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EPÍLOGO/PORVENIR

La  ceremonia está a punto de comenzar. Todos ocupan su lugar en el jardín de la casa Oramas. 

     Todo tan bonito, todo tan blanco.

     Mira que yo me opuse con todas mis ganas, y quise al menos que algo fuera de color morado, pero nada, ya había quien opinase por mí. 

     Me costó hacerme entender, que esto no era lo que yo quería, —un par de tormentas, una ventisca e incluso una nevada extraña, para estar en las Islas Canarias, en el pasado mes de enero, hace seis meses—. Pero ni aun así conseguí imponer mi voz con las tres brujas que conforman mi familia. Y si contamos que tenían de aliados a Jonay y los niños, pues  de menos me sirvió. 

     Hoy soy la madrina de Embar.

     Bueno, entiende por madrina la bruja que será su maestra en cuanto cumpla los doce años, para descubrir su poder, o la que a los dieciocho le dejará tocar y experimentar con el libro de la bisabuela Lucrecia. Su tía Casandra ya se encargará de enseñárselo a escondidas en cuanto aprenda a leer, ya verás.

     —Estás muy nerviosa, cariño, prométeme que no lloverá —dice Jonay a mi lado,  junto al caldero que hará las veces de bañera, en el que sumergiremos el cuerpecito de Embar en ofrenda a Hécate,  Circe y Medea.

     No es justo. Él viste sus preciosos pakistaníes, esos que me vuelven loca, y esta vez de color verde caqui, mientras que a mí se me ha negado la opción de hacerlo de morado. Belatrix ha querido que su aura blanca sea la que proteja a su hija y yo como maestra he de respetarlo.

     —Pues no lo sé, dije que no quería esta responsabilidad, que Ágata está más capacitada para hacer de madre.

     —Recuerda que con Naizet y Naira te sale muy bien —contesta sonriendo al tiempo que pasa su nariz por mi cuello.

     —Eso es porque su padre hizo el trabajo sucio con ellos, yo soy la bruja buena. Tenías que haber conocido a ese tío cuando llegué, el Yeti era un lindo gatito a su lado, ¡que peste a pis de ogro tenía!

     La carcajada de Jonay despierta la sonrisa de los invitados a la ceremonia. Son pocos, pero bien escogidos, mi familia, la que ha ido llegando a Lanzarote para quedarse a vivir aquí. 

     Yo fui la primera, de hecho no abandoné nunca la isla, solo me instalé en el pueblo para que la relación con Jonay comenzara siendo lo más normal posible, claro, y para que no tuviéramos que dar explicaciones a los niños cuando nos viesen salir del dormitorio del otro. Una relación normal, sí, pero con muchas ganas de tenernos, y que si me apuras y Jonay me sigue besando el cuello así, consolidamos en su habitación antes de que llegue Belatrix con la pequeña Embar.

     Luego le tocó a Casandra, a primeros de año, tras nacer nuestra sobrina y asegurarse de que Belatrix no corría peligro en el parto, la que se vino hace dos meses porque nos echaba de menos.

     A Casandra no le costó dejar su trabajo de camarera en Madrid cuando aquí en la isla hay tanto hotel y restaurante en el que servir. Optó por el comedor de Airam, total, esos dos parecen ya los nuevos siameses de la familia, que trabajasen en el mismo lugar era cuestión de tiempo y de lo pervertido que son cuando están juntos. Ahora ella se encarga de los espectáculos que promueve la asociación benéfica para recaudar fondos.

     —Airam me ha garantizado un baile al finalizar la cena, cuando los niños duerman. —Casandra nos interrumpe con una broma que nos hace reír a Jonay y a mí, recordando aquella vez de las rocas en Famara, con ese bailecito sexi. Cosa que Airam no pilla todavía puesto que pregunta alarmado que cuando dijo él nada de eso—. Tranquilo, cariño, será un pase privado, no queremos que mis hermanas se emocionen y traigan más brujas al mundo, por ahora, ¿verdad, cuñadito? —dice mirando a Jonay con su batir de cejas.

     —Tú encárgate de tus propias brujas, que yo lo haré de las mías —le reprendo para que no asuste a Jonay.

     Pero ella ya ha sembrado ese temor en él.

     —¿Cuántas serán exactamente? —me pregunta cuando ellos se jan marchado—. Porque lo sabes ya, ¿verdad?

     Me hago la despistada, encogiendo mis hombros.

     —Solo dos niñas, pero si Ágata las vio  en sus catástrofes, da por hecho que será como alimentar y educar a media docena.

     —¿Media…?

     —Pero todavía podemos darle alguna a Rayco y Ágata para criarla —le digo yo riendo—, se ve que se les dio bien con nosotros.

     Jonay niega con  la cabeza, sonriendo. me agarra de la cintura para poder besarme. Como él quiere acariciarme el rostro, yo echo las manos a sus hombros.

     —A Rayco le pillará mayor y se dejará engañar con cualquier cuento. Prefiero a tu cuñado, míralo, se le cae la baba con Embar.

     —Normal, será la única que tenga —digo al verlo hacer gestos cómicos a su hija—, y no la dejara en manos de ningún indeseable.

    Ambos permanecemos unos segundos callados al pensar en la misma persona.

     —¿Qué es lo último que sabes de él?

     Como Ágata ha sido la última en abandonar Madrid, debido a la plaza de enfermería que solicitó en el hospital de aquí, y que le dieron hace solo tres semanas, las noticias son muy recientes. Y supongo que serán las definitivas.

     —Ha desarrollado delirio de persecución y cada noche acude a dormir a una iglesia.

     El abrazo que me da Jonay me reconforta, ojalá el día que lo internen encuentre la paz.

     —Vamos a empezar el rito, Driz, colócate a nuestro lado.

     Belatrix se acerca a ponerme en brazos a Embar. Mi hermana está preciosa, y yo sigo teniendo debilidad por su aura tan bonita, tan limpia, la que seguro ha heredado mi sobrina hasta que sus tías locas le demos un poco de la nuestra.

     La niña me sonríe. La muy hija de su puñetera madre, y espero que no lo haya hecho queriendo, se ha meado encima de mí. Y como la muy brujita va desnuda para que su cuerpo entre en verdadera unión con la sangre de las diosas…, pues eso, que me ha puesto chorreando. Pero me río con  ella, la ropa blanca era de  Belatrix, si me llega a estropear el último vestido morado que me regaló Jonay y que le costóun pastón, hago que su padre me compre tres por daños morales.

    Jonay se aleja muerto de risa, esto es solo para las chicas Yriarte, y va a situarse con los hombres, y sus hijos, unos pasos por detrás de nosotras. 

     A Nayzet le encanta la fiesta y quiere para su cumpleaños número doce, en dos meses, cuando precisamente se gradue de "aprendiz de brujo humano",  una piscina igual, llena de sangre. Su hermana, que es mas práctica, le ha tapado la boca para decirle que mejor la llenan de batido de fresa y así pueden beber desde dentro.

     —Mooolaaaa —dice él provocando nuestras risas. 

     Todas menos las de su padre, él que me acusa a mí con la mirada de consentirlos con el dulce y las golosinas azucaradas e industriales.

     Yo todavía lo miro a los ojos, enamorada,  y le mando un beso enorme con morros descarados, mientras le sonrío.

     —Te queda muy bien, orco.

     —Sí lo dices por la mancha de pis, Ágata, no tiene ni puta gracia. Está niña estará podrida.

     Ella sigue riendo.

     —Hablo de la complicidad, madre e hija.

     —Menos mal que lo comentas, Ágata, creí que se me había roto la bola, porque no pensé que fuera tan pronto —Y Belatrix corrobora algo que no me gusta.

     —¿Vosotras también la habéis olido? Es como cuando mamá la tuvo a ella, todavía lo recuerdo. La cabrona huele a cerezas y a césped recién regado.

     —Dejad de hablar de mí, y no me enfadéis. Me ha costado meses controlar mi poder, pero puedo hacer que llueva ahora y os joda la fiesta en el jardín.

     —Meses de autocontrol y sigues siendo tan fácil de picar como cuando eras niña —me dice mi hermana mayor.

     Y yo no puedo matarla porque tengo una niña de seis meses en brazos, que encima me putea quedándose dormida.

     Esto de ser la pequeña de la familia ya me cansa. Ahora sí que me alegro de ser la maestra de Embar, se van a cargar en el futuro cuando la ponga a ella de mi parte.

     —Utiliza tus recuerdos regresivos, Driz —me pide Ágata.

     —Sí, pero con Jonay, por favor, y solo los polvos de este último mes, que no quiero que mi hija pueda oir los detalles.

     —¿Los qué? —pregunto alucinada de que Belatrix hable así desde que parió.

     —Tus hormonas, guapa, que estás de gonadotropina hasta las cejas. —Y esa no es Ágata con sus estudios de enfermería, sino Casandra con  su nariz.

     Y al oír el nombre de esa hormona recibo un recuerdo, tan presencial como real, nada de periferia. Porque soy yo la está en la playa con  Jonay dando rienda suelta a nuestra noche de hogueras particular en el agua.

     —Pero si de eso solo hace dos días, estaréis confundidas.

     —¿Qué ocurre, por qué no empezáis?

     Rayco se preocupa y con razón, llevamos un rato debatiendo mi vida sexual, mis calentones nocturnos en la playa y sin condón.

     —A ver cómo le dices que va a ser abuelo de nuevo, porque lo matas del susto. Y no cuentes conmigo, él me quiere  —me dice Ágata al oído.

     —¿Tú  crees que se enfade mucho? —pregunto preocupada mientras miro a Rayco, mi posible embarazo ya pasa a emergencia familiar de segundo nivel.

     El hombre ya se sube a una tabla sin problemas, pero cada vez que lo hace le cuesta más recuperarse. Y el día de resaca marítima, mientras solo puede bañarse en la piscina, es cuando le oigo maldecir a gritos su fortuna, su sabiduría y sus canas atractivas, las que vendería al diablo, junto a su alma, por veinte años menos.

     —Vamos, chicas, que es para hoy, el sol se pone —dice Rayco pendiente del reloj y del cielo.

      —Para unos más que para otros, ¿no, abuelo?

     Le doy un pisotón a Casandra, pero bueno…, ¿Ágata no me habló al oído?

     —Estáis muy raras, vosotras —dice Jonay.

     —A ver, familia, es el día de Embar, no lo estropemos con otras noticias —digo en un intento de desviar el tema. ¿Es que no voy a poder decirle a Jonay que estoy embarazada, a solas?

     —Ah, no, mi hija tendrá su fiesta, no te preocupes, tú puedes decir lo que quieras, cuñadita.

     —¡Tú! —me dirijo a él,  con cara de pocos amigos,  este lo sabe igual que mis hermamas.—, que sepas que eres mi cuñado número tres después de esto.

     —No importa, seguro que soy el padrino número uno de uno de ellos.

     —¿Ellos? —digo en grito. Y es cuando él se lleva el pisotón de Belatrix.

     —A ver orco, la semilla Oramas es lo que tiene —dice Ágata orgullosa de tener a un Oramas para ella solita cada noche, porque además se ríe.

    Me las paga.

     —Rayco, dice Ágata que vas a ser abuelo de mellizos, y que serán varones esta vez. No sé qué se hace en estos casos porque siempre fuimos mujeres, así que te espera una gran enseñanza por su parte y tendrás que soportar que quiera malcriarlos ella cono una gran abuela que es.

    A Rayco le entra un ataque de ansiedad y tiene que ser asistido por su enfermera y las dos hermanas de esta, con la ayuda de los dos hombres que lo cogen en peso para llevarlo al interior de la casa, mientras que los niños llaman a la tata para pedirle agua para su abuelo. 

     Jonay se acerca a mí sonriendo cuando todos entran a la casa. Besa la cabecita de Embar y luego mis labios.

     —Eso de la visión en la que eran dos, ¿es por los niños o los embarazos?

    Me río en complicidad con él.

    —Será divertido averiguarlo, ¿no te parece? —le digo atrayendo su boca a la mía. Mierda, no hay nadie aquí fuera para darle a la niña y poder así acariciarlo.

     —Que me gustará más practicarlo hasta entonces. Cada noche contigo, y en esta casa, señora Oramas.

    Vale, Embar va al carrito, que nosotros tenemos que subir a nuestra  habitación.

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