mi talento y sin todos ustedes esto no habría sido posible. Gracias, o qué digo, mil, millones de gracias —entonces otra vez los aplausos y las palabras de aliento de mis seres queridos—. Y también gracias a Verónica, nuestra exigente coreógrafa, porque gracias a esas exigencias, esas noches en vela, esa pasión que le pone a todos los ensayos, estamos todas nosotras aquí —le sonrío a la susodicha.

—De nada, pero este mérito se lo ganaron ustedes solas Ana Camila, por ponerle tanta pila y corazón mis talentosísimas chicas.

—Usted nos dió ese ejemplo de perseverancia. Y gracias a ustedes eh también, porque cada una por su cuenta no lo habría logrado. No sientan que las opaco, al contrario, somos un equipo, y si una falta todas con ella —y es la verdad, no me gusta hablar de dientes pa fuera, si hay una virtud que soy consciente que tengo es la sinceridad, decir siempre la pura neta. Por más envidiosas que sean algunas, les agarré cariño a todas—. Y a ustedes también querido público, pues ¿Qué sentido tendría esta presentación sin ustedes aquí? Gracias —y de vuelta a los aplausos.

—Y ahora continuamos con Loretta, otra de nuestras excepcionales bailarinas…

Luego de las palabras de Loretta se mencionó a los auspiciadores y culminó la presentación. Al final Vero nos dió las felicitaciones en persona y llegó la hora de irnos.

—Felicidades mi princesa —papá me da un beso en la frente—. Lo hiciste estupendo.

—Como siempre, mi nieta todo un orgullo —dice mi abuelo, aclarar que él está en silla de ruedas, no porque esté inválido, tiene debilidad a la hora de caminar. A la par el resto de la familia continúa felicitándome.

—Brillabas en el escenario tesoro —mamá toma de mis manos.

—Y no es por contrariarte eh —dice Ian— pero en serio opacaste a las otras chicas —susurra con una sonrisa.

—Ian, te van a oír —le advierto, pero con una sonrisa delatándome.

—Pues que oigan, tu madre tiene razón ¡Mi novia fue la que brilló en el escenario, mi hermosa Ana Camila!

—Ian, ya para, ya para… —le pido entre risas. ¿Se puede tener un novio más galante?

—Sabes que no puedo parar, me llenas de orgullo —me toma de las manos.

—Y tú a mí. Porque siempre estás aquí, conmigo —entonces nos besamos tiernamente. Además de mi hermosa familia Ian es una de las más grandes bendiciones que tengo en mi vida. Llevamos casi tres años de noviazgo.

—Ya, ustedes, par de tortolitos, me guardan esa azúcar para más tarde porque debemos ir a festejar —interrumpe mamá.

—Oh, tiene mucha razón querida Ofelia —Ian abraza a mi mamá por la espalda, aclarar que mi novio no le dice a ella suegra o doña, mi madre no le permite llamarla así, adora a Ian. Y él a papá si le llama don, pero vaya que son confidentes.

No puede irme mejor en la vida, no seremos una familia bañada en dinero, pero lo tenemos todo, una economía estable, somos unidos y felices.

—Vamos a comer las hamburguesas que te prometí Anita, esas que te encantan de ese lugar, Mac, Macsoras… —intenta acertar papá, pero lo interrumpo.

Burguer King papá, recuerda que McDonald's ya no hay en la ciudad, y tampoco es Macsoras pá —me río.

—Ya sabes que tu padre es un viejo ignorante —repone mamá, pegándole en la cabeza mientras Ian y yo reímos más.

—No te hagas mujer, que tú también me preguntabas lo mismo —repone papá mientras se reacomoda los lentes.

—¿Yo? ¿Cuando?

—Sí, ayer.

—¿Ayer?

—Típicas peleas de pareja —repone mi tía Jessica, la hermana menor de mamá, entornando los ojos.

—¡Si yo también me preguntaba lo mismo! Es que estás cosas raras de la juventud, de la nueva generación o que sé yo —protesta el abuelo.

—Y tampoco me gusta que me digas Anita apá, me haces sentir una niña —interrumpo haciendo un puchero y cruzándome de brazos.

—Es que eso es lo que serás siempre, la niña de los ojos de papá —me abraza aferrándome a su pecho.

Neh, tú tan sobreprotector como siempre —repongo en un audible murmuro.

—Y a propósito ¿Dónde están los niños? —Pregunta mamá poniendo sus manos en la cadera.

—No se preocupe Ofelia, que allí viene el terremoto —señala Ian y en efecto, ahí vienen corriendo mis hermanos, Mateo y Stella, de once y ocho años respectivamente, y mi pequeño primo, Lucas, de cinco años.

—¡Felicidades Ana Cam! —Me abrazan de sopetón los tres niños.

—Oh, calma calma, que no panda el cúnico —bromeo sonriendo.

—Tía Cam —llama mi atención Luquitas.

—¿Sí, tesoro?

—Para ti —me extiende tres margaritas.

—Gracias, mi amor. Prometo que no bien llegando a casa las pongo en agua.

—Estuviste maravillosa Ana Cam, de grande, quiero ser como tú —me dice Stella con una orgullosa y tierna sonrisa—. Aunque, tú eres muy bonita, y a mí no me va tan bien en las clases de ballet como a ti —confiesa con tristeza.

—Oye oye, tú también eres muy bonita Stella, y más que eso, hermosa, bella. Y lo del ballet no lo haces mal, sólo te falta practicar un poquito más. ¿Te late que en la casa ensayemos con un ritmo diferente? —Le propongo entusiasta, agachándome a su altura y tomándola de las manos.

—¿Será fácil?

—Facilingo.

—¡Entonces me late!

—Genial.

—¿Qué Tomás no sale del baño todavía? —Protesta Susana, mi tía por parte paterna, la hermana mayor de papá. El tío Tomás obviamente es su marido, y ahí viene saltando y agarrándose el pantalón jeans.

—Aquí estoy ¡Paciencia mujer! —exige el susodicho mientras termina de abrocharse el cinturón.

—Encima cochino, eso se hace en el baño —lo reprende en susurros.

—Pero con tanta prisa, luego vé cómo te pones.

—¿Cómo me pongo, cómo me pongo? Tú solamente te encierras a leer, periódicos allí.

—Claro, periódicos, sabes que ando mal de las tripas Sussy —habla el tío Tomás entre dientes.

—Ajá, sí, seguro, tu mal eterno —ironiza ella—. Muestrámelos ¿dónde los escondes? Muestrámelos —revisa al tío.

—¡Que no hay periódicos mujer!

—Seguro los dejaste por allí, te conozco. O estabas chateando con otra, dime ¿Estabas chateando con otra? —Tía Sussy pone sus manos en la cadera.

—¡Y que no! Déjame en paz Susana —y ya se enojó.

—Ajá sí sí, ya hablaremos en la casa que con tus tonterías echaremos a perder el festejo de mi Ana Cam —me sonríe.

—Tonterías, si el que no para de chatear es tu hijo —señala a José Alberto, mi otro primo, que recién cumplió los dieciocho.

—Y tú también Juancho, deja ese aparato del demonio o te lo voy a decomisar —le arrebata los auriculares de los oídos.

—Que no soy Juancho mamá, me llamo José Alberto —rezonga de mala gana. Mi primo siempre fue raro, es un tipo emo, siempre abstraído, tímido y reservado, con sus audífonos y capucha.

—Para la familia siempre serás el Juancho, y ya, por hoy te me quitas esa capucha que pareces maleante. Hoy celebraremos a tu prima y al menos quiero que estés presentable.

—Que ya mamá —se aleja.

—Y tú, ya para de tanta selfie Eleanor —le pide tía Jessica a mi prima, la cual tiene catorce años—. Y ya nos vamos mi Luquitas —Lucas es el hijo menos de tía Jessie.

—Tienes razón má. Faltan algunas con Ana Cam —repone ella, mientras me obliga a participar de sus selfies—. Y en este momento subo las fotos a mi face e instagram, para presumir que soy la prima hermana de la bailarina más famosa del país —sonríe satisfecha.

—Ay, tampoco es para tanto Ely —creo que mi ego está a punto de explotar, por más lindo que sea no me gusta ser vanagloriada tanto.

—Por supuesto que sí, es el precio de la fama —repone sin desprender ya sus ojos de la pantalla, entonces yo entorno los ojos con una sonrisa. Adolescencia.

—¡Ya me rugen las tripas! ¿Pues a qué hora? —protesta el abuelo.

—Concuerdo con don Roberto, ya ansío comer unas deliciosas hamburguesas —repone Ian.

—Pues ya vamos —dice mamá y todos nos dirigimos a festejar.

Y esta es mi loca y gran familia, sólo falta mi tío, el hermano menor de papá que tiene veintisiete años, el soltero de la familia además de tía Jess, pues ella se divorció cuando Eleanor cumplió nueve años. Aunque mi tío es como un hermano mayor para mí.

Yo tengo veintidós años, y mi vida no puede estar marchando mejor.

¿Qué podría cambiar?

®

Y… ¡Chán! Este es el estreno oficial de «¿Cómo perdonarte?» Una novela que estará llena de dolor, sufrimiento, resentimientos y lágrimas aunque no lo parezca tanto. Claro, con su respectiva comedia.

Para la familia de Ana Camila me basé un poco en la de «Avenida Brasil» esa novela brasileña, aunque la mayoría tiene mis toques originales ;-). Reirán mucho con ella.

¿Quieren saber qué pasa en las vidas de Gerardo y Ana Cam?

No dejes de seguir la novela :-D

¡Les mando besazos mi gente bella! :-*

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro