7. Apártate, padre.
Si se lo propusiera, Jonay bien podría ser político, tiene una gran cualidad que muy pocos de ellos saben qué es. Cumple con lo que dice.
Cuando dijo que olvidáramos todo lo que nos ocurrió durante nuestro almuerzo a solas se lo tomó muy en serio, tanto que no ha vuelto a dirigirme la palabra para no volver a incomodarme con sus "deseos". ¿Me saluda?, sí, esa educación es innata en él, ¿no me pone malas caras ya?, no, pero a continuación gira su rostro para no mirarme directamente a los ojos, ¿cuenta con mi opinión en la Distribuidora?, sí, siempre que se la haga llegar con otro compañero a la plantación porque no quiere pasearse demasiado por las oficinas por donde puedo hacerlo yo.
Llevamos así casi una semana, ejerciendo de jefe y empleada, de lo más distantes posible, ni siquiera en la casa su actitud cambia.
Y he descubierto que eso no es lo que quiero. De hecho mis elementos todavía andan mezclados sin ser capaces de tomar el control de mi cuerpo.
Hoy la cena es más de lo mismo, menos mal que Rayco hace lo imposible para mantener la conversación, y los niños con sus risas la convierten en algo más agradable.
Padre e hijo hablan sobre la fiesta que tendrá lugar el día veinticuatro, en la playa de Famara. No me es desconocida, yo celebro también la noche de Hogueras con mis hermanas. Pensar que este año será el primero que lo hagamos por separado, me entristece, de haber seguido en Madrid, hubiera sido una gran celebración. Y eso ya no podrá ser por culpa de Santi.
Ha sido pensar en él y se me cae el tenedor al suelo. Lo interpreto como un aviso de Medea, ¡sí se lo hubiera clavado hace meses en sus bolitas, quizás estaría en Madrid para pasar la noche de hogueras con mis hermanas!, o mejor aún, ¡quizás me hubiera decidido ya a corresponder a Jonay que es lo que me tiene así ahora!
—Estás distraída, Drizella —me dice Rayco, sonriendo.
—Disculpa, son mis elementos, no se ponen de acuerdo y me falta energía. —Me he agachado a recoger el tenedor y al levantarme Jonay me mira directamente a los ojos.
Por primera vez lo hace en esta semana y consigue dejarme sin aire. Mira, al menos uno de ellos cobra vida en mí.
—Pues a ver cómo haces para que se estabilicen. Querías cortar pan con el tenedor.
Miro el cuchillo de mi cubierto, el que sigue en su lugar, en cambio el pan está encima de mi plato.
—Vaya —atino a decir, desconcertada—. Será mejor que me vaya a dormir, hace noches que no consigo hacerlo… —Me he levantado, me he mareado un poco y ya estoy de culo en el suelo justo en el momento que se desata una tormenta inesperada ahí fuera.
Oigo mi nombre, con un susurro, mientras alguien golpea con delicadeza mi mejilla.
Abro mis ojos y veo cuatro pares de ojos, más, encima de mí, mientras escucho los truenos que acompañan a la lluvia.
—Ya despierta, papá —dice Nayzet.
Yo les sonrío a los niños.
—Sé que no estáis en el infierno, diablillos, así que yo he de estar bien.
—¿Puedes incorporarte? —Jonay se ha proclamado portavoz de su familia, sobre todo por disponer de la fuerza y capacidad de levantar mi cuerpo, hasta hacerme sentar.
—Estoy bien, ya dije que mis elementos…
Pero entonces tengo que sujetarme en sus hombros para no caerme de nuevo, cuando él me ha cogido en brazos. No tengo ganas de discutir para que me suelte, creo que no lo quiero hacer porque estoy muy bien entre ellos.
—Rayco, termina tú con los niños, yo llevo a Drizella a su dormitorio.
—Eres un mandón, ¿lo sabías? —le digo sonriendo cuando ya subimos las escaleras, en realidad sube él, yo solo voy acurrucada en su pecho.
—Me alegro de que no sea nada grave. —No cuestiona que le llame mandón, porque sonríe.
Pues lo siento, pero grave sí que es cuando no soy capaz de hacer que deje de llover. Jamás me ocurrió nada parecido, a excepción de cuando me enteré de la traición de Santi. Madrid estuvo sumida en la borrasca Fien durante una semana.
—Ya te he dicho que son mis elementos, colisionan muy a menudo estos días.
—No hablo tu idioma brujés, yo lo llamo lipotimia.
—Se me pasará en cuanto duerma, ya verás.
Jonay me deja en mi cama y me obliga a descansar cuando pone unos cojines bajos mis piernas.
—Le diré a la tata que te suba un poco de azúcar. ¿Necesitas algo más?
Necesito tantas cosas. La primera, la que es prioritaria en mi vida, es olvidar a Santi, después de eso todo irá bien.
—¿Puedes alcanzarme el teléfono? Llamaré a mis hermanas.
—No deberías preocuparlas.
—No lo haré, créeme, o son capaces de presentarse aquí —le digo riendo—. ¿Qué miras con tanta atención? —pregunto al verlo pendiente de mi escritorio mientras busca el teléfono entre mi desorden.
Mierda, ¿por qué no usaría el móvil? La camiseta que me regaló está ahí encima, doblada y perfumada, espero que no la coja.
—Siempre me dio curiosidad la gente que hace listas para tomar sus decisiones —dice cogiendo, a cambio, unos papeles.
—Espera, no, deja eso.
Pero él recita en voz alta.
—Pros de Santi. —Jonay me mira sorprendido—: Vive en Madrid cerca de mis hermanas, me gusta, me divierte, conoce mi naturaleza, mi cuerpo y hasta mi alma, es bueno con su cosita. —Me mira con esto último, sonriendo, yo no puedo cubrir mi cara con las sábanas porque estoy encima de ellas, ¡que horror!—. Contras de Santi: metió su cosita en otra, él no es Jonay.
No se da cuenta, porque me mira de nuevo, pero su rostro se endurece mientras arruga el papel de manera inconsciente en su puño.
—¿Te engañó ese tío?
—Un poco —confieso apenada. Nunca pensé hablar con él de Santi, bastante débil me hace tan solo pensarlo y necesitar comprarlo con otros hombres.
—No se engaña solo un poco, Drizella.
—Lo sé.
Al decirlo he bajado la cabeza, es lo que me sucede siempre que alguien se entera de mi dependencia de Santi, no quiero enfrentar la lástima que me tienen.
Pero Jonay se sienta a mi lado y me hace levantar la mirada. Sus dedos en mi mentón controlan mis elementos, los que regresan a mí para darme la fuerza que me faltaba.
—Pero él no es Jonay —me dice sonriendo.
Yo le devuelvo el gesto amable con otra sonrisa tímida, que nos hace cómplices.
—También lo sé.
—Descansa, ¿sí? Mañana saldrá el sol.
Jonay se agacha para poder besarme la frente, deja el teléfono en mis manos y se marcha de la habitación.
Automáticamente miro por la ventana, y en un solo segundo deja de llover, las nubes desaparecen y puedo ver el cielo estrellado en su inminente anochecer. No, aquí no nevará por ahora.
Necesito consejo.
—Orco, ¿qué ocurre?
Miro la hora, las siete de la mañana, las ocho en Madrid. En principio sí es preocupante que llame a estas horas, quedamos en hacerlo de noche, pero yo no podía esperar.
Cuando Jonay se marchó anoche caí rendida como no habían podido hacer en los últimos días, y en cuanto he despertado la he llamado para despertarla yo.
—Bel, estoy perdida. Tenéis que sacarme de esta isla.
—Vaya, deberías hablar con Ágata mejor, ella es experta en búsqueda geográfica a través de su péndulo.
Me froto la frente mientras pongo los ojos en blanco. Bendita Belatrix, no quiero pensar que es adoptada, de verdad que no.
—No hablo de mi BGP. Hablo de que empieza a gustarme Jonay.
—Describe cuánto, ¿tanto como comer queso curado, untado de camembert y recubierto de ralladura de grana padano?
—Más que un plato de eso, a medias con roquefort y payoyo.
Esperaba al menos un grito como parte de una bronca, dentro de su poca agresividad, claro, pero nunca un lamentable:
—Uy, qué dolor de ti, orco.
—¿Eso es todo?, ¿quieres matarme ya?, ¿o me rocío de gasolina y prendo la llama por ti?
—Driz, no te sale el teatro tan verosímil como a Casandra.
Ayer me hubiese reído con ella, hoy no sé si tengo ganas de llorar.
—Pues ayúdame, por favor porque te he dicho que Jonay es lo que más gusta de este mundo y a ti no se te ocurre otra cosa que vaticinar mi dolor.
—Lo sé, no he querido ser tan directa, perdona. Por eso no me dejas otra alternativa que presentarme ahí y ayudarte a entender la profundidad de tus sentimientos por Jonay.
—Ah, no, eso sí que no. Lo entenderé igual de bien por teléfono, tú y yo tenemos esa conexión especial a distancia.
—La tienes con Ágata.
—¡Qué no, Bel!
No permitiré que venga, mi cuñado lo haría con ella y esto dejaría de ser la casa de los Oramas para convertirse en la de los Admas. En ocasiones los he llegado a comparar con dos gatos siameses, y no precisamente por la raza, sino por el cerebro compartido de ambos, lo que uno piensa, lo complementa el otro. Belatrix me diría que es amor solo si su novio asegura que Jonay y yo somos almas gemelas, pero también Belatrix descartaría mis sentimientos por él si su novio le dice que Santi es mejor opción de pareja.
No, mientras pueda, estos dos no pisan la isla.
—A ver, reina de las nieves, para observar al género masculino desde tu balcón de la indiferencia la has cagado pero bien, llegaré para poder celebrar juntas la noche de las Hogueras. Así que vete preparando que aterrizamos pronto.
—¿Aterrizamos?
—Mi churri y yo, ¿o piensas que no opinará al respecto?
Si es que debería haber cortado el cordón umbilical con ellas cuando me subí al avión yo, o por lo menos haberlas bloqueado en el teléfono, ¿será tarde para hacerlo?
Desayuno a toda velocidad. Rayco me dice en alguna ocasión que respire, que me puedo atragantar con los cereales y que su corazón no resistirá otro susto como el que le di anoche. Yo solo sonrío y no dejo de comer. No puedo, si respiro pierdo tiempo. Y tengo que terminar, recoger los planos de mi habitación y largarme en mi coche a la Distribuidora antes de que Jonay regrese de llevar a los niños al colegio, no puedo coincidir con él.
Estoy siendo cobarde, lo admito, pero no encuentro otra forma de evitarlo.
—Te queda muy bien el uniforme —dice Rayco cuando paso a su lado camino de la puerta ya, con los rollos de planos bajo un brazo, mi mochila en el otro, las manos ocupadas con el portátil y las llaves del coche en la boca.
—¿Na ta amparta ca las haya tañada da marada?
Espero a que se ría y me quite las llaves de la boca.
—No serías tú de otro color.
—Gracias, y ahora ve a ponerte el bañador que te subes por primera vez a una ta… —me traba de nuevo al poner la llave entre mis dientes. No me ha dejado terminar y frunzo el ceño.
—Bruja.
—Damaña.
—Adiós, Drizella.
Y él mismo me abre la puerta para que me vaya y deje de molestarlo con el tema surf.
Maldigo. No puedo abrir el coche sin dejar todo en el suelo antes. Y mientras decido qué soltar primero Jonay está a mi lado.
—¿Te ibas ya? Es temprano.
No puedo hablar y eso que él mismo me quita las llaves de la boca y abre el coche. Está tan guapo con ese gesto tan serio suyo que me deja sin palabras.
—Tengo que ponerme al día, visitaré la plantación.
—Si me esperas, podemos ir juntos.
Error.
Eso sería hacerlo en el mismo coche, y no creo poder resistirme.
—Te veo allí, ya voy tarde.
Y de mí depende que sea que no.
Arrojo todo al asiento de atrás y me subo con la misma prisa que traía antes.
Cuando ya no puedo verlo por el espejo retrovisor me permito respirar, ¿por qué estoy actuando así? Jonay me gusta, y por lo que me ha dado a entender él quiere algo conmigo.
Por un instante pienso en Santi, pero bien pensado, ¿eh?, en plan: te echo de menos, ¿todavía piensas en mí?, y ojalá te levantes con dolor de huevos a diario porque no se te pone dura con otra. ¡No sé por qué aún me resisto a olvidar a Santi!
La mañana ha pasado muy rápido, cuanto más quiero evitar a Jonay, más corre el tiempo en mi contra para que coincidamos en el almuerzo de nuevo, lástima que todavía no descubra cómo parar esas agujas.
Me despido de la chica de la recepción cuando me pide un favor.
—El señor Oramas no ha regresado de la plantación y le espera el Párroco de San Leandro.
La palabra ya me produce urticaria y hace que me tiemble el ojo izquierdo. ¡Zape!*
—Yo ya iba saliendo —le digo señalando la puerta, la que veo demasiado lejos ahora.
—Pero ese hombre necesita saber si cuenta con la ayuda para su comedor.
Me he vuelto a mirarla, intrigada.
—¿Qué comedor?
—El de la beneficencia que lleva su parroquia.
¡Que deje de decir eso! ¡Zape, Zape!
Me pica el cuello y se vería mal que me rascase delante suya como si fuera un chimpancés. Vaya contratiempo, anoche estabilicé mis elementos para hoy salir ardiendo por un hombre de esos.
—Yo no sé qué puedo hacer en estos casos.
—Puede entretenerlo hasta que llegue Jonay.
Alucino, ¿ya ha pasado de ser el señor Oramas a ser Jonay?
De repente lo único que me pica es la curiosidad con ella.
—Está bien, dame la llave del despacho de Jonay. —Si ella puede, yo también.
—Pero no puedo hacer eso, él no llega y…
—Échame de cabeza con él, ¿sí? ¿Dónde está ese hombre?
—El Párroco espera en la sala que está junto al almacén.
¿Otra vez? No puedo hacer que la parta un rayo, no estamos en época de tormentas como para hacerlo dos días seguidos, además, no creo que Rayco me perdone haberme deshecho de su empleada. Pero ganas no me faltan. Parece que hubiera adivinado que le he disputado a Jonay, ha vuelto a nombrar al anciano de la falda negra.
Me dirijo al almacén con un ojo casi cerrado mientras intento calmar el picor de mi cuello, espero de verdad que el hombre no lleve una de esas cosas con cuentas, colgando del suyo propio.
Para mi tranquilidad, no veo ningún señor mayor en la sala. Lo mejor será que me vaya, porque necesito tomar algún remedio que me calme del todo, ¡como litros de agua maldita, por ejemplo!
Pero alguien me lo impide antes de salir.
—Disculpe, señorita, espero al señor Oramas.
—¿Tú?
Compruebo que no tendrá ni cuarenta años. Y luego bajo la mirada hasta ver que viste camisa blanca, pantalón vaquero y chanclas marca Cool. ¿Dónde queda la túnica esa que han vestido durante toda la historia de su organización adoctrinada? ¿Cómo puedo si no, identificar a estos hombres pasearse entre el resto?
—Soy Airam.
El hombre me ofrece la mano que yo niego de primeras. Pero al mirarme extrañado, ante mi pasividad, se la acepto. No quiero pensar lo que dirían mis hermanas, espero que Ágata no lo adivine, Belatrix no lo sueñe y Casandra no lo huela.
—Yo, Drizella.
No puedo creerlo, no me produce dolor ni me consumo carbonizada.
Ha sido más agresiva la sugestión heredada de tantos siglos de rechazo, en mi cuello, al oir su "nombre", que el contacto de nuestras manos. Creo que su imagen, alejada de estereotipos, ha ayudado bastante.
Él parece haber sentido algo parecido con nuestro saludo, me mira diferente ahora, y adivino que le hace gracia.
—Es usted la nueva encargada de la Distribuidora. —Sonrío con él, se trataba de eso, de mi fama.
—¿Me conoce?
—He oído hablar de usted, la chica de morado.
—La gente de esta isla debe de estar muy aburrida para llevar más de tres semanas hablando de una forastera.
—El aburrido es Jonay.
—¿Cómo?
—Aburrido, deslumbrado o martirizado, elija usted. ¿Puede devolverme ya mi mano, por favor?
—Coño, lo siento… —Y rompo la unión—. Bueno, coño no… ¿o sí, qué más da?, es una expresión ¿no? ¿Usted no lo dice? No, claro…, ¿cómo coño lo va a decir? —De inmediato me tapo la boca para dejar de escupir tonterías.
Este hombre me está haciendo sentir vulnerable, ¿en eso reside el poder de su secta, en volverme tonta?
—Y ahora entiendo por qué —dice riendo.
—Buenas tardes.
—¡Por fin! —grito al oír a Jonay detrás de mí.
Me alegro tanto de poder irme que le doy un abrazo por haber venido en mi rescate.
Error multiplicado por dos, al cuadrado.
Puedo notar la tensión entre ambos, el calor que nos abrasa le ha cogido tan desprevenido como a mí, yo no estoy menos avergonzada y la conversación con Airam no tiene nada que ver ya. Se debe a la reacción de nuestros cuerpos, el suyo comienza a derretirse, el mío ya está en ebullición.
—Lo siento, quería irme. Te estaba esperando —me excuso y me aparto de él.
—Hablo con Airam y te llevo a casa.
—No importa, puedo hacerlo sola.
—No irás a ninguna parte así.
—¿Así, cómo?
La tos de Airam se cuela en mis oídos al tiempo que reparo en la escena ante mis ojos. Jonay acaricia mis manos con sus pulgares, mientras yo me dejo acariciar para mantener mi pulso estable.
—Estás muy nerviosa.
—Serán mis...
—... elementos.
Los dos nos sonreímos.
—Te espero en el coche, ¿vale?
No vuelvo a mirar a Airam, no puedo. No llevará nada colgado al cuello que me repela, pero bien que me da vergüenza mi comportamiento. ¡Con esos hombres no se emplea la palabra coño!
—Y encantado de conocerte, Drizella.
Cierro los ojos con fuerza. ¡Zape, zape, mil veces Zape!
Encantado de joderme habrá querido decir, solo que su voto de castidad le impedirá hablar de jodiendas varias, también, ¿no?
Nunca supe cómo actuar con este tipo de hombres, hasta hace unos minutos me daban urticaria y siempre los mantuve lejos de mí. Pero está visto que eso cambiará a partir de ahora, porque de seguir aquí en la isla volveremos a vernos Airam y yo.
ZAPE: Interjección usada para espantar o alejar a los gatos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro