8. Plan de escape
Jonay quiso hablar durante el regreso a casa, yo en cambio me propuse responder de lo más educada, con monosílabos a ser posible. Pero a su pregunta de qué me había parecido el padre Airam, tuve que faltar a mis principios y decirle que se veía buena persona.
Entonces fue cuando desaté su lengua charlatana, esa que dice Rayco que no tiene. Pues conmigo sí que le gusta hablar desde que escribí conjuros que pudieran cambiar su carácter.
—Está muy agradecido con nosotros por lo que hacemos en su comunidad. Colaboramos con él desde hace años.
—Qué bien.
—En realidad, no es colaboración, puesto que Rayco y yo decidimos destinar una hectárea para ellos sin tener que esperar al exceso o desecho de producción.
—Me alegro.
—Pero hoy tenía que salir el camión con la fruta y no lo ha hecho.
—Vaya.
—Ha habido un error en la báscula puente con el destino final de esa mercancía.
Espera ahí, eso me interesa más.
—¿No crees que son ya muchos errores en la Distribuidora? —pregunto girando mi cuerpo para buscar su mirada.
Él hace lo mismo mientras el tráfico se lo permite.
—No te entiendo.
—Eso repercutirá en vuestra imagen. En la isla hay más distribuidoras y alguna puede beneficiarse de vuestros fallos con el cliente.
—Hablamos de un camión de beneficencia, eso no dice nada de nuestra profesionalidad.
—Quizás la gente no sea tan benevolente con vosotros.
—Quizás no debas hablar de lo que no sabes.
Cuando digo que controlo la atmokinesis no hablo tan solo del clima. Soy tan temperamental que puedo provocar una tormenta de insultos en cualquier persona, y eso ha sido lo que me ha pasado con Jonay.
Me da la sensación de que ya no habrá miradas picantes entre nosotros y que se acabaron las sonrisas disimuladas, porque a partir de aquí comenzamos a lanzarnos dardos con la intención de lastimarnos.
Antes de abandonar el coche siquiera, Jonay ya me acusó de no ser nadie para estar desconfiando de sus empleados de toda la vida, cuando le hablé de un posible sabotaje en su empresa. Me dijo que no tenía ni idea de lo que estaba diciendo puesto que carezco de experiencia frutícola. Y lo más dañino de todo fue que le pareció tan sumamente extraña mi llegada, cuando esa misma cadena de errores se estaban dando, que hasta insinuó que podría ser yo el topo ese, tan ridículo, inmaduro e imaginario, del que le había hablado.
Los mellizos ya están esperándonos para comer. Tal como entramos por la puerta, gruñendo y dejando escapar sapos y culebras contra el otro, callamos de inmediato en cuanto vemos que salen impacientes a vernos. Nayzet lo hace sentado en las piernas de Rayco en el juego que ambos se traen para conducir la silla con un volante imaginario, Naira corre hacia mí.
—Al fin llegáis. Naira tiene una noticia que daros.
—Drizella, ¿sabes qué? —Naira interrumpe a su abuelo y tira de mi camiseta para llamar más mi atención que la de su padre—. Hoy entré a la lista del equipo para el partido de fin de curso —dice ella riendo para levantar los brazos victoriosa con la ovación de su hermano y de Rayco.
—Sabía que lo conseguirías, campeona.
La noticia me enorgullece y olvido todo el resentimiento que me había provocado Jonay. Su desconfianza y sus reproches. La cojo en brazos para poder besarla.
—Claro, porque era tu conjuro —matiza con una teoría que para ella es súper aplastante, mientras rueda sus ojitos risueños.
—No solo por eso, sino porque siempre he confiado en el poder femenino que tienes en tu interior.
—Yo quiero poder femenino también, Drizella —dice Nayzet, quien acaba riendo cuando Rayco le revuelve el pelo.
—¿Puedo besar a mi pequeña brujita para felicitarla? —nos pide Jonay a nuestro lado.
Él también sonríe, aunque diga lo contrario. Parece que ya ha olvidado que lo llamé sapo estreñido, que no sabe relajarse para oír a los demás, demonio de quinta incapaz de detectar el mal ajeno y mosca estercolera. Esto último solo fue por ofenderle.
Yo dejo a Naira en el suelo, para que su padre pueda arrodillarse a su altura.
—Enhorabuena, mi niña.
Ella sonríe cuando recibe el beso de su padre.
—El beso se lo tendrías que dar a Drizella, papá, la auténtica bruja es ella.
—¿Qué? —Y a mi grito, todos me miran.
Vayamos por partes, que me pediría mi hermana Belatrix para que le contase cómo me siento con las palabras de Naira, al verme ruborizada de pies a cabeza bajo la mirada atenta de la familia Oramas al completo.
•Me enfado al oír las risas de Rayco, puesto que dentro de su faceta cómica que desarrolla conmigo, no se corta un pelo en hacerlo a carcajadas.
•Me avergüenzo al ver las miradas de los niños mientras piden ver el beso de su padre a la bruja buena entre palmas que acompañan su cántico.
•Me estremezco, me sofoco y entro en pánico al ver la expresión de deseo en la mirada de Jonay. Adivino que está deseando hacerlo, su frente no da lugar a equívoco.
¡Y no se trata de una premonición ni mucho menos! Me pregunta si puede hacerlo.
Como sigo paralizada, solo atino a mover la cabeza afirmativamente.
Jonay se levanta del suelo, camina hacia mí y planta sus labios en mi mejilla antes de que yo diga nada que se lo impida, despertando las ganas de aplaudir de todos los demás.
—No hubiera querido que fuera así.
—¿El qué? —pregunto con la misma discreción que él ha tenido, cuando su familia ya se sienta a la mesa organizando la salida familiar para ir a ver todos el partido de Naira, mañana.
—Nuestro nuevo beso.
Jonay me desconcierta, ¿acaso ha estado pensando en cómo repetirlo desde hace ya días?
—¿Con testigos? —insisto demasiado nerviosa.
—No, de reconciliación y en la mejilla.
Por partes otra vez. Y ahora, como se lo explicaría a Casandra, para que viese ella cómo me siento.
Me tiemblan las piernas al imaginar su beso en la boca, sus manos en la piel de mi cuello y nuestros cuerpos tan arrimados que se confunden en uno. Ese temblor bien podría ser por excitación o por miedo. No importa, el caso es que ambas sensaciones me las despierta Jonay, estoy en peligro con él porque me gusta demasiado.
—Sal de tu dormitorio ya, no tienes nada que temer —me dice Casandra.
Que se vaya olvidando, no voy a salir. Quien aleja a la tentación, aleja al hijo del diablo. Cuando acabó el almuerzo aproveché que Jonay volvió a la Distribuidora a recoger su coche, y me he encerrado en mi habitación, evitando ese beso que imaginé.
—Aclárate de una vez, bruja ¿estoy o no en peligro con Jonay?
—Pero no como para que te encierres durante horas sin querer verlo. ¡Por Belcevú, Driz, que ese hombre te quiere empotrar contra la pared, no emparedarte en ella!
—Estaría bien que te tomaras un caldito de Belatrix que te deje muda por unos días.
—Seguro que echarías de menos que te hable de mis visiones.
—No lo creo, Cas. He sido yo la que te he dicho que él quería volver a besarme, y que no tiene bastante con la mejilla. Soy yo la que te cuenta cómo me mira, cómo me habla o cómo me toca. No has visto nada nuevo en mi porvenir con Jonay.
—Pero yo sí que os huelo tremendamente cachondos. El sexo habita en esa casa, y tú ya me dirás con dos niños de diez años y el señor de la silla de ruedas... ¡Esas hormonas son las vuestras!
—No lo llames señor, todavía tiene mecha —defiendo a Rayco.
—Hablamos del hijo, Driz, y de ese olor a sexo que emanáis. Deja de pensar en la mecha de otros.
—Está bien, dejaré de llamarte a ti, no necesito que me enredes más de lo que ya estoy. Solo hablaré con tus hermanas.
—No importa, en menos de tres días te veré y conoceré a ese hombre. Y si tú no le abres la puerta del dormitorio, se la abriré yo.
—¡Maldice que vienes a Lanzarote!
Casandra se ríe, sabe que acabo de ponerme de pie, que me meto la uña del dedo pulgar derecho en la boca y que estoy muy, muy nerviosa por su posible llegada a la isla. Belatrix y mi cuñado son pan comido en comparación con ella.
—Maldigo el tiempo que estoy perdiendo aquí en Madrid, asfixiada a cuarenta grados, pudiendo estar al solecito de la Islas Canarias. Maldigo mi escasa economía que no me permite hospedarme en un hotel. Maldigo tener que pedirte que me alojes ahí contigo.
—¿Cuándo exactamente? —pregunto para poder elaborar un plan de escape, un conjuro de enfermedad contagiosa por parte de los Oramas o incluso un atentado fraternal en cuanto Casandra pise el aeropuerto.
—Eso preguntáselo a Bel, dijiste que no querías volver a hablar conmigo.
Casandra ha colgado el teléfono.
Yo miro con terror la puerta de mi habitación. Tras ella hay una familia que dejará de confiar en mí en cuanto conozcan a parte de la mía.
Salgo a hurtadillas de mi dormitorio para ir a la cocina, no bajé a cenar y ahora pago las consecuencias con tremendo ruido de estómago a la una de la madrugada que es. Será algo rapidito, quiero volver a la seguridad de mi habitación.
Procuro no hacer mucho ruido mientras alumbro mis pasos con la linterna del teléfono, han de estar todos dormidos y no quiero provocarles un infarto al verme en mitad del pasillo o las escaleras.
Pero parece que por culpa de mi sigilo seré yo la que visitará primero el infierno.
La luz de la cocina se ha encendido cuando estaba a punto de llegar a la nevera. He dejado caer el móvil del propio susto.
—¡Joder, Jonay! Vas a tener que atarte un cascabel al cuello —le digo cuando él me observa detenidamente.
Aunque ni un cencerro sería efectivo con este hombre, puesto que el infarto me daría de igual modo al verlo así de nuevo, con el pecho descubierto.
—Yo al menos le he dado al interruptor, ¿por qué estabas a oscuras?
—No quería molestar.
—Están todos durmiendo en la planta de arriba, Drizella.
—Ya no puedo mentirte, ¿verdad? —le digo avergonzada mientras él me responde con una negación de cabeza.
Jonay termina de entrar a la cocina y se cruza de brazos esperando mi respuesta. Desde que anoche su beso me devolviera el equilibrio de mis elementos sé que el hombre que es se irá adueñándose del resto de mí. Por lo pronto ya me suelta la lengua.
—Tengo hambre, no bajé a cenar porque todavía temo que me beses y sea mi estómago el que se contraiga de dolor por ello.
Jonay sonríe con burla, su puñetera frente no miente, se está divirtiendo por verme tan avergonzada.
—¿Eres consciente de que eso ha sonado a que puedo provocarte asco si me acerco demasiado a ti? Quizás en este momento es que huelo a pis de ogro, ¿no? —dice riendo.
—¿Qué?, noooo, al contrario, me dan ganas de lamerte —contesto como si estuviese bajo la influencia de un suero de la verdad. Ya ni me molesto en llevarme la mano a la boca. Jonay lo ha oído, alto claro y con todas sus letras. Sí o sí.
De mañana no pasa, me urge cambiar sus conjuros por uno que lo abarque todo, tipo: Cómo enamorarme de Jonay sin salir herida.
—Ahora que ya lo has confesado —dice acercándose más—, y que ya sabes que "él" no es Jonay, ¿no quieres darte el capricho y probarme tú?
Jonay sigue insistiendo, pero lo hace con más cautela, delegando en mí la resolución final. Y lo veo normal después de haberle dicho que nuestros acercamientos me incomodan.
—¿Crees que ya estoy preparada? —pregunto para oír de otra persona un Sí que me haga hacerlo.
—No soy el más indicado para decírtelo porque no sé siquiera si lo estoy yo. Pero tienes razón, las ganas están ahí en mi estómago y cada vez son más intensas. Y no creo que un té de manzanilla, de esos tuyos, sea el remedio.
Ha dado el último paso que lo sitúa frente a mí, sonríe. Solo he de levantar la cara un poco para encontrar sus labios entreabiertos, a la espera de mi decisión.
—Porque ambos sabemos cuál es el verdadero remedio ¿no? —afirmo antes de pegar mi cuerpo al suyo y quedar abrigada por su calor.
—Sí. Nuestro beso.
Alto aquí.
Mis diosas están expectantes al igual que yo. Hécate me protege de las decepciones babosas o los chupones de lengua, y me proporciona a su vez imágenes apasionadas del beso de Jonay para motivarme. Circe es más excitante, hace que el corazón me palpite muy por debajo de su localización, ansioso, con ganas de inundarme de humedad. Y ya Medea, orgullosa de mi decisión, me pide que no espere más y que sea yo quien lo bese, como la mujer de carácter que soy.
Y me dejo guiar por ellas.
Apoyo los brazos en sus hombros para poder atraerlo a mí con las manos en su nuca. Jonay hace lo mismo con mi cintura y no permite que el aire pase entre nosotros. Nuestras bocas se imantan para saciar el hambre de la otra. Sus labios son tan tiernos que temo hacerle daño por el ímpetu que he puesto en el choque del beso, pero es lo que me provoca en este momento, mordérselos cuando noto su lengua abrirse paso entre los míos.
Jonay abandona el tacto de mis ropas para hacerse con el de la piel desnuda de mi cuello. ¿Sus manos están frías o soy yo la que ardo? Lo que sea hace que el roce sea más intenso y me estremezca al punto de erizar hasta el último de mis vellos.
Nuestras respiraciones se aceleran para darle ritmo a nuestras caricias. Mis dedos vuelan ansiosos por su pecho mientras que los suyos aprietan con desesperación los cachetes de mi culo.
Y es cuando me percato de que las ganas que me tiene abandonan su estómago para usurpar su erección. Un gemido se me escapa de la garganta, en mí no será tan evidente, pero bien que me excitan sus besos, su caricias. Sus propios gemidos.
Dejamos de besarnos por un instante en el que nos miramos, un solo segundo que reactiva nuestras pulsaciones.
—Dime que besas siempre así, que no lo estoy soñando —me pide con la voz ronca al tiempo que acaricia mi mejilla.
Dejo caer mi rostro en sus dedos y niego con la cabeza.
—No sé cómo de especial lo hago.
—No me jodas, Drizella. Acabo de revivir gracias a ti. ¿No lo sientes?
Jonay toma mi mano y se la pone sobre el pecho izquierdo, abierta bajo la suya.
—¿Qué te pasa?, ¿qué he dicho? —me pregunta preocupado al ver mi reacción. Y es que he retirado la mano en cuanto lo he notado. ¿Cómo es posible? Yo carezco de clariaudiencia.
—Nada, no me hagas caso. Pero deberíamos ir con calma, Jonay, acabo de darme cuenta que no eres él y tengo que acostumbrarme.
—Lo entiendo, no he querido agobiarte —dice sonriendo con un gesto nervioso—. Pero recuerda que no se me da bien interpretar señales desde hace años, ¿vale?, tienes que tenerme paciencia y ayudarme.
—La tendré.
Me abraza y a continuación besa mi cabeza con ternura.
—¿Quieres que te acompañe a comer algo?
—Si todo va estar bien entre nosotros, me gustaría, la verdad.
—De acuerdo, siéntate… por favor —dice cuando ve que le reprocho haberme dado esa orden—. Yo lo haré por ti.
Sonrío mientras es él quien busca en la nevera algo que pueda comer. Trato de no pensar en lo que he oído en su corazón, tendré que averiguar antes qué significa.
—Jonay.
—Dime.
—¿Cómo sabías que había bajado a la cocina?
—No estaba seguro. Llevo días bajando yo —dice volviendo a mirarme cuando cierra la puerta de la nevera—, aquí te vi por primera vez.
—¿Qué?
—Cuando decidí verte por primera vez, quiero decir.
No sé cómo de acostumbrado estará él a hablar de esa manera, tan sincera a la par que directa, pero se le da bien, y mientras lo hace, me prepara un sándwich de pavo con queso como si nada.
—Ese día tomabas batido de plátano, apoyado ahí. —Jonay me mira sin comprenderme del todo cuando le señalo la encimera junto a la ventana—. Yo también he bajado alguna que otra noche.
Sonríe abiertamente, lo que hace que mi rubor aumente.
—¿Quieres decir que llevamos días jugando al ratón y al gato?
—Bruja y gato, querrás decir —le digo riendo, y aceptando el plato que me ofrece.
—Para ser bruja no has llegado a adivinar en qué momento coincidiríamos.
Sus carcajadas pueden llegar a despertar a su familia.
—Schhh… ¿Piensas todavía que bromeo? —pregunto en un susurro.
—Drizella. —Él baja la voz también—. Si te divierte hablar así, por mí no hay problema, pero no me hagas creer que…
Me levanto del taburete y me sitúo frente a él.
—Te lo demostraré. Bésame.
—Esa petición no tiene valor ahora, sabes que estoy deseando hacerlo tantas veces como me sea posible, no abras esa puerta conmigo si me la vas a cerrar en la cara.
—Precisamente por eso. Bésame —repito muy metida en mi papel de mandona que no me está saliendo tan creíble como a él.
Jonay se acerca y echa mano de mi cuello. Pasea su dedo pulgar por mis labios y sonríe con descaro. ¡Será fanfarrón! Me gusta demasiado su forma de seducir, con su mirada de ratita incluida, y eso me hará más difícil controlarme, pero es la única manera que tengo de hacerle entender que no estoy jugando con los astros.
—Has hecho de mis labios tu bien más preciado, has hecho que mis besos sean agua en tu desierto, pero seré yo la última en decidir que harás con ellos Y así te los he negado, hasta que dejes de estar despierto.
—¿Eso es todo? —pregunta con gesto altivo, la sonrisa tonta no la oculta tampoco.
—Inténtalo ahora, gatito.
Sé que no podrá, que algo le ocurrirá para rechazarme. Seguro que se atraganta, le entra fatiga o no puede respirar, o sencillamente no recuerda cómo abrir la boca y ya.
Jonay se acerca, riendo. Humedece su labio inferior justo cuando sus dientes asoman para hacer su sonrisa más traviesa. Ay, joder, ¡que me ha salido mal!
Se sigue acercando y no debería, porque sin impedimento alguno me toma de las caderas. El golpe de nuestras pelvis hace que la energía de mi estómago me queme más abajo, justo donde comienzo a lubricar. Mierda, ¿qué coño he dicho en ese conjuro?
Su boca se adueña de la mía en un beso intenso, uno que además se convierte en estímulo para que yo responda de nuevo con gemidos entrecortados. Mi boca, después de un par de minutos, ya le parece insuficiente y se lanza a humedecer con su lengua el contorno de mi cuello hasta llegar al lóbulo de mi oreja, para decirme ahora:
—No has debido embrujarme, Drizella. —Su tono es provocador a la vez que risueño—. No, si vas a hacerme parar.
Entonces llego a la conclusión de que la he cagado con el conjuro. Hago memoria, pero no, compruebo que lo he recitado bien, ¡y con Santi siempre funcionó para quitármelo de encima, coño! Tiene que ser eso. Seguro que era exclusivo para él y no debí usarlo con Jonay.
—Yo… —gimo más que hablo, entregada a mis deseos. ¡No me veo capaz de pararlo!
—Estaba de broma, como tú —dice él apartándose de mí. Ríe como un demonio travieso. La madre que lo parió, y que me perdone la buena mujer desde el infierno en el que esté, pero su hijo es un cabrón calientabragas.
—Me habías asustado, imbécil.
Golpeo su hombro con suavidad, porque sigue sonriendo y eso me gana.
—Ha sido divertido. Pero ahora continúa cenando —me dice cuando besa mi frente dando por cerrado el tema calentón de bruja, ¡pues no que me obliga a sentarme de nuevo frente a él!
—Eres un jodido mandón.
—Solo si es por tu bien. Anda, termina de cenar para que puedas irte a dormir. Ayer mismo no te encontrabas bien y no debes abusar de tu energía.
Ha sido decir energía y levantar sus cejas varias veces. ¿Cree que no podría tumbarlo sobre el suelo y montarlo solo porque ayer me viese desmayada?
—Pronto tendré mis elementos a tope y entonces lamentarás haberme encendido.
—Será un placer esperarte —dice apoyando el mentón en sus nudillos, y el codo en la encimera, para ver cómo termino el sándwich.
Me parece buena idea, después de todo tengo hambre, aunque la que él me provoca con esa sonrisa no podré saciarla aún.
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