9. Familia unida
Son las diez de la mañana y no consigo abandonar la cama. Jonay agotó todas y cada una de mis neuronas anoche, cuando quiso tomar una copa en el jardín, al acabar mi cena. Sí, hoy no solo estoy cansada, también tengo resaca. Pero es que dejar de beber para ir a dormir significaba dejar de hablar con Jonay, por supuesto también era dejar de besarlo y acariciarlo, y oye no soy gilipollas, borracha a lo mejor, pero gilipollas no.
Menos mal que es sábado.
La cabeza me va a estallar con el sonido del móvil, que suena en algún lugar del dormitorio.
Me levanto para tratar de reventarlo contra la pared, pero me contengo las ganas al ver que es Ágata y que de no localizarme molestaría ella misma a Jonay.
—Driz, cariño, esperaba tu llamada.
—¿Y por qué no has esperado y llamas tú primero?
—A ver, orco, porque estoy preocupada.
—¿Es que has soñado conmigo? —pregunto inquieta. Capaz, y me ha visto besar a Jonay.
—Me ha llamado el Guano.
Esa era la segunda opción que no había querido aceptar, pero que estaba ahí.
De nosotras cuatro ya dije que Belatrix es la única que no sirve para insultar. Ágata no es tan borde como puede serlo Casandra, y no emplea tanto símil como puedo hacerlo yo, pero es igual de práctica y agresiva.
—¿Qué te ha dicho Santi esta vez?
—Que le has pedido que no te vuelva a llamar, y a continuación lo has bloqueado para no saber de él.
—Era de esperar, ¿no?, terminamos porque se tiró a su compañera de trabajo.
—¿Y por qué has esperado a hacerlo esta mañana?
—Pues mira, quizás haya madurado al sol de Canarias.
Siempre supe que Santi era un quejica llorón y consentido, y esto solo viene a corroborarlo. Ha molestado a mi hermana mayor, sabiendo que es como una madre para mí, para dejarle pegado todos sus mocos.
Al despedirme de Jonay en la puerta de mi habitación supe que era el momento de deshacerme de mi dependencia de Santi, así que le envié el mensaje castrador. Corté por lo sano con el último vínculo que me unía a él. Su contacto telefónico, a miles de kilómetros.
—Mucho has tardado en hacerlo, cariño.
—Y que me dé las gracias por no haberle hecho un conjuro que encoja su pene.
Ágata ríe.
—Da gracias tú de que no cargas con esa imagen en tu memoria, ha de ser espeluznante.
—Gracias a ti, orco, necesitaba este apoyo con Santi —le digo riendo con ella.
—Siempre lo has tenido, y de todas nosotras, ¿o ya has olvidado cómo Casandra hizo que todas esas palomas cagasen sobre su coche?
—Era un descapotable, joder.
El que nos oiga reír así nos tacharía de locas, yo sé que lloro de la risa y ella seguro que también.
—Al Guano, lo que es del Guano. Un mes de limpieza fue poco para ese mierda.
—Nunca debimos dejarla quedarse con el libro de la abuela —digo sin parar de sonreír.
Cuando éramos pequeñas -ella con catorce años y yo con ocho-, Casandra me acusó falsamente con mis padres de haber "practicado" con las recetas de cocina de la abuela Lucrecia, las que en realidad ella extrajo de un libro elaborado a mano por nuestra tatarabuela, un siglo atrás. Toda una reliquia familiar. Pues bien, en ese momento, en el que mamá se asustó tanto por mi supuesta imprudencia, o papá me prohibió tocar ese libro hasta los dieciocho, como habían hecho Ágata o Belatrix, se lo regalaron precisamente a Casandra, para que estuviera en las mejores manos de la familia.
—¿Bromeas? No puede estar en mejores manos. —responde Ágata y yo sonrío al pensar en mis padres, ¡se les parece tanto!—. El cerebro de tu hermana es ambiguo en su siniestra diversión. Belatrix lo tendría escondido bajo siete llaves, asustada por estropearlo, tú ya lo hubieras arrojado al fuego con ese temperamento tuyo y yo lo hubiera cuestionado en cada conjuro sin sacarle partido alguno. Casandra solo disfruta de él.
El silencio que se hace ahora deja paso a la verdadera razón de su llamada. La que sé de sobra.
—¿Me aconsejas ya de Jonay o tengo que rogarte?
—Tómalo con calma, Driz. Acabas de dar un paso importante con el Guano, pero tus entrañas no sanan todavía. Y si Jonay se mete en ellas ahora, puedes confundir tus sentimientos.
—Recuérdame por qué sigues soltera, eres muy buena en esto de las artes oscuras del amor —pregunto agradecida por tanta sabiduría.
—Porque aún no conozco al diablo que me haga levitar.
Sus palabras me hacen sonreír, pobre de aquel que ponga sus ojos en ella.
—Yo he tenido que besar a muchos murciélagos antes, quizás debas probar tú.
—Y también has comido mucho guano. No , gracias.
—En algún momento se toca fondo. Después de Santi ya nada puede ser peor, ¿verdad?
Las risas nos vuelven cómplices de una conversación más relajada, una que le hace a ella hablar de lo estresante de su trabajo de enfermera, una que hace que yo le cuente del mío como contable, de mi vida en la casa de los Oramas y de lo ocurrido con Jonay.
—¿Y no te da curiosidad? —pregunta, seria.
—Mucha, Ágata. Hasta hace un rato no había oído hablar de su mujer en esta casa, y ha sido él quien ha tenido que hacerlo.
En mi nube de recuerdos de nuestra conversación, hace solo unas horas en el jardín, puedo ver a Jonay hablando de Faina. No tuve que preguntar nada, fue un intercambio de información. Yo le hablé de lo mal que me lo hizo pasar Santi durante nuestros cinco años de relación, él me habló de lo mal que lo pasó cuando le diagnosticaron la enfermedad a su mujer.
—Sé prudente, orco, recuerda que tus entrañas están dañadas todavía y un nuevo dolor por culpa de esa mujer puede destruirte para siempre. Cuidado con eso, quizás él no haya dejado de amarla.
—Belatrix vaticinó ese dolor —le digo, asustada, pude oír el corazón de Jonay la otra noche y no decía Faina pregisamemte en ningún momento, tan solo se podía distinguir un NO repetitivo al ritmo de sus latidos.
—Belatrix no tiene ese poder, Driz, que no te influya. Hablará más como hermana preocupada que como bruja con experiencia.
—¿Conclusión?
—Acércate a Jonay con calma y deja que él también lo haga sin necesidad de forzar el ritmo. Y no hagas nada de lo que no estés segura.
—Casandra dijo que huele a sexo entre nosotros.
—Casandra huele a sexo sin ser necesariamente cosa de bruja.
—¿Y tú?, ¿qué me visionas tú?
—Cuatro pequeños diablillos corriendo entre plataneras.
—Son dos...
Y entonces parece que he aprendido a contar hoy por primera vez. A ver, utilizo los dedos y... ¡dos más dos son cuatro!
—¡Ágata, no juegues conmigo!, ¿qué coño has visto?
—Eres tan predecible, orco, y tan fácil de picar —dice muerta de risa.
Y cuelga el teléfono justo a tiempo de que su risa me pueda partir el tímpano.
Es imposible que haya visto mi vida en el futuro junto a Jonay, me niego a creerlo.
En hora y media estoy lista para ir con la familia Oramas al partido de Naira. Ha sido llegar al coche y recibir el guiño de ojo de Jonay antes de que él entrara también. Como consecuencia de su descaro he enrojecido al punto de llamar la atención de Nayzet.
—¿Sigues enferma, Drizella?
—¿Por qué me lo preguntas, cariño? —le pregunto yo poniéndome ya el cinturón. Voy sentada atrás con él y su hermana, junto a la ventanilla. Rayco está delante de mí.
Y no puedo evitar pensar en la salida fallida a la playa de hace dos semanas y en lo que ha cambiado la actitud de Jonay conmigo desde entonces.
—Es verdad, Drizella, estás muy roja. —La cabeza de Naira se asoma desde el otro lado del coche para darle la razón a su hermano.
—Serán los nervios por tu partido, preciosa —le digo yo, restándole importancia. ¡No puedo decirle que su padre es quien me ha hecho esto! A su edad todavía debe jugar al fútbol y no andar pensando en rubores de miradas sexis.
—No tienes por qué, seguro que ganamos. Tú eres la bruja, algo harás.
—¡Naira!
La voz en grito de Jonay, en este reducido espacio, hace que todos los que estamos atrás paguemos un bote de la impresión. Intuyo que se ha enfadado de repente.
—Como broma, ya está bien.
—Pero, papá, no es broma.
—No. Estás en ese equipo por méritos propios. Y ganarás o perderás por tus capacidades y las de tus compañeros. Drizela no puede hacer nada que te favorezca.
Vaya, eso me ha creado un gran dilema. No sé si Jonay intenta educar a su hija en el esfuerzo, constancia y compañerismo tan necesarios en el deporte, para hacerle creer en sí misma, o por el contrario es él quien piensa firmemente que todo es una broma y que yo no puedo hacer nada por darle la victoria a Naira.
Ya me lo dijo anoche, no conseguiré que crea en la magia, le divierte mi manera de hablar, pero hasta ahí.
Las risas que nos acompañaron al inicio del trayecto se convierten en un incómodo silencio que Rayco trata de romper con sus risas.
—Bien, Naira, mi niña, estás sola en esto, ahora sí tendrás que sudar la camiseta.
—¡Rayco!
Pero de nuevo Jonay quiere cargarse el momento familiar, al igual que hacía con sus mejores gritos de Yeti cuando lo conocí.
Al llegar al campo de fútbol, Naira corre en busca de sus compañeros mientras yo ayudo a Rayco a salir del coche. Parece mentira que en solo dos semanas de terapias él ya tenga control sobre sus piernas y pueda echarlas abajo del vehículo.
Me ha venido bien esta distracción, ahora mismo no quiero mirar a la cara a Jonay, y no porque puedan volver a ruborizarme sus demostraciones de afecto, sino porque estoy apenada con él y su falta de creencia en mí.
Hoy Nayzet no quiere jugar con su abuelo, prefiere llevar su silla como todo un enfermero improvisado y eso me deja a mí sin excusas para seguir esquivando a Jonay. Los dos caminamos, juntos, detrás de la silla de Rayco.
—Has venido muy callada en el coche.
—Lo sé, Naira necesitaba concentración antes de su gran momento —digo evitando el escabroso tema: Jonay desconfía del poder que pueda tener Drizella, que tanto me entristece.
—Pensé que era por mi discusión con Naira, precisamente.
—No es eso, Jonay. Entiendo que es tu hija y tú mejor que nadie sabrás cómo educarla.
Mis palabras relajan bastante su incómoda expresión, y lo cierto es que su sonrisa me relaja a mí. Quizás exagere un poco y mi reacción haya sido motivada por el miedo de asustar a Jonay cuando le demuestre mi naturaleza, ya que está visto que son de esas personas escépticas que no creerá hasta experimentar en sus propias carnes.
Puedo notar que su mano se acerca a mí, y con un gesto sutil de sus dedos, él acaricia los míos.
—Gracias por permitirme hacerlo a mi manera —me dice sin dejar de sonreír.
Le devuelvo la sonrisa con ternura, no debe agradecerme nada, es su hija.
Pero entonces no sería yo si me mantengo al margen anulando mi esencia, eso solo retrasaría la hostia que Jonay se pegará conmigo, no la evitará.
—Será hasta que Naira y sus amigos vayan perdiendo. Luego tendré que motivarlos con mis cosas de bruja.
—Está bien, si crees que puedes hacerlo..., pero procura que mi hija no marque más de diez goles o no habrá quien la soporte de diva.
Aunque me haya abrazado, sigue riéndose de mí, y sus risas escandalosas hacen que Rayco le pida a Nayzet que se detenga para mirarnos.
—Vaya, vaya, vaya, Jonás, ¿así que ya empiezas a descongelarte? —le dice a su hijo mientras a la que mira es a mí.
—¿Qué?
—Drizella puede explicarte mejor.
Te juro, y aunque por ello se me reserve un lugar en el cielo, que hoy se desata en este campo de fútbol una tormenta si Rayco no cierra esa bocaza que tiene.
—Nada, ni caso —le digo a Jonay—. Tu padre, que se hace mayor y no dice más que tonterías. —Y ahora soy yo la que sonríe al ver la cara seria de Rayco.
—Bruja.
—Demonio.
—Sí, y muy viejo para venir de vuelta contigo, también —confiesa enfadado.
—Que bueno que al fin lo admites.
Y podríamos estar así todo el día, sin ver partido ni nada —nosotros discutiendo, Jonay riendo al vernos—, pero una bendición nos cae encima reventando nuestra "diversión".
—Al fin veo a la familia Oramas reunida.
Bien, no son ni las doce del medio día, y a la falta de creencia que he descubierto en Jonay se le une un nuevo disgusto.
Airam está frente a nosotros, y sonríe con ganas al hablar con sus amigos. Si al menos hubiese tenido puesta una túnica de esas, larga y negra, la urticaria en mi cuello hubiera sido un gran detector de su acercamiento y yo podría haber salido huyendo antes de verlo. Pero no, ¿para qué hacerme ese favor?, este hombre viste hoy pantalón de lino blanco y una camisa de estilo hawaiano, azul, confundiéndose entre la multitud.
—Buenos días, señorita Drizella.
He sido a la única que ha extendido la mano para saludar, pero no consigue que yo le devuelva el gesto. Se la miro, ensimismada, sin atreverme a cogerla. Tan difícil no me resultó ayer y ya demostró, el hombre, que no es virulento conmigo, entonces, ¿por qué me resisto tanto?
—Airam, amigo. —Jonay, que no se percata de mi incomodidad, me saca del apuro tomando su mano para saludarlo efusivamente—. No pensé verte por aquí.
—Los chicos de la parroquia compiten en el torneo.
Con mis propios brazos, me cobijo de una repentina brisa que me ha estremecido.
—De eso quería hablarte, de la pa... —Mi estornudo, exageradamente ruidoso, hace que todos los hombres me miren, hasta el pequeño Nayzet me ha deseado salud, al oírlo. No me importa, he conseguido que Jonay no lo termine de decir.
Rayco me mira curioso por mi nefasta actuación.
—Quizás seas alérgica a comer nieve.
Lo miro como si de verdad mis ojos pudieran fundir el hielo, cosa que le produce más risas.
—Asistirás a la fiesta del lunes con tu mercadillo benéfico, ¿no es asi? Para organizarte un envío de plátanos para tus batidos —pregunta Jonay a Airam retomando la conversación.
—Por supuesto, ¿querríais ayudarme con la venta? Toda ayuda será bien recibida.
Jonay me mira sonriendo, para decirle luego a su amigo.
—No te prometo nada, Drizella no conoce todavía la playa y me gustaría que la viese antes de que se llene de hogueras en la madrugada.
¿Me lo parece o Jonay me ha guiñado un ojo? Yo ya conozco la playa de Famara y no creo que él quiera hacer surf al anochecer y enseñarme a mí, ¡oh, joder!, me sonrojo cuando lo entiendo, miro a Airam a ergonzada, ¿con estos hombres se puede hablar de sexo?
—Me imagino, la puesta de sol es maravillosa —dice Airam riendo—. Pero debéis pasaros por el quiosco, luego, seréis mi clientela vip, os invito al primero.
Tras la despedida de los dos amigos, y concretar el cierre del envío de las cajas de plátanos a Airam, continuamos hacia las gradas habilitadas para la familia de los chicos que jugarán los partidos.
Me siento entre Jonay y Rayco, aún no me he arriesgado a hablar, querrán que dé mi opinión de Airam y no puedo ensalzar la figura de ese hombre sin que me dé escalofríos.
Para mi alivio completo los jugadores ya están saliendo al terreno de juego, y todos nos levantamos a aplaudir. Espero que Naira gane y no tenga que intervenir, creo que Airam ha mermado mis facultades vin esas miradas extrañas.
—Casandra, por favor, por favor, por favor. Tenéis que venir las tres, convence a Ágata, ¿sí? —le digo a mi hermana con una súplica infantil.
—No es más que uno de ellos, no temas.
—Me mira extraño, joder, seguro que sabe qué soy.
—Imposible que lo sepa si no te vio en acción antes. Porque no te vio, ¿verdad? Mira que si te han visto...—pregunta dudando de mí.
—Noooo, claro que no, la tormenta fue la noche anterior, aún no lo conocía.
—¿Y dices que pudiste tocarlo?, ¿Cómo es?, ¿quema?, ¿te dio asco?
—No, lo toqué como lo haría con cualquier otro.
—Bueno, cualquiera no, que con Jonay te pasas tocando, guapa.
—Para hablar de Jonay hubiera llamado a Bel, al menos ella me motiva, no me hunde. Quiero hablar de Airam.
—Ya te he dicho cómo.
—Evitarlo no será suficiente, es amigo y consejero espiritual de la familia.
—¿Existe eso todavía en el siglo XXI?, están desfasados en esa comunidad.
—¡Ágata tiene que estar aquí con vosotras, porque si no bloqueamos su ataque, juntas, ese hombre me delatará con Jonay.
—En algún momento Jonay sabrá que eres bruja, no te alarmes.
—Pero lo veo muy pronto para sus creencias, todavía nosotros no... bueno, es que todavía él y yo...
—¿No? —pregunta sorprendida-, Driz, cariño, sabes que solo si intercambias elementos con Jonay, será más fácil que acepte tu naturaleza.
—Ya, pero nos besamos anoche por primera vez, dame tiempo.
No sé ni para qué la he llamado, ella debió mantener su palabra y seguir enfadada conmigo como para no descolgar el teléfono.
—¡¿Tiempo? —grita desesperada ahora-, vamos, orco, hasta Belatrix fue más lanzada con tu cuñado para su intercambio de pareja.
—Él es un friki del esoterismo mágico, cree que también tiene algo de brujo, por Belcevú, Cas, no los compares.
—Sí, me encanta ese tío, ¡qué ojo tuvo Belatrix!
—¡Estamos hablando de Jonay!
—¿No era de Airam?
Desde que llegué a Lanzarote parece que mis hermanas se han vuelto gilipollas. Quizás sea por la distancia a la que me encuentro, que no son capaces de interactuar conmigo tan lejos.
—A ver, cariño, necesito que Ágata venga para que seamos las cuatro contra Airam, para que yo tenga tiempo de ir preparando a Jonay hasta que abra los ojos, ¿qué parte se te escapa de mi lógica?
—Toda. Ponte ese sujetador morado que tanto le gusta y llévatelo al infierno. Eso será mucho más fácil a que ella pueda cambiar vacaciones a última hora con sus compañeros del hospital y presentarse a tomar el sol en una isla paradisíaca.
—¡Estamos en peligro, ¿no lo ves?!
—Estás, orco, estás. Tu hermana estará muy bien en Madrid, claro que pensándolo mejor, el asfalto a cuarenta grados también la puede hacer arder....
—¡Por eso tiene que venir con vosotras, joder!
¿Qué? Jonay ha acudido a mi grito, me observa con el picaporte de la puerta todavía en su mano. ¡Pero bueno!, ¿esta habitación no estaba escondida bajo las escaleras, al final del pasillo? Eso me pasa por no haber esperado a encerrarme en mi dormitorio para hablar con Casandra y haberlo hecho desde el despacho de Rayco, cuando hemos llegado del partido de Naira. Ah sí, ella y sus amigos ganaron, pero ahora no puedo pararme a contar eso, Jonay se enfadaría si descubriese que soplé varias veces para meter ese puñetero balón en la portería.
Estupendo, y el resto de la familia lo ha seguido hasta aquí, está igual de alarmada.
—¿Qué ha ocurrido?, ¿quién está en peligro? —pregunta preocupado Jonay.
Tapo el teléfono para que Casandra al otro lado no se entere de nada.
—Mi hermana —digo enfadada, demasiado.
—¿Cuál? —Quiere saber Rayco.
—¿Eso importa? —Jonay insiste en el tema peligro.
—Pues claro, según la que sea será o no más peligroso.
—¿Qué estupidez es esa?
Mira, al menos parece que ya no me considera una broma. Mi condición, y la de mis hermanas, ha pasado al término de estupidez para él.
—A Casandra no hay que creerla mientras habla, juega al despiste con cualquiera, le divierte volver loca a la gente, y si ella es la que está en peligro, escóndete porque desatará su furia para salir airosa. Es mordaz, pícara y con un toque infantil en sus actos.
—Ya —dice un incrédulo Jonay.
—Belatrix por el contrario es más calmada, pero igual de intensa, es de las que no ves venir cuando ya está imponiendo sus teorías macabras para defenderse a ella y a los suyos. Es timida pero no por ello tonta. El peligro se minimiza si ella está presente.
—Vaaaale —dice ahora, todavía asombrado.
—Y Ágata es la más centrada, perspicaz y maternal de todas, pero solo hasta que se siente acorralada, es entonces cuando se despierta su lado sádico, y ahí sí que tienes que huir tú, hijo.
No he sido yo la que ha descrito a mis hermanas a la perfección, sino Rayco. Lo miro asombrada de sus conocimientos sobre mi familia. Unas pocas charlas entre nosotros y captó la esencia de todas ellas.
—No me dijiste nada ayer —dice dirigiéndose a mí—, ¿Y cuál de ellas es la que va a venir?
—Todas.
—¡Rayco! —grito yo para callarlo.
Si el pobre no cree en una, en cuanto vea que somos cuatro brujas le resultará del todo imposible de digerir, me lo cargo antes de tiempo.
—¿Todas? —dice tosiendo a continuación.
Tengo que golpear su espalda con delicadeza para que no se atragante. Las risas de Rayco nos desconciertan. No espera a que yo diga nada más, se da la vuelta con el manejo magistral de su silla para llevarse a los niños con él, y nos deja a Jonay y a mí a solas. Demasiado me está haciendo jurar este hombre hoy, ya me encargaré de él.
La voz de Casandra se escucha por el teléfono pidiendo saber también qué me pasa para no responderle y como ha oído a Jonay quiere saludarlo. Cuelgo sin más, total, ya estará acostumbrada desde que le ha dado por aconsejarme así de mal.
—Mis hermanas no te molestaran mientras estén aquí, de verdad. Nadie hablará de brujería delante tuya, créeme —respondo sonriendo, muy nerviosa, más asustada si cabe, y hasta a punto de vomitar.
No es que tenga nada serio con Jonay, pero nunca pensé que fuera a estropearse tan pronto. Ni veinticuatro horas ha durado, joder.
—¿Brujas?, eso es lo de menos conociéndote, Drizella —dice cogiendo mi cintura. Sonríe ya repuesto de su ataque de tos.
Al unir nuestros cuerpos lo hace también con nuestras narices evitando un beso con caricias en el roce. A mí se me olvida hasta la madre que me parió, y la que la parió a ella y toda nuestra estirpe, esa que ha atemorizado a Jonay.
—Yo pensaba en las tres mujeres que me harán la vida imposible por haberme fijado en la menor de ellas. Tres cuñadas.
También, eso de las cuñadas es de temer, pero... ¿debería añadir que son brujas o me callo otra vez?
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